En la pequeña imagen ejemplar, de donde parte la demostración del estadio del espejo, aquel momento de júbilo en el que el niño, captándose en la experiencia inaugural del reconocimiento en el espejo, se asume como totalidad que funciona en cuanto tal en su imagen especular, ¿acaso no he recordado el movimiento que hace el niño? Ese movimiento tan frecuente, yo diría constante. A saber, se vuelve hacia quien lo sostiene, que se encuentra ahí detrás. Si nos esforzamos en reconstruir el sentido de ese momento, diremos que, con ese movimiento de giro de cabeza que se vuelve hacia el adulto como para apelar a su asentimiento y luego se vuelve de nuevo hacia la imagen, parece pedir a quien lo sostiene- y que representa aquí al Otro con mayúscula-que ratifique el valor de esa imagen.

Lacan, J., El seminario 10. La angustia.1963. p.42.

 El espejo

Aunque el fragmento corresponde al Seminario X, Lacan habla por primera vez del estadio del espejo en 1936 y posteriormente en la comunicación presentada en el Congreso Internacional de Psicoanálisis en Zurich (1949). Es un periodo evolutivo que unifica y da una integridad al yo (moi) y lo podemos hacer coincidir con el narcisismo primario freudiano. Es un momento psíquico principal cuando se juega la identidad  y el lugar que ocupamos para el Otro. Esa imagen virtual es mirada y señalada por el Otro porque para poder ser sujeto de deseo, antes debemos ser objeto del deseo del Otro. Es en el estadio del espejo donde vamos a ubicar la patogénesis de la paranoia, pero también de la melancolía, con el objeto de poder pensar el presente texto.

Las miradas. La mirada del Otro, de ese Otro que sostiene, en la paranoia, es una mirada de extrañeza, una mirada de suspicacia que no soporta la alteridad,  hay un exceso de mirada que busca infructuosamente la imagen petrificada de lo igual. En la melancolía, la mirada es una mirada de rechazo, una mirada de desdén, una mirada triste, el Otro ausente en su presencia. Es una radical experiencia de vacío y abandono. La imagen que devuelve el espejo está empequeñecida. La imagen es un punto minúsculo, tanto que a veces es invisible para el Otro. Lacan decía que lo menos soportable es la falta de reconocimiento por parte del Otro [1], el verse ninguneado, el ser invisible para el Otro. Otras veces la imagen que devuelve el espejo es una imagen detestable, indigna y cargada de aspectos negativos y deplorables. También en el estadio del espejo se origina la agresividad. La agresividad hacia el otro semejante, arrogándose el brillo narcisista para sí. «O tú o yo». La rivalidad fraterna es el modelo que repite la lucha perpetua por la mirada/rostro de la madre [2].

Si hacemos una lectura social del espejo y apelamos a la paranoia/melancolía colectiva, nos vemos cara a cara con el fanatismo. En algunos momentos históricos observamos cómo algunos grupos sociales, sean naciones o colectivos que comparten una religión, una idea o una cultura común, regresan a un estadio arcaico y primitivo que excluye/destruye al otro. Es el momento de las guerras, genocidios y situaciones de violencia al otro diferente. Lo insoportable e imposible de un real incontenible que empuja y hace emerger las pulsiones agresivas y arcaicas, inconcebibles en tiempos civilizados. El sujeto regresa al «yo ideal» y la identidad se convierte en un asunto de vida o muerte. El Otro deja de ser garante del  reconocimiento y de los cuidados, y aparece sin dificultad la ruptura del espejo. Quizá hay una desubjetivación interesada en todo ello, no tan inconsciente, más bien perversa, se mira para otro lado, una infantilización colectiva peligrosa e infausta; es más cómodo deponer la responsabilidad individual y transferirla a un salvador de la patria, que luchar y ser partícipe de un cambio. Es más seguro volver al útero materno, al padre de la tradición, que armar la revolución. No hay que guiarse por las apariencias, ya que la gente en  situaciones de elección o crisis, es bastante conservadora. 

El nazismo

Wilheim Reich escribió La psicología de masas del  fascismo  en 1933. Describió los motivos que ayudaron a subir al poder a los nazis; en teoría, el caldo de cultivo era propicio para una revolución social. Sin embargo, se convirtió en una reacción alentada por la pequeña burguesía y parte del proletariado.

A través del concepto de la familia autoritaria «que reproduce a escala doméstica las relaciones de poder y dominación del Estado sobre los individuos […] y constituye la fábrica de la ideología y estructura reaccionaria», Reich intenta reflexionar sobre el ascenso del nazismo. «El lazo biológico del niño con su madre y el de la madre con los niños en una fijación sexual indisoluble y en una falta de aptitud para contraer otros vínculos […] las representaciones de patria y de nación son, en su núcleo subjetivo emocional, representaciones de la madre y de la familia».

La familia de estructura patriarcal, era el modelo social de las clases medias:

«…la clase media se explota a sí misma, empleando a familiares en el negocio y manteniendo a la mujer en el hogar». «La posición del padre en el Estado y en la economía se refleja en su actitud patriarcal con respecto al resto de la familia. El padre representa en la familia al Estado autoritario».

Ese modelo de familia, heredado de la revolución agrícola y asimilado por el proletario después de la revolución industrial, permanece aún muy arraigado en nuestro psiquismo. Ese modelo de familia, aún creyendo que la modernidad ha traído muchos modelos diferentes, no ha cambiado mucho. La familia de raigambre rural, la familia endogámica, la tradicional, la católica y apostólica, la de nuestros abuelos, la de la mujer en casa, el hombre trabajando fuera, la de los matrimonios de conveniencia, la de la herencia de la tierra y del oficio de padres a hijos, la de todo queda en casa, pervivió hasta nuestros abuelos y padres y en la psique de generaciones venideras. Sabemos que los cambios de mentalidad entre generaciones son mucho más lentos que los cambios históricos.  Reich habla de un sometimiento e identificación a ese representante del patriarcado, encarnado en Hitler, idealizado y venerado…

«Cuanto más ha perdido el individuo, a consecuencia de su educación, su sentido de la independencia, tanto más se manifiesta la necesidad infantil de apoyo por la identificación afectiva con el Führer. […] El pequeño burgués reaccionario se descubre a sí mismo en el Führer».

Fue crucial la conexión, inconsciente, con el estado emocional de los alemanes, humillados y culpados de la Gran guerra tras el tratado de Versalles. Narcisismo herido, caldo de cultivo privilegiado para ensalzar a la patria y la nación. La nostalgia, la pureza racial, la vuelta a las esencias, a la tierra, a la madre, a lo seguro, a la tradición. La familia endogámica, la imposibilidad de elaborar la pérdida/el trauma/la castración, la idealización de la infancia omnipotente, la regresión al paraíso, sola y triste melancolía.

El chivo expiatorio

La figura del chivo expiatorio es la figura de la culpa por excelencia. Nos sirve para pensar tanto  la paranoia como la melancolía, también la colectiva. La diferencia, en palabras de Soler, es que en la paranoia la culpa se endosa al otro, y el melancólico se queda con ella. La culpa se lleva mal con la responsabilidad. La primera es a posteriori y la segunda es a priori; el responsable prefiere prevenir el acto doloso o el daño, el culpable no, aunque puede hacer un acto de reparación posterior [3]. Es muy difícil  tramitar el sentimiento de culpa sin saber el origen de ésta y se  elige al chivo expiatorio para evacuarla fuera de sí.

Dice René Girard:

«…los mitos tienen un origen histórico en el asesinato colectivo de una víctima inocente (o de varias) a manos de una turba colérica que le atribuye la causa de todos sus problemas. Tras el linchamiento llega la calma social».

Continúa: «La víctima no se elige al azar, sino en función de ciertos rasgos que la distinguen del grupo: su condición de extranjero, cierto defecto congénito o, también, ciertas virtudes extraordinarias»; mujer, niño, loco, viejo, enfermo, el extranjero, la alteridad, el Otro que pasa a ser otro para poder violentarlo y romper en añicos el espejo. El ambiente de crisis incita la búsqueda del chivo expiatorio en un colectivo con desdichas y traumas no elaborados que buscan un lugar en el cual evacuar el miedo, el odio y el malestar [4].

En las familias más endogámicas y fusionadas, suele haber un miembro que se posiciona como chivo expiatorio y paga con su sacrificio, en este caso psíquico,  las deudas pendientes y los platos rotos de la familia, consiguiendo a cambio la paz familiar. En la clínica es fácil observar que uno de los  mejores pegamentos para estas familias, es tener un miembro enfermo/loco, y cómo el riesgo de ruptura familiar se acentúa cuando  mejora, es decir, cuando empieza a ser más sujeto.  A nivel social, ocurre de manera similar; se elige un colectivo, que suele ser minoritario y diferente y se proyecta en él todas las miserias grupales.

Para poder infligir una violencia sádica y cruel, al Otro se le deshumaniza/bestializa, se «melancoliza» al sujeto para poder así maltratarlo. Melancolizar en el sentido de empequeñecer, ningunear y desubjetivar, para poder satisfacer las pulsiones agresivas. Antes de la solución final, los judíos fueron despojados de la dignidad de una manera sistemática hasta convertirles en reales cadáveres vivientes. Un verdadero real, desenvuelto de su barniz humano; desnudo, rapado, cadavérico, bestializado e indiferenciado

Hay una lectura inquietante sobre la problemática del chivo expiatorio; Hitler ha encarnado históricamente la culpa del holocausto, la esencia del mal, el responsable de todo aquello, pero Oliver Stone habla de él como un verdadero chivo expiatorio ¿entendió Hitler de una manera psicótica y literal que él era el salvador de su pueblo, alentado, no por su instinto cruel e inhumano, sino por el mandato inconsciente de una masa llevada por el odio y la violencia?.

Virus y chivos expiatorios

La actual pandemia lleva encima el aroma de la muerte a sus espaldas. Un exceso de muerte inaudito, una situación de aislamiento social impensable y muchas pérdidas sin elaborar. No podemos negar que lleva la impronta del trauma, un real siniestro no simbolizable que nos atemoriza y nos deja desnudos a la intemperie. Es época de chivos expiatorios que se multiplican en la red, a la carta de las distintas subjetividades; la necesidad de poner cara a un real invisible, las pocas certezas, el miedo y el olor a muerte preparan el caldo de cultivo que explota muy bien el pensamiento totalitario. A diferencia de una guerra o un genocidio, la pandemia lleva el sello de un real invisible y sin encarnar. Pero el pensamiento ultra se encarga eficazmente de buscar chivos expiatorios  a través de bulos, fakes, noticias convenientemente sesgadas, sacadas de contexto o falseadas, con unas teorías más delirantes que otras; quizá no es tan importante el contenido de la teoría conspiranoica en sí; más bien interesa el proceder/actitud del receptor. El receptor hace una desmentida radical y quiere creerse a pies juntillas lo que se le ofrece. Sólo le interesa satisfacer sus emociones más irracionales y arcaicas, renunciando así a pensar por sí mismo. Esa psicosis/paranoia colectiva, que se llama fanatismo, puede romper el contrato social, romper y escindir la colectividad; la paranoia enfrenta al otro con el otro: es la guerra.

La melancolía enardece a un yo ideal maníaco y empequeñece/humilla al otro para poder maltratarlo y aniquilarlo: es el genocidio. Lo peor que le puede suceder al ser humano es la pérdida de fe en el Otro; el Otro que me cuida se convierte en sospechoso, cuando no culpable. El holocausto nazi no fue la decisión de un fanático sediento de mal; fue un derivado de algo que se cocinó durante mucho tiempo [5], y que no sólo traumatizó al pueblo judío, si no que a posteriori también culpabilizó/traumatizó al pueblo alemán durante varias generaciones. Hanna Arendt defendía la importancia de pensar por sí mismo y lidiar con la responsabilidad. Arendt asistió al juicio de Eichmann, uno de los mayores responsables nazis de la solución final y publicó sus artículos en el New Yorker, luego recopilados en el libro Eichmann en Jerusalem. Para Eichmann, la Solución Final «constituía un trabajo, una rutina cotidiana […] no fue atormentado por problemas de conciencia. Sus pensamientos quedaron totalmente absorbidos por la formidable tarea de organización y administración que tenía que desarrollar […]  hubo muchos hombres como él, y  estos hombres no fueron pervertidos ni sádicos, sino que fueron, y siguen siendo, terroríficamente normales». En esto consiste «la banalidad del mal». Eichmann se defendía aduciendo que él cumplía órdenes y que no podría haberse negado. Pero eso no exime a Eichmann, ni a nadie, de la responsabilidad de pensar por sí mismo y actuar con responsabilidad hacia el otro. La responsabilidad, al igual que la dignidad, es ser siempre responsable/digno con el Otro y es un atributo que hay que exigir a todo sujeto humano, independientemente de sus circunstancias vitales, sociales y mentales. La única manera de recobrar la dignidad y reparar la culpa es siendo responsable. El sujeto es siempre responsable de sus actos, y por tanto responsable de su inconsciente. No se puede esconder detrás de la masa, de una orden o ley superior ni detrás de su «enfermedad» mental. La alternativa siempre es peor.

Los pares significantes digno/responsable e indigno/culpable o irresponsable ganan todo el sentido para grabarnos a fuego la tragedia del holocausto y evitar así repetir la barbarie. En tiempos inciertos, distantes y de cierto desamparo, debemos cuidarnos unos a otros y creer con fervor en el Otro, sentir la mirada amable en el espejo que nos reconoce y subjetiva. No conviene añorar al padre autoritario/salvador, a ese padre que encarna la ley, pero que no le atraviesa. Ni conviene buscar chivos expiatorios ya que seguramente les terminaremos encontrando. Así que seguiremos saliendo a las ocho al balcón, a pesar de todo.

Notas:

[1] En el seminario 10, página 33, Lacan lo articula con estas palabras: «…el sujeto tiene necesidad del Otro para que le reconozca, para recibir del Otro ese reconocimiento…¿Qué significa esto? Que el Otro instaura algo designado como a, que es de lo que se trata en el plano de aquello que desea. Al exigir ser reconocido, allí donde soy reconocido, no soy reconocido sino como objeto». 

[2] Winnicott leyó a Lacan y su estadio del espejo, asimilando el espejo al rostro de la madre. Ver: Realidad y juego.

[3]  Dice Colina que el culpable responde ante Dios, el responsable ante el Otro.

[4]  La memoria histórica ayuda a no silenciar la historia, por culpa o vergüenza,  y facilita la elaboración del trauma en generaciones venideras

[5]  Vean La cinta blanca, de Haneke.

 Bibliografía:

– Arendt, H. (1963), Eichmann en Jerusalem. Un estudio sobre la banalidad del mal.

– Fernández, C.(2019). Melancolía. Clínica y transmisión generacional.

– Freud, S. (1930). El malestar en la cultura.

– Girard,R. (1986), El chivo expiatorio.

– Lacan, J. (1949).  El estadio del espejo como formador de función del yo (1949). Escritos   I. Buenos Aires: Paidós.

– Lacan, J. (1963). El seminario X, La angustia. Buenos Aires: Paidós.

– Reich,W. (1933). Psicología de las masas del fascismo.

– Soler, C. (1989). Pérdida y culpa en la melancolía. Estudios sobre la Psicosis.

– https://ssociologos.com/2014. ¿Cómo llegó Hitler al poder?

Fuente: PUNTO DE FUGA – Revista digital de la Sección Clínica de Madrid, Nucep Nº 5, Mayo 2020.