III Conversaciones Siso-Villacián
Mesa redonda I

Los neuróticos hacemos lazo social, como nosotros hoy aquí reu­niéndonos para hablar de la locura, de la palabra, del loco… y de nuestros avatares con ellos; es una manera que tenemos de sostener­nos en el mundo con los demás. No parece que vaya del todo mal, pues hemos conseguido llegar hasta una tercera edición, que no es poco. ¡Con la cantidad de cosas que se pueden hacer un sábado, máxime si hace buen día! Este es uno de los múltiples zurcidos posi­bles que nos hemos inventado para poder hablar de una manera agra­dable sosteniéndonos socialmente, sabiendo que la relación con el otro no es sencilla y no es nunca sin consecuencias.

Que el loco no hace lazo social es algo que constatamos cada día: en su autismo, en su soledad, en su ir y venir por el mundo, en su desinterés de lo que teóricamente debiera de funcionar más o menos.

Reparar, intentar arreglar esa dificultad inicial siendo respetuosos con su esfuerzo es otra concepción del trabajo y de la dirección de la cura con el psicótico; si reunirnos aquí es una manera, la nuestra, de hacer lazo, será de este asunto «de hacer lazo» y de las dificultades que ello comporta de lo que hablaré, apoyada en lo que el psicoanálisis nom­bra como suplencias, un concepto diferente al de estabilización, como veremos.

Antes de comenzar con las suplencias, propongo varios comentarios previos que permitan entender algunos de los conceptos psicoanalíti­cos que voy a utilizar.

Real, simbólico e imaginario

Dado que son términos que constantemente manejaré, voy a intentar despejar algo de ellos para entendernos.

Para Lacan los humanos se conforman por la existencia de tres regis­tros o categorías que conforman la «realidad psíquica»: lo real, lo simbólico y lo imaginario.

Lo imaginario deriva no de imaginación sino de imagen, deriva de especular. La primera identificación del niño procede de la falsa ima­gen de completitud que el espejo le devuelve en brazos de un adulto. Imagen que precisa de la mirada del otro que lo sostiene, para certi­ficarle que es esa imagen que le cautiva, reenviada por medio de otra mirada, la que le devuelve algo de lo que él es, claro que a costa de pagar el precio de una alienación esencial constitutiva.

La imagen devuelta como íntegra y completa alberga la descoordina­ción y fragmentación inicial constitutiva del bebé humano, fruto de la inmadurez orgánica.

Lo simbólico, por su parte, es la red de palabras que nos alberga y con la que se construye el entramado social y cultural, red de palabras presente antes incluso de nuestro nacimiento que nos ubica en un uni­verso simbólico. El niño se une a la imagen por nombres y palabras, esto es, por representaciones lingüísticas con un peso decisivo en su historia. Es, en definitiva, lo que permite entendernos pese al equí­voco determinado por la estructura.

Finalmente, lo real sería lo que es imposible de ser simbolizado, es decir, lo que no puede ser atrapado en las redes del lenguaje; es lo excluido de nuestra realidad, el margen que carece de sentido y no logramos explorar o situar, eso que en la psicosis retorna en la forma de delirios y alucinaciones. Lacan, a lo largo de su enseñanza, le dio predominancia a uno u otro registro, siendo lo real lo que prima en la etapa final correspondiente al período de a su enseñanza clínica sobre los nudos, de la que hablaré más adelante.

De la psicosis y su causa

Para Lacan la psicosis tiene un mecanismo de producción particular. Es el resultado de una forclusión (rechazo) que afecta a un signifi­cante específico llamado significante del Nombre del Padre, lo que la sitúa de entrada en relación con la palabra como causa.

El Nombre del Padre ordena el lenguaje, y con él el mundo y las cuestiones cruciales sobre la existencia, como son el sexo, la vida y la muerte; inscribe al sujeto en la ley simbólica y nombra el Deseo de la Madre, otorgándole significación fálica.

[NP = Nombre del padre. DM = Deseo de la madre. MP = Metáfora paterna]

Por tanto, dicha forclusión tendrá como resultado un déficit de la sig­nificación (por ausencia de significación fálica), al fallar la Metáfo­ra Paterna por la que el niño sustituye el NP por el enigma del deseo de la madre (DM), constituyéndose de esta manera el falo como la razón del deseo, y la castración como su límite y su ley.

Si en la neurosis el mecanismo de defensa que opera es la represión, en la psicosis será la forclusión, siendo lo forcluido lo que no es sus­ceptible de simbolización y que por ello retorna en lo real en la mane­ra de delirios y alucinaciones.

Además, la forclusión determinará una regresión tópica al estadio del espejo que aparece en la clínica en forma de desestructuración ima­ginaria con todos los correlatos psicopatológicos que cualquier clíni­co en su trabajo con psicóticos constata a diario.

Pero hay que saber que la ausencia de la MP no conduce de manera automática al desencadenamiento de la psicosis, sino que serán pre­cisas ciertas condiciones para que ésta surja, las cuales constituyen eso que se llama la coyuntura del desencadenamiento, definida como aquella situación en la que el psicótico convoca al NP y lo que le res­ponde es un puro agujero, dado que no puede responder lo que nunca ha estado.

Dicho de otro modo, en el origen del desencadenamiento se encon­trará siempre la presencia de un padre Real; es el momento en el que la suplencia, que hasta ese momento había funcionado, como reme­dio del fallo de la MP, quiebra y da lugar al descalabro de la locura.

Esta clínica supone condiciones de desencadenamiento y posibilida­des de estabilización por medio de una nueva creación efectuada para sostenerse tras cada descalabro subjetivo que supone cada episodio psicótico. El delirio, al que el psicótico ama tanto como así mismo (Freud dixit), es el punto en donde el psicótico «hace algo» con lo que le retorna de lo real. De ahí que, en términos de la clínica de la psi­cosis, Lacan plantee como un momento posible de estabilización en ellas la constitución de una metáfora delirante (MD) que supla la metáfora paterna (MP) fallida, lo que supone que es posible que otros elementos diferentes al significante del NP puedan actuar como «punto de capitón» [1] desestabilizando el descalabro imaginario para conformar un nuevo y peculiar orden de significantización tal y como Schreber, por ejemplo, hizo con su metáfora «ser la mujer de Dios», plataforma desde la que creó un nuevo orden y otro mundo diferente al anterior, pues él tampoco era subjetivamente el mismo que antes.

De esta manera la clínica de la suplencia en el caso de la psicosis indica que es posible compensar, suplir, los efectos de la forclusión del NP.

La pregunta clave es: ¿Se puede restaurar/inscribir lo que nunca hubo en lo simbólico y que es responsable de la psicosis?

Seamos prudentes en este asunto. El vaso tiene una hendidura. Si la psicosis es una catástrofe subjetiva a la que el sujeto intenta poner remedio, la actitud del clínico será la del respeto a una creación con la que el psicótico intenta hacer del mundo un lugar habitable, cons­truyéndose para eso un NP de reemplazo, lo cual no quiere decir que eso le «cure» de la forclusión, sino que allí donde había vacio algo pueda advenir para taponar y suavizar los efectos de dicha falla pri­mordial, para así lograr que lo que está suelto y a la deriva en la arti­culación RSI —que se manifiesta en los fenómenos elementales, en el ámbito del goce y del cuerpo— pueda atemperarse, con efectos clíni­camente demostrables y subjetivamente apaciguadores, limitando «un goce todo» que le perturba.

Si la psicosis es el fracaso de ese anudamiento de tres registros, la suplencia es un remiendo con la firma de su autor. Pero ya se sabe que las copias no son los originales. Para cada uno la suplencia váli­da permitirá evitar que el imaginario eche a volar; que lo simbólico haga que la cadena significante se rompa y se desangre en un torren­te de palabras sin coagular, que la metáfora no exista y la palabra sea la cosa; y que a lo real se le ponga un dique para intentar que lo inun­de todo y hacer del cuerpo un espacio de tortura, y de los agujeros los túneles por donde el Otro alcanza incluso con sus gritos e insultos.

La suplencia, si tiene éxito, contendrá toda esta deriva, pegando cual pies de gato al psicótico a una vida más soportable.

El término suplencia va unido en la enseñanza de Lacan a la clínica de los nudos, porque es a partir de un nudo como Lacan ejemplifica la relación entre los tres registros que conforman al parlétre: RSI.

Cada loco con su tema

La posibilidad de hacer lazo social, de entrada siempre está quebrada para el psicótico: No porque haya perdido algo, sino porque por estructura nunca estuvo. Es uno de los efectos visibles de la forclu­sión del NP.

La historia de la locura y de los que rodean a los locos ha consistido en un preocupación por el qué hacer con esta gente que está en su mundo, como dice el refranero popular: «con su tema», siendo ése «su tema», lo que la psiquiatría se empeña en eliminar olvidando su función terapeútica.

El supuesto deterioro de lo social, manifestado en múltiples facetas, es lo que se intenta restaurar mediante diferentes técnicas, funda­mentalmente de arreglo de lo «comportamental», que presiden hoy de manera mayoritaria la clínica, queriendo así igualar al psicótico con el resto de los mortales y olvidando que él es diferente por estruc­tura.

Dicho déficit, según esta concepción de la psicosis, presupone que lo que en el psicótico no funciona o falla, es porque, o no lo ha apren­dido o bien porque la locura le ha llevado a perderlo por el camino entre los delirios y las voces que le acompañan.

Para la psiquiatría, delirios y alucinaciones, son algo parásito, un ruido, un estorbo y por tanto algo a erradicar, obviando que el delirio es un intento de curación como ya Freud había señalado y Lacan, como buen freudiano que es desarrolla, sobre todo en los últimos 10 años de su enseñanza, en la clínica borromea o de los nudos, que toma su nombre de la familia italiana Borromeo, en cuyo escudo heráldico hay tres anillos ensamblados de tal manera que si uno se corta, los tres se desprenden. Metáfora muy gráfica que servirá a Lacan para construir su teoría sobre la psicosis, su desencadena­miento y su estabilización posible mediante lo que él designó como suplencias, cuyo concepto y evolución expondré resumidamente a continuación.

Los tiempos de Lacan

El Lacan estructuralista de los años 50 entendía la psicosis como deficitaria, por tanto susceptible de compensación. De manera que, suplencia y déficit eran indisociables en la psicosis. Es el tiempo de la primacía de lo Simbólico sobre lo Imaginario y lo Real, privile­giando también el NP. Del lado de la neurosis, el síntoma con estruc­tura de metáfora pule de algún modo los fallos e insuficiencias de la MP y del NP, y por ser una salida privilegiada del Edipo no requería suplencia de ningún tipo, pues no había nada que suplir, era algo logrado en el que el déficit no tenía cabida.

En 1958 Lacan afirma que es posible suplir la forclusión abriendo la disyunción entre psicosis y locura, ejemplificado muy bienen la frase de Dalí «la diferencia entre un loco y yo es que yo no estoy loco».

En opinión de Lacan, las maneras que podrían suplir la forclusión y su resultado (la ausencia del Edipo) estarían del lado de lo imagina­rio o a través de un ordenamiento simbólico llamado Metáfora Deli­rante (MD).

En los años 70, ya al final de su enseñanza, usa la teoría matemática de los nudos al darse cuenta de que ésta es la que mejor explica la clí­nica y lleva a cabo una reducción gradual de la referencia al padre en el psicoanálisis, hasta reducirlo por «decantaciones sucesivas» a un poso mínimo, sabiendo como sabemos, que el psicoanálisis surge alrededor de la pregunta sobre qué es un padre.

Lacan decía que el psicoanálisis nació vinculado a esa cuestión y él se la reformula, con el ternario RSI, enseñándonos a distinguir al padre R al S y al I y a extraer de esta distinción, la función paterna, que no es un asunto de sentimientos sino una función lógica.

Fué en el Seminario XXIII donde Lacan introdujo el síntoma como una de las formas posibles de anudamiento; la suplencia deja de ser algo exclusivo de la psicosis para pasar a ser un fenómeno general de los hablantes. Esto implica que suplencia no es ya lo que responde al déficit del NP del Edipo, sino aquello que mantiene unidos los tres registros, desanudados de entrada para el parlétre.

Suplencia y NP siempre van juntos, dado que si el fallo es el de la MP estructuralmente, suplencia hace par con NP. Pero hay que saber que también, sin el auxilio del NP, un sujeto puede mantener unidos sus registros, lo que es ya mucho más novedoso, e instaura un nuevo modo de entender la clínica evidenciando la sutileza ocasional de algunas psicosis de diseño casi, a tira líneas.

La clínica de los nudos, dicho de manera sencilla, estudia el modo que tiene cada sujeto hablante de amarrar los tres registros que lo conforman (RSI), los cuales por estructura estarían sueltos tanto para neuróticos como para psicóticos y cuya sutura ambos realizan, de manera diferente, a través de un cuarto nudo siempre presente que Lacan nombró sinthóme, usando la antigua grafía francesa.

El neurótico amarra con sus síntomas más o menos exitosos y el psi­cótico lo intenta mediante una metáfora delirante, o haciendo un sinthóme como Joyce, por citar un caso conocido y triunfante. El éxito consistió en que su invento le permitió que, aún siendo psicótico, no se desencadenase, gracias a la creación de una suplencia del NP a tra­vés de la escritura, que vino a anudar allí donde no había amarre y le permitió darse un nombre propio a través de su obra supliendo la fun­ción paterna fallida. Joyce hizo por tanto de la escritura un cuarto nudo, un sinthóme, con el que abrochó los otros tres y con ello logró un NP tan válido, su obra, que aún hoy entretiene a críticos literarios, estudiantes y joycianos, tal y como él quería: mantenerlos entreteni­dos unos cuantos siglos, aspecto del que nosotros también participa­mos

Pero es importante diferenciar suplencia y estabilización, y nada mejor que una viñeta clínica para ejemplificarlo.

G es un psicótico al que atendí durante más de 3 años en el CSM. Acudió a consulta con un alto riesgo de mutilarse la lengua, como modo literal de desprenderse de la lengua que le enloquecía, pegado como estaba a una frase materna, posiblemente dicha en multitud de ocasiones ante la dificultad de no acabar siempre discutiendo: «Yo de ti me cortaría la lengua», equívoco materno que abrió una significa­ción literal de consecuencias casi dramáticas. Me hizo saber que su riesgo de hacerlo era muy alto, porque para él las metáforas no exis­tían y en el monólogo final de la obra de teatro que representaba el actor se cortaba la lengua. En esa coyuntura, dado lo inminente del riesgo de un paso al acto y decidido a parar tanta locura, vino a verme. Tras tres años de laborioso trabajo analítico, con una direc­ción de la cura complicada, logró hacer del estudio de una lengua extranjera su profesión. Es decir, él, que había estudiado filología inglesa, más allá del uso utilitario que su profesión como a cualquie­ra le permite, hizo de ésta su obra particular, su arte, dándole de esta manera un uso propio que le permite hacer lazo social. La cuestión estriba en que la suplencia es fruto del trabajo de un análisis, que per­mite darle una función al síntoma más allá del goce de éste que le puede llevar en ocasiones a lo peor como en este caso. De alguna manera, hacer del síntoma su nombre y manejarse con él de una cier­ta buena manera, si me permiten la expresión.

Las estabilizaciones que logran muchos de nuestros pacientes, sin embargo, pueden sobrevenir a causa de un trabajo solitario, con el que consiguen atemperar lo más ruidoso o volcánico de la clínica con la que posiblemente debutaron, pero ello no le permite engancharse a la cadena de la vida haciendo de su obra algo semejante a una mule­ta con la que estar entre los otros. A veces será por medio de la escri­tura solitaria que guarda celosamente y a la que se entrega con rigor, en otras ocasiones lo conseguirá por medio de una identificación ima­ginaria y en otras a través de otro remedio, sin que dicho trabajo le permita por ejemplo alejarse de los muros del hospital o de sí mismo a los que la locura le confina. Casos como estos todos conocemos, son esos crónicos a los que a juzgar por la actividad productiva que despliegan ya más en silencio convendría nombrar como permanen­temente agudos.

Por el contrario, la concepción comportamental mecanicista actual de la clínica, centrada en lo orgánico básicamente, desoye y no atiende a lo que el loco le dice e intenta dotar al psicótico de una solución «práctica y estandarizada» con la que supone, podrá reintegrarse a la «circulación social normativa». Es una manera de poner al psicótico «en circulación» usando plantillas forzadas, con el riesgo de que con zapatos que aprietan, se anda poco y mal. Dicha teoría se apoya en un axioma fundamental que vertebra y organiza una manera de hacer, orientada por el supuesto déficit o deterioro que el psicótico lleva como marca y que le dificulta para mantenerse en el mundo hacien­do lo que nosotros hacemos a diario, lo que no es ni más ni menos, que arreglárnoslas con el otro, en nuestra subjetividad y en lo más cotidiano: la casa, la familia, el trabajo, el partenaire o la vida en general. Basándose en este presupuesto deficitario y articulado lógi­camente con él, las intervenciones irán encaminadas a dotarlo de pró­tesis pedagógicas con las que teóricamente dicho defecto sería sub­sanado, dejando de lado al sujeto de la psicosis y a los posibles inven­tos que él fragua para mantenerse en la vida, bien mediante solucio­nes imaginarias o bien construyendo un delirio, considerado por esta teoría un error cognitivo, un fallo de la maquinaria pensante.

Por tanto, aunque es común la dificultad inicial que tanto neuróticos como psicóticos tienen en su relación con el Otro, para crear y man­tener su lazo social, no lo es el modo de aliviarlo. E1 neurótico tiene su neurosis y sus síntomas, originados desde la represión, y el loco su psicosis, sus voces y sus delirios, derivados de la forclusión, que vie­nen a intentar suplir, lo que en unos y otros ha fracasado: la metáfo­ra paterna.

Para los neuróticos, la construcción sintomática tapa la ausencia de relación sexual, esto es, la ausencia de la complementariedad de los sexos, que el delirio del enamoramiento parece temporalmente sellar, y que al revelarse fallido el neurótico suple, por ejemplo, con su invento: el amor con el partenaire, original para cada uno, que hace de este asunto del amor en los seres hablantes siempre una cuestión sintomática.

El psicótico, trabajador infatigable, intenta elaborar rigurosamente algo para mantenerse entre los otros pero no con los otros, aunque lo parezca, pues está fuera del discurso aunque con discurso.

Aclaro aquí que «discurso» es para Lacan la manera de hacer lazo social, y que a lo largo de su enseñanza inventó y «matematizó» en su teoría cuatro diferentes, atendiendo a las posiciones distintas en las que se sitúan los participantes: el agente, el producto, el saber y el goce. Según la posición que ocupen, conforman: el discurso del amo, el de la histeria, el analítico y el universitario, como fórmulas útiles, que vienen a representar algo.

Lacan dice al respecto: el discurso es una estructura necesaria que excede a la palabra, subsiste sin palabras en formas fundamentales que no pueden mantenerse sin el lenguaje. Mediante el instrumento del lenguaje se instaura cierto número de relaciones estables, en las que puede ciertamente inscribirse algo más amplio, algo que va mucho más lejos que las enunciaciones efectivas.

Se trata, por tanto, de lugares, de formas fundamentales y de rela­ciones estables de esas formas. No se trata ya del padre del Edipo freudiano que domina el discurso, sino de algo que se relaciona con el significante en lo que tiene de irreducible. Es el significante que captura al sujeto hablante, donde se establecen las operaciones míni­mas que hacen posible un discurso. El discurso es una manera de soportar la separación del ser y el sujeto, la falla por la que se cuela la locura en los seres hablantes. El precio que se paga por hablar es que las cosas no cuadren, que la división subjetiva sea la norma, a excepción de las psicosis, en donde la certeza campa con su brillo, dejando al saber de su lado con los efectos posibles sobre el que le escucha: la fascinación o la ubicación de amo respecto a él, con sus correlatos en la clínica de la transferencia: la erotomanía o la perse­cución.

Las suplencias en la última clínica

De ‘suplencia’ dice el diccionario:
1. f. Acción y efecto de suplir (ponerse en lugar de alguien).
2. f. Tiempo que dura esta acción.

Y de ‘suplir’ dice: (Del lat. supplēre)
1. tr. Cumplir o integrar lo que falta en algo, o remediar la carencia de ello.
2. tr. Ponerse en lugar de alguien para hacer sus veces.
3. tr. Reemplazar, sustituir algo por otra cosa.

Suplencia es en la clínica lo que el diccionario dice, pero traducido al lacaniano podría definirse como el modo sintomático resolutivo sin­gular que cada uno puede encontrar para estar en el mundo sin ser estragado por su goce, tal y como vimos en la viñeta clínica.

Pero volvamos a los nudos con sus formas y fallos y a las formas posibles de cosido que suponen un nuevo modo de entender y abor­dar la psicosis.

El concepto de Padre varía a lo largo de la obra de Lacan y eso tiene consecuencias teóricas y prácticas. La noción de Padre, como una suplencia posible a la relación sexual que no existe, supone decir que un anudamiento puede sostenerse sin el apoyo del NP, como en el caso Joyce. Es decir: el síntoma, según esta perspectiva, es una de las formas posibles del NP que opera o tiene efectos sobre la significa­ción y sobre el goce, dicho de otra manera, con efectos sobre el sig­nificante y el significado. Esta concepción borromea modifica tam­bién el concepto de síntoma, al albergar un real nuclear, mas allá de la envoltura formal que presente, con incidencia sobre los efectos del goce en el cuerpo vehiculados a través del significante.

Esta clínica supone la ruptura con la discontinuidad de las psicosis pero manteniendo la separación neurosis/psicosis.

Lacan intentará identificar las formas particulares de anudamiento sistemático que puede ser el NP en la neurosis, pero también cual­quier otro elemento y de esta manera intentar dirigir la cura a fin de que el zurcido se realice en el registro conveniente para la estabiliza­ción.Es la visión constructivista y no deficitaria de la psicosis, que deja de ser definida exclusivamente por las formas de retorno de lo real en el cuerpo, en el caso de la esquizofrenia, y en el Otro en el caso de la paranoia, para orientar el diagnóstico, para pararse más en las formas particulares de anudamiento y sus incidencias sobre el funcionamiento de los tres registros.

Más adelante Lacan, aunque sigue manteniendo que la metáfora deli­rante es una forma de suplencia posible, usando lo simbólico como material de sutura, dirá que no es la única, proponiendo una genera­lización y multiplicación de las suplencias de la misma manera que propone una multiplicación de los NP.

Esta teoría continuista de las psicosis introduce en primer término el problema clínico de las psicosis no desencadenadas o cotidianas, con clínica de fenómenos elementales muy sutiles que precisan gran finu­ra psicopatológica para ser diagnosticadas, abriendo la cuestión de la dirección de la cura en dichos casos.

Y es con todos estos mimbres y con todas estas vueltas y teorizacio­nes que Lacan construye su teoría sobre la psicosis. Los hospitales están llenos de Schreber, estupendos maestros de psicosis para los que estén dispuestos a escucharles y a los que la rutina de la repeti­ción hace que nombremos como crónicos, infatigables trabajadores del delirio que gira sobre sí mismo para simbióticamente mantenerse los dos vivos.

El delirio, las figuras fantasmagóricas que lo habitan y las identifica­ciones imaginarias que comporta, están pensadas en el marco de una metáfora que suple a la que no ocurrió. La suplencia es significanti­zación y en el Seminario Aún, Lacan trabaja que suplencia y NP están por estructura muy unidos. La clínica de los nudos le vale a Lacan para explicar la psicosis y por qué en unas predominan unos síntomas y no otros, y para explicar de qué manera puede entenderse que alguien sea psicótico y no se haya desencadenado o por qué lo hace en determinada coyuntura; es una especie de password de acceso a la cuenta corriente que cada uno mantiene con los registros que le con­forman y que es para cada uno irrepetible.

Los tres anillos representan tres dimensiones heterogéneas, RSI, sin jerarquía entre ellas y de igual consistencia. Lacan estudia las dife­rentes posibilidades de anudamiento y sus errores, y de qué manera hay algo que puede venir a zurcir el fallo de unión entre los tres, que siempre es de estructura, mediante un cuarto nudo a mayores que sirve de parche al fallo. Lacan convierte al cuarto nudo en norma general para los seres hablantes, de ahí que hable de forclusión gene­ralizada y le llame NP o síntoma.

El psicoanálisis atiende tanto en la psicosis como en la neurosis, a los inventos que el sujeto ha creado, si ha podido, para restaurar su rela­ción con el mundo y los que lo habitan, o en su defecto si no lo ha logrado, pero lo busca, intenta ayudarle a encontrar la manera ade­cuada sobre la base de su historia particular, evitando mantenerse en un diálogo de sordos con él, que impida hacer de él: un exiliado de la palabra.

Notas

[1] Broche que a la manera de un nudo de colchonero ligue un significante y un significando con efecto de detener el desplazamiento infinito; es el punto a través del que se organiza el discurso.

Bibliografía

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2. Jacques Alain Miller: «De una cuestión preliminar», Maternas I, Ed. Manantial.

3. Jacques Alain Miller y otros: Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, Paidós, Buenos Aires, 1999.

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5. Jacques Alain Miller: «La última enseñanza de Lacan»,  Freudiana 35, 2002.

6. Eric Laurent: Estabilizaciones en la psicosis, Manantial, 1992.

7. José Ma Álvarez; R. Esteban; E Sauvagnat: Fundamentos de psicopatologia psicoanalítica.  Síntesis, Madrid, 2004.

8. VVAA: «L’enigme y la psychose», La cause freudianne, fevrier 1993.

9. Colette Soler: Estudios sobre las psicosis, Ed. Manantial.

Por Chus Gómez

Fuente: SISO/SAÚDE, Nº 43 – Otoño 2006