De la Salud Mental se habla hoy hasta en los telediarios y en las tertulias… que si fulano hizo esto y debe ser un trastornado (eufemismo de loco), que si zutano o está loco o es un canalla, etc. Podría aceptarse ese maniqueísmo de salud/enfermedad únicamente, y con reparos, porque la Salud es un concepto político universal (un vale para todos) aplicable a las poblaciones y, por lo tanto, no cabe extrapolarlo así como así al ámbito de lo singular, aunque esa tendencia hace tiempo que ha colonizado la clínica psiquiátrica de la mano de no sé qué discurso científico. Jamás encontré muy justificado la presencia de la Salud Mental en la clínica en lugar de la entonces llamada  atención psiquiátrica.

Estas palabras son una especie de humilde proposición como intento de hablar en serio. Así, la Salud Mental ni tiene sustancia alguna ni tampoco la esencia de las entidades etéreas. Para dejarlo claro, sólo es una manera de hablar. Para decirlo con propiedad, sólo es un sintagma contradictorio, pero no es, ni puede ser, un concepto. Abundando un poquito más, podría ser un oxímoron que, tal vez por estar tan extendido, pasa desapercibido… pero tampoco. Tal vez sea sólo un sintagma antagónico en sí mismo.

Como decía, la Salud hace gala de su universalidad porque siempre está dirigida a un todo. Pero, si lo miramos bien, esa misma noción de Salud, al ser algo tan universal, tiene una dificultad inherente como contrapartida: para aprehender algo tan amplio, no tenemos otra opción que su troceamiento o su fragmentación por especialidades: digestiva, cardiorespiratoria, oftalmológica, ORL, dental, ginecológica, dermatológica, neurocerebral y un larguísimo etcétera… de tal forma que, por una u otra razón, nadie puede alcanzar la totalidad de los boletos parcelarios de la salud. Se torna algo imposible, a no ser que aceptemos la salud como una entelequia utópica y ucrónica de armonías acopladas en la homeostásis idealizada con el medio interno y el externo logrando alcanzar el galardón de las parejas idílicas.

Me viene a la cabeza la idea de Jules Romains cuando tiraba su aforismo al mundo como si fuera una piedra: El hombre sano es un hombre enfermo que no sabe que lo está.

Cuando nacemos somos un organismo viviente vulnerable que necesita ser acogido y alimentado para sobrellevar la fragilidad vital en la que no hacemos otra cosa que llorar, mamar, cagar, mear y dormir. No digamos nada de cuando llegamos a lo mental, es decir, cuando nos hacemos una idea del mundo y de nosotros mismos. Ese fiarnos necesariamente de los demás para conservar la vida también nos condena a la imbecilidad…si queremos ser sanos. Claro, lo mental no es propiamente una enfermedad, sino un estado gracias al cual se vive en la inopia.

Ustedes me dirán que hablo así porque debo ser freudiano. Y no es así, no es que al parecer yo deba ser freudiano por cómo me expreso, sino que simplemente lo soy. Basta leer a Freud para entender que el ser humano consciente tiene una cercanía muy familiar con la idiotez. Por ejemplo, la gente suele fiarse de las opiniones de los demás que más le interesan, para tal vez incluirse en eso que llamamos sentido común, la confianza o el amor —al mismo tiempo que odiamos otras opiniones que son de «otros» diferentes a los demás cercanos—. La lógica que subyace en este tipo de operaciones es la de suponer un saber en el otro; resultando que cada uno de los componentes de ese conjunto que acabamos de denominar los demás,  hace recaer, a su vez, esa suposición de saber en el resto, entrando en una especie de círculo de la reciprocidad progresiva. Y todo sería como si giráramos sobre el mismo punto en un tuya mía uniformemente acelerado. De este modo podemos decir que esa reciprocidad tiene un algo, si no un mucho muchísimo, de idiotez. Por eso no se puede progresar, porque el progreso es el desarrollo de lo que ya era y no cabe esperar nada halagüeño de la idiotez basal. Lo que tal vez habría que hacer es subvertirla. Para eso hay que desconfiar de todo aquello que enarbole el banderín del progreso. Afortunadamente sabemos que cuando se promete abrirle la puerta, se cuelan la pobreza y la miseria por la ventana o por la puerta de atrás.

En esta humilde proposición solicito cambiar de nombre el sintagma Salud Mental por el de Sandez Mutua. Esta mutualidad arquetípica no tiene por qué ser numerosa, puesto que, en ambos casos, sólo bastan dos para que prospere. Al menos La Sandez Mutua no es contradictoria ni antagónica consigo misma.

Esperemos que aquello que Freud veía como inherente a lo mental no llegue nunca a mayores (bueno si es que puede haber algo mayor que los holocaustos a los que abrimos la puerta al señalar al enemigo como portador de un rasgo que, no sé por qué, vemos como amenazante para nuestra propia vida; y esto es algo que hacemos cuando amoldamos nuestra opinión a la opinión de los otros sin otro motivo que una especie de Yo somos así porque sí, una especie de ¡Claro que sí niña! generalizado), cuando lo único que empieza a correr es el anillo de la Hermandad de los Incautos en tal o cual creencia.

Freud no veía al ser humano como un ser naturalmente sano. Ni siquiera ecológico ni de ninguna de esas cualidades que hoy se asimilan alegremente a lo saludable. Modifico a mi antojo una vieja idea: La salud no es saludable ni lo mental tampoco. Y no digamos nada de la Sandez Mutua. Porque esa Sandez es algo mutuante, es decir, de lo más normal.

A lo mejor tuvo razón Lacan cuando dijo que el psicoanálisis sólo sirve para ser un poco menos idiota.

 

Por: Segundo Manchado

Fuente: Portafolías