III Conversaciones Siso-Villacián
Mesa redonda I

El 10 de septiembre de 1996, el vertedero de Bens se desplomó, aplastando a un hombre e invadiendo las zonas limpias adyacentes. Antes, era una montaña de residuos, con una forma, una utilidad y una frontera.

A la pregunta de si nuestras basuras dicen algo de nosotros y de nues­tra sociedad, debería añadirse la pregunta de si el desplome de una montaña de basura y la mezcla del desperdicio con lo útil también dice algo sobre nosotros y la sociedad. No nos atrevemos a plantear la pregunta de si quien era el guardián de la montaña puede, con los años, ser embajador.

Italo Calvino, en Las ciudades invisibles, describe dos ciudades. En la llamada Aglaura, las palabras se aprisionan, por lo que sus habi­tantes se ven obligados a repetir en lugar de decir. En la llamada Leo­nia, sus habitantes gozan ante las cosas nuevas y diferentes, motivo por el cual necesitan expulsar, apartar y purgarse de una recurrente impureza. Necesitan basureros en los que se acumulan desperdicios, formando montañas alrededor de la ciudad. A veces, con una ráfaga de viento, el hedor que provocan puede llegar a las casas.

Los residuos, entonces, pueden llegar a ser como una gran montaña, que termine por aplastar y por destruir la barrera que los separa de lo humano y de lo útil, siendo entonces una montaña amenazante. Hay otros tipos de montañas amenazantes, recordémoslo. El Vesubio en erupción sepultó Pompeya. La montaña mágica atrapa a los seres humanos, sean enfermos o no. Aníbal perdió sus elefantes en los Alpes. Mallory e Irvine en 1924 se perdieron intentando descender el Everest una vez habían llegado a la cumbre. Para Sísifo, en cambio, es la condena. Sin embargo, la montaña de la que estamos hablando es una montaña de basura. Cada ciudadano coloca en esa montaña sus residuos hasta que alcanzan una altura imposible. Entonces, se des­ploma.

Se estima, por parte de las organizaciones ecologistas como Green­peace, que España sólo recupera el 11,5% del total de la basura. El 88,5% restante acaba quemada en incineradoras o enterrada en verte­deros. Hay además un incremento muy importante en la generación de tales residuos, y si en 1983 se generaban en torno a 1,06 kilos/habitante/día, en 1993 la cifra ascendía a 1,38, lo que supone un incremento del 29,35%. Actualmente, cada ciudadano genera 600 kilos de residuos sólidos urbanos al año. En el caso particular de Galicia, decir que es la comunidad autónoma que menos residuos genera; casi medio kilo menos por habitante y día que la media nacio­nal, aunque los expertos desconocen si es un índice positivo o nega­tivo.

En estos últimos años, hubo una polémica en torno al modelo de ges­tión de basuras. Unos defendían el compostaje, frente a otro grupo, al final vencedor, que combinaba la selección, reutilización e incinera­ción. Los primeros fueron acusados de utópicos y finalmente vieron superadas sus posiciones por motivos economicistas: el compostaje no era rentable. Así que en la comunidad se ha optado por un mode­lo de gestión de residuos que funciona como sigue:

Se distinguiría entre residuos peligrosos, que tendrían un trato espe­cial, y no peligrosos. Dentro de los no peligrosos, habría tres tipos: 1) orgánicos, que se recogerían por empresas especializadas, 2) no uti­lizables, que serían vertidos o quemados, y 3) recuperables, para los que habría un proceso en cuatro fases: separación, recogida, manipu­lación y creación del nuevo producto.

Basuras y residuos

Residuo sería cualquier sustancia u objeto del cual su poseedor se desprende o tiene la obligación de desprenderse según las disposicio­nes en vigor. Esta es la definición legal pero, para entendernos mejor, un residuo es todo material que producimos en nuestras actividades diarias y del que nos tenemos que desprender porque ha perdido su valor o dejamos de sentirlo útil para nosotros. Se puede deducir con facilidad una dimensión mercantilista, utilitarista y pragmatista en la definición de residuo, algo que se pone más de manifiesto si compa­ramos la definición de residuo con su antecesor conceptual, la basu­ra. Basura (del lat versura, de verrere, barrer) tendría las acepciones: 1) suciedad (cosa que ensucia), 2) residuos desechados y otros desperdicios, 3) lugar donde se tiran esos residuos y desperdicios, 4) estiércol de las caballerías, 5) cosa repugnante o despreciable, 6) coloquial como en oposición para indicar que lo designado por el sus­tantivo al que se pospone es de muy baja calidad (comida o contrato basura).

La basura tiene que ver con la suciedad y el problema que plantea es su eliminación. Por eso, posiblemente, la palabra derive etimológica­mente de barrer, que era el remedio principal para cuando en el mundo había basura.

Otra cosa son los residuos. Estos vienen originados por la propia obra del hombre, que al actuar sobre la naturaleza o sobre las cosas pro­duce de un lado lo útil, y de otro, lo residual. Señalaba Miguel Ángel que la escultura consistía en coger un bloque de mármol y eliminar lo superfluo, como si la esencia del mármol fuese en realidad el hecho de ser escultura y la obra del hombre facilitar, por un proceso de eli­minación, el constituirse como tal esencia. Hay más ejemplos que hablan del papel del ser humano en la génesis del residuo. Así, Lewis Mumford, describe dos modos diferentes de crear lo nuevo: la agri­cultura y la minería. La agricultura representa la continuidad, es decir, el grano produce más grano, el fruto es la semilla, etc. La mine­ría, en cambio, es el arquetipo de la ruptura y la discontinuidad, lo nuevo no puede nacer a menos que se deseche, se tire o se destruya algo.

El residuo es entonces lo no-natural, de acuerdo con Miguel Ángel, el producto obvio de una obra que pretende aislar y aprehender lo bueno. Vemos también cómo el residuo se relaciona con lo superfluo, con esos trozos de mármol que hay que eliminar. Ser superfluo impli­ca ser supernumerario, innecesario, carente de uso, desechable.

Tales son pues los elementos que hemos ido añadiendo a la noción de residuo: obra del hombre, innecesario, sobrante.

Para Zygmunt Bauman, la producción de residuos humanos es con­secuencia inevitable de la modernización y un efecto secundario de la construcción del orden y el progreso económico. Cuanto más pro­grese una sociedad, mayor cantidad de residuos habrá, lo que deriva en un problema de almacenaje. Ya que existe una necesidad de trazar un límite entre lo que es residuo y lo que no lo es, la sociedad preci­sa unos contenedores en los que alojar los residuos. Tales contenedo­res vienen a su vez diseñados por la noción de peligro asociada al residuo. Ya en la etapa premoderna, la basura conllevaba peligrosidad de enfermedades infectocontagiosas, por lo que se aconseja un diseño que minimice el riesgo, la mayor parte de las veces alejándola de los seres humanos. Así, la basura se tira en una bolsa, y dentro de los tipos de bolsas, ha alcanzado un cierto éxito aquellas que constan de un sistema de autocierre. Las bolsas van a parar a un contenedor más grande, para el que han sido diseñados últimamente los sistemas bajo tierra, y por la noche, es decir, cuando la ciudad duerme, es recogida en camiones y posteriormente llevada a centros en donde se gestiona. Tales centros están en la periferia, alejados de ciudad, pero se les llama centros igual.

Con esto añadimos un cuarto elemento, la ocultación, a los tres ante­riores: obra del hombre, innecesario y sobrante.

Si bien parece haberse solucionado el problema infectocontagioso asociado a la basura, hay problemas relativos a la peligrosidad de los residuos, que han emergido en la sociedad contemporánea, y que no se resuelven con el simple ocultamiento. Tras la era atómica, la lla­mada basura nuclear introduce el peligro de aniquilación aparente­mente invisible de la sociedad. Así, los residuos nucleares son intro­ducidos en contenedores de acero, llevados por un barco a alta mar y lanzados al fondo del océano, desde donde ya no podrán ejercer sus efectos nocivos, y se minimiza al máximo el riesgo de fuga. Ya no basta con no ver ese tipo de residuos, hay que tener la seguridad de que el sistema de gestión no permitirá el daño. Hemos introducido un punto más en el concepto de residuo: la seguridad.

Tales elementos propios de los residuos, obra del hombre, innecesa­rio, sobrante, oculto y seguro, caracterizan a su vez elementos socia­les.

1. Hemos ya visto cómo el ocultamiento y la seguridad traducen a escala social una obsesión por la peligrosidad. Los estados capitalis­tas utilizan el problema de la peligrosidad y la inseguridad estable­ciendo una serie de temores oficiales, como pueden ser el terrorismo o la inmigración, pero en muchas ocasiones restringiendo las funcio­nes proteccionistas del estado, que reclasifican la minoría de inváli­dos e incapacitados como no tanto un asunto de asistencia social sino un asunto de ley y orden. Lo residual desde un punto de vista social sufre entonces un problema de homogeneización y de globalización, y tomando como punto de partida el carácter inherentemente peligro­so del residuo se propone una solución común: el contenedor, como parte final de la gestión de residuos. En psiquiatría, existen dos carac­terísticas que parecen definir a los residuos humanos: dependencia y peligrosidad (custodia).

De la dependencia hablaremos más adelante, pero en este punto nos gustaría señalar la creciente demanda de estrategias custodiales que la sociedad y las autoridades reclaman a la psiquiatría, generándose de un lado residuos humanos, y de otro, una particular asistencia psi­quiátrica caracterizada por elementos propios de la gestión de resi­duos.

2. Obra del hombre: La consideración del problema de los residuos como algo global parece obligar a que se constituyan soluciones glo­bales, diluyendo la responsabilidad individual en la generación de tales residuos.

Así, el Plan Nacional de RSU (Residuos sólidos urbanos) establecía como objetivo estabilizar en cifras absolutas la producción de resi­duos urbanos a finales de 2006, alcanzando los niveles de 1996. Sin embargo, los 19 millones de toneladas de 1996 se incrementaron a 25 en 2005, lo que representa un flagrante incumplimiento del plan. La propia UE establece como prioridad la reducción de la cantidad de basura generada, implicando a las empresas. La línea a seguir debe­ría responsabilizar a los productores exigiendo que sus productos se aligeren, pierdan capas y envoltorios inútiles, que duren más, que sean reutilizables, recargables, y sin embargo, la legislación no ha avanzado decisivamente en esta línea, posiblemente por criterios mercantilistas, amparados en las nociones de libertad y de responsa­bilidad propias de la postmodernidad.

El Estado no determina las obligaciones y deberes acerca de la pro­ducción de residuos, sino que coloca al individuo mismo insertado en la cadena de actuaciones de la gestión de tales residuos. Esa es su libertad y esa es su responsabilidad. Así se elaboran normas, como determinar las horas en las que pueden los ciudadanos sacar su basu­ra a la calle (basura que desde ese momento será anónima y comuni­taria), los tipos y colores de los diferentes contenedores a fin de efec­tuar una primera selección de residuos, la necesidad de comunicar con el ayuntamiento en caso de objetos voluminosos, la prohibición de quemar rastrojos en verano por el riesgo de incendio, la necesidad de utilizar contenedores especiales para las pilas, la obligación en tiendas de electrodomésticos de recoger los viejos o en los talleres de automóviles de gestionar la eliminación de ruedas viejas. Una cre­ciente normativa por parte de los estados se aposenta sobre la falta de libertad y de responsabilidad de los ciudadanos postmodernos. Una vez legislado, el residuo ya será ajeno y cumplirá el resto de las características: innecesario, sobrante, peligroso, en una suerte de mecanismo de proyección colectivo en el que todos pero nadie es residuo ni fabricador de residuos. Quizás sería adecuado denominar a este proceso como extrañamiento del residuo, que lo conduce a una mayor marginalidad y ocultamiento.

3. Innecesario y sobrante: Los dos conceptos han obligatoriamente de encuadrarse bajo un contexto de mercantilismo y economicismo. Residuo es lo que no tiene valor pero también lo que permanece en el objeto tras la extracción de lo que si tiene valor. Es el propio siste­ma, el que realizando un bucle sobre si mismo, introduce el concep­to de negocio en la gestión de la basura. Así, el propio residuo puede verse sometido a un proceso de selección, que permita extraer lo que de valor todavía permanece en él, y también puede verse sometido a un proceso de reciclaje que convierta al residuo en algo de valor. En psiquiatría, por ejemplo, los psicóticos residuales tras la aparición de los neurolépticos atípicos, pueden sufrir un proceso similar a los de selección y reciclaje, generando una proporción de psicóticos rehabi­litables y una proporción de psicóticos residuales. Asimismo, esto no es un proceso teleológico, ya que lo nuevo, lo válido, puede otra vez regresar a lo residual. Como alguien dijo una vez, la esencia del capi­talismo es el movimiento de la mercancía; tal movimiento es lo que permite la creación de riqueza.

La noción de dependencia se contextualiza bajo la sombra de lo inne­cesario y lo sobrante (asilo).

Hemos señalado en este punto, una de las contradicciones del siste­ma, ya que al mismo tiempo se afirma la necesidad del contenedor que aisle lo residual y que el movimiento entre lo residual y lo útil es deseable. Más ejemplos concretos de esta contradicción los podemos ver en el mundo de la moda, que deja que todo pase de moda al tiem­po que se recuperan modas pasadas.

Hay otras contradicciones esenciales. Las huelgas de basura suelen poner en pie de guerra a los ciudadanos que en ese momento reconocen el problema de la basura como de higiene y casi de orden público. En Santiago de Compostela, la última huelga de los empleados de recogida de basura desató una oleada de protestas mientras los desechos volvían a su forma de montaña que amenaza con desplomar y sepultar, mientras el olor invadía todos los rincones del fin del camino, y todo esto ante la proximidad de las fiestas. Los comerciantes, preguntados por los periodistas, mostraban su indignación por las pérdidas económicas que la huelga les supondría. Las grandes superficies comerciales se negaban a costear el transporte de sus desechos orgánicos a las plantas de reciclaje. Los ciudadanos temían por las enfermedades que la putrefacción les pudiera ocasionar. La basura se había vuelto visible y empezaban las

acusaciones de quién generaba más basura y más dañina. La basura empezaba a tener dueño, pero todo quedaba subsumido al dirigirse la protesta contra los trabajadores. Y sin embargo, era un servicio privatizado hace años. La huelga destapaba también que la gestión de residuos era un negocio y que en los negocios suele aparecer conflictividad laboral. Finalmente, el ayuntamiento intervino activamente en el problema, medió entre las partes y la basura volvió a ser residuo.

En psiquiatría, lo innecesario y lo sobrante parece formar parte de la segunda epidemia de encarcelamiento. Si la primera descrita por Foucault, fue la de los psicóticos, esta segunda es la de las personas dependientes. Las personas dependientes como residuos son innece­sarias y sobrantes, además de una carga económica para las mentali­dades neoliberales.

José María López Piñero señala que las valoraciones negativas del enfermo de las sociedades antiguas tienen hoy sus formas de conti­nuación. Si antes se expulsaban de la sociedad a los enfermos, si se eliminaban tullidos y desfigurados, en las sociedades desarrolladas puede marginarse a los enfermos crónicos irreversibles bajo argu­mentos procedentes del darwinismo social y del economicismo.

Tal encarcelamiento mantiene además la jerarquización de la asisten­cia propia de tiempos más remotos. Si los monasterios se establecían con infirmarium (para los monjes enfermos) un hospitale pauperum (para peregrinos y pobres) y un alojamiento para huéspedes distin­guidos, la creciente demanda de asilos parece presidida por criterios de segregación y no tanto de asistencia. Incluso la financiación se propone como mixta o abiertamente privada en fórmula similar a lo que sigue: lo sanitario, del sistema nacional de salud, lo social, a pagarlo, olvidando las discusiones de principio de siglo en torno a las sociedades de mutuo socorro (Inglaterra) las crankenkassen (Alema­nia) o el zemsvo (sistema de asistencia colectivizada soviética).

Residuos psiquiátricos

Entrado el presente siglo, los profesionales que nos ocupamos de la salud mental, seguimos utilizando como categoría descriptiva la de residual. Con ella, no sólo hacemos mención a la categoría DSM de esquizofrenia residual, sino y de manera más amplia, a todo aquello que tras pasar por los dispositivos de atención no retorna a una situa­ción de normalidad o de cese de la demanda. Vista de manera amplia, la categoría residual comprendería no solamente un subtipo de esqui­zofrenia, sino también cuadros en lo que sólo se alcanza una remisión parcial, cuadros cronificados, trastornos graves de personalidad, retrasos mentales, demencias, problemas sociales.

Es decir, lo residual es aquello no susceptible de ser tratado pero demandado de ser tratado. En esta definición puede observarse cómo de qué manera un tanto perversa se entrecruzan los aspectos médicos y los aspectos sociales, algo por otra parte ineludible ante cualquier enfermedad, sea psiquiátrica o no.

La palabra residual entra en la psiquiatría de la mano de la esquizo­frenia, y puede ser ilustradora la manera en que lo hace y los con­ceptos en los que ha ido derivando. Como todos ustedes saben, la esquizofrenia surge conceptualmente a través de una tarea de agru­pamiento realizada por Emil Kraepelin de diferentes entidades des­critas por otros autores. Kraepelin diferenciaba en la enfermedad, a la que puso el nombre de demencia precoz, tres tipos: paranoide, hebe­frénica y catatónica. Me atrevo a establecer que el propósito princi­pal de Kraepelin era darle un estatuto científico de enfermedad a la locura, y para ello la definió en base a su pronóstico y no tanto a sus síntomas, ni a su etiología (algo a lo que se aspiraba, pero que no era posible). De ahí el nombre, demencia precoz.

Eugen Bleuler introduce el término esquizofrenia marcando con ello la diferencia con una demencia e introduce un tipo más, la esquizo­frenia simple. Sucede que su intento de darle estatuto de enfermedad no puede realizarlo en función de pronóstico (no todos los casos tie­nen evolución demencial) y probablemente por eso aparezca un intento semiológico o psicopatológico de conseguirlo. Así, los sínto­mas fundamentales y los síntomas accesorios. Esta vertiente de lo que significa plantear de este modo el problema de la locura, tiene un éxito considerable y herederos pueden considerarse los planteamien­tos de Schneider pero también los de Crow y los de Andreasen. Es, digámoslo así, la vertiente psicopatológica de la concepción bleule­riana de la esquizofrenia. Sin embargo, no es de esta vertiente de la que hoy voy a hablarles, sino de la vertiente residual.

La eliminación de la consideración de la esquizofrenia como demen­cia, introduce el subtipo de esquizofrenia residual con el fin de des­cribir las formas deteriorantes. Este deterioro es irreversible, pero no progresivo, algo que paradójicamente, pasará a constituir la caracte­rización moderna de las demencias, cuando empiezan a surgir demencias tratables y por esa razón, reversibles. Residual es entonces lo que no ha sido posible tratar, lo que queda de la enfermedad. Tras el descubrimiento y el posterior desarrollo de los neurolépticos, lo residual pasa a ser lo que no responde a fármacos, y en este punto la historia de lo residual en psiquiatría se bifurca. Hay un primer ramal caracterizado por la noción de defecto, vinculado a las instituciones manicomiales o posmanicomiales, y que señala como residual aquello que no es externalizable. Si le damos una dimensión social, las características que definen a lo residual serían la dependencia y la peligrosidad.

El segundo ramal de lo residual se genera al realizar un estudio del mismo desde una perspectiva sintomática o psicopatológica, en una herencia de las posiciones de Bleuler. Es entonces cuando aparece el constructo de síntomas negativos y lo residual es aquello que debe ser rehabilitable.

Estos dos ramales creemos que conducen a las dos salas en las que se han dividido de manera principal las instituciones postmanicomiales: las salas de rehabilitación y las salas de cuidados especiales.

Si retomamos la historia del concepto de residual y esta vez ponemos el acento en la institución, observamos cómo Kraepelin al darle esta­tuto de enfermedad a la esquizofrenia y al ser este estatuto el de demencia, no sale en realidad del asilo. Bleuler, quien ayuda a una conceptualización de la enfermedad y a una comprensión de la misma, sí permite el hospital y finalmente, habría, bien defecto y una unidad de cuidados, o bien unos síntomas negativos y una unidad de rehabilitación.

Y sin embargo, sabemos que lo negativo y lo defectual, no son com­partimentos estancos, y que periódicamente se producen pasos de uno al otro. Por ejemplo, la aparición de los neurolépticos atípicos, introduce parte de los defectos en el ámbito de lo negativo y por lo tanto, de lo rehabilitable, y este motor mercantilista, es una de las causas de estos trasvases.

La psiquiatría ha entrado también en la gestión de residuos. Hay una serie de residuos que han permanecido en el manicomio, son aquellos para los que no ha sido posible el proceso de desinstucionalización. También se ocupa de determinados residuos sociales, uno de ellos relacionado con la edad y las enfermedades degenerativas, sumidas en el proceso de ser contenidas en el sistema sociosanitario. Existen algunos residuos delimitados por los proceso de toxicomanía, tam­bién contenidos en una red paralela a la red de salud mental. Ambos procesos de aislamiento y de contención saltan en ocasiones a lo útil, abandonando temporalmente su condición de residuos. Pueden pasar por ejemplo a un proceso de medicalización si los nuevos fármacos retardan la progresión de una demencia o si coexiste una patología dual, es decir, doble: toxicomanía más un proceso susceptible de ser neuroleptizado. Tenemos que agradecer a la doctora Ma Jesús Gómez su pregunta gentilmente cedida, en relación al tiempo en que tardará en darse un nombre «psi» que prenda a la situación de los inmigran­tes. Las preguntas a veces permiten llegar a la estructura, y así, se nos ocurre que primero se indentificará un síndrome, que a su vez segui­rá las normas al uso para cuajar y establecerse. Los síndromes per­miten tal tipo de usos, como si de una libertad mal utilizada se trata­se. Síndrome entra de lleno en este uso postmoderno en la vieja polé­mica entre nominalistas y conceptualistas. Se trata de un subterfugio que permite obviar el concepto y centrarse en el nombre, al ocupar el nombre de síndrome toda la posibilidad de abrirse al concepto.

En el caso de los inmigrantes se propuso en su momento el síndrome de Ulises. Las connotaciones de héroe, los recuerdos de Grecia como cuna, pueden ser, entre otras, las razones de ese nombre fallido.

Hay, pese a todo, más conceptos. En un nivel superior, el síndrome (sea cual sea) ha de conducir al fármaco, y para eso, así como la psi­copatología se ha simplificado burdamente en una constelación de síndromes que son un puro nominalismo, la farmacología se ha sim­plificado de manera similar en un tratamiento de rasgos, como la impulsividad, el neuroticismo etc…

Si de nombres hablamos, por lo menos, deberíamos exigir cierta esté­tica en la elección o al menos unas buenas asociaciones por asonan­cia, y en eso África brinda excelentes oportunidades, siempre que sal­vaguardemos el falso moralismo de lo políticamente correcto.

Para la inmigración, el síndrome del inmigrante obstinado nihilista (S.I.O.N.), y para el inmigrante, los comprimidos de inmigrina. Otros fármacos podrían llamarse paterax; afroconsta, kenyatec, guetorex di spersables .

A las psicoterapias debería exigírseles lo mismo. Buenas elecciones serían entonces la T.C.P. (terapia centrada en los papeles), el GPR (grupo de los psicoterapeutas en ruta); TREDE (terapia racional emo­tiva para los desastres en el estrecho).

Todas estas cosas, crean la ilusión científica de una nueva enferme­dad y un nuevo tratamiento, obviándose las respuestas sociales y con­virtiendo a los nuevos enfermos en unos residuos susceptibles de ser gestionados económicamente como tales, es decir, obteniéndose un beneficio.

Residuos son en ocasiones casos de retardo mental en los que coe­xiste un problema de alteración de conducta (útil) y un problema de cuidado (residuo). Residuos son los trastornos de personalidad grave en los que se puede obtener materia valiosa aislándose factores trata­bles como la impulsividad.

Hay residuos farmacológicos que se generan en ocasiones por un pro­ceso de mercado inverso al proceso de reutilización. Ejemplos son el «Meleril», todo él subsumido por la toxicidad cardiaca y convertido en residuo, el «Majeptil» convertido en residual por sus efectos extra­piramidades, o el «Deftán», no sabemos los motivos. El aumento de peso también es motivo de residualización y quizás también el lla­marse depot y no neuroléptico de acción prolongada, que daría lugar a un hermoso debate entre nominalismo y conceptualización. Tal vez, hoy en día el concepto de vida media de un fármaco haya cambiado y sea mejor entenderlo como equivalente al del tiempo en que tarda en salir su genérico, aunque hay algunas medidas que pueden pro­longar la agonía, como añadir el flash. Mientras el fármaco nuevo aparece como si fuese parte del desfile de moda en las recetas. Eso sí, siempre en magnificas combinaciones que van cambiando según la temporada y que dan prestigio a quien las pone de moda. Si hablamos de vida media, de todos modos donde más nos preocupa el concepto es en su aplicación a la duración del compromiso con las causas.

Muchos residuos se producen también en los nuevos salones de reu­nión habitualmente profesionales, ocasionalmente abiertos a otras disciplinas, ideologías o lo que haga falta, si la ocasión lo requiere. Naturalmente se podrían distinguir salones tipo Verdurin y salones tipo Guermantes. Como la gestión del tiempo es importante y todo entra mejor con comida, la versión más común es la cena, con tres subtipos nuevos, la científica, la de diseño, y la de exhibición de poderío. Mientras que a las científicas se accede tras escuchar una presentación científica seguida de interesantes preguntas, a las segun­das se accede tras recibir la invitación en papel reciclado. Sobre las terceras preferimos no comentar ya nada. En cualquier caso, ya se sabe, donde se come, la función digestiva sigue su curso y siempre está el riesgo de que de repente se abra el telón y Buñuel esté fil­mando. Por eso, no hay nada como comer con la propia familia o si acaso con amigos muy especiales, y posteriormente releer a Proust.

Podemos también establecer residuos laborales, denominados contra­tos basura, que desde un punto de vista sindical es el nombre justo y verdadero, pero que no contempla el aspecto economicista y mercan­tilista de la gestión de residuos. Residuales laboralmente también pueden considerarse ocupaciones como la asistencia a los presos, el trabajo en unidades de crónicos, la asistencia a los asilos y a los cen­tros de disminuidos psíquicos. Evidentemente cuanta más capacidad de receta presente el puesto menos residual será.

Basura cínica

En la ciudad de Sao Paulo, niños caminan entre montañas de basura buscando lo que todavía puede ser reutilizable. El Estado aún no se ha provisto de un sistema de gestión de basuras y la riqueza de la basura pertenece todavía a los desfavorecidos. Los procesos de exclusión del capitalismo salvaje en América Latina han juntado en la misma montaña los residuos materiales y los residuos humanos.

En los Estados Unidos las cosas van mejor. Veamos algunos ejem­plos. Tras la recuperación para las clases medias del centro urbano de la ciudad de Los Angeles, la minoría desfavorecida se vio desplaza­da hacia el barrio de Skid Road. Existen una serie de elementos disuasorios que contribuyen a que se queden en donde se les mandó. Uno de los más sencillos y malévolos es el diseño de los bancos de las paradas de autobús del Rapid District Transport, en forma de barril, con poca superficie para sentarse y llamado «a prueba de hol­gazanes». Los comerciantes también han instalado sistemas de riego por aspersión de las calles para empapar por sorpresa a quienes inten­tan dormir delante de sus establecimientos. Pero lo más ingenioso ha sido diseñado por una marisquería de la misma ciudad, que se ha gas­tado 12.000 dólares en construir el último grito en jaulas de basura a prueba de indigentes: barras de acero con candados de aleación y barrotes puntiagudos perversamente curvados, para sal­vaguardar las putrefactas cabezas de pescado y las rancias patatas fri­tas de la legión de residuos humanos. La idea ha tenido éxito en el sector, extendiéndose a restaurantes y mercados del centro que quizás juzgaron algo excesiva la idea propuesta ya en Phoenix de añadir cia­nuro a la basura como elemento disuasorio.

La pérdida de referentes en la postmodernidad con la crisis de los ideales de la Ilustración y el fin de las utopías sociales a gran escala genera un malestar y una demanda de autenticidad difícil de satisfacer, algo que el cinismo antiguo ofrecía. Sloterdijk busca las diferencias entre el cinismo antiguo y el cinismo moderno, al que califica de universal y difuso. Si antes se caracterizaba por la actitud crítica que llegaba hasta el escándalo, hoy parece haberse renunciado a este. Al hablar de universal y difuso se refiere a una actitud según la cual casi todo el mundo hace crítica del estado real de las cosas, pero desde una perspectiva superficial y con una actitud desengañada. La carcajada se ha convertido en una sonrisa irónica y desencantada, por estos «enteraos» que no toleran que se les tome por ingenuos, pero que admiten con indiferencia, y ya sin siquiera desesperanza que las cosas son como son, y que no está en nuestras manos el poder cambiarlas.

En castellano, la palabra cínico designa dos realidades distintas: la escuela filosófica por un lado, y por otro algo cercano a la hipocre­sía. Resulta paradójico que un movimiento filosófico que defendía la Parresía (libertad de palabra y capacidad de decir la verdad sin tapu­jos) como lo principal, y en el que teoría y praxis estaban íntima­mente ligadas, se pueda confundir con la hipocresía, en la que no coinciden lo que se dice y lo que se hace. Esto no sucede en alemán donde existen dos términos para referirse a estas dos realidades (kynismus y zynismus).

Sloterdijk hace un examen de las diferencias y semejanzas entre ambos términos alemanes que se podrían traducir en quinismo y cinismo. Para él, el quinismo no sería sólo el antiguo movimiento filosófico, sino una actitud vital que combate con otra que sería ade­cuada a la moderna y popular acepción de cinismo. Ambas posturas coinciden en que son contrarias al idealismo. Son dos formas dife­rentes de realismo que se oponen entre si. Mientras el cinismo pre­tende, dice, asegurar la supervivencia, el quinismo quiere poner a salvo de los retoños del realismo del poder el hecho de que la vida merece la pena ser vivida.

Sloterdijk denomina esquizoide al cinismo en cuanto que obrando según unas bases que considera verdaderas, oculta al exterior los móviles de sus actos. Se explicitan públicamente los objetivos, pero no así los intereses que los guía, lo que sólo se hace en privado. Es muy propio de las élites políticas, como por ejemplo cuando hacen una «guerra preventiva» en nombre de la paz.

Por el contrario el quinismo desenmascara, desvela la verdad tanto en público como en privado, aunque prefiere hacerlo públicamente. Frente al tono grave y solemne del cinismo, opone un tono insolente de desafío al poder opresor y engañoso, utilizando la ironía y la burla, la crítica divertida que ridiculiza al poder, que por su modo serio de pensar queda inerme ante este ataque corrosivo y creativo. Para Slo­terdijk cinismo y quinismo acaban combatiendo inevitablemente en seis campos: militar, político, sexual, médico, religioso y del saber. Valores culturales tan interesadamente propagados como el heroís­mo, el patriotismo, la abstinencia sexual, las recompensas en el otro mundo o la pedantería de un saber hueco serán objeto de burla por parte del quinismo. Quedaría también por tratar el ámbito profesional (falsos compañerismos, etc.).

El cinismo puso en tela de juicio los argumentos de la supuesta supe­rioridad helénica sobre el resto y trató de mostrar como las leyes de las ciudades griegas eran tan convencionales como las demás. Los cínicos rescataron la voz del extranjero y posiblemente sea preciso hoy un Diógenes que cuestione la superioridad del discurso psiquiá­trico oficial, y que también acceda a escuchar a otras profesiones con­sideradas como bárbaras. Más que defender la multidisciplinariedad o realizar un estudio profundo y detallado de los síntomas, Diógenes diría: «los estudios complementarios complementan tu ignorancia» y «los criterios diagnósticos tienen falta de criterio», pero también podría decir «si la mujer no existe, ¿de dónde sale el hombre?» o «con tanto profesional haciendo la tesis, me toca la antítesis, ¿cómo sino puede producirse una síntesis?»

Mientras que la cultura griega se expandió hacia oriente, exportando su lengua, costumbres y juegos atléticos, en cambio importó de las regiones orientales formas de espiritualidad nuevas: las deidades orientales se incorporaron y se asimilaron en el panteón helénico, al tiempo que se combinaban con un claro escepticismo religioso. De manera similar, algunas psicoterapias han sido asimiladas por el dis­curso oficial de una forma escéptica, imponiéndose la metodología del empirismo. Diógenes diría «los estudios doble ciego de la psico­terapia cognitivo-conductual consisten en no ver dos cosas, las cua­les, obviamente, no las voy a decir».

En Grecia, parte del escepticismo que se fue imponiendo, puede ejemplificarse en el culto a las nuevas deidades. Tal es el caso de Tyche, la diosa Fortuna, y a cuya caprichosa voluntad no pueden escapar ni siquiera los propios dioses. En la actualidad, caracteres postmodernos inaugurados por Nietzsche serían escepticismos nihi­listas próximos a tal deidad. En la película Match Point, dependiendo del lado en el que caiga una pelota de tenis, un crimen se queda o no se queda sin castigo. Todo depende del azar y no de la voluntad transformadora y dominadora del mundo de los hombres.

Tal escepticismo tenía en Grecia sus condicionantes sociales. ¿Cómo creer en los dioses después de la calamitosa situación sociopolítica que se dio tras Alejandro? De manera parecida, ¿Cómo creer en la psiquiatría tras la situación en la que están nuestros servicios? Tal pregunta llevaría a equiparar un escepticismo lógico con un escepti­cismo pragmático. Sin embargo, tal y como afirmaba Clint Eastwood en su última película Million dollar baby, la postura moral del escéptico debe ser hacer aquello que cree éticamente deseable aún a sabiendas de que se puede fracasar, es más, de que, seguramente se fracasará.

Diógenes dirigía su crítica contra los aspectos de hipocresía y de doble moral que se escudan en las prácticas religiosas y quizás hoy las instituciones y el biologicismo que no sabe de biología merezcan un trato similar.

Una última cosa: si nuestro discurso de hoy va a ser excluido, por favor, que no sea por votación. Simplemente, si esto no les parece interesante, saquen una escoba y a barrer. Nada de reciclamos.

Muchas gracias.

Por Luis Vila Pillado, Ramón Area Carracedo, Verónica Ferro Iglesias, Luis González Domínguez Viguera, Ania Justo Alonso y Ma José Rivas Seoane

Fuente: SISO/SAÚDE, Nº 43 – Otoño 2006