No vale la pena fechar algo que surgió sin la pretensión de que algún día se escribiera su historia. Con decir que fue a principios de este siglo, es suficiente. En cambio, sí conviene mencionar un lugar, Valladolid, y un emplazamiento, el Hospital Psiquiátrico Dr. Villacián, hoy día cerrado por inútil.

Ya se sabe que las cosas no surgen porque sí. El caso es que la enseñanza y las publicaciones de Fernando Colina y de José María Álvarez, destinadas al principio a la formación de los residentes de Psicología clínica y de Psiquiatría del Villacián, comenzaron a despertar cierto interés más allá de los meandros que dibuja el Pisuerga a su paso por la ciudad de Valladolid. Con vistas a que nuestros chicos se juntaran con otros y discutieran sobre sus preocupaciones clínicas, establecimos unas reuniones con los residentes de Chus Gómez, por entonces psiquiatra del Hospital de Toén, en Orense, y con Pepe Eiras, figura señera del psicoanálisis en España, afincado en Vigo. Daba gusto ver cómo se discutía con los pies en el suelo, es decir, sin dejar de lado la referencia a la clínica, echando mano de los grandes pensadores de la psicopatología y posponiendo para el final las construcciones teóricas, siempre de inspiración psicoanalítica. Aunque fueron pocos, estos encuentros —unas veces en nuestro manicomio y otras en el de Toén— impulsaron el trabajo de formación que veníamos realizando desde muchos años antes e insuflaron en los jóvenes —incluso en nosotros— un cierto orgullo de pertenencia a un grupo que, aunque marginal, se tomaba muy en serio la formación y apostaba por un permanente retorno a la clínica. De ahí habría de surgir, poco después, la Otra psiquiatría, precisamente de ese grupo alejado de las corrientes hegemónicas pero cercano a los pacientes y comprometido con la asistencia pública.

Siempre se ha dicho que la Otra psiquiatría está entretejida de amistad y respeto, y que si estamos ahí es porque lo pasamos bien y porque queremos. También están muy claros sus intereses: el psicoanálisis, la psicopatología y el trato con el loco. La mayoría de nosotros trabajamos en la sanidad pública, y desde ahí pretendemos contribuir al vigor teórico del psicoanálisis y a su eficacia terapéutica. Tenemos la inmensa fortuna de que nos acompañan muchos jóvenes que se forman en Psiquiatría, Psicología clínica y Enfermería psiquiátrica, además de otros rotantes de Europa y del otro lado del Atlántico, cada vez más numerosos. Son ellos quienes mantienen viva nuestra pasión.

De carácter local en sus inicios, a este movimiento se han venido sumando numerosos especialistas del resto de España, de otros países próximos y del otro lado del Atlántico. Ramón Esteban, por mencionar a uno de los primeros promotores, dio el relevo a otros más jóvenes, como Javier Carreño, Kepa Matilla y Juan de la Peña, colegas que suelen compartir mesa en nuestras Jornadas con Rafael Huertas, Segundo Manchado, Adolfo Santamaría y otros asiduos colaboradores. En esta carrera de relevos, lo más importante es que el testigo del amor a la clínica pase de mano en mano. Pero para que eso suceda, debemos poner mucho cuidado en elegir bien a quién se lo entregamos.

Las Jornadas son sólo una de las actividades promovidas por la Otra. El quehacer editorial goza asimismo de gran interés y en él se depositan muchos deseos. Hace poco más de dos décadas, Pepe Eiras y Chus Gómez tuvieron el acierto de promover la colección de libros La Otra Psiquiatría, vinculada a la Asociación Galega de Saúde Mental, en la que se publicaron dos obras: Estudios sobre la psicosis, de José María Álvarez, y Los escritos fuera de sí, de Sergio Laia. Dirigida por J. M.ª Álvarez y F. Colina, esa colección se ha reactivado recientemente en colaboración con Xoroi Edicions y cuenta ya con algunos títulos señeros.

Todas estas iniciativas surgen de la conjunción de cuatro grandes principios. En primer lugar, considerar el respeto a la libertad y la dignidad del paciente como el requisito previo e indispensable para la realización de cualquier encuentro que se quiera terapéutico. En segundo lugar, investigar el pathos desde el punto de vista psicoanalítico y aplicar ese saber en el marco asistencial de los servicios públicos. Como tercer elemento, actualizar la psicopatología clásica y recuperar el punto de vista eminentemente clínico que inspiró sus orígenes tanto como los del psicoanálisis, de manera que ambas corrientes confluyan, se articulen y favorezcan. Finalmente, el conjunto de esos quehaceres está eslabonado con el compromiso de transmitirlos a través de la formación de futuros especialistas en Psicología clínica y Psiquiatría, fomentando su participación en los diversos eventos y publicaciones.

La fuerza y la energía que con los años ha ido adquiriendo este movimiento se asienta en el rigor de los argumentos, la eficacia de la práctica y la permanente formación a que nos mueve la ética de lo que hacemos.

José María Álvarez
Valladolid, 29 de agosto de 2017