Dejar hacer sin dejar de hacer

Días 31 y 1. De mayo y de junio. En sepia, fechado y tachado. 24 horas entre mes y mes. Esta Otra no fue ni será como otras Otras. Y eso es precisamente por lo que mereció la pena vencer la curiosidad y acudir al reclamo de la Otra Psiquiatría. Sus decimosextas Jornadas, las del decimonoveno año del vigesimoprimer siglo, son… historia cosida a otras intrahistorias urdidas en paralelo. Se consumó la promesa de algo largo rato planeado y elaborado. Tal es la infinidad de insospechadas cuitas logísticas y de cualesquiera otras índoles (timing, acoplar agendas, asegurar representatividad y relevancia en temas, enfoques, ponentes e intervenciones).

Sobre los locos y de locos. De eso es de lo que vamos y lo que nos va. Ir caso por caso, para cada uno, facer e deixar facer. Desde los tiempos de SISO Saude, en Vigo y Hospital de Toén (Ourense), allende lo pergeñaran José María Álvarez, María Jesús —Chus— Gómez, Pepe R. Eiras y Fernando Colina. Surgió un grupo pequeño pero serio y colaboracionista entre regiones, especialistas y residentes de uno y otro lado. Luego pasó al Colegio de Médicos de Valladolid. Y desde 2016, y por su papel asistencial en el ámbito de Sanidad pública, comenzó a reunirse en el Salón de Actos del Hospital Universitario Río Hortega (HURH).

Cuatro ejes programáticos sostienen el ideario central de La Otra:

  • el respeto a la libertad y dignidad del paciente como requisito previo a cualquier intervención,
  • investigación psicoanalítica del malestar para extraer conclusiones aplicables al marco asistencial público,
  • actualizar la psicopatología clásica y la perspectiva clínica original para poder rearmar una alternativa coherente y de ese saber extractado,
  • efectuar transmisión a los entrantes en los que delegar.

Todo esto impregna y vertebra el sentir y actuar de Las Jornadas de La Otra. De lo que en ellas se expone y opina pueden brotar las ganas de querer ahondar más, pero sin poder, pues no es que cueste asumir no ya solo el saber hacer (en el caso de los expertos), sino el saber asimilar y en estrato hiperbásico y para cualquier foráneo, el querer saber (tal es el fondo apasionante de las charlas, si se vence el inicial esfuerzo atencional que exige sintonizar con ponencias de trasfondo complejo y delicado). El fondo aludido es el alma ajena y cómo explorarla desde una perspectiva estrictamente psicoanalítica. Un hueso duro de roer. No hay fórmula, pero se intenta esbozar mínimos acuerdos y protocolos para cuerdos prolocos. El saldo que ¿quizás? obtenga el común de los iniciados, es haber arañado lo subjetivo y solo por encima, sin perforar.

En lo objetivo, conocemos aspectos iterados de edición en edición: 17 ponencias en total, asistencia similar a otros años, con casi 180 inscritos afluidos en modo sístole diástole, entre break y coffee, en 2.000 metros cúbicos, bajo cien luminarias, sobre entarimado inclinado, con pupitres plegables, todos expectantes ante lo que se dirima en el estrado. Lo que describimos es el citado Salón de Actos del HURH, lugar habitual de docencias Vs dolencias. Tras firmar partes de asistencia, abonar tasa, recoger diplomas, boli, dossier… y comprar libros o merchandising si apeteciera (a veces apetece). Para posibilitar esta difusión contamos con la gran ayuda de Xoroi Ediciones y su quehacer editorial. Afuera o entre butacas, se agolpan maletas, billetes de embarque (y de los verdes también), reservas de hotel y acuerdos particulares para pernoctación apátrida. Esta necesidad de alojo se debe a que bastante gente proviene de remotas latitudes, tanto de Europa y España, como de Sudamérica, cuyo extremo sur, al este del Pacífico, nos proveyó de voces nuevas que difunden allá los procedimientos de acá. Es el caso de los argentinos Ignacio y Hernán. Ya de regreso, allí les espera más carga laboral y aplicar algo de lo que aquí se aprenda. En realidad, nada está dicho y todo queda por hacer.

Esta meta permanente motiva encadenar un deseo tras otro, año tras año, prometiéndose nuevos retos, soluciones y enmiendas. Y como en ediciones anteriores, este encuentro fue potente, intenso, ferviente, también fluido y afable. Con aroma cómplice, de leal camaradería solo entendible por aquellos que comparten un mismo argot y circunstancias laborales, algo que homologa y equipara por encima incluso de barreras y diferencias idiomáticas, geográficas, generacionales, ideológicas. Las de un grupo adepto y comprometido, con gente muy variada, pero significada en lo común. Como advierte José M.ª, ese es el valor añadido de esta cita y del que carecen otras similares donde las facciones y cofradías (excluyentes entre sí) imposibilitan habilitar foro común y compartir ratos de ocio y compadreo que refuercen vías colaborativas, con empatía grupal extra que trasciende lo laboral. Este es el caso. Dicho lo cual, se discrepa incluso entre quienes, desde dentro, y como colegas correligionarios —pero no cegatosos— acuden (léase el concepto de binarismo para Álvarez frente a Colina). Hay cierta unidad de acción y coherencia, no la del monolito inamovible. Por eso caben el debate y discurso, la réplica, el matiz, la puntualización rigurosa. Incluidos el imprevisto y las ausencias. En ese aspecto, faltaron Adolfo Santamaría y Segundo Manchado, pero se les espera para las decimoséptimas. Hubo las mesas acostumbradas: la de residentes (Adrià Casanovas, Pedro Brun y Elena Maricalva), de veteranos (M.ª Jesús Gómez, Pepe R. Eiras, Fernando Colina) y de visitantes (de nuestro campo temático, pero de otros países; o de aquí de España, pero de otros campos y materias). Entre la gente, colegas del gremio que prosiguen, rotan o ya superaron la fase formativa «interno residente» en clínicas del extranjero. Tanto en Psicología clínica, como Psiquiatría y Enfermería psiquiátrica. Una valiosa experiencia que redimensiona su quehacer psi. Nos referimos a Iria Prieto, Sara García, Pedro Brun. También a profesionales como Kepa y Carreño, volcados en afianzar trayectoria profesional, mano a mano, codo con codo con J. M.ª Álvarez —especialista en Psicología clínica y Doctor por la UAB—, quien les formó y ahora ellos se la devuelven arrimando el hombro por la causa. De hecho, en palabras de J. M.ª Álvarez,

«el movimiento de La Otra… Psiquiatría/Psicopatología/Psicología clínica funciona gracias a la progresiva agregación de gente mejor formada»,

con más opciones que las que le brindaran sus superiores casposos en los años 80. En base a sus buenos fundamentos teóricos y clínicos, esa gente joven son los que tienen la palabra.

«Ellos ocupan plazas públicas de primera línea y se ocupan en paralelo deformar a otros futuros especialistas».

Así, el Máster de Psicopatología, coordinado y codirigido por J. M.ª Álvarez, cuenta con la activa participación de Kepa Matilla. Todo lo cual abona la pervivencia de una praxis clínica en proceso de consolidación.

La Otra Psiquiatría deja hueco para desarrollar el estilo expositivo de cada cual, en refrendo eso sí, a los preceptos vinculantes de la Otra, que para la mayoría resulta ser la una, la única válida y procedimentalmente legitimada. Ciertamente, como en los triángulos de amor, la Otra tiene vocación de esposa, pero no lo es. Es la otra, la querida, más joven y atractiva, también más golfa y descarada. Oficialmente repudiada, sedienta de Freud y de los clásicos griegos, olvidados y silenciados, hoy reinterpretados para perfilar esta otra forma de tratar al paciente dolido y emocionalmente magullado. Si. Los miembros de la Otra no se cortan en adjetivar estas Jornadas como «refrescantes, inspiradoras, lúcidas,rigurosas, tremendas, cojonudas».

Veamos más en detalle porqué se refieren así a esta cita. En el caso de Sara García,

«mi relación con La Otra, vino de elegir donde formarme como psiquiatra, es decir, al acabar la carrera tuve que elegir un lugar donde hacer el MIR y escoger una especialidad. Me decanté por psiquiatría y tras mucho investigar, decidí hacerlo en el HURH porque me parecía uno de los muy pocos sitios donde no iba a ser una farmacia con patas, donde mi labor iba a estar en el acompañamiento y en intentar ayudar a las personas de un modo diferente. Desde que empecé, ya con un mes de residencia, fui a las primeras jornadas de la Otra e hice muy buenos amigos y compañeros con los que coincido y sigo aprendiendo en cada una de las jornadas».

Huelga decir que ese bagaje ayuda a Sara en su actual labor como psiquiatra psicoanalista en el Instituto de Psicoanálisis del Hospital de Sainte Anne (París). Le suponemos estar familiarizada con el idioma vecino, como para Iria Prieto lo será el inglés. Bien es verdad que los idiomas parecen ser requisito plus para conectar fluidamente con el paciente. De eso y de lo que Sara e Iria hallan afuera, trató la ponencia de Elena Maricalva. También de cómo las diferencias transculturales inciden en la manifestación sintomatológica de las dolencias pasadas por el filtro de la cultura autóctona de turno. Así es en el caso de los inmigrantes y refugiados, pero más aún si el extranjero es el facultado. ¿Cómo salvar las diferencias idiomáticas si queremos ser empáticos? ¿Cómo encajar sus lapsus, chistes e indirectas? Más allá de idiomas por traducir, ¿cabe ampliar las miras perceptivas? ¿Ayudan aspectos globales de la comunicación tales como el tono, los gestos…?

Seguimos recabando opiniones. Iria Prieto es psiquiatra jefe de sección y coordinadora del equipo asertivo comunitario de Candem (Londres). Su relación con la Otra psiquiatría

«es muy estrecha y desde el inicio de mi formación. De hecho, para mi la Otra psiquiatría es la única psiquiatría que existe. Yo me formé en el antiguo Villacián y si empecé un 10/5 mi residencia, el 20/5 acudí al SISO Saude, que fue el germen de lo que es la Otra psiquiatría. Desde entonces he asistido de forma presencial o también participando más activamente, dando alguna conferencia o charla de forma intermitente 8-9 veces durante los últimos 14 años. No había ido a la última, pero sí hace dos donde di la conferencia de clausura. Lo que la psiquiatría significa para mí no puede ser más próximo a la rigurosidad, al entendimiento de la psicopatología como eje fundamental en el abordaje del tratamiento del paciente, con un trasfondo de psicoanálisis y todo esto enmarcado en la psiquiatría comunitaria es lo que aplico».

Javier Carreño es otro de los miembrosde máxima confianza. Es psiquiatra y psicoanalista, trabaja tanto en el hospital POVISA de Vigo como en consulta privada. Él cerró las Jornadas junto al Vicepresidente de La Otra, que no es otro que Kepa Matilla. Nos dice que es

«miembro desde hace ya bastantes años, a la par que fan, participante y desde hace 3 años mi hermano José Luis y yo grabamos y editamos los vídeos de La Otra».

Pedro Brun, residente recién egresado, ya es —por fin— especialista en Psicología clínica, habiendo completado ya los cuatro años de psicólogo interno residente tras su rotación externa en Buenos Aires, con Adrià Casanovas. Su actual momento es el de reorientar su carrera desde un nuevo punto cero sobre el que asentar su futuro laboral. En alusión a La Otra, confiesa sentirse muy cómodo en estas Jornadas, en las que intervino como ponente en una mesa que ya no integrará más, la de los residentes. Hemos mencionado a Brun y Casanovas. Detengámonos en aquello que expusieron en la primera mesa de todos: la de los residentes. Pedro dijo, por ejemplo, que si lo físico se evade y escapa del análisis… ¿qué esperar frente a lo inmaterial? En el caso del aire, se abre la posibilidad de un conocimiento multidisciplinar, desde diferentes ópticas y a través de distintos instrumentos de medición, según el clima y estados de la materia, etc. Más aún se complica la cosa ante la tarea de analizar algo (alma del sujeto) a través del lenguaje, también variable, subjetivo, complejo, engañoso, entrecruzado. Y, sin embargo, afirma que ese lenguaje es lo único de lo que se dispone, sabiendo como se sabe, lo delicado y mutable que resulta, pues de fosa a fusa, de pose a poso, cambia la interpretación. Por una vocal. Más todavía sabiendo que una misma palabra no guarda el mismo significado para dos sujetos. La palabra como tal no vale y debe buscarse apoyo en otras tantas relacionadas que salen al paso, o como ya dijimos en relación al idioma ajeno, en el tono y subtexto, en la comunicación no verbal.

Esa comunicación no verbal que le falta a la mensajería instantánea popularmente conocida como Whatsapp. De ello habló Adrià, de cómo las nuevas tecnologías interfieren y condicionan las relaciones y discursos, y de cómo gestionar en consulta nuevas problemáticas derivadas. Caracterizadas por la ilusoria cognición y conexión (lo del keep in touch frente a soledad y aislamiento), la neurotización digital y las relaciones especulares (dejar en visto, subjetivar emoticonos, sin face to face, en base a estrategia de cálculo y control de uno mismo y del otro), el narcisismo instagramer frente haters y dislikes, la exposición pública de lo privado (caso Neymar), el sobredimensionar apariencias, anhelar liderazgo iconoclasta, viralidad, inmediatez, irreflexión, infoxicación.

A lo largo de las Jornadas no faltó la ejemplificación con casos reales y concretos aportados por Ana Castaño y Chus Gómez. De sus palabras se extrajo una posible interpretación: que las líneas de actuación solo surgen después de cruzar muchos datos y patrones reiterados en innumerables casos, para dibujar luego un croquis «fiable» a partir del cual ajustar el trato a cada paciente y no a cada enfermedad. Casos prácticos para poner negro sobre blanco y mostrar la realidad cotidiana (la suya y la de cada paciente) en un sistema que multiplica las categorías clínicas en las que caer, por afán clasificatorio. El caso que compartió versaba sobre una paciente con fibromialgia y Síndrome de Sensibilidad Química Múltiple (SSQM), diagnósticos que desde la medicina no se sostienen en una evidencia científica y que, por tanto, no se les puede dar un tratamiento eficaz bajo lo que es el paradigma de la ciencia. La paciente referida acusó rechazo familiar por ser y sentirse diferente y con dependencia emocional por el que sería su esposo, del que se separaría pese a no poder valerse por secuelas de accidente de coche y bronconeumonía. Sigamos ejemplificando, esta vez por boca de Chus Gómez: paciente encerrado en casa, tras disrupción vital que lo paralizó con veintitantos. Deja el trabajo y queda fuera de juego. Como él dice: «volví a donde mis padres sin apenas nada, excepto fatiga crónica certificada por exceso de cansancio e hipersensibilidad a los olores, ruidos y luz solar». Tras doce años de reclusión que refuerza una incomparable idiosincrasia, asoma la certeza: su madre le envenena con psicofármacos, a escondidas. Le pide a Chus que revise si en su historial de atención primaria constan neurolépticos. Sin rastro. En la consulta, con toda la familia, les pide que no achaquen su fatiga crónica a «pereza y manías»Reclama saber si como le dicen en agudos, lo suyo es esquizofrenia o brote psicótico, relacionándolo con el consumo de cannabis hace años. Decidió dejarlo porque, en espera de una prestación, si quiere irse de casa y trabajar, el coche parece ser fundamental. En Cataluña si se le reconoce la dolencia diagnosticada y valora irse allí.
Su segundo caso: F.R., 22 años, hijo único, tranquilo, sarcástico y resignado, pero combativo, irónico y mordaz. Ojos y labios gama fucsia, cazadora vaquera XL. En contención mecánica porque bebió dos cervezas y se lo dijeron a su padre. Estuvo varias veces en coma etílico, pues como él dice «o se bebe o no se bebe»Reivindica su posición sui generis. Esta irritable, pero sagaz, lúcido y rápido como un rayo para hacer de las palabras proyectiles. No le gusta lo que al resto. Parece que ha tenido algún altercado con sus iguales. Acaba tirado en la calle, sin amigos ni leales ni afines. Demasiado extravagante como para ser aceptado en grupo alguno. Le dice a Chus: «Me prometiste el paraíso y esto es una p.m.». Chus acierta a concluir: «Si con los organismos modelo compartimos mucho material genético, parece que con lo que hay de diferencia, es decir, con lo que queda, lo que hay es un modelo por armar», pues como dice Ana «cada cura es única».

Entre Ana y los argentinos, llegó Daniel Gómez Pizarro, para departir sobre lo clasificable: según él, se estima que un 5% de la población tiene trastorno de personalidad, porcentaje del cual un 50% serían TLP, con mayor riesgo suicida y más que por propia voluntad, por falta de herramientas para poder comportarse de otro modo. Justo en esta línea, Freud, que tiene más salidas que la M-30, añadió una categoría extra que no es sino remix de las de psicótico y neurótico, y es la del perverso. ¿Sus respectivos mecanismos de defensa? represión, negación y desmentida. Según Freud, el perverso activa sendos mecanismos del psico y neuro y se crea un estado cortocircuitado por contradicción e indecisión.

Completaron la mesa los argentinos, Hernán Lago e Ignacio Iglesias, de quienes ya hablamos en un previo a las Jornadas y que, gracias a las aerolíneas, no fueron un holograma vía Skype. Hernán quiso detenerse en cómo el método psicoanalítico aborda la resen su doble vertiente cogitans y extensa, en conexión con las significaciones del inconsciente y la sobredeterminación perceptiva, lo sintiente y lo sentido. Ignacio habló de resignificar afectos anónimos dentro de los procesos del alma, habló de la desmentida, la negación y otros mecanismos al servicio de una muy determinada realidad interna que está ahí solo para mí. Quizás en realidad no exista, pero amenaza con existir también para el resto. Su propósito es examinar las relaciones estructurales habidas entre las partes componentes de esa realidad interna, y no simplificarlo todo a una clasificación taxonómica de corte botánico. Ya fuera de las Jornadas, Ignacio aprovechó para rematar su visita con una Master Class en el Centro Lacan de Valladolid. Su charla giró en torno al contenido formativo de su último libro ¿Qué significa analizar? el día 01/06, en lo que fue su gira por España, antes de seguir promocionándolo, primero en Barcelona y luego en Madrid, en espera de que perfile nuevo manual en 2020.

El nuevo mes comenzó con la mesa más exogámica de todas. No en vano, la Otra psiquiatría propicia el canje intergrupal en pro de la multidisciplinariedad. Tampoco extraña, pues el título de la mesa Angustia y tristeza de hoy y de siempre connota temática abierta, transversal e inabarcable y, por tanto, abordable desde muy diversos enfoques y materias. Los últimos libros de los intervinientes de esta mesa estuvieron “de un modo u otro” presentes. Fernando Martín Aduriz, autor de La ansiedad que no cesa, fue el primero en exponer. Habló del gran cambio psicosociológico experimentado hasta hoy, con respecto a ancestros no tan lejanos que preveían en modo telescópico cuál sería su profesión/pareja/entorno/estatus. Un mundo limitado y microscópico en el que no cabía elegir, solo recorrer un camino preestablecido de base. Pero tenían sentido de pertenencia e identidad definida, sea cual fuese. Ese no es nuestro momento: se nos impone elegir constantemente ciudad, trabajo y pareja «para ser siempre el desconocido de la siguiente».Sí. Las cadenas oprimen y coartan, pero «las elecciones angustian de una manera decisiva por lo que vemos en la clínica: males de amores radicados en nefastas elecciones… propias». Hoy en día, parece muy legítimo y demócrata poder elegir libremente e incluso ya no solo los votantes cambian de partido. Hasta que coge cuerpo la certeza de que elegir no mola tanto si conlleva perder, y ni queremos ni sabemos perder. Emerge la contingencia y el imprevisto, algo rompe la cotidianeidad. Es el objeto angustiante, escoltado por soledad, silencio y oscuridad. Un afecto único, sin nombre, no representado, pero real e interno, con tufo vudú. La falta de control sobre tal objeto subyugante desata el primer ataque de ansiedad/angustia/pánico. ¿Cabe interponer recurso? Por parte del clínico, «urge desangustiar, urdir algún ardid por tonto y absurdo que resulte, y posicionarse junto al sujeto» para poderle al objeto monopolizador.

Carlos Fernández Atiénzar y Melancolía. Clínica y transmisión generacional nos deslindan la locura de la razón de la de los afectos para dejar claro que es esta última la que entra en escena al constatar cuantas generaciones son necesarias para digerir y procesar los repentinos cambios socioeconómicos e históricos que inconscientemente, repercuten en impredecibles manifestaciones. En concreto, se refirió a la inmigración rural de la ubre a la urbe silueteada de fábricas. Un desarraigo forzado. Los que huían de la miseria postbélica transmitieron duelos indecibles pero pendientes. Sus nietos recogen un malestar inconcreto que reclama hueco en lo psicosomático y adictivo (objeto droga en la generación X, objeto tech en la generación Z). La presencia constante del objeto obtura la vía del deseo y no circula bien el sentido mismo de la realidad (desconexión del afecto, relativismo, estado de nirvana, anhedonia frente hedonismo). Así, la modernidad trampea a la 2ª y 3ª generación, desvinculadas «parcialmente» de su prehistoria, del lastre, de los pecados y culpas de terceros ausentes. Se diluyen los hechos y «nace el mito, más mito cuanto más brumosa y remota sea la narrativa obviada» «que no extinta». No hubo diálogo ni reconciliación porque se banalizó el bagaje psíquico heredado, rehuyendo la mirada como si dejara de estar lo que no se ve. Fernández Atiénzar continuó argumentando cómo el capitalismo melancoliza bajo tres premisas: la dificultad de estos tiempos de poder desear en un mundo saturado de objetos, pues falta un vacío que exija ser llenado, no hay duelo ni deseo posibles. La dificultad del sujeto para salir de la trampa capitalista de la que nadie se sustrae porque apela al narcisismo, a la omnipotencia del sujeto desclasado. El capitalismo nos dice tú puedes, apela al narcisismo del consumidor, sobrenecesitado, descolocado, aferrado a lo común, desprovisto de ideales identitarios. La sociedad no se ha hecho adulta y no ha habido revolución. La gente no desea por sí misma. Su melancolía «la psicosis más ordinaria» se mimetiza muy bien con la normalidad y al modelo capitalista le viene bien para que el público se someta robóticamente a la proposición de lo impuesto.

Los restantes ponentes de la mesa son Fernando Longás y David Pujante, docentes universitarios en filosofía y literatura. Longás indagó en las raíces de la tristeza kantiana: la aceleración permanente del tiempo ido, el contumaz abordaje de saberes irremediablemente irresueltos, los límites del conocimiento… Y una pregunta: «¿qué hacer con lo imposible de conocer pero que percibimos como real?» Queda el consuelo de la filosofía de acción, de lo tangible y concreto, la emprendeduría con proyecto y objetivos a plazo finito. De frente, la vaga libertad, el temor, lo indeterminado e incognoscible, lo aleatorio… todo lo cual reedita a cada instante esa angustia y tristeza que conllevan perder certeza reclamada a su vez por la praxis para construir sólidas realidades que sedimentándose unas sobre otras, configuran una Historia hecha no solo de hechos, también de posibilidades de ser entre potencia y acto. Nadie mejor que Neruda para exponer la teoría en primera persona: «Sucede que me canso de ser hombre (…), no quiero asumir tantas desgracias (…) por eso el día lunes arde como el petróleo cuando me ve llegar con mi cara de cáncer»

David Pujante basó su charla en el libro Oráculo de tristezas, nutrido a su vez de apuntes y contenidos constitutivos de la asignatura Tematología comparatista del Grado de Literatura y Literatura comparada, provenientes a su vez de artículos y todo reorganizado para configurar una panorámica de la cultura de la melancolía desde los grecolatinos hasta hoy, desde Demócrito a Robert Burton, pasando por Schelling, según el cual «la existencia humana contiene una tristeza fundamental e ineludible»Es esencial para despertar al conocimiento y es inherente al animal consciente de sí. Ahora bien, ¿debe serse lacrimoso para rozar lo excelso? ¿Por qué las obras más logradas parecen fundamentarse en la tristeza reflexiva? Respondería a esto, casi por primera vez, el problema XXX de Aristóteles. Nos dice que debe darse cierta cuota de bilis negra y que solo su exceso otorgaría insólito equilibrio pactado con el resto de humores «léase eucrasia» simplemente porque, según parece, hay personas natural y permanentemente asimétricas, y sin las cuales el Barroco español no sería lo que fue.

Siguiente mesa, «Clínica del malestar actual: hacer y dejar hacer», tema amplio y delicado a cargo de la vieja guardia, los socios fundadores de estas convocatorias: Álvarez, Eiras, Chus y Colina. ¿Qué sugirió José María en su charla? En primer lugar, y aunque la incluyamos en orden previsto de intervención, JMA adelantó su conferencia al viernes por la tarde, en el espacio que debería ocupar el Prof. Enric Novella, que no pudo venir por motivos personales. Su conferencia se tituló Elementos de psicopatología y clínica.Expuso en ella los fundamentos de la psicopatología y la clínica preconizada por la Otra psiquiatría en relación con la noción de «defensa», lo que le llevó a desarrollar por qué prefiere hablar de locura y no de enfermedades mentales, por qué la considera una defensa necesaria y cuándo conviene y cuándo no conviene perturbar esa defensa en el tratamiento con este tipo de pacientes. Con respecto al término de defensa, se centró en el uso que tiene en los textos de Freud, destacando el sabor genuino que atesora en alemán y en el contexto en el que él lo empleó, diferente al uso coloquial que posee en castellano. A partir de estas especificaciones, perfiló lo que podría constituir el fundamento de la terapéutica de la locura, a partir de cuándo y cuánto conviene perturbar la defensa, o en caso contrario, cuándo y cómo conviene apuntalarla más aún para darle consistencia a las identificaciones, al delirio o al sínthome. Debe ajustarse el grado y enfoque de intervención en relación a la dosis de verdad soportable.

Después de José María y Chus, antes referida, participó Pepe Eiras. Aplicó el filtro lacaniano a los conceptos estrategia (transferencia), táctica (uso de la interpretación) y política (deseo del analista y ética del psicoanálisis) en torno a la realidad suigeneris del sujeto, manifestada en su discurso y en su relación con el otro. Habló del síntoma como «acontecimiento incidental que se resuelve al hacerse inconsciente, una defensa simbólica entre lo real e imaginario»Añadió que «todo el mundo está solo y en su mundo. Un mundo que debemos arreglar y recorrer juntos» y, por ende, mapearlo para evitar simas y trampas.

Le siguió Fernando Colina, para nada ajeno a las fallas por fricción entre escuelas psicoanalíticas y subjetivistas frente biologicismo hegemónico. Advirtió el auge de nuevos discursos y procesos que también llegan, según señala, al postfemisnimo y al movimiento LGTBIQ+, el activismo de las nuevas sexualidades tradicionalmente disidentes y para las que la perversión ya está despenalizada, porque lo perverso —más allá de lo sexual— anega otros campos de las relaciones humanas. Una servidumbre subjetiva que somete, oprime, fetichiza, cosifica, escolariza, deforma y disciplina… al otro y al uno a través de. Con la venia del acuerdo consentido. Ahondó en su creencia de que la homosexualidad es algo normal y que, por tanto, no hay posibilidad de tratarla como psicopatología y menos por parte de modelos clínicos anclados a preguntas antiguas como ¿son los LG más narcisistas que los que buscan un partenaire del otro sexo? ¿se buscan a sí mismos en el encuentro sexual? ¿repelen la diferencia? ¿son más paranoicos? ¿es el género algo inamovible y coincidente con los caracteres sexuales? ¿coexisten lo trans y el binarismo? Preguntas todas resumidas en la del ex de Bea Preciado: ¿Te analizas o te psicoanalizas? Colina creyó oportuno rescatar una cita de Peter Sloterdjik, según el cual «preferimos decir que todo está en la superficie y si existe profundidad, suba a la superficie como si fuese superficial».

La última mesa de todas fue «La actualidad de la clínica desde el punto de vista de la historia», con Kepa Matilla y Javier Carreño. Para empezar, Kepa propuso un nuevo sintagma: «neurosis ordinaria» por cuanto conlleva el actual contexto social, que impone sesgo en el tiempo (muy diferente del de la Viena finisecular o el París de mediados del XX) y en el espacio (no es igual un paciente de Tierra de Campos a alguien del centro de París). Esta era en que vivimos se caracteriza por el vacío digital, lo hipersexual, las relaciones efímeras, el destierro de los límites y de las figuras de autoridad, el retorno de los extremismos, las pastillas con o sin receta, las drogas de pasarela, adueñado todo esto de existencias deshabitadas que buscan sin éxito un nombre para su tristeza. A esto debemos añadir que en nuestra época la salud mental se ha democratizado, que las psiquiatrías y las psicologías han pasado a ser objetos de consumo masivo —con manuales, terapias y pastillas take away— en pro de la verdad (¿pero qué verdad?) y a costa de pisotear la individualidad. Desde después de la II Guerra Mundial, la psicoterapia se ha ido popularizando cada vez más, y accede a consulta un perfil mucho más heterogéneo y masivo, de corte borderline, que difiere del burgués freudiano y que requiere otra atención. Recurriendo a ejemplos prácticos y autores, Kepa expuso que, en este ecosistema moderno, abundan las formas menores y signos discretos de la locura, antes promocionada por formas más ruidosas. Hablamos de una locura parcial. Parcial en cuanto a menor, moderada, selectiva, aplacada, en el grado de desvarío, en el nivel de decibelios (el estruendo, el aspaviento, la exhibición) y en el tiempo de afección, alternado con momentos asintomáticos. Detectándose casos de parafrenia imaginativa: una persona muy trastornada que cuando no lo está, presenta signos discretos que cabría implantar en otros pacientes no delirantes ni alucinados, para ver si aun en ese punto, cabe percatarse por contraste, de algún inadvertido matiz diferencial o trazas de residual psicosis. Este afán diferenciador adquiere pleno sentido mientras en derredor arraigan ciertas modas y tendencias normalizadas, sin causa subjetiva ni un relato elaborado que justifique meras identificaciones instantáneas —piercings, tattoos e IG— dadas sin más o como si, mecanismo transestructural propio de la psicosis, pero también de la neurosis. Es más, los cuerdos se anormalizan y los locos siguen en lo suyo, coincida o no con el dictamen oficiosamente establecido. Pero anormalizarse —en cierto grado y modo— es lo normal, pues no hacerlo, señala al que desoye como no asimilado-émulo-integrado, apartándole del resto si no asume, además, una constante adecuación a la norma vigente, al síntoma tolerado en cada temporada. Se preconiza el derecho a rebelarse y diferenciarse, pero al final, somos homogéneos. El cuerdo de hoy día tal cual es, puede no serlo después en esta sociedad líquida caracterizada por el acto sin subjetivación. Lo simbólico e histórico carece de valor porque lo que cuenta es consumir —y ser consumido como proletarios del goce, pero creyéndose aventajado—, en pro de lo instantáneo: del Nesquik soluble a unos fizzes y rayas, hasta que el paciente llega on fire y una vez estabilizado y contenido el acto, la clínica de sostén debe desembalar la historia inconfesa que motivó en modo mediato todo el embrollo. Se puede ser héroe si se vence todo eso, o serlo también sin salir del cuarto, al acumular 10 millones de seguidores en YouTube y otras redes —patología de la imagen y postureo según Javier Carreño—. ¿Se ha producido una extensión del campo de la psicosis o simplemente, estamos ante nuevas formas de la neurosis? Javier apunta a posible neurosis única neoliberal. Javier apeló a que el psi no debe convertirse en un producto ni creerse fuera del discurso que escucha. Debe mantener una distancia media, objetiva pero humana, empática. Duda que le asalta: ¿cómo adaptarnos los psicoanalistas a los sujetos del XXI para no tratarlos como si fuesen idiotas? Esta y más preguntas aquí in- y excluidas pudieran admitir un ni psi ni no porque la nuestra no es ni psiquiatría al uso ni tampoco tiene porque ser un no porque sí a otras corrientes. Es un hacer por el usuario sin dejar de dejarle hacer por sí. También inferimos que tal vez, aquello de lo que tanto se habló —ansiedad, tristeza, angustia, dolor— aguarde en realidad visos de fea, dolorosa e inapetente realidad. Es esa realidad imprevisible, gafada e ilógica, por mero azar adverso. Los integrantes del gremio psi deben encarar estas durezas que cuesta asumir y gestionar. Su labor es intentar ayudar y escuchar 5’ a cada uno de los 50 pacientes diarios en algunos casos, sin dejarse contagiar, pero mostrando empatía. Difícil equilibrio del que dieron cuenta Kepa y Javier. Ellos clausuraron las XVI Jornadas de la Otra psiquiatría y nos emplazaron a la siguiente edición del 2020, no sin antes anunciar un próximo encuentro, organizado por ellos: las I Jornadas Internacionales de la Psicoterapia de la Psicosis, previstas para el 27 y 28 de septiembre de este año.

Ángel David Sánchez – Periodista