«Muchos pensamos que son tiempos de contrarreforma en la psiquiatría»

«El biomédico y sus adláteres están difuminando el protagonismo de los afectados», asegura Segundo manchado, psiquiatra y psicoanalista.

Segundo Manchado Romero, psiquiatra, psicoanalista y docente, habla esta noche de la locura en el Club LA PROVINCIA. Tiene una dilatada experiencia en la sanidad pública de la Isla. Su destino actual está en el Hospital Carlos I.

¿’Acerca de la locura’ no es un título del que se desprende cierta vaporosidad? ¿Sabemos cada vez menos de ella?

Puede parecerlo, aunque a medida que este tema se despliega se abre en abanico a nuevas consideraciones. En primer lugar, uso «locura» para dejar claro de entrada que no se trata de una enfermedad en sentido médico. Porque la locura se resiste al sometimiento al orden causal de la ciencia. El poeta T. S. Eliot lo expresa de manera exacta: «¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido con el conocimiento? ¿Dónde el conocimiento que hemos perdido con la información?» Si buscamos información en internet, sobre la marcha nos habla de comportamientos desviados de la norma, del delirio y del manido surco y, casi sin tiempo de respirar, ya estás en la enfermedad como causa explicativa. Si seguimos buscando, nos sorprende la aparición del binomio Cultura-Locura, como en las locuras platónicas del Fedro o en la pregunta por la relación entre la locura y el genio, razón y locura. Parece haber una frontera íntima entre ellas. Y no queda muy clara su relación. Tampoco lo está en la locura de Don Quijote, figura de la melancolía barroca, el loco literario por excelencia, que parece estar loco y no estarlo al mismo tiempo. La novela termina con una traca, dirigida tal vez a todos los psiquiatras de hoy: cuando Don Quijote parece curarse de su locura delirante va y se muere de melancolía.

¿Abra más el abanico?

Abierto el abanico, encontramos amplias ramificaciones culturales, en su interpretación y en su presentación, que va desde la locura de los matemáticos y científicos, hasta la de los filósofos y artistas. La pregunta por la locura está en la literatura de todos los tiempos. ¿Estaba loco Hamlet de la locura de la duda de Legrand du Saulle? ¿Estaba loco Sócrates cuando oía la voz de su demonio interior? ¿Y Otelo tenía un delirio pasional celotípico sin más?, ¿Y Macbeth, qué diagnóstico tendría, acaso un trastorno de la personalidad? ¿Y el Raskolnikov de Crimen y castigo, era un megalómano? ¡Y qué pasa si lo eran! El diagnóstico no añade absolutamente nada a su tormentosa e insufrible humanidad. Ahora, basta una etiqueta para que todo el mundo se tranquilice. Mantener la ambigüedad de la locura no sólo nos sirve para saber lo que tiene, sino además nos sirve para ir más allá del diagnóstico y preguntarnos qué es lo que le pasa, cómo y por qué dice lo que dice y, sobre todo, para qué le sirve; acercándonos de esa manera al saber más singular de cada sujeto de la locura.

¿Y sabemos más de ella?

Respondería que sí, tenemos mucha información, pero hemos perdido el saber del sujeto sobre lo que le pasa. El diagnóstico opera también como una sentencia «que es el nuevo encierro de la locura», como dice Fernando Colina.

¿Quién está loco hoy?

Usted se refiere a la frontera separadora entre locura y cordura. Es una convención decirlo. Pero claro, de repente viene Lacan y dice: «Todo el mundo es loco, todo el mundo delira». ¿Qué quiere decir con esto? Bueno, pues que es verdad, todo el mundo es loco, pero cada uno a su manera. Todo esto parte del saber clínico cuando constata que la locura es una defensa y un refugio. Por las ideas delirantes, un psiquiatra no podría distinguir al loco del cuerdo. Tal vez ese límite famoso nos lo haga barruntar una de las experiencias características de la psicosis, el sinónimo técnico, pero también amplio, de la locura: la diferencia entre la creencia y la certeza. Decía Nietzsche que no enloquece la duda, sino la certeza. Por ahí van los tiros. Pero, hay que decir también que la creencia humana es muy disparatada. También tenemos la cuestión de las llamadas locuras exitosas, discretas, normalizadas u ordinarias, que serían los locos totalmente normales. Podríamos responderle a Lacan: Sí, aunque por fortuna no todo el mundo enloquece.

¿A la psiquiatría de ahora se le atribuye falta de diálogo con el paciente?

Esta es una respuesta con dos patas. La primera: vivimos en una sociedad del control y del rendimiento, y puede entenderse, pero nunca justificar, que se dispone de muy poco tiempo para atender una demanda creciente por el malestar generalizado en la sociedad. Resulta paradójico que cuando mayor ha sido el desarrollo de las sociedades y de los medios para alcanzar el bienestar, resulta que es la época de mayor malestar. El imperativo del rendimiento se ha generalizado, el superyó además de éxtimo-íntimo es también público: tú puedes; tienes que lograrlo; nadie lo va a hacer por ti; te lo mereces; de ti depende ser feliz o no; debes hacerlo… Imperativos que a la postre terminan siendo mortificantes.

La segunda pata: en estrecha relación con el modelo de locura hegemónico hoy. Si la locura es una enfermedad biológica debida a una alteración neuronal o genética, «Todo lo demás es ruido de fondo», y la subjetividad no sirve para nada. Sólo se admiten tratamientos aprobados por «consenso», de fundamento estadístico, que consisten en la «eficacia farmacológica», junto a aquellos tratamientos psicológicos que enseñan el rechazo a los hábitos del pensamiento y de la percepción equivocados, con el reaprendizaje de los buenos formas y la modificación de conductas… Esto es la MBE… y con este modo de entender la locura ¿para qué escuchar?

¿En qué afecta a la sociedad que un psiquiatra sea freudiano o lacaniano?

Primero una aclaración: todo lacaniano es freudiano, aunque todo freudiano no tiene por qué ser lacaniano. O sí. Quién sabe. En cualquier caso, creo que no afecta en nada a la sociedad. Afectaría a los verdaderos afectados. Tenga por seguro que los psiquiatras freudianos siempre escucharían de otra manera. Porque de entrada, respetan el lugar de la subjetividad, la clínica del 1 x 1. Esa es una diferencia en el trato que es fundamental. Afortunadamente, ahora muchas orientaciones han modificado el trato, por respeto a la dignidad de los pacientes y como resultado de la reivindicación creciente en materia de derechos humanos que han realizado estos.

¿Son los obsesivos los que más triunfan en un mundo tan competitivo como este?

No lo sé. Pienso que cualquiera que tenga el cuajo adecuado para triunfar en un mundo como este, lo haría. Cualquiera, sea loco o no. Tengo un amigo psiquiatra (JB, que no sé si le gustará que lo cite), dotado de una aguda ironía para todo esto de las calificaciones y clasificaciones. Ha descrito el Trastorno Capitalista de la Personalidad y realizado un espléndido diagnóstico diferencial con el Trastorno Financiero de la Personalidad. Es genial. ¡Ah, Eliot!

La locura clasificatoria admite todo y siempre está cambiando, porque sin duda hay un malestar creciente en las clasificaciones, será por eso de que «el diagnóstico es la enfermedad más extendida». K. Kraus lo decía a principios del siglo XX.

¿Cómo puede el psiquiatra tratar la depresión en un contexto desbordado por los llamados libros de autoayuda? ¿Parece que han ganado la batalla?

No sé si hay una batalla. Tal vez para algunos, obsesionados con el cientificismo y cosas así. Para serle sincero, creo que la autoayuda surge como síntoma del malestar generalizado, que se ha colado en la práctica psiquiátrica, acaso porque la gente no encuentra lo que espera oír, que a veces es a sí misma. Todo esto está muy influenciado por lo que decía antes de la sociedad del rendimiento (tú puedes lograrlo en siete pasos y cosas así) y algunos creen que ahí encontrarán la solución a lo suyo. Y sí, creo que la psiquiatría podrá tratar al depresivo, sólo si lo acoge como sujeto portador de una pregunta, ante la cual no hay que precipitarse nunca en la respuesta. Sabemos que no hay nada más deprimente que los ideales ligados al Ideal.

¿Siempre me ha interesado saber si el psicoanálisis es un método curativo o más bien un proceso para que el paciente se enriquezca intelectualmente?

Freud inventó el psicoanálisis como método curativo, pero no es una psicoterapia como las otras. ¿Por qué? Porque la psicoterapia lleva al statu quo ante. Y le respondo genéricamente en qué consiste el psicoanálisis. Un sujeto va y cuenta y construye un relato de su vida; pero no es para volver a cómo estaba, ni tampoco para fabricar una historia personal más o menos épica, con héroes y villanos; ni se impone allí ninguna ética que no sea la que uno decida; es un relato que trata del lugar de un encuentro con lo que hay más allá del relato, y al que el relato no deja de acercarse. Algo así como un saber hacer con aquello que las palabras no logran atrapar. Y eso cura, aunque uno nunca no se cure de la falta en ser. Mi explicación, a pesar de todo, es muy simplista. En el fondo, vino a decir Freud, se trata de transformar lo insoportable en una desdicha común. Y desde luego, el psicoanálisis no es para crecer intelectualmente. Entonces sería cualquier cosa, pero no un análisis.

¿El momento tan extraño que vivimos, tan lleno de ansiedades materiales, lo ve reflejado en sus pacientes?

Desde luego que sí. En primer lugar diría que si no se tiene en cuenta la subjetividad de su época, mejor sería que se renuncie a ocupar este lugar de psiquiatra o de psicoanalista. En muchos casos la gente se las termina apañando como puede, buscando soluciones; y nosotros estamos ahí, a través de nuestra presencia, para que construya algo con sus propios recursos. A veces para que encuentre su forma singular de vivir con el desamparo constitutivo del ser humano.

¿En qué situación está ahora mismo la psiquiatría institucional?

Muchos pensamos que son los tiempos de la contrarreforma. Opino como muchos: lo que sucede es consecuencia del modelo de locura. El biomédico y sus adláteres, están difuminando el protagonismo que debían tener los afectados. Los tiempos de Samaria han terminado y ahora estamos en el rendimiento e interés. Pero se trata de otra cosa. Se trata, como dice Desviat, de cohabitar la diferencia. Y esto, con lo biomédico ejerciendo la hegemonía, no se logra. Las instituciones cada vez son más hospitalocéntricas, cuando en otros lugares se intenta lo contrario.

¿Podrá tener la psiquiatría un hito de tanta relevancia como lo fue la desaparición de los manicomios?

¡Ojalá! En cualquier caso, la relevancia la tendrán, sin duda, los afectados. La psiquiatría está llegando a un fin de ciclo. La psiquiatría está extenuada. Cada vez se habla más del síndrome del quemado, se ven más sonrisas de plástico, se oyen palabras vacías repletas de posverdad, que no es otra cosa que la mentira de toda la vida repetida una y otra vez, hasta que parezca algo normal. Consiste en repetir una y otra vez que todo irá bien, pero de forma tan falsa que ni siquiera es una mentira piadosa.

¿Cree que los votantes atienden al perfil psicológico de los candidatos? Se lo pregunto porque pasan cosas muy raras, es decir, todo lo contrario a lo previsible: un loco en el poder.

Sí, no se habla de otra cosa. No me gusta tildar a la gente de loco así como así. La locura es algo muy serio y soy enemigo acérrimo de los diagnósticos al uso. Lo político también es algo muy serio, a pesar de las payasadas de la política. Pero, en fin, esa es nuestra desdicha común. Prefiero responder con un aforismo de un autor francés que ahora no recuerdo: «Se puede andar perfectamente por la calle sin cabeza».

Por Javier Durán

Foto: Tony Hernández

Fuente: La Provincia – Diario de Las Palmas