Presentó ayer su último libro, una reflexión sobre la locura y la conciencia
Fernando Colina (Valladolid, 1947) lleva años trasladando a la escritura sus experiencias en la consulta, ecos de su pericia con los trastornos psíquicos de los que emanan literatura, reflexiones sobre la sinrazón y conocimientos clínicos. De ese plasmar en letras vivencias y saber profesional brotaron obras como Cinismo, discreción y desconfianza, El saber delirante, Deseo sobre deseo, entre otras. Jefe del servicio de psiquiatría del Hospital Río Hortega de Valladolid y colaborador de El Norte, ayer presentó Sobre la locura (Cuatro Ediciones), un acercamiento ensayístico a ideas como la mentira, el poder, la amenaza, el diagnóstico, la violencia o la ternura y el amor, el trabajo, las medicinas y el derecho a estar loco. «Los locos tienen derecho a estarlo», proclama este experto en trastornos, crítico con la deriva de la psiquiatría moderna, más propensa a recetar medicamentos que a la escucha del paciente.
—¿En quién pensó al escribir?
—El libro lo dirijo a compañeros en la medida en que es muy crítico con la vertiente científica de la profesión, pero también he pensado en los enfermos con la intención de que entiendan. Mi ambición es llegar a la gente sin formación psiquiátrica pero interesada por la irracionalidad y el sufrimiento psicológico humano. Es una obra dirigida a analizar la locura, no las neuras habituales. Es un esfuerzo por liberarse del corsé que impone la ciencia en el sentido reductor, lo que llaman la psicopatología de la vivencia, un intento de abordar la locura desde el sujeto y sus dificultades.
—Defiende el arte de no intervenir y propone un cuidado que respete el derecho de estar loco.
—En la práctica nos movemos en una contradicción: te puedes pasar por exceso de intervencionismo, imponiendo criterios y tratamientos a un enfermo, pudiendo excederte porque hay cosas que no son curables y es mejor dejarlas como están, en su inestable estabilidad. Pero por otro lado puedes pecar de pasividad y de dejación y escaso interés si no acudes en ayuda del enfermo con la intensidad que deberías. El punto justo sería el artístico, de moral profesional donde uno tiene que medir qué posición adopta. No se puede evitar ese conflicto.
—A Dios dedica una de las reflexiones sobre la locura.
—La locura ignora la falta de fe. Entre los locos no hay ateos. Hablando con ellos llegas a la conclusión de que todos los psicóticos creen en Dios y no en el de la comunidad, sino en una variante distinta, propia y personal. La vida en sociedad es sustituida por la relación celestial.
—Considera que amor y locura están hermanados y atribuye al amor propiedades terapéuticas como devolver a los locos a su sano juicio.
—Hay muchas formas de amor. Desde el pasional hasta la amistad o el interés hay un campo enorme, muy heterogéneo. El concepto más cercano al de la amistad es el que mejor se puede utilizar en el campo de la locura. En el amor en el sentido de la pasión es, desgraciadamente, donde más patina el enfermo y más dificultades presenta en la vida a la hora de relacionarse y tener experiencias de intercambio personal.
—En la sociedad contemporánea identifica dos amenazas que se trasladan a la locura: el paro y la acción en falso, con la hiperactividad que usted certifica que se ha apoderado del discurso clínico de la infancia.
—Es una crítica al diagnóstico preponderante que hacen muchos psiquiatras infantiles sobre el trastorno por déficit de atención e hiperactividad, como si hubiera que reducir la enfermedad a un estado en el que el niño se mueve mucho y hubiera que tratarlo con estimulantes. Es un ejemplo más de cómo la industria farmacéutica domina de arriba a bajo la interpretación psiquiátrica. Todos los órganos de opinión están en su poder. En toda la psiquiatría hay un excesivo empleo de medicamentos y una valoración de los malestares siempre enfocados a un tratamiento farmacológico. Y esto lo hacen los psiquiatras por un convencimiento que puede venir por formación, por comodidad… Yo intento utilizar los medicamentos lo menos posible, en la menor dosis, el menor tiempo que se pueda y siempre que haya posibilidad, pactándolo con el paciente. Aquí no hay una dosis terapéutica universal como en una enfermedad física, sino dosis personales y a negociar. Si escuchas mucho tiendes a dar menos dosis y si escuchas poco, tiendes a dar más dosis.
—Reflexiona también sobre el poder terapéutico de la escritura.
—La escritura tiene muchas propiedades que ayudan al psicótico a no naufragar, a reconstruirse y salvar angustias. Mientras se escribe, la existencia se vuelve más comprensible y racional.
—¿Lo que ve y escucha cada día en su consulta le resta confianza en la condición humana?
—No es para creer mucho, pero en eso no he cambiado. El grado de escepticismo lo tenía de joven igual que ahora. No soy persona de llevarse muchos desengaños. Soy de duelos anticipados. Hay sufrimientos increíbles que muchas veces se te olvidan que existen. Y me sorprende la de cosas que puede hacer la psiquiatría en contra del paciente: la falta de escucha, el radicalismo científico, la reaparición del electrochoque, son lastres de la psiquiatría que no hablan de la violencia del loco, sino de la del psiquiatra, muy sucinta, muy difícil de desenmascarar y muy cubierta por principios terapéuticos pero terriblemente desconsiderada con los enfermos.
Por Jesús Bombín
Fuente: El Norte de Castilla