El 22 de febrero, organizado por la Sección de Psicoanálisis, tuvo lugar, en la sede del Ateneo de Palencia, una conferencia de Adolfo Santamaría sobre el tema: Adicciones: ¿Existe la patología dual?
«La patología dual puede definirse como la yuxtaposición de una patología psiquiátrica con una adicción, esta es la definición operativa que damos los profesionales a un hecho por lo demás muy común en psiquiatría: la comorbilidad».
De esta manera tan sencilla define Adolfo Santamaría, médico psiquiatra y psicoanalista lacaniano en Valencia, la patología dual, la posibilidad de que el toxicómano además sufra un problema, llamémoslo así, mental. Congregó a cuarenta y cinco personas interesadas en este tema y logró atraer su atención mediante una palabra precisa y serena. Curiosamente, Adolfo Santamaría trasmitía cierta paz, a pesar de estar tratando un tema que angustia, porque como él dijo, el sujeto drogodependiente siempre es un sujeto señalado que asusta. Un sujeto abandonado en un encuentro con un real que no se sabe. Un encuentro con la sustancia, con la continua repetición, una y otra vez. Una compulsión que esclaviza en un modo de goce mitad satisfacción mitad sufrimiento, en definitiva, compromiso mortífero con los peores efectos. Porque el sujeto se abraza al objeto substancia con una fascinación que le lleva a morir con ella. Fascinación es la palabra. Es su forma imaginaria, ilusoria, de aliviar la falta, de negar la castración, de intentar aliviar el sufrimiento que nos supone entre otras cosas, la absoluta inconsistencia y la poca valía del otro.
Así nos lo dijo Adolfo Santamaría, la sustancia es para estos sujetos su forma de desconectar con un otro que no existe, que no vale nada. Y además con poco relato, con poca novela, dijo. Pero las drogas son solo un señuelo imaginario, costaleras del objeto perdido —las denominó—, suplencia en definitiva del agujero que parece que se tapa con ellas, dentro por cierto de una dinámica inconsciente inagotable y sin límites.
Al final Adolfo Santamaría nos confrontó con lo más terrible del sufrimiento humano, que al final es que la felicidad —el principio del placer dijo— aunque sea en estos momentos un imperativo, es irrealizable y que las drogas son siempre una falsa y mortífera salida. También se preguntó por la posibilidad de evitar esta fascinación por los tóxicos, y reconoció su enorme dificultad, especialmente porque el sujeto que se encuentra con el hueso de lo real, muchas veces no se quiere curar, y además, pocas veces demanda nada, porque precisamente cree tener el objeto que necesita en el bolsillo. Concluyó de la mejor manera esta emocionante conferencia, reconociendo que en efecto, en muchos casos, detrás del consumo estaba la sombra de la psicosis, aunque advirtió que el uso de drogas no era exclusivo de esta estructura, y terminó con unas bellísimas palabras de Jacques Lacan en defensa de la palabra como forma de curar, de intentar alejarnos de la pulsión de muerte:
«La palabra aunque desgastada, aunque haya pasado de mano en mano, sirve». O algo así. ¡Bravo!
Reseña de Enrique Gómez Crespo.