Las voces de la locura, el último libro de José María Álvarez y Fernando Colina, pretende dar respuesta a preguntas que los estudiosos de la condición humana y la psicopatología siempre se han hecho. Con dos estilos claramente diferenciados, aunque se acoplan a la perfección, los autores se centran especialmente en la relación del lenguaje con la locura. Y es precisamente este binomio lenguaje-locura, el que da pie a este libro. Si falla el lenguaje (esencia del hombre), la locura se hace presente.
Los autores se desmarcan del modelo biomédico, hegemónico en la actualidad y se vuelven hacia el sujeto. De una forma atrevida e ingeniosa, consideran que la respuesta al porqué de las voces propiamente psicóticas, las voces de la locura, se encuentra en la historia de la subjetividad. Analizan psicopatológicamente las alucinaciones verbales (también conocidas como voces), propias del polo más esquizofrénico de la locura, desde esta perspectiva. Y desde ella llegan a la conclusión de que las voces no están presentes desde siempre, sino que son una manifestación exclusiva de la Modernidad, el precio a pagar por un cambio en la subjetividad del hombre que se produce por la entrada en crisis del lenguaje que lo constituye.
El libro consta de un prólogo y siete estudios (El automatismo mental. Del lenguaje como sustancia del alma, Las voces y sus historia: sobre el nacimiento de la esquizofrenia, Origen histórico de la esquizofrenia e historia de la subjetividad, Entre voces, El hombre hablado. A propósito del automatismo mental y la subjetividad moderna, Sustancia y fronteras de la enfermedad mental y El sujeto de la melancolía). Los capítulos pueden ser leídos por separado y, de hecho, conviene pararse y recrearse en las páginas del libro para poder extraer bien el jugo a cada palabra escrita. Es un libro para leer poco a poco, un libro para reflexionar y para abrir la mente a planteamientos antinaturalistas de la esquizofrenia, aunque estos no estén de moda.
Las atrevidas conclusiones a las que llegan se anuncian en el prólogo del libro, lo que incita a seguir con atención el hilo expositivo y a examinar con todo detalle los argumentos que dan pie a tan original análisis de las voces. Los autores tienen claro, y así lo hacen constar desde las primeras páginas, que la esquizofrenia tiene un origen histórico, es decir, que la psicosis esquizofrénica es producto de la historia, una enfermedad histórica, una enfermedad nueva. Y no sólo nos hablan de su origen, sino que sitúan el periodo en el que aparece esta forma de locura. En su opinión, la esquizofrenia surge en un mundo terrible y mudo, descoyuntado entre la ciencia y el Romanticismo, en ese momento de la historia en el que el mundo se queda sin Dios y sin nada que pueda hacer su función. La ciencia y su discurso no puede reemplazar al Dios que los hombres han matado. Las voces aparecen como el único medio que el hombre encuentra para llenar el vacío existencial y para dar sentido al sinsentido y al caos reinante; para dar respuesta a lo imposible, a lo no simbolizable, a lo real. Se convierten en el escudo verbal del psicótico.
Tras este prólogo que parece decirlo ya todo, los capítulos que lo siguen están dedicados a desarrollar ampliamente y con coherencia los argumentos en los que se basan y que culminan en las conclusiones ya mencionadas. Álvarez y Colina hilan paulatinamente ideas y reflexiones hasta crear un entramado envolvente que nos permite entender el armazón de su teoría sobre la génesis histórica de la esquizofrenia. El último capítulo, al que volveré al final de esta reseña, El sujeto de la melancolía, es, a mi parecer, un capítulo muy especial aunque molesto para muchos. Está dedicado a la melancolía, a Saturno, a esa condición intrínseca y nuclear del hombre. Y es que la melancolía, al contrario que la esquizofrenia, ha acompañado y acompañará siempre al hombre.
Frente a referencias modélicas e intemporales como la melancolía, la paranoia y la histeria se encuentra el automatismo mental, objeto de estudio del primer y quinto capítulo del libro, síndrome ampliamente descrito en su tiempo por Clérambault. El automatismo mental, la expresión más depurada del pathos moderno, lo más característico de las formas esquizofrénicas de la psicosis, prácticamente no tiene historia. Es el hermano pequeño de la locura nacido a destiempo. El estandarte de un nuevo reino, el mundo esquizofrénico. Profundizar en su estudio nos lleva a entender el origen de las alucinaciones verbales como una alteración del lenguaje interior, tal como puso de manifiesto Séglas, y también a comprender el concepto del xenópata, es decir, del sujeto hablado por el lenguaje. El visionario de Esquirol y Kant da paso al ventrílocuo de Baillarger, y éste al xenópata de Séglas y Clérambault. El sujeto se ve parasitado por un lenguaje que le es extraño, que se le impone y que lo utiliza a su antojo. Lacan irá más lejos y generalizará la xenopatía al considerar al lenguaje constitutivo del ser, con lo que se verá en la obligación de explicar qué mecanismos permiten al hombre zafarse de una locura que parece constitucional.
En el segundo capítulo, Las voces y su historia: sobre el nacimiento de la esquizofrenia, los autores se hacen la siguiente pregunta: ¿Las voces de los esquizofrénicos han estado siempre presentes en las manifestaciones de la locura o son de reciente aparición? La respuesta la sabemos: la esquizofrenia es una enfermedad moderna y, por la tanto, las voces psicóticas stricto sensu también lo son. De forma original, Álvarez y Colina se preguntan sobre la esencia de las voces y la función que ellas tienen para el sujeto. La explicación que dan los autores es que las voces psicóticas son el racionalismo mórbido del esquizofrénico, su principal recurso para paliar la angustia psicótica resultante de la fragmentación del lenguaje. El psicótico prefiere crear un lenguaje nuevo y seguir siendo, aunque se convierta en otro, antes que dejar de ser.
En Entre voces y también en El hombre hablado pondrán de manifiesto las diferencias entre las voces de la Antigüedad y las voces de la Modernidad, es decir, las voces propiamente psicóticas. Las primeras eran voces morales o celestiales, con contenidos proféticos, reveladores y correctores de la conducta. Por el contrario, las voces esquizofrénicas son mudas, inefables, atemáticas, anidéicas, de difícil descripción, reiterativas, invasoras e injuriosas. Son voces animadas a gritar en silencio su omnipotencia y su potestad; voces que se atreven a decir lo que uno a sí mismo no puede decirse y, a pesar de todo, ser anheladas por el psicótico en su necesidad de buscar compañía en medio de la extrema desolación que caracteriza al árido terreno esquizofrénico.
Origen histórico de la esquizofrenia e historia de la subjetividad traza un recorrido por la historia de la subjetividad y nos conduce al encuentro con el embrión esquizofrénico y a su gestación. La esquizofrenia es el resultado de un cambio en lo más profundo del sujeto, cambio determinado por la historia. La cultura, como explican los autores, justifica cambios en la presentación de los síntomas, en la evolución de los tratamientos o en la influencia que la sociedad ejerce sobre su apariencia pero será la historia la responsable del nacimiento de un nuevo sujeto. La abrupta e irreconciliable división entre positivismo y Romanticismo, rompe, divide y fragmenta a su vez al hombre. El esquizofrénico irrumpe en este momento de la historia como síntoma nuclear de la ciencia moderna.
La dialéctica entre los modelos continuistas y discontinuistas, así como el diálogo entre lo uno y lo múltiple, parece a juicio de los autores la mejor estrategia para aproximarnos con cierta garantía, aunque con humildad, a la sustancia, esencia o naturaleza de la enfermedad mental. Esa dialéctica invita asimismo a concebir el pathos como una construcción discursiva y no como un hecho de la naturaleza. Este tema únicamente esbozado en este libro ha sido ampliamente tratado por José María Álvarez en su libro La invención de las enfermedades mentales (Gredos, 2008).
El último capítulo del libro, El sujeto de la melancolía, como ya mencioné previamente, es un capítulo muy especial. Profundo, poético, auténtico y sobre todo humano, porque si algo es la melancolía es humana. La historia de la humanidad es la historia de la melancolía, según propone Rafael Huertas en La locura (La Catarata, 2014). La primera parte de este capítulo está escrita por José María Álvarez y la segunda por Fernando Colina. Cada uno con su estilo y sus referentes, trazan una semblanza del sujeto melancólico que se convierte en reivindicación de otra manera de entender la psicopatología. Empieza el capítulo hablando de los enemigos de la melancolía, del intento de algunos de exterminarla y hacerla desaparecer sin entender que la melancolía está por todas partes aunque no se la quiera ver y que su exterminio no es posible. El dolor del alma (Griesinger), la frenalgia (J. Guislain), la neuralgia psíquica (Krafft-Ebing) o como se quiera llamar a la melancolía, sólo se puede destruir si se destruye al hombre, porque la melancolía forma parte del hombre, porque no hay uno sin la otra. Es lo mejor y lo peor del hombre, el anudamiento del odio y del sadismo con la genialidad, la creatividad y el arte. El saturnino es frío, egoísta, indigno, oscuro, indiferente al otro, de una época pasada, culpable y deudor de por vida. Pero también es el hombre al que nada le falta, el prodigioso, el hombre de conocimientos profundos y portadores de un don especial para las artes, la ciencia, la creación, la ontología, la metafísica, la filosofía y la teología. De manera extrema, es todo lo que el hombre tiene de bueno y de malo, de creador y de estéril, de elevado y de zafio.
Cuando uno llega al final del libro se da cuenta de que hay otra forma de entender la locura más allá del modelo biológico, hegemónico en la actualidad. Entiende que abrir la mente a este enfoque enriquece al estudioso de la condición humana y de la psicopatología, y que además su conocimiento contribuye a hacernos mejores clínicos. Para acercarse al sufrimiento humano hay que profundizar en sus entrañas. Queda claro que la historia construye al sujeto y al pathos, no sólo en el caso de la esquizofrenia, aunque ésta haya sido la protagonista del libro.
A pesar de todo, con humildad y valentía, conviene manifestar en público y sin rubor aquello que, en privado, bisbiseara Nancy Andreasen: «Sea lo que sea [la esquizofrenia] no sabemos qué es». De estas palabras se hacen eco los autores y también la que suscribe este texto.
La esquizofrenia reta al conocimiento. Y, aunque nos pese, ella siempre gana. Pues, por definición, la esquizofrenia siempre se sitúa del otro lado del conocimiento.
Por Beatriz Carrasco Palomares
Fuente: Asclepio – Vol 68, No 2 (2016)