De todas los polos de la psicosis quizá el paranoico sea el polo más genuino de una locura a pie de calle sin grandes manifestaciones externas. En este tipo de psicosis el sujeto paranoico puede estar integrado socialmente sin requerir aparentemente de ningún tipo de atención psicológica, salvo cuando aparece el drama del desborde.

No existe duda en la paranoia sino certeza delirante que toma diversas formas.

Así en la forma erotomaníaca no va a haber razonamiento que disuada de que es el Otro quien verdaderamente ama. Así en la forma megalómana el sujeto paranoico puede encontrar un lugar trabajando en grandes asuntos empresariales o políticos, asegurando de ese modo su propia grandiosidad, aún cuando desempeñe un negociado o tribunal de justicia pequeño, un mínimo taller, una pequeña alcaldía o ministerio. Así, el paranoico celoso, convencido de que su partenaire le es infiel, no cederá en su idea por más pruebas reales a la contra (aquí el ruido máximo lo efectúa en el pasaje al acto homicida que puebla las escenas de violencia de género). Así, los firmes defensores de las conspiraciones escribirán convencidos acerca de perseguidores que espían o envenenadores que acechan, tal como viven en la delirante certeza de hablar personalmente con dioses o con extraterrestres. Finalmente, los delirantes del cuerpo propio, absolutamente persuadidos de que su cuerpo está enfermo de algo extraño, se someterán a múltiples verificaciones, operaciones y cambios corporales.

En todas esas figuras se declina la paranoia en pequeños o grandes delirios construidos en torno a un Otro, al partenaire, a su cuerpo, a un grupo rival, a un extraño, a un inmigrante.

Conviene saber que la causa paranoica obedece a una proyección, pero no en la dirección neurótica cotidiana, de ver en el otro algo que es propio. El paranoico atribuye a los otros intenciones malévolas, pero su proyección vino desde afuera (para-noesis, intuición inmediata del conocimiento), lo que le asegura verse inocente, amar aún más su yo.

La paranoia finalmente requiere de un fenómeno elemental. La autorreferencia.