El pasado 3 de abril, en la Biblioteca de Orientación Lacaniana de Madrid, tuvo lugar la presentación del libro de Fernando Martín Aduriz La ansiedad que no cesa.

Agradecemos a Antonio Ceverino la presentación del mismo.


Presentación charlaBuenas tardes, gracias por la invitación de la BOLM a estar hoy con Fernando Martín Aduriz (un colega muy querido de la escuela en Castilla y León, y de La Otra psiquiatría), y gracias también porque esta invitación me ha ofrecido la oportunidad de saborear con tiempo, sin prisas, este libro que además inaugura una nueva colección de Xoroi titulada con gran acierto +Otra (no Otra más, sino +Otra, evocando al +Uno del programa de investigación de un cártel) una colección «destinada a ensayos breves, sencillos, intensos y dignos de guardarse en la memoria por muchos años» (como termina el prólogo de José María Álvarez, otro amigo de La Otra).
Solo con eso ya está dicho mucho, y todavía no he empezado.

Si la historia de un libro es también la historia de sus presentaciones, por lo que he podido leer en blogs y algunas redes sociales (que ambos compartimos y padecemos), este libro lleva recorrido miles de kilómetros desde su nacimiento hace unos meses, a uno y otro lado del Atlántico… ha sido un libro muy viajero en verdad, y no sé, Fernando, si llevabas el libro en el equipaje, o tú ibas en el equipaje del libro.

«Que la lectura de este libro sea vista como un viaje» es una de las recomendaciones que nos haces desde sus páginas evocando tus lecturas de Claudio Magris.
Pues vamos a viajar.

Bueno, (como yo soy psiquiatra en la pública), lo primero que quería decir es que este libro me parece muy necesario hoy.
Por muchos motivos:

En primer lugar porque las demandas de alivio del sufrimiento que supone la ansiedad son muy frecuentes en la clínica contemporánea, tanto en las consultas de psicoanálisis como en las redes públicas de atención y recursos donde se deposita la mayor parte del malestar en la actualidad, especialmente en los servicios de salud mental y en la clínica hospitalaria y de urgencias.
En efecto, estos dispositivos que fueron ideados para la atención a la psicosis tras la desinstitucionalización, han sido desbordados en las últimas décadas por una incesante derivación por parte de Atención Primaria de pacientes con síndromes de angustia o ansiedad, en distintas modalidades y presentaciones clínicas que se recorren en el texto… situaciones que con frecuencia acaban siendo amordazadas con la administración inmediata del psicofármaco.
Además un alto porcentaje de las desestabilizaciones o descompensaciones bruscas en los pacientes corresponden a emergencias de la angustia que no han sido metabolizadas o subsumidas en la articulación de un síntoma específico, desestabilizaciones que abarcan todo el abanico posible de la psicopatología: desde reagudizaciones o desencadenamientos psicóticos, enfermedades físicas inexplicadas y otros fenómenos del cuerpo, emergencias en el campo de las neurosis de defensa o pasajes al acto en estructuras límites, borderlines, o en los hoy llamados trastornos de la personalidad.

Efectivamente, «la ansiedad que no cesa», como se afirma en el primer capítulo (titulado precisamente así) alude a una dimensión epidémica del asunto: asistimos a una verdadera epidemia de ansiedad… que el libro enmarca en los cambios epocales que configuran el mundo de hoy y los sujetos que lo habitamos:

  • atrapados por la velocidad y la inmediatez (que hace que hayamos olvidado la manera buena de esperar… nuestra espera se ha convertido en expectación ansiosa)
  • alérgicos al aburrimiento, extraviados y sin asidero sólido en la fluidez y la volatilidad de los vínculos
  • atrapados en redes sociales que nos proporcionan la fantasía de una comunicación instantánea con amigos que no vemos hace años
  • incapaces de diferir la satisfacción instantánea del goce lo que vuelve más sintomática que nunca la experiencia amorosa y sus avatares
  • atiborrados (desde pequeñitos) de objetos para taponar cualquier atisbo de la falta
  • confrontados de continuo con elecciones vitales que nos arrojan al vértigo de la libertad, etc.

Además, como el propio autor afirma, las mismas clasificaciones diagnósticas en la actualidad, al elevar la ansiedad del estatuto de síntoma al de categoría, de trastorno, han contribuido a darle una mayor consistencia.
Paradójicamente, al mismo tiempo de esta operación, en los circuitos asistenciales se ha ido deslizando la consideración de las patologías de la ansiedad como patologías menores y fácilmente tratables y corregibles:

  • quizás por la resistencia de los profesionales a comprender la trascendencia que supone la eclosión de este afecto sofocante que paraliza al sujeto
  • y también porque la industria farmacéutica se ha hecho cargo de la impotencia de los clínicos para enfrentar esta señal inequívoca de la desestabilización subjetiva. (Y también, dicho entre paréntesis, la industria editorial, que produce una infinita sucesión de manuales de autoayuda que sonrojaría a cualquiera de la larga lista de autores que citas en la bibliografía).

En cierto modo (paralelamente a esta extensión epidémica de la ansiedad, que la convierte prácticamente en un síntoma universal) se ha producido una cierta banalización de la experiencia que significa para el sujeto: La propia operación que termina forcluyendo el término angustia, y sustituyéndolo por el de ansiedad (que para Martín Adúriz no es sino su envoltura) es una muestra de dicha degradación conceptual.

Este es un segundo motivo por el que me parece necesario este libro, porque al intentar situar el foco en el afecto que subyace, constituye un esfuerzo por devolver a la angustia toda la dignidad que le otorgó la tradición filosófica y ética, y que el psicoanálisis recoge, empezando por Kierkegaard, que es quien lo inaugura en El concepto de la angustia, y el existencialismo.

En esta coyuntura si, por un lado,

  • la psiquiatría biológica y farmacológica toman a la angustia como un trastorno, una desregulación de la neurotransmisión
  • y por parte de la psicología se la considera un error cognitivo, una disfunción del pensamiento del sujeto, que puede reeducarse con técnicas y manuales de adiestramiento canino,

Martín Adúriz nos propone no hacer de la ansiedad un trastorno que hay que eliminar a toda costa, porque, cuanto más se trata como un síntoma a borrar, más muta y se transforma en otros.

Freud ya descubrió que la angustia es un afecto que se desplaza, es como la manta del pobre: ahí donde la tapamos por un lado, la vemos reaparecer desplazada en otra dimensión de la vida subjetiva.

La propuesta de este libro es otra: desenvolver el síntoma, y entre los motivos por los que los clínicos con frecuencia prefieren no hacerlo, junto a la desidia, al desconocimiento, a la protocolización deshumanizadora de la asistencia… señala certeramente uno más: la ideología positivista y biologicista que se ha hecho hegemónica en la institución. La ideología de no creer en el inconsciente, de no creer en el síntoma como una producción singular del sujeto que tiene una causa (una dimensión significante) y una utilidad (una satisfacción, una dimensión de goce).

La potencia clínica de las afirmaciones que (como si tal cosa, como en una conversación entre amigos) van deslizándose en el libro es descomunal: ante la ansiedad hay que realizar, por tanto, las tres preguntas clásicas de la clínica que merece ese nombre: qué, por qué y para qué.

  • no solo «qué» (que apunta a la semiología de la ansiedad, ahí se queda la psiquiatría);
  • sino también «por qué» (qué objeto inquietante e innombrable, extraño e íntimo a la vez, ha hecho su aparición en el espacio destinado para la falta). Esta es la pregunta que indaga en el surgimiento de la ansiedad, en la coyuntura significante en que se desencadenó, y orienta a su posible resolución;
  • y, sobre todo, «para qué», que es una pregunta escandalosa que interroga el motivo estructural por el que se mantiene: ¿qué gana el sujeto con la ansiedad?, ¿qué beneficio inconsciente le reporta?, ¿cuál es —como anotas, parafraseando a Freud— «su fin útil» (pág. 42).

En distintas partes del texto se recogen observaciones clínicas de gran enjundia y que son fruto del largo recorrido profesional del autor.

  • Por ejemplo, cuando señala la función de la prisa (a la que dedica un capítulo), como estrategia para sustraernos al encuentro con el inquietante deseo del Otro, en el sujeto fóbico, en el obsesivo, en el histérico y el psicótico.
  • O en el último capítulo, la ansiedad que cesa, donde recoge indicaciones muy precisas para el abordaje de la ansiedad en los distintos momentos del ciclo vital y las distintas posiciones subjetivas por la vía de relanzar el propio deseo.

Frente a la angustia que Lacan nombró como el único afecto que no engaña (porque tiene que ver con lo real, a diferencia de la incertidumbre que siempre conlleva lo simbólico), el discurso capitalista responde ofreciendo el espejismo bioquímico de la felicidad y el bienestar. La posición subversiva que este libro reivindica en esta encrucijada, o, por decirlo de otro modo, la política frente al síntoma y la angustia, es otra muy diferente a este nuevo higienismo, y consiste en

  • tratar de escuchar lo que la angustia dice sobre la verdad del sujeto y la causa de su deseo, ponerla a hablar, hacerla charlatana
  • y tomarla como una señal, una experiencia que nos confronta con lo real y la falta en ser, ligada a la raíz metafísica del hombre.

Me gusta mucho la expresión que usa para referirse a ella: brújula. O en otro momento: GPS. Es un libro saturado de metáforas.
Es verdad: la angustia tiene un carácter «revelador».

Para Kierkegaard hay una «educación por la angustia», y en ella el sujeto puede «aprehender algo relativo a la nada», en palabras de Heidegger, otro de los filósofos de la angustia. Ahí donde el sujeto se angustia, ahí está la verdad del sujeto.
Otra cosa diferente es que quizás hay en nuestros días, es cierto, una especie de pereza, de cobardía,

  • hoy muchos sujetos simplemente quieren librarse del malestar y volver a sus cosas,
  • prefieren verse liberados de la pregunta por la causa,
  • quieren que de la función de la causa se encargue el Otro, antes el Otro de la religión y hoy de las tecnociencias, que es nuestra nueva religión.
  • Se entregan (con la complicidad de algunos clínicos) a esa especie de anestesia emocional que produce el fármaco… Al evaporarse así (aunque transitoriamente) la angustia, que (Martín Aduriz recuerda con Miller) es condición del acto, se eternizan en no dar el paso al acto, en no decidir. Eligen no elegir

Esta resistencia, que no es nueva y con la que siempre tuvo que vérselas el psicoanálisis, ahora se ve reforzada por la proliferación de objetos que promueve la globalización: hoy siempre tiene que haber un objeto que recubra el vacío (fármacos, gadgets, coaching, terapias restitutivas, etc.). El sujeto contemporáneo se encuentra atrapado en una vorágine de objetos demasiado presentes, objetos que se ofrecen como sucedáneos del lazo social y cuya disolución al mismo promueven…
Un verdadero «tapón», como también señala el texto en otra metáfora afortunada, que al pretender a toda costa cubrir la falta, empujan a la falta de la falta, y ahí emerge la angustia, que puede definirse así justamente, como la falta de la falta: cuando al sujeto le falta el vacío posible, la distancia, entonces surge la angustia.

Esta circunstancia, paradójicamente, le presta a la angustia una nueva oportunidad. Ni los intentos de la tecnología y las neurociencias para «capturar» al sujeto y deshumanizarlo, ni el sueño cientificista de reducir los cuerpos a magnitudes biométricas tendrán éxito. Nada de esto funcionará gracias precisamente a la angustia. Por eso, la nombrada epidemia de ansiedad, es una señal pero también una oportunidad.
Igual que el viaje (otra metáfora que utiliza):
Igual que el viaje tiene todos los ingredientes para la aparición de lo terrible de la angustia (la incertidumbre, la inseguridad, el descontrol), también el viaje es la oportunidad de atravesar las fronteras tras las cuales permanecemos amurallados… en la fantasía de que ahí, bien a resguardo de lo diferente, nos encontramos a salvo, sin saber que ahí precisamente, en la casa, en el refugio, es el lugar donde verdaderamente nos jugamos la vida. La ansiedad es el testimonio de esa fragilidad.

Por este motivo, no es casual que justamente en nuestros países, cada vez más protegidos y seguros, estemos cada vez más angustiados. Mientras más presupuesto se destina a la seguridad y la defensa, que se proponen expulsar fuera al objeto del terror, más retorna este en el interior de nuestras sociedades, porque el verdadero objeto del terror no está en el exterior, está precisamente en lo más interior, y los recientes hechos así lo testimonian: el terrorismo no nos ataca desde lejanos desiertos, sino que nace en el corazón de nuestras ciudades. El psicoanálisis testimonia que el objeto de la angustia no está fuera, sino en el espacio más interior pero más extraño del sujeto, en lo más íntimo de cada uno.

¿Qué conclusión me queda tras las varias lecturas que he hecho de estas páginas?
Yo creo que en ellas se despliega la tesis de que la ansiedad (y la angustia que recubre) es el signo de la subjetividad de nuestro tiempo.
O por decirlo de otro modo:
¿De qué trata el libro?
¿De qué trata este libro en su recorrido por las tres dimensiones de la angustia: la dimensión clínica, la dimensión epistémica y la política?
JMA lo dice en el prólogo con otras palabras: Del hombre del siglo XXI.

Solo unos minutos más para terminar esta presentación: si la ansiedad (y la angustia que recubre) surgen ante la falta de la falta, la mejor defensa frente a ellas será siempre esa falta que el lenguaje hace presente. Siempre que tomamos la palabra nos ponemos en una situación de falta, nunca decimos del todo lo que quisimos decir, siempre decimos algo más de lo que nos propusimos. Por eso una escucha que permita que el sujeto ponga palabras, aunque vacilantes, al afecto indecible de la angustia, le ayuda a desencontrarse con el objeto y tiene un efecto de apaciguamiento.

Bueno, no quiero extenderme más… habría muchas más cosas que comentar, como el capítulo titulado «Ansiedad y mal de amores»… por la coincidencia con el tema elegido para nuestras próximas jornadas de la AEN de mayo: el amor, y en las que Fernando es un colaborador habitual (participó en las últimas, dedicadas precisamente a la angustia, con una comunicación sobre la ansiedad en la adolescencia)…
… pero quiero dejar tiempo al autor, a que nos dirija algunas palabras, y al debate.

Bueno, os animo a la lectura de este libro.
Os propongo leerlo sosegadamente, un capítulo al día, o a la semana;
está redactado en un estilo conciso, sencillo, ameno, recuerda el estilo periodístico de las columnas que —desde hace años escribe Fernando—, y que se leen así: una a la semana, sin atragantarse;
es un libro para disfrutar si sois amantes de la literatura y la poesía (la lista de citas y autores es inmensa), no solo —imagino— por el amor a los libros que el autor confiesa en el prefacio, sino porque el objeto indecible de la angustia solo puede cernirse con el lenguaje poético…

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