Retorno a la clínica
XV Jornadas de la Otra psiquiatría, Valladolid, 11 y 12 de mayo de 2018
El tema de estas XV Jornadas es apenas un recordatorio de que nuestra tierra natal es la clínica y que a ella debemos regresar, como Ulises después de sortear mil peligros y sucumbir a incontables hechizos. Sentados frente al paciente o a su lado, a pie de cama o detrás de un diván, nuestro quehacer consiste en atenderlo y aportarle un alivio a su exceso de malestar, sobre todo mediante la palabra, la presencia y el saber hacer.
Se ha dicho de muchas maneras, entre otros por Foucault, que el psicoanálisis es el heredero legítimo de la clínica clásica. Quiere esto decir que el psicoanálisis entronca con esa clínica y le aporta, además, la explicación coherente de la que carecía. Y la verdad es que la clínica clásica y el psicoanálisis forman una buena pareja. Una proporciona el firme suelo descriptivo, en el que se recogen ordenados y categorizados los grandes y los pequeños fenómenos, y la otra los traduce a experiencias subjetivas y les da una explicación, cuya agudeza rehace y actualiza ese suelo descriptivo primigenio.
Esa clínica clásica, si se quiere reducir a su quintaesencia, se organiza a partir de las preguntas más sencillas y evidentes: qué, cómo, cuándo, dónde, por qué y para qué. Con estos interrogantes en la cabeza, desplegamos las pesquisas que conviene seguir: de qué sufre/goza (síntoma); cómo y dónde se manifestó (coyuntura, contexto y trama); por qué sufre/goza de eso y no de otra cosa (elección del síntoma conforme a la historia subjetiva), para qué le sirve ese síntoma del que se queja y goza (función). Estas preguntas orientan con precisión acerca de la historia de la enfermedad (pathos) del sujeto, a partir de la cual nos hacemos una idea del diagnóstico general (estructural) y nos facilita la indagación del otro diagnóstico, el singular, el que sólo vale para ese sujeto.
Las preguntas fundamentales son las referidas a los aspectos genuinos de lo que se nos presenta en primer plano en nuestro quehacer diario, las más obvias y menos enrevesadas. Estas cuestiones, como es de suponer, tienen un orden que va de lo simple a lo complejo. Cuando Freud se inició en la psicología patológica, uno de los primeros interrogantes a despejar consistió en la diferenciación entre las parálisis motrices orgánicas y las histéricas. A partir de ahí pudo proponer algunas interpretaciones relacionadas con el papel que desempeña el lenguaje en los síntomas histéricos, pero no antes de realizar el estudio comparativo entre unas y otras.
Aunque hoy día sabemos muchas cosas acerca de la condición humana y su pathos, en lo tocante a las preguntas clínicas fundamentales conviene mantenerse a ras de suelo, junto a la cama del doliente, y lastrar la querencia a elevarse hacia el mundo de las ideas y las abstracciones. Distinto del de Freud, el mundo en que vivimos nos interpela con otras problemáticas, en el fondo tan humanas como las de otros tiempos. Cuando una mujer consulta por la expectación ansiosa que le supone no quedarse embarazada y ver cómo se acerca el día fatídico de la menopausia, uno, si gusta de la especulación, puede hacer mil cábalas, o, si se limita a dar pase torero a lo que ni entiende ni le interesa, le bastará con comprobar si la paciente entra en los protocolos de derivación a determinado tipo de ayudas reproductivas. El caso es que la pregunta más simple invita a averiguar si esa mujer hace lo propio para quedarse embarazada, es decir, si tiene relaciones sexuales, y, de tenerlas, si esas relaciones favorecen o impiden el embarazo. Por lo general, la ganancia de conocimiento se da cuando hay un orden y un método. Mal van las cosas cuando la carreta precede a los bueyes.
De conformidad con lo apuntado, nuestro quehacer clínico recomienda permanecer junto al doliente y echar mano de las preguntas más sencillas y profundas. De ellas derivan las interpretaciones, explicaciones y teorías. Como pareja de baile que son, la clínica y la teoría deben moverse acompasadas, sin alejarse demasiado ni perder la referencia. No hay una sin la otra. No hay teoría sin clínica ni clínica sin teoría.
Sin embargo, los problemas que sobrevienen en este complicado acompasamiento son muchos y frecuentes. Suele suceder que la evolución de las teorías adquiere vida y se anima por una lógica propia, la cual a veces se emancipa de la clínica y deja de coincidir con la realidad de las cosas. Por lo general, las teorías suelen mirar primero al suelo y después al cielo. Y suelen debatir inicialmente a partir de los interrogantes que suscita la clínica. A medida que se desarrollan, no obstante, tienden a dialogar entre sí y a buscar, a veces, la cuadratura del círculo. También ocurre que cuanto más pequeño es el ámbito de circulación de las teorías, más potentes son los ecos que desarrollan, es decir, mayor es la confusión entre la teoría como cuerpo en desarrollo y las cosas que tratan de reflejar. Si se llega al extremo de que las teorías se adornan en exceso y pierden el referente principal, en este caso el malestar del sujeto, conviene volver a las preguntas fundamentales, poner pie a tierra y retornar a la patria común: la clínica.
La Otra psiquiatría no es muy dada a la especulación ni ama lo enrevesado, seguramente porque la clínica institucional se presta poco a los alardes y porque la formación de residentes obliga a una enseñanza clara y precisa. Pero un mal aire le puede dar a cualquiera y conviene estar prevenidos.
José María Álvarez