Presentación de las XII Jornadas de la Otra psiquiatría

(Valladolid, 22 de mayo de 2015)

Al presentar unas Jornadas, se ve uno obligado a enmarcar el tema y subrayar su importancia. Cuando la propuesta resulta atinada, salen a relucir los aspectos más importantes que a buen seguro vertebrarán los debates. Tocante a la escritura y la locura, tres son las perspectivas principales. En primer lugar, analizar el tipo de relación que se establece entre ambos términos, esto es, indagar acerca de si esa relación es contingente o consustancial; en segundo lugar, si se admite que la escritura desempeña algún papel de reequilibrio de la locura, conviene despejar cuáles son sus principales funciones de cara al autotratamiento de la psicosis; por último, siguiendo las indicaciones de los escritores y artistas, serán bienvenidas las reflexiones bien argumentadas acerca del misterio de la creación.

Estoy seguro de que estas tres vertientes se irán aclarando a medida que se sucedan las intervenciones, muchas de ellas dedicadas a escritores locos o cercanos a la locura, como Joyce, Nerval, Kafka, Panero, Walser, Shakespeare, Woolf y otros, cuyas obras guardan una estrecha relación con sus respectivos dramas vitales.

Nuestro enfoque de la cuestión se resume en una referencia a Platón, quien escribió: «Al calor del amor, todos nos volvemos poetas». Pero la locura y el amor no son buenos amigos, así que, trasladando esa frase a la materia que nos interesa hoy, podríamos reescribirla así: «Al calor de la locura, todos echamos mano de un papel y un bolígrafo y nos ponemos a escribir».

Como decía, nuestro punto de vista inicial propone que la literatura y la locura forman una pareja bien avenida. A menudo suele vérselas cogidas de la mano. Rara vez van cada una por su lado. El éxito de esa unión se debe a que la literatura es uno de los medios más propicios para la expresión de la locura, un medio que la recrea y desarrolla sin apenas restricciones, como sucede en el cine y las artes donde las imágenes predominan sobre las palabras. Se debe también a que el desequilibrio propio de la locura busca equilibrarse muchas veces a través de las palabras, por lo que la literatura se convierte en una medicina eficaz. En el fondo, toda locura es literaria y toda literatura es loca.

I. Relaciones

A) Si se pregunta a los creadores acerca de las relaciones entre locura y literatura, su respuesta habitual es que son términos inseparables. La mayoría de ellos suscribirían con agrado que la chifladura —lo digo con este término inespecífico pero usual, término en el que incluimos ciertas formas de locura y también de neurosis— favorece la creación. Sobre este particular, vale la pena evocar lo que escribiera André Maurois en Tierra de promisión cuando contesta la pregunta sobre si todos los novelistas son neuróticos o están chiflados, a lo que responde: «Para ser más exactos, todos serían unos neuróticos si no fueran novelistas […] La neurosis hace al artista, y el arte cura la neurosis».

Como se ve, le doy la palabra primero a los escritores y a los locos, puesto que es de ellos de quienes debemos aprender en lo tocante a la creación. Los especialistas, en eso, vamos a la zaga. Y en el mejor de los casos, todo lo más que logramos es explicar lo que esos adelantados han señalado. Al respecto Lacan comentó: «Los poetas, que no saben lo que dicen, hecho bien conocido, dicen siempre, a pesar de todo, las cosas antes que los demás». El propio Lacan, gran conocedor de la locura, no dio un paso sin la guía de algún escritor loco. Su investigaron de la psicosis está jalonada por escritos de locos como Aimée, Schreber, el relato de Duras (Lol. V. Stein) y Joyce.

B) Desde el punto de vista de los estudiosos, es decir, los filósofos, psicólogos, médicos y psicoanalistas, encontramos posiciones un tanto contradictorias respecto a las relaciones locura y escritura, locura y creación.

En primer lugar, un amplio grupo suscribe una relación positiva, como propone el aforismo de Séneca (De Tranquillitate, XVII, 10-12): «Nullum magnum ingenium sine mixtura dementiae» [No hay gran fuerza imaginativa sin mezcla de locura].

En segundo lugar, una visión negativa promocionada por los más incondicionales de las teorías genetistas, algunos de los cuales consideran que el artista es un chiflado, pero chiflado en el sentido de enfermo mental, es decir, un degenerado o un tarado genéticamente (Moreau, Lombroso y Moebius).

En tercer lugar, algunos psicopatólogos se niegan a concebir que se pueda estar loco y al mismo tiempo ser un creador, incluso un genio. Esta corriente de opinión considera que los grandes escritores, los genios, no están enfermos. Al contrario, son personas muy equilibradas y disponen a su antojo de las facultades para extremarlas o deformarlas a voluntad. A este respecto, vale la pena evocar las palabras de Charles Lamb, quien, en La salud del auténtico genio (1826), escribe: «Muy lejos de la opinión establecida de que el genio tiene un necesario parentesco con la locura, el mayor genio se encontrará siempre en los escritores más cuerdos. Es imposible pensar en un Shakespeare loco. La grandeza del genio, entendida aquí sobre todo como el talento poético, se manifiesta en el equilibrio admirable de todas las facultades. La locura es el resultado de forzar y cometer excesos con cualquiera de ellas».

En cuarto lugar, no faltan quienes afirman que la locura es improductiva. Esta propuesta ha sido desarrollada por muchos especialistas, y fue inicialmente defendida por Carl Georg Wilhelm Pelman, médico asistente de Kahlbaum en Görlitz, profesor de Psiquiatría en Bonn y director de su manicomio, en su libro de sugerente título Psychische Grenzzustände [Estados psíquicos fronterizos, 1909]: «Puede afirmarse con toda seguridad que ni uno de los grandes genios padecía una enfermedad mental, en el caso de caer en la locura, entonces disminuyeron las facultades creativas». Esta opinión ha contado con muchos adeptos, entre ellos Viktor E. Frankl (“Kunst und Geisteskrankheit”, Universitas, 13 (1958), 291-294), para quien la psicosis jamás será productiva de por sí. Hoy día, según proponen algunos psicólogos clínicos y psiquiatras, como Jamison y Andreasen, las tasas en enfermedad mental entre escritores es superior a la media. Y, por supuesto, el trastorno bipolar es con diferencia la enfermedad más habitual en la mayoría de ellos.

II. Función de reequilibrio

¿A qué se debe que los locos echen mano del papel y del bolígrafo? ¿Qué buscan? ¿Qué encuentran? ¿Para qué les sirve?

Quizás nos ilumine sobre estas preguntas lo que escribiera Stendhal (Racine y Shakespeare), aunque aplicándolo al loco: «El hombre genial, atormentado por sus ideas, siente más necesidad de coger la pluma que los seres corrientes de sentarse a la mesa».

Son muchas las funciones que desempeña la escritura en la locura. Confío en que, a lo largo de las Jornadas, la lista que ahora adelanto se amplíe y mejore. Por ahora apuntaré sólo las más evidentes:

  • Entretenimiento («Es un entretenimiento que no hace mal a nadie}, escribió Mario de Sá-Carneiro en su novela Locura).
  • Introducir un orden en el caos («Es propio del sabio el ordenar», anotó Tomás de Aquino al inicio de Suma contra los gentiles).
  • Tener un proyecto en el que trabajar y abrirse al futuro.
  • Hacerse un nombre, como en el caso de James Joyce y el de Kay Jamison, de quien hablaré mañana.
  • Transmitir una verdad y ocultar otras, como sucede con Rousseau y Virginia Woolf.
  • Elaborar rigurosamente un delirio, labor de la participó Schreber con los resultados conocidos.
  • Reequilibrar el exceso goce, hecho del que informa Joyce.
  • Tratar con letras y palabras un desorden simbólico generalizado, al estilo de Wolfson.
  • Posponer el paso al acto, como se aprecia de forma ejemplar en E. Wagner.
  • Plasmar unos ideales de bondad que contrarrestan la maldad esencial del Otro, según se desprende de los escritos de Aimée.
  • Mostrarse para así ocultarse.
  • Protegerse con el lenguaje del horror de la vida (Virginia Woolf escribió al respecto: «Quizás [la vida] no se presta a las manipulaciones a las que la sometemos cuando intentamos contarla»).
  • Estar acompañado, aunque sea en soledad. Sobre este particular, Pessoa anotó en El libro del desasosiego: «Escribo, triste, en mi cuarto tranquilo, solo como siempre he estado, solo como siempre estaré».

No importa tanto la calidad que atesoren ni cuánto nos guste o disguste su estilo y contenido. Como clínicos, lo que ha de interesarnos de los escritos de los locos es la función que desempeñan en su sempiterna búsqueda de reequilibrio.

III. La creación

A) Espinoso asunto sobre el que muy poco puedo decir. Así y todo, evoco el comentario de Victor Hugo en el cual nos presenta al creador como un ser abismado en experiencias extraordinarias e inusuales de las que no puede prescindir ni evitar. Singular mezcla de horror y éxtasis, esas experiencias invitan a la creación. Victor Hugo, escribió en Postscriptum de ma vie (París, Calmann Lévy, Éditeur, 1901, p. 82): «¿Por qué son esos hombres grandes en realidad? No lo saben ni ellos mismos. […] Tienen en la pupila una visión terrible que nunca les abandona. Han visto el Océano como Homero, el Cáucaso como Esquilo, el dolor como Job, Babilonia como Jeremías, Roma como Juvenal, el infierno como Dante, el Paraíso como Milton, al hombre como Shakespeare, a Pan como Lucrecio, a Yahvé como Isaías».

B) Como apunté con anterioridad, en los análisis de las relaciones entre literatura y locura se dibujan dos concepciones diferentes del pathos: una más negativa y otra más positiva. La negativa destaca sobre todo su dimensión deficitaria, característica principal del modelo de las enfermedades médicas; la positiva, por el contrario, tiende a acentuar la vertiente creativa o reconstructiva, concibiendo la locura como drama personal o como verdad trágica. En esta vertiente la creación es una salida privilegiada de la locura, una de las buenas formas de reequilibrio. A propósito de Joyce, Lacan destacó: «[…] el síntoma cuando da lugar a la creación».

C) A modo de reflexión, para concluir, enfatizar que el hecho de concebir el arte como un producto del inconsciente no aporta gran cosa. A Lacan le parecía más acertado y riguroso «explicar el arte por el síntoma». Conforme a este planteamiento, el artista se concibe como un inventor, un creador, como alguien que «sabe hacer». Todos en el fondo aspiramos a ser artistas, puesto que, con más talento o menos, pretendemos fabricarnos un sinthome, es decir, aspiramos a crear algo singular que nos ayude a sobrellevar el drama de la existencia. Mas si definir el fundamento último de la creación se antoja, como decía, algo oscuro, en algunos casos, como el de Joyce, sí sabemos qué le aportó la escritura y de qué fuente bebió para sus últimas creaciones. Pensar el lenguaje como el trauma por excelencia y como un modo de goce sienta las bases para relanzar nuestras reflexiones.

Es todo. Beatriz Carrasco, Cristina Catalina y quien habla, en calidad de organizadores, os transmitimos nuestros mejores deseos para que estas Jornadas sean de provecho para vuestros trabajos y vuestras vidas.

José María Álvarez

Publicado en Siso•Saúde Nº 56-57 (invierno 2015)