El pasado miércoles 11/10, Rubén Esteban Durand residente de tercer año de psicología clínica en el Siprosa de San Miguel de Tucumán, trajo al seminario de supervisión clínica el caso de una paciente que atiende durante estos meses de estancia en el hospital Río Hortega de Valladolid. Durante la sólita búsqueda en grupo, dirigido por José María Álvarez, de puntos de ruptura y lugares de sostenimiento pudimos charlar sobre la elaboración de la posición del terapeuta en el trato con el loco. Este lugar del tratante, nunca estático, sería aquel que supusiera la menor invasión en la subjetividad desnuda del psicótico y además le alentara a crear nuevas argucias para equilibrarse. Vimos cómo el humor (caricaturizar mentalmente a los perseguidores) o algunos delirios megalomaníacos ponen alguna barrera al pensamiento xenopático que abruma a muchos psicóticos. También se dio pie a hablar sobre el delirio erotomaníaco de Clérambault, cómo no a través del famoso «caso Aimée», y de cómo subyace también en el una raíz de desconfianza y amenaza ante el deseo del Otro.
Y el miércoles 18/10, en el seminario de supervisión clínica se trabajó sobre un caso grave de psicosis no delirante en el servicio adicciones del Hospital Nicolás Avellaneda de Tucumán. Nuestra compañera Florencia Robles, residente de psicología clínica en dicho servicio, expuso al grupo de José María Álvarez la historia de errancia del paciente en sus intentos por hacerse cargo del dolor que producen las cosas de la vida. Entrar en la vida del deseo significa también «saber sufrir» sin estar sometido a la urgencia de la pronta satisfacción o atrapado por la inmediatez de la impulsividad. Es común en la psicosis que estas manifestaciones sean sobresalientes por la fuerza de la pulsión y en este caso, el paciente contaba con tan poco sostén que «ni siquiera era capaz de deprimirse». Como es habitual en la psicosis, la relación con la madre resulta clave en su papel como intercesora de la ley. El hijo no tendrá razones para confiar en los límites que impone el padre, que acotan pero también protegen, si la madre no quiere.