Adolfo Santamaría, un tipo recio, un caminante infatigable, un hombre de mar y montaña, amigable y solitario, híbrido, como cualquiera de nosotros.
Esta mañana, a eso de los siete, murió Adolfo Santamaría. Llevaba enfermo poco más de un año. Convivió con la enfermedad haciendo gala de un estoicismo sobrio, el que necesitó para soportarla lo mejor que pudo. A solas con la presencia real de la muerte, solemos usar los parapetos que mejor resultado nos dan cuando arrecian las dificultades de la vida. Por eso morimos como vivimos. Y él también lo hizo así. Fue un tipo recio, un caminante infatigable, un hombre de mar y montaña, amigable y solitario, un híbrido, como cualquiera de nosotros. Se defendió bien en ambos terrenos. También en su vida profesional, como psicoanalista y como psiquiatra.
Doctor en Medicina, psiquiatra, psicoanalista miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, el Dr. Santamaría fue un destacado colaborador de la Otra psiquiatría y uno de sus representantes más notables. No perdía ocasión para participar en las Jornadas anuales, para hablarnos de lo que hacía con sus pacientes, de cómo usaba su relación con ellos para el tratamiento. En esto era un maestro. Pasó muchos años de su vida, tanto en Valencia como en Castellón, atendiendo a personas enfermas, especialmente a toxicómanos y a locos. Tampoco perdía ocasión para mostrarnos, cuando le visitábamos, sus centros de trabajo y presentarnos a algunos de sus pacientes. Ahí estaba en su salsa. Se desenvolvía con una soltura admirable. Era cercano, cordial y respetuoso, nunca excesivo ni rebuscado. Y a menudo, muy templado. Quizás estas cualidades se habían forjado en soledad. Mejor dicho: gracias a su aptitud para la soledad.
Dice mucho de él su medio de trasporte. No tenía coche, sino una enorme furgoneta en la que llevaba los aperos propios de un montañero. Con ella iba y venía de Valencia, donde vivió, a Castellón, donde trabajó durante muchos años. En su furgoneta azul viajaba lejos, sin otra dirección que las montañas. Y allí se perdía en la solitaria compañía de la naturaleza. En algunas de sus fotos se le ve radiante en una cima, tras una caminata de muchas horas. En otras le vemos hablando en público, contándonos cosas de su trabajo, su otra pasión.
Cuatro palabras apresuradas no hacen justicia a lo que ha sido para nosotros Adolfo Santamaría. ¡Qué pena que haya muerto! Tenía tantos proyectos por realizar, tantas experiencias que compartir con los suyos y con nosotros, guardaba tantas palabras para intercambiar. Como él, todos somos Sísifo y cargamos con una pesada roca hasta lo alto de la montaña. Una y otra vez, sin interrupción. Y así transcurre la vida. Pero para Adolfo, ese peregrinar entusiasta hacia la cima se ha detenido hoy, 17 de agosto de 2020, a eso de las siete de la mañana.
Que descanses como te mereces, amigo.
José María Álvarez y Chus Gómez, por la Otra psiquiatría
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Un adiós a Santamaría
Me ha sacudido de golpe
una sombra, una palabra torcida
en este viaje de vida
cuando el oleaje del viento
frío para estos tiempos
ha confirmado el rumor
de esos presagios malditos
que los mensajes confirman a gritos.
Confié la suerte a la vida
porque la rueda siguiera adelante
y aunque parece que a veces olvidas
los recuerdos te llevan de nuevo
a aquella imagen prendida
a aquel instante grabado que,
sin quererlo, se convertiría
en una maldita despedida.
De golpe he regresado
a aquel punto remoto y presente
a aquel instante lejano y amable
en el que retuve su rostro y su nombre
en una mirada cercana
en una delicada sonrisa
la de mi amigo, Adolfo Santamaría.
Entonces nos dimos la mano
seguido de un cálido abrazo
que ahora me estalla por dentro
al saber que un suspiro eterno
se ha llevado de un soplo a mi amigo
a la vez que ha avivado de nuevo
en mi, tantos y tantos recuerdos.
Pero el orden de los fragmentos
se me ha movido por dentro
porque mi amigo se ha ido
y algo se ha llevado consigo
quizá un pedazo de amor
un lugar especial en mi cuerpo
no sé bien, pero algo se llevó
ese dichoso y frío viento.
Seguro que en ese último viaje
el aire le habrá subido a una cima
tan arriba como fue nuestra estima
y de allí nos verá recordarle
con afecto y agradecimiento
pues en muchos sembró bien profunda
una bella e imborrable presencia.
Allí donde estés, meu amic
espero que nos oigas decir
que escuchando seguimos tu voz
tu paciencia, tu optimismo, tu honor
tu semblante sereno y afable
tus palabras de sabio entrañable
que la tierra y el cielo te guarden.
Juan de la Peña