La tarea más insigne de la psiquiatría no es curativa en sentido estricto sino emancipadora, y esa emancipación no es diagnosticable.
Esta afirmación no es el arranque del último libro de Colina, está en la página 120, pero me parece crucial y enmarca de modo claro alguno de los posicionamientos éticos y teóricos, que definen a Colina, tanto en su obra escrita como en su defensa de un determinado saber hacer clínico que ha ido transmitiendo a muchas generaciones, hasta el punto de hacer escuela. Es sin duda uno de los clínicos y teóricos más brillantes en el panorama psiquiátrico de este país. Los argumentos sobran, son por todos conocidos y me los voy a ahorrar. Lo que hay que hacer es leerle.
Sobre la locura es el título. La repetición de la preposición sobre que titulan cada uno de los 24 capítulos que conforman el libro fue lo que primero captó mi atención.
En mi lectura el resultado de esa repetición tiene el efecto de que Colina insiste en que hablamos de la locura y de todo lo que la circunda de manera aproximativa… en una especie de… alrededor de este asunto particular de la locura lo que podemos decir con mayor o menor acierto es… esto.
Y es un acerca de que realmente a Colina le ha salido vivo, joven, reinvindicador, como él dice un poco panfletario, pero demoledor en lo que se refiere a la articulación de una teoría y su coherencia con una práctica a la espalda que transmite sabiduría, respeto y un gran saber hacer clínico.
El principio de libertad del loco, la prudencia y el respeto en el trato junto con la escucha atenta de las maniobras y síntomas que el loco hace para no zozobrar del todo en la vida es su estilo, todo un «modo de hacer» profesional que, en Sobre la locura, nos transmite articulando sus principios y fundamentos.
Lo más complicado ante un esquizofrénico, cuando se nos encarga su tratamiento, sigue siendo no perjudicarle, dejarle libre y, a lo sumo, acompañar su capacidad reconstructiva, sin dejarle por ello de tratarle en el sentido más genuino del término.
Como todos los libros de Colina, siempre aparentemente de «bolsillo» es un libro que se lee con placer, en el que ha depurado todavía más su estilo elegante y su cuidada prosa castellana. Se nota que Colina, como en la novela El perfume, ha conseguido aún más depurar su más pura esencia.
Cada uno de los capítulos condensan con maestría y elegancia cada una de las cuestiones que en el par loco-loquero han de resolver cada día: el secreto, la ternura, la distancia, las voces, la amenaza, el poder, los fármacos, el amor, la violencia, el derecho a estar loco…
Es su forma de ver, entender y acercarse a la locura y a los locos. Su firma, su estilo, desde una posición muy clara éticamente y muy fundamentada epistemológicamente.
El primer capítulo sobre el arte de no intervenir abre con lo que son las principales coordenadas de su posición ética y su entender el oficio de psiquiatra.
Ahí nos dice: El arte de no intervenir regula el equilibrio entre el activismo terapéutico y la negligencia profesional. No es un arte asistencial: es más bien una maestría personal. No se refiere por supuesto al grado de calidad que demuestren los servicios de salud, sino a las decisiones del terapeuta dentro de un marco clínico concreto. El arte de no intervenir es aquella moderación que como todos los buenos propósitos terapéuticos, apuesta por la autonomía y la libertad del paciente.
El arte se muestra en toda su pureza cuando uno duda entre reprimir o tolerar entre imponer y dejar hacer.
El libro ha salido limpio, cristalino, impresiona como un intento de eliminar de cuajo los prejuicios que desde el discurso psiquiátrico ensombrecen la locura hablando de ella en términos de defecto, discapacidad, y toda una serie de calificativos del orden de lo que no vale.
Colina sin embargo la enmarca en esos significantes que usa para definir los capítulos, en el padecer genuinamente humano, porque la locura es lo más genuinamente humano, otra cosa es que inquiete, desconcierte o nos abisme al no saber, al carecer de experiencia sobre muchos de los acontecimientos que sus portadores relatan, y que nos deja desvalidos en el encuentro, que a veces hay el riesgo de taponar con posiciones del orden del poder, que impiden que la relación entre ambos pueda establecerse.
Para finalizar rescato dos párrafos de la entrevista que Colina concedió a la Casa de la Paraula:
Al psicótico es que se le ha roto el mundo del lenguaje. Su mundo no está revestido como el que tenemos nosotros en el que normalmente todo está envuelto en palabras. El loco, precisamente por esa ruptura, tiene que echar mano urgentemente a un mecanismo auxiliar. En la construcción y el encuentro de palabras nuevas, a las que da un significado muy distinto, personal y que no se puede transmitir, encuentra una ayuda un tanto artificial y un poco forzada. El problema del delirio es que para el psicótico es una herramienta muy buena pero no ayuda a hablar con él porque siempre es un lenguaje singular, propio. Por eso es importante intentar hablar con él procurando no interpretar el delirio, metiéndote un poco alrededor.
La primera tentación ante un loco es interpretarle y hacerle ver que es inconsecuente pero ese no es el camino.
Hay dos maneras de entender todas las enfermedades y en general al hombre. O hacer muchas clasificaciones y buscar diferenciaciones y discontinuidades múltiples, como hace el DSM-IV, o buscar espectros o ejes. Cuando tu quieres entender a alguien teniendo en cuenta una profesión o una clasificación, y más todavía desde el punto de vista psicopatológico, hay que tener en cuenta primero la búsqueda de lo que tienen de común y lo que tienen de distinto. Sócrates lo cuenta muy bien en una frase que siempre cito del Fedro de Platón: ‘Si yo encuentro a alguien que busca la unidad y la multiplicidad le sigo como a un Dios’. El DSM-IV busca cantidad de multiplicidades y de discontinuidades, puede encontrar 400, pero no busca lo que tienen en común. Es más, cuando lo busca, como en el caso del trastorno bipolar, de repente encuentra trastornos bipolares por todas partes: desde que el paciente tiene una pequeña depresión a que tiene una psicosis maniaco-depresiva. En esa tipología de clasificación se ha buscado lo común pero no ha buscado lo distinto. Mi propuesta es que existen siempre dos ejes fundamentales: uno es la melancolía y el otro la paranoia; la tristeza se relaciona con el primer eje, la desconfianza con el segundo. Realmente todo el sufrimiento humano se puede recorrer a través de estos dos ejes. Después es evidente que se entrecruzan y hay que ir diferenciando. La desconfianza que tiene un paranoico es distinta de la desconfianza que tenemos nosotros en el trato cotidiano pero sin una desconfianza, un recelo, un secreto o una intimidad no eres persona ni sabes vivir. No puedes tener esa ingenuidad permanente ni puedes ser transparente continuamente para todo, entonces estás invadido. Esa desconfianza se hace máxima en un esquizofrénico o en un paranoico: el paranoico porque se cree que le persiguen y el esquizofrénico porque le quitan los pensamientos, le han puesto un aparato y le están imponiendo ideas ajenas. Con la tristeza hay una preocupación máxima, desde la tristeza de una depresión, la tristeza de una pérdida hasta la tristeza máxima de un melancólico. Pero luego se ve muchas veces que en el caso de un esquizofrénico por debajo hay una especie de melancolía profunda, hay un vacío, un desierto, no hay nada y aunque la manifestación de esa locura sea una manifestación muy irracional, muy delirante, en el fondo hay una soledad absoluta y plena como la que muestra cualquier otro melancólico. Quizá incluso más que otros melancólicos porque hay psicóticos maníaco depresivos que pueden llegar a tener una familia, unos hijos, una convivencia en sus fases buenas, mientras que el esquizofrénico no lo va a tener o no lo tiene casi nunca y si lo tiene es muy rudimentario. En mi propuesta de los dos ejes planteo que primero hay que ir a buscar lo que hay de común para después empezar a trazar diferencias».
Como todos los suyos un gran libro.
Por Chus Gómez
Fuente: Siso Saúde 54-55 Invierno 2014