Fernando Colina se apea en su último libro, Melancolía y paranoia (2011), del «reto hermenéutico» que nos propusiera una década atrás en el trabajo «Actualidad hermenéutica de las psicosis» (2002).

En Fenopatológica analizamos este cambio de rumbo a la luz de la ponencia de Michel Foucault «Nietzsche, Freud, Marx» pronunciada en julio de 1964 en el marco del 8º Colloque de Royaumont.

Interpretación

«Desde la primera aparición de la palabra “hermenéutica” en el siglo XVII, el término designa la ciencia o el arte de la interpretación», nos sitúa Colina. Algo más precavido se muestra Foucault al reconducir la propuesta recibida de los organizadores del coloquio de Royaumont hacia «algunos temas relativos a las técnicas de interpretación en Marx, Nietzsche y Freud». Avisado de los alcances diversos del término, le sacude las connotaciones filosóficas para ceñirse a la técnica, al método, con que «rastrear el lenguaje». También Colina se atendrá en 2002 a su carácter propedéutico, a «las condiciones racionales, previas a cualquier consideración propiamente psicopatológica, que la hermenéutica nos puede proponer», preservándola así de la arena psiquiátrica a que la invita. Aunque se apresura a una lectura del concepto como amplio frente anti-positivista, querrá ofrecer una intelección de la hermenéutica como «ciencia del diálogo y de las preguntas» abierta al problema de la psicosis; y reconocerá su aprioricidad al afirmar que «la perspectiva hermenéutica ha fecundado el conocimiento de la psicopatología del psicótico».

Aunque no recula tanto como Foucault, quien se retrotrae a la interpretación por semejanza del siglo XVI, se mantiene fiel al XX y no reformula todavía la hermenéutica a partir de la psicosis. Sí pretende una hermenéutica que podemos llamar psicopatológica, que se ofrece a la psiquiatría y pregunta por las condiciones generales bajo las cuales puede tener lugar la comprensión que le es propia; y aunque destaca «la importancia que adquieren los desarrollos patológicos del pensar para el estudio del conocimiento» no se aventura todavía a la inversión que terminará en Melancolía y paranoia leyendo la hermenéutica entera a través de la clínica, a través de esa bisagra conceptual y vector de la paranoia que es la interpretación.

Veamos cómo se ha producido este desplazamiento.

Interpretandum

Cuando Colina habla en Melancolía y paranoia de interpretación lo hace casi siempre en un sentido de desmesura, ya sea como «saber excesivo y arrogante que elimina cualquier posibilidad de comprensión» o como pensamiento débil que construye un «universo racional restringido». Aunque en algún lugar le concede una lectura favorable como «apertura generosa del sentido», no tarda en advertirnos del inherente peligro que la «bloquea si cierra su contenido en una verdad». Es tal el rechazo que define su propuesta precisamente a la contra, como aquel pensar «que nos permite trascender la interpretación». Con esta (legítima) restricción de significado opta Colina por presentar la vertiente más deficitaria y anquilosada del término, extraída del gesto último del paranoico que —en su defensa del otro— echa mano de la idea más rígida, del más pesado concepto.

Este carácter inflexible; esta propiedad de detención, fijación y saturación del significado que entiende Colina como «la muerte del saber» perpetrado por la interpretación, lo identifica Foucault muy al contrario con la ausencia del movimiento interpretativo, reconociendo en éste el único modo de transitar la inagotable red de signos que es nuestra existencia. El único modo sin tropezar y hundirnos.

Si para Colina el paranoico fracasa por su apego a la interpretación, para Foucault la experiencia de la locura se da sólo al (creer poder) prescindir de ella. Cuando se pretende saldar de una tacada la desesperación, noquearla al primer asalto, y dar por definitivo el golpe inaugural, simple arañazo (absurdamente definen algunos delirar como apartarse del surco, cuando no es sino permanecer obstinadamente en él, en ese primer rasguño).

El riesgo de caer en el vacío de la significación deviene sólo cuando no se interpreta bastante; cuando se acepta la idea más precipitada, siempre la más pueril y por descontado insuficiente, para dar cuenta del universo hablado que sin descanso nos interroga. Cabría acogerse a la saludable propuesta de Colina: diferir todo intento explicativo para arrellanarse en la contemplación. Pero renunciar a un relato propio es someterse al recibido, pues «nunca cesa de haber por encima de todo lo que habla —nos recuerda Foucault— el gran tejido de las interpretaciones violentas». Ya alertó Nietzsche del carácter impuesto de la interpretación o, mejor dicho, del ya siempre interpretado del mundo.

Lo que ocurre al paranoico no es que se entregue a la interpretación, sino que lo hace con la primera que pasa, con una que «se remansa en su creencia de que maneja todos los hilos del saber» como escribe Colina; y que dimite con ello de la hermenéutica «obligación de interpretarse ella misma al infinito» que recoge Foucault. En 2002 se lamentaba Colina de que el psicótico se «aleja de la hermenéutica en la medida en que se desentiende de la finitud y contingencia de la interpretación, comportándose en su delirio como si hubiera dicho todo (…) se aferra a un conocimiento inamovible del que no se puede desembarazar mínimamente, ajeno a la deseable corrección incesante de uno mismo». Pero en 2011, abandonada la apuesta hermenéutica, el cambio que se contempla —más que defiende— es un tímido «diferenciarse dulcemente de sí mismo», tan dolce

En resumen, si para Colina la salud es una apuesta por demorar, alejar o rehuir la interpretación; para Foucault no se puede sino revolucionarla sin tregua, forzar el giro del pensamiento para evitar la precipitación. Dos reacciones opuestas ante la alarma del turingio: el castellano éxtasis y el incesante movimiento circular del francés.

Interpretans

Al leer en Melancolía y paranoia acerca de un pensar que descarta la necesidad de concluir en una verdad objetiva evocábamos la resistencia hermenéutica, que se niega un fin y entiende —como describe Foucault— que «la interpretación debe interpretarse siempre ella misma y no puede dejar de volver sobre ella misma». Pero no. Cuando se trata de hallar alternativa a la interpretación paranoica, esa que «dificulta la comunicación de unos con otros debido a la rigidez del sentido y a la desconfianza que incorpora su inmovilidad», no ve Colina en la hermenéutica sino un dejarse llevar «por el vértigo del sentido», en verdad propio de ese «tiempo de la interpretación que es circular», inconcluso e infinito, trazado por Foucault.

No parece Colina terminar de acomodarse a la lectura hermenéutica de Gadamer por la que el «texto poético nunca puede ser agotado transformándolo en conceptos», aunque acceda en la página siguiente a un pensamiento que «tolera un valor más ingrávido y móvil de las representaciones». Frente a la avalancha de significados no se deja arrastrar y se refugia en el éxtasis; apuesta por una contemplación que tolera sin agotarse, resignada y boquiabierta, ya sólo «relativamente lírica»; y se distancia de la defensa que en 2002 hiciera del programa del marburgués rebelándose contra la «pasividad en la espera» y enfatizando que «no supone apostar por una mística del silencio o de lo inefable».

Colina opta por adherirse, entre el pasmo paranoico y el gadameriano mareo, al «uso psicoanalítico» de la interpretación. Si paranoia y hermenéutica son dos modos contrapuestos de ella, cerril la una y veleidosa la otra, pretende mediar en ello con la psicoanalítica. Aunque no atisbamos cómo pudiera hacerlo, lo que resulta claro es que Colina ha renunciado al reto hermenéutico que proponía en 2002, ese por el que se «nos fuerza a intentar desprendernos algo de la excesiva dependencia del psicoanálisis, en especial cuando se torna categórico y proclive a la interpretación terca e intimidatoria», a saber, cuando se vuelve algo paranoico. Tal vez porque haya mermado el temor por una paranoia de la que en su tesis actual todos somos partícipes; o porque entienda el psicoanálisis como disciplina más transigente de lo que la veía entonces, no parece necesitar ya a la hermenéutica para conjurar los riesgos totalitarios de un modelo psicopatológico en verdad hegemónico (su adversario natural no puede, ciertamente, opugnarlo con su semiología ramplona).

Lo relevante al fin es que con esta nueva aproximación, para consuelo de unos y como acicate nuestro, a la doctrina psicoanalítica, Colina sigue retándonos a pensar, «en su acepción fuerte» y libre de vasallajes, la psicopatología; y que aviva sin duda, como señala José María Álvarez en su reseña, nuestro «entusiasmo por el saber».

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FOUCAULT, M. (1966), Nietzsche, Freud, Marx. En DELEUZE, G. (dir.), Cahiers de Royaumont, Nietzsche, París, Les éditions de Minuit.
COLINA, F. (2002), Actualidad hermenéutica de las psicosis. Frenia (II), 109-19.
COLINA, F. (2011), Melancolía y paranoia, Madrid, Editorial Síntesis.

Por Sergi Solé Plans

Fuente: Fenopatológica