Gustavo Dessal, escritor y psicoanalista
«La idea de que la felicidad está al alcance de cualquiera es una falacia».
Hay una parte de nosotros en permanente boicot a nosotros mismos; una zona que nos habita que subsiste gracias a transfusiones eléctricas de sueño y realidad por completo diluidas, regiones de nuestra mente oscuras como una larga desesperación petrificada en soledad. Vivimos en tinieblas, salvo que prendamos la lumbre que nos permita encarar aquello que nos causa dolor. De todo esto habla el escritor y psicoanalista Gustavo Dessal en su última novela, El caso Anne (Interzona, 2018), en la que la protagonista se enfrenta a su locura y encuentra un antídoto poco usual, pero que la sostiene.
Esther Peñas: ¿La dignidad de las personas reside en su drama?
Gustavo Dessal: Aquellas personas que se enfrentan a sus propios síntomas, a sus dificultades, en lugar de huir y echarle la culpa al mundo, la capacidad de ciertas personas de asumir su dolor interno e intentar hacer algo con ello sin responsabilizar a nadie ni tampoco sucumbir al autoreproche, dignifica. Dignifica el hecho de ser capaces de reconocer nuestros problemas, nuestros dramas, de no darles la espalda. Eso vuelve la vida un poco más digna. Reconciliarnos con la verdad de que no todo lo que llevamos dentro es agradable.
Anne mantiene una farsa consciente con su padre, y a Shanice le mueve la verdad. ¿La mentira y la verdad son lugares igualmente importantes?
Es una cuestión bastante compleja. Tenemos una tradición filosófica respecto al concepto de la verdad y, con independencia de las aproximaciones que se han hecho, hay ciertas ideas comunes, por ejemplo, la idea de que la verdad es algo que se puede objetivar, que tiene que ver con lo objetivo, con lo verificable, que remite a lo fáctico y a la idea de que existe una suerte de oposición clara y nítida entre la verdad y la mentira. Al tiempo, la filosofía ha estado atravesada por la sospecha de que esa línea divisoria es un tanto artificial y compleja, propia de la paradoja de quien dice: «Yo miento». No es tan sencillo. La verdad y la mentira tienen importancia, pero no hay una línea trazable tan sencilla, ambas se entrelazan como la banda de Moebius, esa cinta por donde camina una hormiga, a veces por dentro, a veces, por fuera. Es decir, se puede pasar de la mentira a la verdad y de la verdad a la mentira, en ciertas situaciones, sin atravesar verdaderamente un límite. La verdad es una construcción que tiene una pata apoyada en lo ficcional, esto no es ninguna novedad, la verdad siempre tiene algo de mentiroso, y la verdad con mayúscula no existe. Todo aquel que se arroga la convicción de estar en posición de la verdad es un fanático, un loco o un canalla.
E impermeable al razonamiento…
Ah, ¡por supuesto! Aquellos que se identifican a la verdad son impermeables a cualquier dialéctica.
Tal y como apunta el doctor Palmer, ¿de veras estamos condenados a la infelicidad incurable? ¿No es una denegación, in-felicidad, in-curable…?
Sí, a eso estamos condenados. Es una manera que comparto con este personaje de expresar una posición contraria a esa ideología que reina actualmente de que los seres humanos siempre pueden encontrar la felicidad. Por supuesto que, en todo momento, el hombre ha buscado la felicidad, cada periodo histórico tiene una serie de coordenadas a partir de las cuales define lo que es la felicidad en su discurso general, amén de que cada uno, a título personal, tiene su propia idea de lo que entiende por felicidad. Lo nuevo, quizá, es la promesa de felicidad tan presente hoy en día. Antes, la felicidad tenía algo de utópico, y estaba sazonada con muchas cosas que eran contrarias a la propia felicidad, pero hoy se promueve la idea de que la felicidad está al alcance de todo el mundo, siempre que seas un buen ciudadano, un ejemplo de lo que la sociedad actual entiende como alguien adaptado al sistema. Además, es terrible, pero la felicidad se asocia a la posesión de bienes. Y algo aún peor: si no la has alcanzado eres un perdedor. Se ha quitado toda la referencia a las condiciones externas al sujeto, no es lo mismo haber nacido en un barrio rico en Brooklyn que en una aldea de Senegal, aunque, de vez en cuando, en Senegal resulta que un niño terminó siendo diplomático… qué sé yo. Al sistema le encanta difundir esos mitos para fundar la tesis de la que se parte: que todo el mundo es artífice de su propio destino y que, si te esfuerzas, aunque seas pobre y negro, puedes ser presidente de una multinacional, por ejemplo.
Y los que viven en las afueras de esa normalidad acaban en una consulta…
Es que se parte de una falacia, la de que todo el mundo, si se lo propone, podrá ser feliz. El psicoanálisis se basa principios éticos, en la concepción del ser humano y la concepción de la cura analítica en donde no solo no se pretende normalizar a nadie, entre otras cosas porque toda idea de normalidad es una construcción ideológica, por tanto tiene algo de mentiroso, sino también porque no puedes resolver muchas cosas en análisis, se analizan los síntomas pero se llega a un punto en el que se tropieza con un límite. Lo que permite el psicoanálisis es cambiar la forma en la que eso —ese dolor— opera en nuestra vida. Podemos modificar nuestra relación con el síntoma último que sabemos que ahí está, pero tenemos que convivir con él.
¿Qué importancia tiene, de tenerla, el elemento poético en nuestras vidas?
Mucha. Comparto la posición de Freud cuando dijo aquello de «allí por donde voy siempre descubro que algún poeta estuvo antes que yo». Maravillosa reflexión. No hay nada de lo que yo haya escarbado en el ser humano en lo que un poeta no hubiera abierto el camino antes. Freud podría haber dicho eso mismo de la filosofía, pero no tenía una visión muy amable de ella, no simpatizaba mucho con ella; para Freud el filósofo es un tipo que se dedica a remendar los agujeros del universo, mientras que el psicoanálisis muestra esos mismos agujeros, no los tapa. Yo mismo he comprendido muchísimas cosas del ser humano gracias a la poesía, a la literatura; es un instrumento fundamental en la medida de que la historia que cada uno de nosotros nos hemos construido tiene un lado consciente, el relato que hacemos y la manera en que, a través de ese relato, justificamos nuestro lugar en el mundo, porque todos necesitamos justificar nuestra existencia. Luego estálo que nos sucede a través de una ficción, un lado más oculto, esa novela inconsciente en la que todos ocupamos un papel, esa parte del relato en la que cada uno juega un rol, un personaje sin que no demos mucha cuenta o, en el caso de ser conscientes, sin saber muy bien quién o cómo se repartieron los papeles…
Y entonces usted se convirtió en un cazador de palabras…
Una parte importantísima del trabajo analítico consiste en que el sujeto pueda encontrar las palabras adecuadas para decir lo que le sucede; esto no significa que las palabras adecuadas tengan que ser bonitas, estar bien construidas, o que sigan el criterio estético de lo que entendemos por poético o literario. Cuando la gente descubre algo hablando en análisis lo hace atravesando un momento de lo que Lacan llamaba el «buen decir». Hay un momento donde uno dice algo y tiene la certeza de que lo ha dicho bien, descubre algo en una palabra, algo se revela, cobra una configuración tal que algo cambia, hace resonar en lo emocional. En ese sentido, creo que esto tiene que ver con lo poético. Cuando acertamos depende mucho no sólo del contenido de lo que decimos sino de cómo lo decimos. El paciente encuentre la palabra justa y a veces es el analista. Quizás el contenido no es muy distinto del que el paciente mismo ha reflexionado pero ciertas palabras permiten que algo se descubra.
¿Uno nace con algo roto o se rompe más tarde?
Se puede nacer con algo roto en el sentido de una enfermedad claramente definida, pero para el psicoanálisis los llamados trastornos psíquicos no obedecen a ninguna causa genética o física. Se puede haber nacido bajo la marca, bajo la predisposición de un discurso que precede al sujeto. Hay gente que nace en un mal lugar, y no me refiero al sentido geográfico, sino un mal lugar respecto del deseo que lo ha hecho llegar al mundo. Eso no es necesariamente una sentencia o condena.
¿De qué depende que uno sucumba o trascienda esa condición compleja de partida?
La historia de Anne muestra que es posible, a pesar de los condicionantes previos, a pesar de que el punto de partida no sea bueno, alcanzar cosas importantes en la vida, disfrutar de cierta dicha razonable. A pesar de la historia que precede su vida, Anne es la prueba de que alguien que parte con elementos muy frágiles, con una infancia dramática, complicada, tiene esta capacidad de luchar, de abrirse camino, de no rendirse. Para el psicoanálisis es importantísima la posición ética de cada sujeto. No solo se aborda al ser humano desde el punto de vista clínico (neurótico, psicótico, histérico, obsesivo), sino desde la posición ética que cada sujeto tiene, en el sentido de valentía o cobardía de cada cual para enfrentar sus circunstancias. Eso el psicoanálisis no se lo puede inventar a la persona, la persona lo tiene o no, o lo tiene de una manera u otra. Para el psicoanálisis eso es imposible de comprender, es inexplicable. ¿Por qué una persona tiene una determinada posición en la vida, por qué, dentro de la misma estructura familiar, uno sale canalla, digno o cobarde, con independencia de sus neurosis o patologías particulares? Se puede constatar, pero no se puede explicar cómo se produce eso. La protagonista de la novela podría haberse suicidado, haber pasado al acto criminal y, sin embargo, no sucumbió a la melancolía, se enfrentó a su locura y encontró una solución —que desconocemos qué durabilidad va a tener— atípica. No, no es un final feliz. Visto desde fuera podría considerarse extravagante e incluso poco compatible con el sentido común, pero a ella la sostiene. Además, el psicoanálisis no comulga mucho con el sentido común.
Por: Esther Peñas
Fuente: Solidaridad digital/Cultura – 5/11/2018.