Intervención del Dr. Jesús Morchón, director del Hospital Psiquiátrico Santa Isabel de León, en la presentación de La ansiedad que no cesa (Museo Gaudí Casa Botines, León, 24 de enero de 2019)

Ante todo, agradecer a Fernando su invitación a presentar su nuevo libro, La ansiedad que no cesa, invitación para mí especialmente grata pues parte de un lacaniano a alguien que no lo es, pero que ha convivido, y sobrevivido, con Lacan y sus fantasmas a lo largo de su formación y de su vida profesional.

Mi relación con Fernando, si bien ha sido intermitente, es larga, pues es de esas personas que, aunque tardes en verlas, la alegría que sientes al reencontrarte es sincera y termina siempre en un abrazo.

Nuestro primer contacto fue a través de José María Álvarez que se dirigió a Roberto Martínez y a mí, recién salidos del cascarón del colectivo Villacián de Valladolid, para reclutar un grupo de personas interesadas en el estudio del psicoanálisis y en el conocimiento más profundo de Lacan.

He de confesar que Lacan pudo conmigo, pero me permitió conocer a Fernando.

Fernando se hace querer enseguida. Nada más que se le ve uno no tiene la menor duda de que es buena persona. Rebosa bonhomía. Cuando se le conoce algo más esa percepción se queda corta, porque Fernando es una fuerza de la naturaleza, un torrente, alguien romántico y apasionado, un vitalista que transmite ilusión, entusiasmo, sabiduría y deseo.

Ese apasionamiento le ha permitido un recorrido personal y profesional amplio y brillante: licenciado en psicología, psicopedagogo, licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación, se formó en psicoanálisis en Madrid y París, autor compilador de Adolescentes por venir, autor de Mejor no comprender, coautor de Una clínica posible del autismo infantily La sociedad de la vigilancia y sus criminales, coordinador del Seminario del Campo Freudiano de Castilla y León, psicoanalista miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, profesor del Máster de Psicopatología y Clínica Psicoanalítica de la Universidad de Valladolid, director de Análisis, revista de psicoanálisis y cultura de Castilla y León, patrono de la Fundación FUNDOS de Castilla y León, colaborador del Diario Palentinocon su columna semanal «Vecinos ilustrados» y su práctica como psicoanalista en el centro François Dolto de Palencia.

Fernando tiene muchas facetas admirables, pero si hay algo que yo particularmente envidio de Fernando son dos cosas:

  • Imaginarle disfrutando de los amaneceres con olor a salitre en la Isla de Arosa, supervisando la buena crianza de los mejillones en las bateas, siendo diestro en el manejo de la nasa y contemplando el perfil de las garzas al caer la tarde.
  • Y el ser presidente de un Ateneo, el Ateneo de Palencia a cuya resurrección contribuyó decisivamente mostrando de paso su amor y fidelidad a su pequeña y felizmente provinciana ciudad natal.

Atenea para los griegos era la diosa de la justicia, de las ciencias, de la habilidad en la estrategia. Nacida de la frente de Zeus, encarna la sabiduría y la prudencia. Imbatible en la guerra, ni el propio Ares pudo vencerla, defiende la paz. De virginidad perpetua castigó a Tiresias con la ceguera por sorprenderla en su desnudez mientras se bañaba, pero compasiva, le compensó purificando sus orejas y permitiéndole comprender el lenguaje de los pájaros. El valor de la escucha.

El Ateneo, su templo, es donde se transmite el saber, donde se reúnen los poetas, los oradores, los filósofos, los sabios que humildemente afirman su no saber y reivindican la curiosidad intelectual, el interés por la ciencia y el arte, la admiración hacia los que dedican una vida al estudio y comparten su conocimiento.

La ansiedad que no cesa me sugiere un Ateneo en 130 páginas, un Ateneo que promueve la reflexión y el conocimiento, y los transmite, donde Fernando revela otra de sus pasiones, su amor a los libros, su amor por la literatura, por los libros que hacen pensar, y convoca, a este su Ateneo, las voces de autores admirados y queridos por él: Kavafis, Antonio Gamoneda, Gustavo Martín Garzo, Fernando Pessoa, Miguel Hernández, Fernando Colina, Claudio Magris, Freud y muchos otros, si bien reconoce su amor rendido e incondicional por Jacques Lacan. Porque tal como asevera José María Álvarez en el prólogo, Fernando «no podía ser otra cosa más que lacaniano».

La ansiedad que no cesa nos inquiere ya desde su título y desde su portada. Imposible no rememorar El rayo que no cesa, de Miguel Hernández, el poeta de las tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida. La de la angustia.

La imagen de un lápiz roto, quebrado, evoca alguien desbordado por la tensión que aniquila precisamente lo que podría servirle como defensa, como refugio. El lápiz roto como origen de la página en blanco, la página que, como dice Fernando, cesa de no escribirse, a la espera, confrontada con la angustia.

El libro de Fernando gravita fundamentalmente sobre la angustia, sobre el deseo y sobre la palabra.

Vivir es desear. El deseo empuja todas las manifestaciones de la vida. El deseo es el remedio para la angustia y para la melancolía, que lo estrangula. Y el lenguaje es el vehículo sobre el que viaja el deseo.

La ansiedad alcanza en nuestros días niveles de epidemia. Invade el lenguaje y las consultas de los centros de salud. Tan familiar, persistente y poderosa es su presencia en nuestras vidas que ha desplazado conceptualmente a la angustia, cuando no es más que su tarjeta de presentación. Fernando la califica —acertadamente— de envoltorio. La ansiedad es el papel y la angustia el caramelo, el afecto que está dentro. Para abordar la ansiedad, para calmarla, hay que quitar el papel y llegar al caramelo lo que conlleva poner el síntoma a hablar, investigar las conexiones con la historia del sujeto, desentrañar su lógica, explorar los vericuetos del malestar, del sufrimiento y tratar de conocer qué resulta tan inquietante como para que aparezcan las amenazadoras manifestaciones físicas de la ansiedad: palpitaciones, sudoración, sensación de ahogo, inseguridad, inquietud y, sobre todo, incertidumbre ante lo que pueda pasar y una sensación insoportable de poder perder el control de uno mismo.

Vivir es desear. Freud ya nos enseñó a considerar los síntomas como una defensa y como un intento de reconstrucción. Con los síntomas hay que ser cuidadoso porque cuando desaparecen pueden dejar al sujeto desvalido y desnudo. Por eso hay que intentar comprender su sentido, su significado.

La angustia es —como dice Fernando— un huésped inesperado que aparece de súbito, algo familiar que de repente muestra una cara que desconocíamos y que nos atemoriza. Algo, como dice Freud definiendo lo siniestro, que destinado a permanecer en secreto, en lo oculto, ha salido a la luz.

Nos sentimos desazonados, tensos, agobiados, cuando estamos cansados, hartos, agotados, frustrados, cuando nuestros deseos entran en conflicto con las convenciones sociales o con las prohibiciones. Los lacanianos dicen que nos angustia que nos falte la falta.

Vivir es desear. El sujeto vivo es el sujeto que desea y es deseante porque se siente incompleto, insatisfecho y prosigue la búsqueda de ese objeto perdido origen de su deseo. Hay falta mientras se mantiene esa búsqueda. Es conocido que toda satisfacción conlleva un decaimiento, una tristeza, porque hay que poner de nuevo en marcha el mecanismo del deseo. Existe una sabia maldición gitana que dice «ojalá se cumplan todos tus deseos» como desgracia máxima que deja al sujeto paralizado, sin el motor del deseo.

Vivimos en una continua pérdida, perdemos al amigo, al amor, al familiar, perdemos el trabajo, perdemos la casa o lo que habíamos jugado en bolsa y hay que aprender a convertir las pérdidas en faltas. Se necesita tiempo para recuperar el deseo tras una pérdida, se necesita tiempo para volver a desear y enlazar la pérdida con otro deseo. El deseo es la espera. Pero vivimos tiempos que no favorecen la espera sino que exigen que el deseo esté siempre en actividad, sin tiempo para el aburrimiento o la decepción. Hoy la infelicidad está mal vista y el deseo debe estar acelerado lo que convierte la espera en algo inquietante, insoportable, de lo que no nos podemos hacer cargo. Se exigen respuestas inmediatas, la toma rápida de decisiones y la continua necesidad de elegir que a veces conduce a la inhibición y a elegir no elegir. La prisa evita la reflexión, pero un tiempo de duelo es necesario. El luto, y su simbología de vestir de negro durante periodos rígidos, a veces demasiado prolongados, dejaba claro que la persona de luto durante un tiempo no estaba para fiestas. Fernando habla de una prisa buena que es la que permite la reflexión, sin que se eternice, favoreciendo la toma de decisiones y evitando la posición de elegir no elegir.

Vivir es desear. Donde hay deseo hay lenguaje, son inseparables.

El lenguaje es el instrumento que permite la comunicación y el conocimiento, pero su valor simbólico le convierte en vehículo del deseo. Permite ver la realidad convirtiéndola en palabras. Vemos las cosas porque podemos nombrarlas. El lenguaje permite que la realidad no sea desbordada y desplazada por lo que Lacan denominó como real, es decir por las pulsiones y experiencias que no se pueden simbolizar. El poder de nombrar los objetos estructura la percepción misma. Nombrando los objetos se consigue que estos sean consistentes. El lenguaje determina al sujeto y cuando las palabras se separan de su significado se independizan de las cosas y convocan la angustia como emisario de lo real, de lo siniestro que debería permanecer oculto. Las palabras separadas de las cosas no se corresponden con sucesos ni con interlocutores conocidos y vagan libremente en la conciencia del sujeto dando cuerpo a la certeza del horror. No se dirigen a nada ni a nadie y resuenan en el interior como piedras hasta que se transforman en angustia y, en ocasiones, en voces, delirios y automatismos.

Pero todo lo que empieza, termina. También la ansiedad. Se puede abordar sin desenvolver el caramelo recurriendo a estrategias que la mitigan, o la esconden o la retrasan, como hacer deporte, refugiarse en las drogas o en la bebida, centrarse en trabajos absorbentes, evitar las situaciones que la despiertan eligiendo la parálisis, la inhibición, o tomando ansiolíticos, o se puede abordar llegando al caramelo.

Desde que el mundo es mundo se pueden mantener dos posiciones ante la locura, casi siempre irreconciliables.

Una postura somaticista, médica, en la que se piensa en la locura como enfermedad, como un diagnóstico con una base orgánica, corporal.

Y una postura psicologicista, de entramado casi filosófico, en la que se piensa en la locura como una ruptura en la que el sujeto no es una mera marioneta de la enfermedad sino partícipe de ella. En la que se tiene en consideración su historia como persona. La locura sería el otro lado de la razón, un momento duro pero esencial de la razón. Locura y razón se entretejen y articulan, y entonces la locura puede ser vista como el intento del hombre para escapar de sus conflictos. Como decía Pascal: «todos estamos tan necesariamente locos que no estarlo sería otra forma de locura».

Fernando, como es evidente, se inclina por la segunda postura y por desenvolver el caramelo. Se trata de desangustiar mediante la palabra, de encontrar las palabras que ahuyenten el miedo, que contengan la ansiedad para que cese, que encuentren la fórmula para relanzar el deseo, el deseo propio, porque el remedio para la angustia es el deseo. Vivir es desear, volver a tener la capacidad de decidir y de elegir, de confiar en los demás, de aceptar no tener el control. El psicoanálisis, terreno fundamental de la palabra, da sentido a los síntomas, atiende a la subjetividad del individuo, enseña a estar callados, a cuidar los terrenos y las distancias, como advierte el arte de la tauromaquia o la metáfora de Freud sobre el puercoespín que Fernando también recoge en su libro: «todos nos necesitamos, por eso nos acercamos los unos a los otros, pero si penetramos demasiado en el territorio del otro, a veces nos pinchamos y hemos de separarnos, pero, si nos alejamos mucho, entonces sentimos frío y tendemos a volvernos a acercar».La palabra y la escucha, no solo en psicoanálisis, instrumentales útiles, sencillos y baratos en nuestra práctica diaria, armas potentes y acogedoras para el sujeto que sufre.

¡Que Atenea se apiade de nosotros y nos permita comprender el lenguaje de los pájaros, como a Tiresias!

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