Otro artículo contra el Tratamiento Ambulatorio Involuntario, eufemismo políticamente correcto de Medicación Forzosa Contra los Enfermos Mentales.


Además de persona diagnosticada de cosas que empiezan por «esquizo», y entre otras cosas, me considero investigadora. Cierto que la fiabilidad y validez de mis estudios no son excesivamente altas en términos positivistas, desde el enfoque metodológico cuantitativo. La población estudiada se reduce a mi persona, y algunos amiguetes con quien he tenido el placer de charlar durante los últimos años. Pero si movemos un poco el enfoque, y si tenemos en cuenta que a las ciencias sociales (y creo que las ciencias que tratan del sufrimiento psíquico humano lo son)el positivismo, y ya no digamos el biologicismo, les acaba por quedar escaso, más pronto que tarde.

Así que desplazamos el enfoque y nos acercamos a métodos más cualitativos, subjetivos incluso, ya no es un crimen hablar de subjetividad en psicología. (Porque si no hablamos de subjetividad en psicología, ¿de qué pretendemos hablar?). Desde un punto de vista más cualitativo, se me ocurren cosas. Por ejemplo pensar en la cantidad de brotes-viajes-emergencias-desterritorializaciones, y los nombres que se os ocurran, que me tocó experimentar durante los últimos diez años, así a bulto. De lo que aprendí con ellos, y sobre todo acerca de ellos. Que remiten, que se identifican con un poco de experiencia, que como mejor se pasan es con cariño y sin alarma. Que tienen sus días super duros y que en algunos de estos no me hubiera importado empastillarme un poquito sino fuese porque sé que la mayoría de psiquiatras no acaban de entender lo de un poquito (de cantidad, de tiempo…), y no apetece discutir con ellos, y menos en pleno viaje donde no me fío ni de mi madre.

A veces se aprende de la negación, de no saber nada excepto lo que no se quiere. Y yo no quiero la versión oficial, yo no quiero que me engañen diciéndome que lo que me pasa es crónico, y discapacitante, porque no es cierto. En mi caso no es cierto. Y si no es cierto en mi caso, puede no serlo en tropecientos casos más. Y si a mí me funciona este sistema, puede funcionarle a muchísimas personas más. Y si funciona en Finlandia, con el señor Haikkula y otros muchos que alguien irá poniendo en los comentarios, puede funcionar aquí. Y para eso hace falta investigación, y para investigar hace falta valor. Valor en la apuesta financiera, pero valor también en la apuesta epistemológica, valor en las connotaciones éticas de lo que se investiga, valor para afrontar riesgos y eliminar sufrimientos de la forma menos agresiva posible. ¿Qué sentido tiene cambiar un sufrimiento por otro? ¿Qué sentido tiene que se anuncie una medida como el TAI, supuestamente terapéutica, y a nosotros los diagnosticados se nos pongan los pelos como escarpias sólo de pensarlo? ¿Qué sentido tiene multiplicar el estrés para sufrimientos que precisamente se disparan con el estrés? ¿Puede ser el estrés de una medida terapéutica violenta? ¿Puede ser la violencia terapéutica?

El TAI no soluciona nada, excepto quizá las cuentas de las industrias farmacéuticas, que tampoco acaban de dar pena, por qué no decirlo. Desde luego a los destinatarios no nos arregla nada, como no sea despertarnos terrores suicidas para defendernos de la indeseable escena de que un día vengan a nuestra casa blandiendo una jeringuilla cargada y no sepamos, en medio de la psicosis, si vienen a matarnos o a convertirnos en mutantes, que para el caso, para algunos casos, es parecido. Dejando a un lado metáforas de pesadilla, que es lo que provoca la idea del TAI a fin de cuentas, entraríamos en el tema de los derechos.

Si os digo la verdad, no sé muy bien cuáles son las motivaciones de los organismos internacionales (ONU, por ejemplo) para que en el año 2006 hayan decidido que las personas con discapacidad somos tan personas como las otras. No sé por qué entonces y no antes, pero sé que ese año se redactó una Convención Internacional de los Derechos de las personas con Discapacidad, con carácter vinculante, que insta a los estados miembros a adoptar medidas en la dirección del empoderamiento, de la libertad de decisión, de la igualdad efectiva con el resto de personas. Una convención que supone un cambio de paradigma, del modelo médico-rehabilitador al modelo social, basado en la ciudadanía y su ejercicio pleno, basado en el reconocimiento de los derechos de estas personas en igualdad de condiciones que las demás. Vale que este tipo de textos a menudo se quedan, en casos particulares, en mera declaración de buenas intenciones, pero que posteriormente a su redacción y ratificación por parte de los Estados miembros se esté pensando en ignorarla por ley, mediante perversos argumentos que pretenden su violación disfrazada de terapia me parece un insulto a la dignidad de todas las personas para las que se redactó, personas para las que esta Convención supone un rayito de esperanza para tantos siglos de oscurantismo, paternalismo e institucionalización.

Seguiría escribiendo argumentos contra el TAI, pero me daría la sensación de repetirme. En realidad ya lo estoy haciendo, pero la pedagogía es disciplina lenta, que necesita de la técnica de la repetición para consolidar sus objetivos. Mi objetivo es que quede claro que el TAI no es una medida terapéutica, sino represiva. Represiva de estados mentales que no siempre son tan terribles como se ven desde fuera, pero también represiva de derechos y libertades, represiva de alternativas científicamente progresistas, represiva de los elementos mínimos de cualquier terapia que se precie de serlo, uno de los cuales, si no estoy mal informada, es la alianza terapéutica.

Aliarse contra el TAI es una buena alianza terapéutica.

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