El pasado 1 de marzo, y en el marco de las actividades docentes llevadas a cabo por el Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario Río Hortega de Valladolid, tuvo lugar la conferencia pronunciada por Carlos Fernández Atiénzar  sobre el tema de la Melancolía social.
Carlos Fernández Atiénzar es psiquiatra, Licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad de Valladolid, Máster en Psicoterapia psicoanalítica por la Universidad Complutense de Madrid y miembro de la Sección de Psicoanálisis de la AEN. Ha realizado múltiples charlas y ponencias y escrito diversos artículos sobre la melancolía, tema en el que lleva varios años trabajando. Ha escrito Melancolía – clínica y transmisión generacional, que estará disponible en nuestra colección La Otra psiquiatría dentro de pocos días.

Irene Muñoz
nos ofrece esta excelente crónica del evento

El uno de marzo pudimos asistir a la ponencia de Carlos Fernández Atiénzar sobre la Melancolía social. Esta charla pone el broche de oro a la trilogía que ha desarrollado a lo largo de los dos últimos años. Se trata de un recorrido por la melancolía que aborda el concepto popular, histórico y clínico en su primera docencia. La herencia, la tierra, el pueblo y la familia endogámica, en su segunda docencia, para llegar al colofón final; la melancolía social, tema con el que nos deleitó en esta última exposición.

Quizá fuera una excusa, como él mismo advirtió al inicio, utilizar el concepto de melancolía para hablar de lo social, pero resultó ser una estrategia de lo más provechosa. En este tiempo complicado en el que transitamos, donde imperan los extremos o, mejor dicho, los extremismos radicales, algo se repite. Es en esa repetición donde la psicopatología, la filosofía y el psicoanálisis se tornan esenciales para desenmarañar el entuerto.

Carlos se sirvió de la melancolía para profundizar en cómo el sujeto, en tanto objeto del deseo del Otro, puede llegar a necesitar valerse de la melancolización del Otro para poder maltratarlo, en ciertos momentos históricos, cuando el fanatismo resurge con fuerza. Melancolizar en el sentido de ningunear y desubjetivar, para poder satisfacer las pulsiones agresivas y fanáticas.

El autor utilizó de forma perspicaz el concepto de melancolía, casi como una metáfora, para dar cuenta de lo que ocurre en ciertos momentos en los que se regresa a un estadio arcaico y primitivo en el que es necesario excluir al otro, o peor aún, al otro hay que aniquilarlo. Precisamente ahí nos valemos de la desubjetivación del Otro. Son tiempos de guerras, genocidios o situaciones de violencia a un Otro diferente. Según Fernández Atienzar, el sujeto regresa a un yo infantil, al yo ideal idéntico y la identidad se convierte en un asunto de vida o muerte. El Otro deja de ser garante del reconocimiento, de los cuidados y aparecen sin dificultad la polarización de las ideas y de la identidad. En palabras del autor: «Quizá haya una desubjetivación interesada en todo esto, no tan inconsciente, más bien perversa, mirando para otro lado, una infantilización individual y colectiva». Y continúa: «Es más cómodo deponer la responsabilidad individual y transferirla a un salvador de la patria, que luchar y ser partícipe de un cambio. Es más seguro volver al útero materno, al padre de la tradición, que armar la revolución. No hay que guiarse por las apariencias, ya que la gente en estas situaciones de elección o crisis, es altamente conservadora».

La genialidad de la exposición residió precisamente en reflexionar acerca del origen del fanatismo utilizando para ello la teoría del estadio del espejo, concepto desarrollado por Lacan en 1936 y en la comunicación presentada en el Congreso Internacional de Psicoanálisis en Zurich, que hace referencia al período evolutivo que forma el yo (moi) y coincide con el narcisismo primario freudiano, anudándolo con la patogénesis de la melancolía.

En palabras de Carlos, en la melancolía, la imagen que devuelve el espejo está empequeñecida. El deseo del Otro no es suficiente para proporcionar el baño de vitalidad que el yo necesita. Lacan decía que lo menos soportable para el ser humano es la falta de reconocimiento por parte del Otro, el verse ninguneado. Otras veces la imagen que devuelve el espejo, es una imagen detestable, indigna y cargada de aspectos negativos y deplorables. En la melancolía hay una mirada de rechazo, de desdén, tristeza y el Otro a veces no está. Es una radical experiencia de vacío, de abandono.

Melancolia social

También en el estadio del espejo se origina la agresividad, que se torna en violencia y odio si la agresividad no está bien envuelta. La agresividad hacia el otro semejante que no soy yo, arrogándose el brillo narcisista para uno solo. O tú o yo. Si hacemos una lectura social, podemos situar al fanatismo en este momento psíquico del espejo, valiéndose de la denigración del objeto (melancolía) para ejercer la violencia sobre él.

El autor se apoya en Wilheim Reich y su libro La psicología de masas del fascismo para describir como fueron precisamente las masas empobrecidas las que ayudaron a la instalación en el poder del nazismo. «Los nazis supieron conectar con la estructura psíquica del proletariado y las clases medias. El mensaje de Hitler tenía un fuerte componente emocional». Según Carlos, lo más crucial fue la conexión, inconsciente, con el estado emocional de los alemanes, humillados tras el tratado de Versalles tras la primera guerra mundial. Narcisismo herido, caldo de cultivo privilegiado para ensalzar a la patria y al fanatismo. Destaco unas palabras del autor: “«La nostalgia, la añoranza, la vuelta a las esencias, a la tierra, a la madre, al pecho de la tradición, a lo seguro… el melancólico es el sujeto conservador por excelencia. La familia endogámica, la imposibilidad de elaborar la pérdida, la idealización de la infancia omnipotente, la regresión al paraíso».

Así, el nazismo, la familia autoritaria y la estructura patriarcal representarían caras de la misma moneda. La estructura familiar autoritaria reproduce a escala doméstica las relaciones de poder y dominación del Estado sobre los individuos —nos explica el autor—, y añade que esa identificación omnipotente y total a una nación, a una idea o a una religión siempre necesita un contrario, una antítesis, un enemigo que en realidad es un espejo. Y cuando el empoderamiento maniaco ha dado resultado se precisa un chivo expiatorio. Es en esta figura donde se infringe una violencia tan sádica y cruel al otro, que éste deja de ser otro humano. La culpa, también la colectiva, es muy difícil de tramitar y a veces elige al chivo expiatorio para evacuarla. Sólo el sujeto responsable con el Otro, dice Carlos, será capaz, independientemente de las circunstancias vitales, sociales y también mentales, de recobrar la dignidad y reparar la culpa.

El autor, sin embargo, no nos deja huérfanos ante dichas aseveraciones, sino que nos provee de un arma poderosa con la cual luchar contra la culpa que pretendemos depositar en el Otro. Se trata de la responsabilidad del sujeto. Mostrándose rotundo y enfático. «El sujeto es siempre responsable de sus actos y por tanto responsable de su inconsciente. No se puede esconder detrás de la masa ni detrás de la enfermedad mental. La alternativa siempre es mucho peor. Desubjetiva más y redundamos en el paternalismo, o lo que es peor, la condescendencia». Y así, sumidos en una profunda introversión, de la que espero algunos no huyan eludiendo la responsabilidad, nos dejó Fernández Atiénzar aquel viernes.