El psiquiatra Fernando Colina reúne en un libro los artículos publicados en El Norte de Castilla en la sección ‘Crónica del manicomio’
Su profesión consiste en promover la salud. En este caso, la salud mental. En la práctica clínica, en la consulta, su deber es aportar tranquilidad, aparecer seguro e inconmovible. Pero Fernando Colina (Valladolid, 1947), reconocido psiquiatra, director del Hospital Doctor Villacián durante 20 años y ahora jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital Río Hortega, tiene una vena de incredulidad, de cierto cinismo (no muy grave, pues habla de él sin tapujos), una tendencia algo destructiva —«no puedo evitarlo me viene desde el colegio, desde los jesuitas»— que guarda para los artículos que bajo el título general de ‘Crónica del manicomio’ publica cada sábado en El Norte de Castilla. Ahora, una selección de 70 de estos artículos están en imprenta, fase previa para que se conviertan en un libro que estará en la calle a primeros de marzo, publicado por Pasaje de las letras.
De locos, dioses, deseos y costumbres ha hecho el milagro de revivir a los muertos. Pues muertos son, para su autor, los artículos que se publican en prensa, aunque, como en su caso, tengan vocación de ensayos «diminutos». «Salvo para el investigador todo periódico es asesino convicto y reincidente del ejemplar que le precede», asegura en el prólogo, y en esa línea sugiere: «La mayor trampa en la que puede caer un autor vivo es recopilar sus artículos periodísticos. Puede ser una falta tan grave como negarle a alguien la sepultura o traicionar la memoria del fallecido».
Tentación y crisis
Pero una vez que ha sucumbido a la tentación de procurar a sus criaturas «un presente indefinido» se presta también, no sin ciertas reservas, a hablar de ese ejercicio semanal heredero del ‘Diario de un desalmado’ que sin periodicidad fija publicaba en estas mismas páginas allá por los noventa. Un ejercicio que al principio —comienzos del 2002— pasó por momentos de crisis —«recibía muchas críticas de los amigos, muchos me decían que por qué perdía el tiempo en esto, también algunos me daban ánimo y yo estaba en lucha»— ahora superados. «Si lo dejo será en paz, ya no tendrá que ver con ninguna inseguridad».
Pero de ninguna manera lo ve como una terapia, como su parte alícuota de visita al psiquiatra. «No, no. Los artículos no son una terapia. Nosotros (por los psiquiatras) nos damos muchas vueltas y nos tapamos de muchas formas. Pero no, son simplemente una forma de reflexionar para mí mismo». Aunque si lo piensa despacio, reconoce que un punto de escape tiene el poder mostrarse contradictorio, el no cerrar una idea, incluso ser un poco «perverso», el permitirse una ambigüedad o una afilada mirada que encierra parte del atractivo de esos escritos. «Claro que mis enfermos pueden leer mis artículos. Lo hacen de hecho. Así que de todas formas me pongo en su lugar y si hay algo que pueda molestarles me autocensuro».
Sus lecturas, las ideas que proceden de sus autores favoritos, la calle, y sobre todo, el manicomio, «ese domicilio público de la locura», son la fuente de unos artículos que no proponen «ningún consuelo» ni «inducen al descanso», aunque a veces lo hagan en la contradictoria constatación de que muchos de ellos hablan de todos nosotros.
«Es que la locura no tiene una frontera. No hay una discontinuidad entre la esquizofrenia y nosotros. Hay tantas formas intermedias de locura que no hay rupturas. Entre alguien que respira bien y un tuberculoso puede haber un salto. Pero en la psicosis no. Además, la enfermedad no borra a la persona».
Considera que la locura no ha cambiado históricamente que es como era desde que se empezó a estudiar. «Aunque sí existe un debate sobre si la esquizofrenia existía o no antes de la modernidad. En la Antigüedad, en la Edad Media y en el Renacimiento se hablaba de melancolía. Y en cuanto a síntomas reconocibles de la esquizofrenia como el de oír voces, tenían más que ver con la religión, con mensajes proféticos, que con una patología. Parece que la modernidad ha introducido una división nueva para el hombre que es la esquizofrenia. Otro cambio puede ser que ahora los locos son cada vez menos locos y los psicóticos menos raros. Quizá porque el sistema sanitario se les acerca en seguida. Los medicamentos no te curan pero alivian la agitación y en las consultas el asunto ha pasado de ser un tabú a algo incontinente».
El sistema de salud se debate así entre la demanda creciente en patologías comunes (la depresión en todos sus grados) que desborda las consultas y las patologías severas y las psicosis «que hay que ir a buscar».
En el fondo de la ‘Crónica del manicomio’ subyace también el deseo de derribar tópicos. De llamar a las cosas por su nombre, convencido de que el estigma no procede de las palabras, sino del tratamiento que reciben los enfermos. «No pasa nada por hablar de locos, el problema es cuando no reciben los recursos o las ayudas que las asociaciones sí destinan a otro tipo de discapacidades. Eso es estigmatizar».
Colina no se considera heredero de la tradición de los médicos escritores. «Yo no sé escribir, solo aprendí a corregir», asegura. Pero está convencido de que cada vez los médicos en general y los psiquiatras en particular son menos cultos. «Algunos no han leído ni a Freud. Cada vez son más médicos, más biólogos. Todo lleva al cuerpo. Antes esta profesión tenía mucho que ver con las humanidades. En mis tiempos se leía mucho a Jaspers y eso conducía a la filosofía. Ahora si tus colegas te ven en esa dirección, quedas automáticamente descalificado. La psiquiatría de la cultura está desapareciendo».
Para él es tarde. Así que, de vez en cuando, relee a los autores que le apasionaron para revisarlos. Derrida, Foucault y Nietzsche son objeto intermitente de su atención aunque también se da un respiro buscando a Conrad, a Roth o a Coetzee. «De vez en cuando me acerco a Murakami, a ver si me convence».
Inevitablemente ellos también están en estas «crónicas del sinsentido, donde es absurdo preguntarse siquiera si se han entendido, cuando ni el autor tiene una idea forjada y cabal de lo que ha escrito». Colina dixit.
Por Angélica Tanarro
Fuente: El Norte de Castilla