Entrevista a nuestro colega y amigo Emilio Vaschetto, realizada por Oscar Ranzani y publicada en Página 12 de Argentina el pasado 27 de agosto, a propósito la publicación de su último libro Ser loco sin estar loco.

«Puede haber un modo de locura que a alguien le ayude a vivir».

El autor comparte la lección de Jacques Lacan de que se puede ser psicótico sin ser loco y la amplía para formular por qué se puede ser loco sin estar loco. La esencia de su investigación se resume en una frase propia: «Solo el psicoanálisis contempla la extraordinaria alternativa de una locura sin locura».

«Qué es la locura no es muy difícil decirlo, lo difícil es pensar cómo es que no estamos locos». Este argumento tan polémico como certero pertenece al médico psiquiatra y psicoanalista Emilio Vaschetto. Autor del libro Ser loco sin estar loco (Grama Ediciones), Vaschetto presenta en el comienzo de su trabajo un riguroso estudio histórico sobre cómo la psiquiatría entendió la locura a través del tiempo para llegar a compartir la lección de Jacques Lacan de que se puede ser psicótico sin ser loco y ampliarla para formular por qué se puede ser loco sin estar loco. «En un primer momento, Lacan toma el tema del lenguaje interior como parte de lo que llamará endofasia. Siempre nos pensamos, nos hablamos bajo una forma más o menos audible que en la alucinación, incluso también en el delirio eso toma otra forma», cuenta Vaschetto. Eso puede observarse desde el punto de vista de la psicopatología. «Luego, Lacan va a tener un giro trascendental en su enseñanza donde va a generalizar un poco la idea de la locura, sacándose de encima todo ese edificio rígido demasiado encorsetado de los psiquiatras clásicos con los que se formó», agrega.

–¿Podría haber psicosis que no sean patológicas?

–El título provocativo de mi trabajo tiene varias vueltas. Por eso, la ilustración de tapa es circular; es decir, uno puede leer: «Estar loco sin ser», «Ser loco sin estar», etc. Bajo esa forma laxa y provocativa del título se introducen varias cuestiones. Por un lado, sií alguien puede ser psicótico sin estar loco. Es el caso de lo que se han llamado a lo largo de la historia locuras lúcidas, psicosis con conciencia, locuras morales, siempre bajo la forma de la figura retórica del oxímoron. Es sumamente interesante porque eso tiene otra visión de la clínica. Es una clínica sin manifestaciones, sin síntomas ostensibles. Es una clínica cotidiana. Tiene que ver con todo aquello que se ha desarrollado en estos últimos años fundamentalmente en el psicoanálisis de la orientación lacaniana, de la mano de Jacques-Alain Miller, como psicosis ordinaria. No es una idea que no haya estado nunca en la clínica. Siempre ha habido personajes raros, extraños, pero que uno no veía que estuvieran completamente locos sino que eran formas de locura sutil. Entonces, esa es una primera idea. Luego, también se puede estar loco sin ser psicótico. Hay formas de locura, formas llamativas, manifestaciones delirantes, alucinatorias, que no necesariamente son psicosis. La clínica ha dado cuenta de ello: las locuras histéricas, muchas formas de locuras puerperales. Por ejemplo, en la Argentina en un determinado período de la historia, cuando se institucionalizó el acto de parir, muchas mujeres fueron sacadas de sus casas. De parir en el hogar a parir en un ámbito institucional enloquecían al calor de la fiebre. El hospital era un espacio anómico. Pero no todas eran psicóticas. Eran estados pasajeros, oniroides, de ensueño, pero pasaban y se iban.

–¿En qué consiste el núcleo psicótico de la neurosis?

–La idea de un núcleo psicótico en la neurosis la han tenido los posfreudianos y algunas formulaciones de personas que han recibido cierta influencia de Jacques Lacan, pero que no podríamos mencionar como específicamente lacanianas. Lo que he tomado de relevo del núcleo psicótico dentro de las neurosis fue para tratar de encontrar algunas referencias a lo largo de la historia de la clínica psicoanalítica de colegas que se han ocupado de formas como la locura sutil, la psicosis sin locura o formas subclínicas de la psicosis. No necesariamente quiere decir que yo adhiera a ese concepto, pero he tratado de leer de una manera desprejuiciada todas las referencias que se han dado al respecto. Intenté resumir eso en un trabajo sumario.

–En las primeras páginas, donde desarrolla una pequeña historia de la psiquiatría, se mencionan los casos de los excéntricos, descarriados, maníacos y abúlicos, entre otros. Si se lee de corrido todo el compendio parece que la psiquiatría funcionó en el pasado como una especie de policía del pensamiento. ¿Es muy exagerado?

–(Risas). Bueno, la psiquiatría a lo largo de su historia, en un aspecto, no en todos, ha tenido una vocación policial. En nuestro país la tuvo. Pero no fue solo eso. Lacan era psiquiatra, un gran clínico formado en las luces de la psiquiatría francesa, pero leyó la locura desde sus inicios como un problema de estilo. Es decir, él va a leer en su tesis de psiquiatría los escritos de una loca —y esto lo digo sin ningún estigma porque para mí la locura no es estigmatizante— desde el punto de vista del estilo. Por supuesto que él está influenciado por toda la forma de la psiquiatría que, como usted dice, clasifica, trata de tipificar, de ordenar en clases y, a la vez, tener un prejuicio sobre las personas, en un sentido. Pero en otro, Lacan le da una vuelta a todo eso. Termina vaciando semánticamente las categorías psiquiátricas para transformar —y esto es muy importante— a la paranoia en el lazo social mismo. La paranoia es el lazo social, es la configuración del yo. Cuando vemos mucho «yo» dando vueltas nos preguntamos si ese sujeto no es un paranoico. Pero, a la vez, todos nos constituimos de manera paranoica con nuestro yo. Luego piensa que, por ejemplo, la histeria puede ser un discurso; es decir, ya le quita ese aspecto de tipo clínico para volverla un discurso, un discurso histérico. La forma de la ironía esquizofrénica es el ideal de la función del analista. El analista sería una especie de esquizofrénico irónico que interviene así con su paciente. Es decir que Lacan empieza a vaciar semánticamente todas esas categorías. La parafrenia como una enfermedad del semblante, por ejemplo. Esta es la enseñanza más importante que deja Lacan, de una forma que yo llamo pospsicopatológica; no desatendiendo la psicopatología, pero saliendo de ese molde rígido, superándolo para apostar a las formas de respuesta singulares de cada sujeto y no a las grandes categorías.

–¿Por qué aclara que no es un libro acerca de las psicosis y su ontología?

–Tiene que ver con esa rueda del título. Comienzo hablando en ese rastreo histórico de cómo es la lectura de estas formas de psicosis sin locura dentro de la historia clínica para terminar hablando de cómo la psicosis misma lee al psicoanálisis; es decir, exonerar cualquier posibilidad de pensar que psicosis podría ser alguna esencia. Más bien me gusta la frase de Lacan de que la locura sería una seducción del ser. Esa frase me encanta porque me parece que nos corre de cualquier visión esencialista para pensar a la locura desde un punto de vista más bien corriente.

–¿La personalidad «como si» es propia de la esquizofrenia o abarca un conjunto más amplio?

–Cuando Heléne Deutsch aborda las personalidades «como si», ella, psicoanalista, la plantea como una forma dentro de una esquizofrenia. Para Lacan, las personalidades «como si» serían cómo funciona un tapón o una suplencia para que alguien evite precipitarse en la forma clínica de la locura. Esa forma «como si» que haría a alguien ajustarse a modos de ser, a modos de identificación que le hacen a una existencia posible, son más bien formas de solución y no tanto síntomas o signos que nos podrían hacer pensar de alguien que estaría clínicamente loco. Tomando la filosofía de las ficciones muy de moda en esa época (Vaihinger habla de esto) Heléne Deutsch utiliza ese concepto para tipificar modos de identificación de los esquizofrénicos. Jacques Lacan lo ubicaría —o nos gustaría leerlo— desde este otro costado, como formas de respuesta, como alguien que encuentra una invención, un aparato de suplencia (para utilizar un término de Ramos Mejía) que le ayuda a vivir. Yo pondría el espíritu de lo que he investigado en que son formas de locura que, lejos de hacerle imposible la vida a alguien, le ayudan a vivir. Puede haber un modo de locura que a alguien le ayude a vivir. Pensemos si no en cada uno de nosotros.

–En el libro señala que Otto Kernberg definió a los «borderline» con aspectos psicológicos vinculados con la falta de profundidad emocional. Es bueno llamar la atención sobre este punto porque generalmente en el imaginario colectivo tiende a pensarse en un desborde emocional.

–Sí, hay una visión de la locura que es popular: piensa que un loco está desbordado, excitado o que produce una alteración del orden público. Más bien hay muchas personas psicóticas que sufren un vacío de ser, que les cuesta mucho anclarse en la vida, que les cuesta mucho encontrar un fundamento a partir del cual vivir. He tomado la referencia de Otto Kernberg, primero porque es un psiquiatra americano y uno tiene que leer a los americanos porque eso tiene alcance global, pero sabiendo que también hay cierta ingenuidad en esas formas de la clínica americana. Los desórdenes fronterizos que ve Otto Kernberg nos hacen pensar en un continuum, en una forma donde se instalarían tanto la neurosis como la psicosis, que para el psicoanálisis son dos estructuras clínicas absolutamente diferentes. En ese continuum, él ubicaría los desórdenes fronterizos. He podido entender de las lecturas de Otto Kernberg que muchos de los casos que él cita, que muchas de las descripciones que él hace dentro de los desórdenes fronterizos, se tratan efectivamente de psicosis sin locura, que es a lo que vamos con esta falta de profundidad, con esta sensación crónica de vacío, como suele utilizarse, donde lo que más bien vemos es un vacío del ser, de alguien que no encuentra cuál es el fundamento de su existencia. No encuentra, por ejemplo, las pasiones, no encuentra el amor, no encuentra desde dónde sentir lo que otros sienten. Y eso es un dolor de existir fenomenal.

–En esa vivencia subjetiva de vacío, ¿el individuo siente que no siente nada?

–Es así. Es un término de un psiquiatra alemán que hablaba de la melancolía y que uno podría tomarlo para la psicosis a partir de su observación: del sentimiento de la falta de sentimiento. Ese es quizás el dolor de existir más grande que puede haber. Alguien que quizás dice: «Yo siento que no siento el amor», «Siento que no siento a las pasiones», «Siento que estoy vacío, realmente vacío».

–¿Cómo juega la razón en la locura moral?

–Ahí tenemos el oxímoron del que hablábamos al principio: loco-moral. Es un oxímoron en tanto que era inadmisible pensar que el loco podía tener moral en una época. Lo que descubre la clínica clásica es que hay personas que están afectadas en sus sentimientos pero que la razón les funciona perfectamente, que hay una perversión de algunos instintos pero que no por ello dejan de circular en un ambiente compartido. Es decir que la razón en muchos de ellos no está afectada, funciona perfectamente. Está el caso emblemático de Jean-Jacques Rousseau, autor de El contrato social: era un paranoico. Es decir que las bases de la sociedad moderna con la que nos configuramos en Occidente están armadas en función de un paranoico. Y esto lo capta muy bien Mariano Moreno, que dice: «Jean-Jacques Rousseau, el maravilloso pensador ginebrino…» etc., pero aclara que él debió censurar la última parte de El contrato social, que tradujo porque el hombre deliró. Uno podría decir que Mariano Moreno sostuvo todo el delirio de Rousseau menos la última parte que tenía que ver con la religión, porque Moreno evidentemente no quería meterse de lleno con el clero en nuestras pampas, cuestión que no le fue muy bien tampoco porque no duró mucho la edición de El contrato social: esa traducción se quemó a los pocos meses. Pero ahí tenemos un cabal ejemplo de qué sucede cuando hay un loco que razona. Lacan dice: «Al fin y al cabo, la paranoia, como una forma de locura, lejos de ser algo disparatado, algo fantástico, es un ensayo de rigor lógico». Ubica una forma de la psicosis del lado del rigor lógico. Es decir que tiene una visión muy desestigmatizante.

–En el polo normalidad-enfermedad como visión cultural, ¿cuál cree que es la que prevalece en el paradigma de esta época?

–Evidentemente la visión de la enfermedad, lo clasificatorio. Los manuales de clasificación, como el DSM norteamericano, han ido incrementándose en el número de páginas y de clasificaciones. El DSM-1 era un folletín y hoy en día el DSM-5 tiene numerosas páginas. Han aumentado muchísimo las categorías. ¿Esto qué quiere decir? Que cada vez se ha vuelto más laxa la semiología, la observación minuciosa de los síntomas y, paradójicamente, se han incrementado las clasificaciones. Esto por lo menos en la psicopatología, mientras que en la medicina clínica se ha producido un efecto inverso. Esto genera mucha mayor estigmatización, mucha mayor tipificación de los seres humanos a punto tal que es imposible pensar que haya alguien en el mundo que no esté enfermo de algo: el buen humor es un tipo de manía, es un tipo de trastorno bipolar. O arrancarse los pelos, comerse las uñas también ya son formas clasificadas. Entonces, todos estaríamos enfermos.

–¿Por qué Lacan decía que el psicoanálisis es «un autismo de a dos»?

–Es una provocación más de Jacques Lacan. Me gustó porque me parece que le da ese tono distinto a la categoría. Utiliza la categoría de autismo para pensar la figura del psicoanalista. ¿Pensar qué cosa del psicoanalista o del psicoanálisis? El malentendido fundamental: entre analista y analizante no hay acuerdo, no hay una lengua compartida, no hay comprensión posible. No se puede analizar a alguien si se comprende. Esa es la tesis de Jacques Lacan. Si yo comprendo lo que me está diciendo, si me pongo en sus zapatos, no puedo analizarlo. Más bien lo que trataré de escuchar es cuál es la relación que tiene la persona a eso mismo que está hablando. Leer ese discurso y ver cómo surge un decir propio, que no se parece a ninguno, que es incomparable. Eso me parece la astucia de pensar ese «autismo de a dos».

Por Oscar Ranzani

Fuente: Página 12