Conferencia en el Hospital Universitario Río Hortega
Valladolid – 5 de octubre de 2018

Muchas gracias a Fernando Colina y a José María Álvarez por esta amable invitación para participar en este espacio destinado a la formación del personal sanitario de este Hospital. Recuerdo que estuve hace tres años hablando de «Enfermos de amor propio», y hace ocho de «El desamor», y también evocaba estos días el recuerdo de una conferencia de 2001 en el Psiquiátrico Villacián (donde también existía este espacio de docencia), titulada «Amor versus aburrimiento». Hubo más, pero he comprobado que estas tres incorporan en su título el significante «amor». Hoy no les hablaré del amor, espero, quién sabe.

Hablaré de la ansiedad tal y como la he estudiado en los últimos años y la he abordado, todo lo didácticamente que he podido, en un libro que se titula La ansiedad que no cesa.

Tesis del libro La ansiedad que no cesa

Editado por Xoroi ediciones, el libro, en prensa, aparece este mes de octubre. En brevísimo resumen mantiene las tesis siguientes:

1. Los cuadros de ansiedad son una epidemia que crece, y que aún crecerá más en tanto se dan las circunstancias de época que lo amplifican.
2. La ansiedad es el envoltorio de la angustia, a quien no se la quiere reconocer como tal, pasando de una tradición clínica centrada en la angustia a una relativa forma degradada, el trastorno de ansiedad. La detención en los fenómenos de la ansiedad nos lleva a los juegos del ansiolítico y a la sucesión de artificios para calmar la ansiedad que se demuestran inoperantes.

3. La relación entre angustia y deseo es el eje que nos permitiría una posibilidad de intervención en la clínica con el sujeto ansioso.

4. Frente a la ansiedad que no cesa, la ansiedad que cesa es aquella que ha encontrado una fórmula para relanzar el propio deseo sin la esclavitud que supone esperar la emergencia angustiosa del deseo del Otro.

Ansiedad y epidemia

Este rayo ni cesa ni se agota:
De mí mismo tomó su procedencia
Y ejercita en mí mismo sus furores.
Miguel Hernández, El rayo que no cesa

La referencia al poeta en el exordio contiene la idea fuerte a transmitir. La ansiedad es como ese rayo que me habita. Que parte de uno mismo, y por tanto es al propio sujeto a quien hay que pedirle cuentas, y que demás ejerce sus furores, puesto que no es agradable, en especial en los momentos del ataque de pánico.

Y se sabe que insiste, que no para, que no se detiene con los artilugios consabidos, con los ansiolíticos, recetados con profusión, a millones. Un club de los lexatinados generalizado, una auténtica epidemia silenciosa.

Los tintes de época dan consistencia a esta idea

Señalaré la velocidad de los cambios sociales y económicos, la demanda de instantaneidad de las comunicaciones, y la volatilidad de las relaciones de pareja o de trabajo. Esta ausencia de solidez, y la consiguiente incertidumbre, fomentan los momentos ansiosos. El asunto es la continua capacidad de elección que conduce a decidir elegir no elegir.

Las clasificaciones han dado consistencia a la ansiedad

No la observan como un síntoma más, sino como un desorden en sí, una entidad que nomina y distribuye grupos. Una entidad que es susceptible entonces de alimentar el consumo de un tipo de medicamentos, los ansiolíticos, que lejos de ser coyunturales, vienen para quedarse por su poder adictivo.
Tampoco cesa la ansiedad por su rasgo de brújula que nos indica en tanto señal algo que no aparece. La ansiedad ha tomado el relevo de la angustia cuando es precisamente su tarjeta de presentación.

Envoltorio, ansiolítico y calmar la ansiedad

La ansiedad tiene pues una definición de envoltorio. De respuesta ante la pregunta qué soy para el Deseo del Otro. Ubicar así la ansiedad nos enseña a formularnos la buena pregunta, y a entender el por qué del lamento muy repetido por el sujeto ansioso, de que no se entiende, cuando tiene todos los objetos que precisa para ser feliz. Dicho de otro modo, que no ubica bien la falta, el deseo, ni la falta de la falta, ni el deseo de deseo.

Ubicar la ansiedad en las especiales relaciones entre el sujeto y el Otro (con mayúsculas, es decir no solo el semejante, sino alguien colocado en la posición del saber o del poder, alguien especial del que se espera algo) nos alejan de la causa de la serotonina o de la causa química en general.

Existen unas coordenadas, unas coyunturas de desencadenamiento del fenómeno ansioso, especialmente en las formas en que conlleva un ataque de pánico, y ahí podemos ubicar la relación del sujeto ante un hipotético requerimiento del Otro, en una espera, en una prisa, en una página en blanco.

La emergencia de la ansiedad en la historia del sujeto ha recibido como tratamiento personalizado una lista de fórmulas para calmar esa ansiedad. Antes de la profusión de ansiolíticos, existen otros inventos: la comida, el deporte, la bebida, el trabajo, el recorte del cuerpo, el sexo.

También las propias inhibiciones, la evitación de peligros y ocasiones en que se muestra más ansioso, por ejemplo, cuando deja de subirse a aviones, (o de alimentarse, o de salir de casa o suspende los exámenes…) Es la derrota del yo ante el avance de las fuerzas pulsionales, (lo que Freud situó en relación con cuatro funciones, la de locomoción, la sexual, nutricional o del desempeño laboral). El tabaco o el juego constituyen otro universal ansiolítico, como otras drogas, donde destaca socialmente el consumo de alcohol. La escritura cumple asimismo una función apaciguadora en la locura, y en la vida.

Pero el psicofármaco ansiolítico es el invento más actual, fomentado sanitariamente. Hasta lo que se puede llamar la entrada en los juegos del ansiolítico (que incluyen los aumentos y disminuciones de las dosis, los efectos adversos frecuentes como paradójicamente… ansiedad, el hacerse acompañar del ansiolítico que no se consume, o la ingesta de ansiolítico desde décadas a pesar de no sufrir ansiedad).

El deseo como solución a la angustia

La angustia se correlacionaría con el signo del deseo, y con la señal de lo real. Los objetos movilizan, causan deseos. Es el ejemplo del grifo, que repercute de modo distinto en un adulto obsesivo que en un niño. El deseo implica espera, y la espera es el martirio del sujeto ansioso, que no puede esperar. (Barthes decía que era la identidad fatal del enamorado, ya estamos de nuevo con el amor). La idea de Lacan de que «solo el amor permite al goce condescender al deseo» refleja esto mismo, si hay deseo, hay espera, pero a la vez el deseo puede ser el arma que venza a la angustia.

En realidad no nos angustia que nos falte algo, nos angustia que nos falte la falta, que no haya salida. Hay falta si buscamos un objeto afuera, en el mundo, si nos mostramos deseantes, y no completos, si seguimos en la búsqueda del objeto perdido, ese que causa nuestro deseo. Antes de toparnos con el objeto deseado, pues, topamos con el objeto que nos angustia, nos pilla en la búsqueda, en la pregunta por el deseo. Es por ello que deseo de deseo significa buscar sujetos deseantes, capaces de despertar nuestro propio deseo.

No depender del Deseo de un Otro, siempre angustiante, pues no se sabe muy bien qué va a tomar de mí, cual mantis religiosa, sino orientarse por el naciente deseo propio. En adolescentes mejor siempre ayudar a que pesquen algo de su propio deseo, que a construir su identidad. En mayores, y en psicóticos con el deseo congelado, su vivificación necesita del sujeto deseante cercano para hacer frente a su tendencia a la mortificación.

La angustia está enmarcada y aparece de súbito. No es sin objeto. Es lo inesperado, lo sorpresivo. Lo que no engaña, es señal de la aparición de algo no representable, algo real. La angustia es la causa de la duda, no al revés, la duda trata de pasar a la certeza horrible de la angustia. Si se pasa la angustia, el deseo emerge.

El esfuerzo para que pase, es pues un esfuerzo de simbolización, de investigación por la causa, por el objeto angustiante, por las coordenadas de la emergencia de lo Unheimlich, de lo familiar en lo extraño, del rayo que no cesa.

Cuando la ansiedad puede cesar

Agustina Bessa-Luis, habla de «conmover para ahuyentar la angustia y aliviar el miedo». Conmover para desangustiar sería el trabajo del clínico. No ubicarse como causa permite obtener alivio. El remedio para la angustia es el deseo.

Veamos por último qué puntos son más claves en la posibilidad terapéutica de que cese la ansiedad según grupos de edad y según cuadros patológicos:

  1. Niños. Se trataría de recorrer el laberinto de sus identificaciones y el circuito de sus relaciones con sus Otros primordiales, y entonces insistir en obtener de él/ella una mínima versión de su posición subjetiva deseante, y alentarla, promoviendo las diferencias con los pares y los adultos que rodean al niño.
  2. Adolescentes. Aplazar el asentamiento de la identidad, que puede esperar a pesar de las presiones de los adultos que le rodean, y empujar cada enunciación de sujeto deseante que encuentra algún objeto en el mundo que causa su deseo. Respetar a ese efecto sus ficciones.
  3. Adultos. Deconstruir sus modos históricos de calmar la ansiedad cuando les aparece. Ayudar en la aceptación decidida de las contingencias frente a su estructura defensiva, especialmente de control.
  4. Mayores. Vivificación frente a mortificación. Que la búsqueda continúe sin fin.
  5. Fóbicos. Comprensión de la lógica del amurallamiento y de la selección de los distintos objetos fóbicos como modos de cernir el miedo. Asedio final como solución.
  6. Obsesivos. Sustraerle de su pasión por tapar la falla en el Otro para no angustiarse.
  7. Histéricos. Aceptar las muestras de nuestra inconsistencia ante ellos.
  8. Paranoicos. Esperar una mínima falla en su estructura de certeza, si es camino de la elaboración de su delirio.
  9. Melancólicos. El entusiasmo por la vida del propio clínico produce mejores efectos que las palabras e interpretaciones.
  10. Perversos. Esperar un día flojo en su vida donde aparezca un no saber hacer con el goce. Sólo un día sería mucho, pero puede que tampoco sirva de mucho.

Finalmente, es definitivo también constatar que la ansiedad no cesa, individualmente, porque las fórmulas de atajo alimentan aún más el síntoma, lo hacen más consistente.