Extractos de la conferencia dictada por Eva Rivas en la Jornada sobre actualidad del Psicoanálisis en la práctica clínica, Santander, 17 de noviembre, 2017.

Eva Rivas es psiquiatra y psicoanalista. En 1999 inicia su formación en psiquiatría infantil tras la especialización en el HGUG Marañon y desde el año 2002 trabaja en el CS Mental de Moratalaz perteneciente al Hospital Gregorio Marañón. Tiene varias publicaciones, aparte de ser coautora, junto a su padre, Enrique Rivas, del libro Pensar la psicosis II: la anomalía generalizada del sujeto contemporáneo. Investigación psicoanalítica (Málaga: Miguel Gómez Ediciones, 2014) y del Manual del TMG publicado por la AEN y que se presentó como ponencia central en el Congreso Nacional de Tenerife y que constituye una obra de referencia. También ha pertenecido a la Sección de Infantil de la AEN, y hoy nos hablará sobre «Lo que el psicoanálisis aporta a la salud mental de niños y adolescentes».


Actualmente, la psiquiatría se conforma en describir y clasificar las descripciones ateóricas de las manifestaciones psicopatológicas de la infancia. No es raro entonces que muchos psiquiatras infantiles entrevisten a los padres y basen su juicio clínico y sus decisiones terapéuticas exclusivamente en la descripción que estos o lo profesores hacen del comportamiento del niño. Pero el niño dice con la conducta lo que el adulto es capaz de decir con la palabra. En este contexto el psicoanálisis es imprescindible para ofrecer una alternativa a las terapias exclusivamente orientadas a la modificación de las conductas, las reeducaciones del síntoma, la reducción biologicista de trastornos como el TDAH, la psicosis, el autismo, la anorexia, la depresión. Aceptar en bruto un diagnóstico DSM es fijar al niño a una etiqueta, le quita su parte de responsabilidad y le sitúa fuera de la norma, se borra así la dimensión del sujeto.

Freud reintroduce al sujeto en el corazón de la «enfermedad» de la que es portador, haciendo de ella su enigma, responsabilizándolo en su decir en torno a lo que la ha causado. El síntoma, para el psicoanálisis, será pues la operación de implicación del sujeto en el malestar que padece cuya causa le resulta enigmática. [1].

El interés por la psicología del niño es muy reciente, data del siglo XX y el psicoanálisis ha sido el que más insistió en la importancia de la vida infantil y en su supervivencia en la vida adulta. [2]

Pero lo que el psicoanálisis aporta principalmente, es una ética en el abordaje de los síntomas de la infancia. Una ética que consiste en estar del lado del sujeto niño, reivindicar su estatuto subjetivo y apostar porque encuentre las vías de su propio deseo. Estar del lado del niño, escucharlo a el, su motivo de consulta, ayudarle a que formule su demanda, esclarezca su deseo… cosa que no es posible si solo atendemos la demanda de los adultos implicados (padres, profesores,…). El niño es un sujeto de pleno derecho y no solo un objeto a tratar, corregir, adiestrar.

El profesional de salud mental que dispone del armazón teórico del psicoanálisis no pretende nunca tratar el síntoma sin el sujeto, sin su consentimiento, valora primero qué función cumple el síntoma para él, no pretende neutralizarlo sin hacerle participar en la demanda de alivio sintomático.

La demanda delegada ha de convertirse en demanda en primera persona del sujeto a tratar, que no siempre es el niño: muchas veces es una demanda encubierta de los padres para llegar ellos mismos a un tratamiento.

Se trata de favorecer el despliegue significante, el paso del S1, el motivo de consulta, al S2, la red de significantes que permitirán el acceso al saber inconsciente. Hemos de permitir al sujeto que elabore su propio discurso, preguntarle cuál es su motivo de consulta independientemente del que traen sus padres,

Los niños que sufren, hablan, dibujan o juegan interrogando un saber que les resuelva el enigma sobre el deseo del Otro, ¿por qué no me quiere?, o ¿por qué me quiere tanto?, ¿qué quiere de mí?…

El marco teórico del psicoanálisis ayuda a enfrentar la demanda constante de pautas de actuación que hacen los padres angustiados. No se trata de convertir a los padres en expertos pedagogos, tienen que poder ser padres particulares, evitemos homogeneizar. Hacer clínica psicoanalítica es saber trabajar independientemente de lo que se cree saber, esta actitud paradójica es lo propio del método clínico en psicoanálisis. [3].

Si no cuestionamos el cientifismo pedagógico con la actitud de escucha del caso por caso que el psicoanálisis preconiza, terminaremos por ser un instrumento más de la inútil promoción de la adaptación a la vida productiva que, sin embargo, es contestada por la vida pulsional que escapa al exceso normativizante. Decía Dolto: «Un terapeuta es todo lo contrario de un profesor o de un maestro de buena conducta o al menos, si lo es, lo es indirectamente». [4]

Por otro lado, el psicoanálisis permite situar las manifestaciones conductuales contemporáneas: en la época del imperativo de goce, de la fantasía de llenar la falta con objetos de consumo como si fuera un vacío real lo que hay que llenar. La pulsión, que no se satisface con el objeto, se manifiesta reiteradamente como hiperactividad, agresividad, negativismo… Asistimos a una exhibición de lo real del goce que antes se velaba: los adolescentes que publican en redes sociales fotos de cortes autoinflingidos, conductas de riesgo, actos sexuales, violencia, peleas, abusos (bullying…), lo que contrasta con un pudor extremo en mostrar el amor por lo que implica de mostrar la falta.

El psicoanálisis permite pensar las nuevas formas de malestar de la infancia [5], en las que la angustia no aparece como afecto del niño sino del Otro: la impulsividad, la hiperactividad, los trastornos de conducta, las adicciones comportamentales, dividen y angustian a padres y maestros; el niño contemporáneo divide al Otro insistiendo en su goce del que no puede prescindir. La impotencia paterna llega a las consultas para hacer gala de esta imposibilidad de decir que no, lo cual lleva a eludir una castración simbólica. Esto no ayuda a que el niño ceda algo de goce por la vía de la enunciación y el amor. En lugar de angustia encontramos perturbaciones de este cuerpo-falo como la anorexia-bulimia, la disregulación pulsional, de los afectos, de la alimentación y del sueño, de los ritmos en general, del movimiento y la actividad… La función paterna, la castración, daría apertura al deseo permitiendo la separación del objeto. La función del analista es poner en marcha la cesión de goce.

Finalmente, el psicoanálisis permite pensar los síntomas como vías de solución que el sujeto ha construido para salir airoso de conflictos subjetivos difícilmente solventables: no hay que tender por tanto a liquidarlos sin antes haber explorado con el sujeto alternativas. Hemos de cuidar la vía del sujeto.

Di Ciaccia da la consigna de no juzgar al loco en términos de déficit ni de disociación de funciones. [6] No debemos tratar la elaboraciones sintomáticas o producciones como déficit. El sujeto es víctima de un déficit, pero es dueño de su defensa. Así la manera de trabajar con el autismo o la psicosis cambia radicalmente si los entendemos como modos defensivos ante un Otro que por las circunstancias que sean (prematuridad, enfermedad neurológica, contexto abandónico, depresión materna…) es vivido como invasivo o amenazante. El uso de la fantasía por el niño psicótico es otra manera de eludir o vadear el agujero forclusivo en la red de significantes que lo sostienen. Hay que facilitar pues esa invención de un nombre del padre (Sinthome). Los niños psicóticos no tienen buenas soluciones para inscribirse en el lazo social, pero debemos pensarnos mucho el atacar esas soluciones encontradas a veces con mucho esfuerzo.

Notas

[1] Cosenza, D., El muro de la anorexia. Madrid: Editorial Gredos, 2013, p. 33.

[2] Diatkine, R., Ferreiro, E., García Reinoso, E., Levoboci, S. y Volnovich, J. C., Problemas de la interpretación en psicoanálisis de niños. Barcelona: Gedisa, 2006, p. 9.

[3] Ansermet, F., «Reconfiguraciones contemporáneas sobre el autismo», en Coccoz, V. (comp.), La práctica lacaniana en instituciones II, Buenos Aires: Grama ediciones, 2017, p. 280.

[4] Dolto, F., Nasio, J. D., El niño del espejo – El trabajo psicoterapéutico, Barcelona:

Gedisa, 1987, p. 93.

[5] Cazenave, L., «En el camino del sinthome: La dirección de la cura en la psicosis de la infancia», en Golber, S. y Stoisa, E., Psicoanalisis con niños y adolescentes lo que aporta la enseñanza de Lacan, Buenos Aires, Grama ediciones, 2007, p. 96.

[6] Ciaccia, A., citado por Halleux, B., «Novedades sobre la práctica entre varios» (http://letraslacanianas.com/index.php?option=com_content&view=article&id=197:novedades-sobre-la-practica-entre-varios&catid=36&Itemid=50), en Coccoz, V., La práctica lacaniana en instituciones I, Buenos Aires: Grama ediciones, 2014, p. 70.

Por Eva Rivas