«Nadie cree actualmente que la Esquizofrenia, los Trastornos del estado de ánimo, o incluso los Trastornos de la personalidad, no poseen un sustrato biológico. De hecho, la perspectiva del DSM-IV (y DSM IV-TR) es que todos los trastornos del manual tienen, al menos, algún componente biológico y que todos ellos, incluyendo los de esta sección, también son influidos por factores psicológicos y ambientales» (Descubriendo el maravilloso mundo del DSM, en Estudio de Casos. Guía clínica para el diagnóstico diferencial. DSM-IV-TR.). He de asegurarles que yo también creo firmemente que los trastornos mentales descritos en los DSM tienen un sustrato biológico. También creo que el Barça tiene un sustrato biológico y si me apuran, químico. Y la ensaimada, la paella, y el chocolate.

¿Es que hubo algún momento de la historia en que se pensara que algún trastorno padecido por animal mas o menos racional no tuviera sustrato biológico?. En la primera versión del DSM, nuestros antepasados, en su ignorancia, llegaron a insinuar, introduciendo el concepto de «reacción», que determinados trastornos eran resultado de cosas que le pasaban a la gente en sus vidas. Afortunadamente hemos avanzado mucho desde entonces, y ese término desapareció en las siguientes versiones. Es que la ciencia avanza que es una barbaridad.

¿Acaso se puede dar un trastorno psicológico sin sustrato biológico? No. Solo en la ciencia ficción. Recordemos 2001, Odisea del espacio, donde el ordenador Hal acaba con parte de la tripulación de la nave que gobernaba. Aunque claro, podríamos achacar el problema al sustrato físico. O a la simple maldad del ordenador, que persiguiendo sus fines no se pone limitaciones. También en el mundo de Asimov, los Robots podían sufrir trastornos, en este caso, cuando llegaban a un bucle sin fin, o un callejón sin salida en su programación. Este último ejemplo es interesante, puesto que los robots acababan dañados físicamente por un problema de programación.

A mi me parece que, como en tantas y tantas ocasiones, podemos estar cayendo en las trampas del lenguaje. Si, las trampas de planteamientos del tipo, «me rendí de rendirme», o «¿puede Dios que es todopoderoso crear una piedra que el mismo no pueda levantar?» Según mi punto de vista no hay una separación entre lo biológico y lo psicológico. Están íntimamente relacionados uno con otro, por lo que el comentario que encabeza este texto me sobra a nivel informativo, salvo que me quieran a continuación «vender» otra serie de planteamientos y/o productos. ¿Hay una base, un origen, una etiología biológica, o bioquímica, en la mayor parte de los trastornos mentales? Absolutamente NO, y esta es la trampa del lenguaje. Creo que en la mayor parte de los trastornos psicológicos, la base etiológica pertenece a un nivel de análisis absolutamente distinto. ¿Que tiene correlatos biológicos, bioquímicos, y físicos? Por supuesto. Y por supuesto, esos cambios luego van a producir también a su vez toda una cascada de cambios que se van a desencadenar a posteriori y en todos los niveles de análisis.

De esto, se deduce inmediatamente que la intervención temprana evitaría (según como se intervenga, porque me parece que a veces es peor el remedio que la enfermedad) que a medio y largo plazo los cambios desencadenados a todos los niveles acabarán produciendo un artefacto irreconocible e imposible de relacionar con los primeros cambios producidos. De esta misma forma, si como ocurre en ocasiones, aún existiendo ese artefacto, las condiciones cambian, la vida de la persona cambia, porque cambian las circunstancias, es posible que esto desencadene cambios en la biología, en la química, y en la física, que haga que a su vez la cascada de acontecimientos se revierta. Ahora bien, es mucho más simple tratar de alterar la química. El problema es que esto también produce estos cambios a todos los niveles, es decir, introducimos una variable que dota de una mayor complejidad a todo el problema.

¿Estoy diciendo que estoy en contra de la medicación? Lean atentamente el párrafo anterior. No. Creo que podría optimizarse su uso, cosa a la que no ayuda mensajes como el que encabeza este texto. Y creo en el derecho a la información veraz.

Es ridículo, estúpido, necio, absurdo, y perverso reducir lo que una persona siente a las sustancias químicas que segrega, aún siendo consciente de que sin ellas no podría sentir lo que siente. Sé que algunos de ustedes no estarán de acuerdo. Se alinean por tanto con el Alquimista que busca un bebedizo para que su amada se enamore sólo con verle.

Otros me hablarán de Gazzaniga, y de cómo los individuos con determinadas lesiones cerebrales, aún siendo imposible, se atribuyen la responsabilidad de sus conductas, y buscan explicarlas en términos de esa responsabilidad. ¿Eso también es química o es un factor, elaborado con palabras, y sólo posible por tanto en el mundo humano y simbólico, llamado necesidad de control? ¿Hay algo más terrorífico que llegar a la conclusión de que uno mismo hace cosas que no quiere hacer? ¿Es esta conclusión también reductible a la química? ¿Las necesidades son química, biología o matemática?.

El lenguaje, ¿tiene también un sustrato biológico? Un libro para un Koala es una cosa blanca llena de cagaditas de congénere. Para un humano, es El túnel, Romeo y Julieta, Crimen y castigo y Estudio de casos del DSM-IV-TR. Creo que no se puede separar el sustrato biológico de la psicología, de la misma forma en que no se puede poner en un puesto de trabajo a una media persona. El problema acaba siendo entonces dónde se pone el peso de la intervención. Y el peso, en nuestra área de trabajo, no debería de depositarse en la bioquímica si estamos de acuerdo en que las personas sufren con lo que les ocurre y que ese sufrimiento y su expresión es lo que llamamos trastorno mental. Hay que tratar con la vida de la gente, con sus condiciones, con sus miserias, y con su margen de maniobra y responsabilidad. No se puede jugar en la playa sin llenarse de arena, salvo que pretendamos que todas las playas sean de piedra.

Ahora bien y llegados a este punto, me gustaría informar al lector de que el que escribe estas líneas es un ser que navega en un mar de dudas, que ha llegado a acostumbrarse a surcarlo, por lo que la sensación de vértigo ya no le produce alarma. Simplemente la acepta como algo connatural al lío mayúsculo en el que se ha metido solo, con las decisiones que ha tomado en la edad de la ignorancia (Kundera dixit).

Creo, y es una creencia, que un comportamiento, una actitud, un sistema, una idea, no sobrevive y prevalece, si no está plagado de ventajas, más o menos evidentes y en su más amplio sentido. Así pues, siguiendo esta premisa, el biologicismo imperante en la psiquiatría y en la psicología (sí, también en la psicología!!!) tiene que tener una serie de ventajas respecto a otros planteamientos, así que voy a tratar de enumerar aquí algunos.

Se me ocurre en primer lugar, que algunas personas en crisis son un auténtico latazo para cualquiera que se cruce con ellas. Si además resulta que estás involucrado emocional o sentimentalmente con ellas, entonces seguramente tu también entrarás en crisis con la diferencia de que no tendrás ningún margen de control de la situación, salvo el desaparecer una temporada y esto, aunque fuera posible a nivel práctico, a nivel emocional, precisamente porque tienes un vínculo, no suele ser viable.

En este punto, he de pedir disculpas a todos aquellos que se sientan agraviados, molestos, irritados o aludidos, especialmente a los que son mis amigos . Lo lamento, pero es como me he sentido en las ocasiones en que me ha sucedido algo al respecto con alguien en ese estado, en mi vida personal. Miedo, confusión, agobio, enfado, cansancio, y un largo etc. Pero he aquí que llega la psiquiatría biologicista y nos dice a todos los implicados que esa persona a la que queremos o apreciamos, está enferma, no es responsable de nada de lo ocurrido, y que lo que necesita es tratamiento. Además, resulta que con el tratamiento, efectivamente deja de molestar, y tú vuelves a estar bien. Claro, sólo en situaciones donde esa persona no sea muy íntima, en cuyo caso, te darás cuenta de que por ahora no va a molestar porque ha desaparecido (voy a ser provocador, y de las desventajas de esta opción no voy a hablar en este texto).

Siguiendo por esta senda, la familia, amigos, vecinos y otras personas del entorno, dejan de sufrir los inconvenientes de estar próximos a esa persona en crisis que además manifiesta su sufrimiento de una forma tan molesta. Por supuesto, con la solución, se entiende implícitamente que la persona no está en crisis, que las decisiones que toma o ha tomado durante años, no tienen nada que ver, y que simplemente se ha enfermado de la misma manera que si se hubiera contagiado de fiebres tifoideas.

Resumiendo este punto: solución rápida, eficaz e inmediata para un problema serio y complejo. El problema solucionado, por supuesto, es las molestias ocasionadas a todo el entorno. Entiendo que esto no es totalmente así. A pesar de la medicación, o debido precisamente a ella, los problemas suelen repetirse en el tiempo. Este tipo de solución, genera agradecimiento en las personas que ahora sienten que hay un norte y que alguien controla la situación (también sé que esto no es totalmente así).

No es desdeñable el beneficio económico. Sin intención de cansarles aquí con cifras ya que para eso hay otros profesionales por ahí, haciendo muy buenos trabajos al respecto, me gustaría limitarme a señalar el hecho de que buena parte de los diez fármacos más lucrativos para la industria farmacéutica, son utilizados habitualmente en los servicios de psiquiatría de todo el mundo. Hasta tal punto se ha llegado, que existen desde hace décadas, clínicas dedicadas a la desintoxicación de psicofármacos. Más grave aún es el hecho de que muchos de esos fármacos se nutren de un, relativamente nuevo, nicho de mercado en este área, el infantil. Así pues, para el sistema es una enorme ventaja el disponer de consumidores ad infinitum de sus productos, y desde edades cada vez más tempranas. Por supuesto, todos los implicado en las «operaciones», también resultan beneficiados de una forma más o menos directa, por el lucro de la industria, sus investigaciones sesgadas y por tanto, sus conclusiones tramposas.

El beneficio para las empresas también es importante, pero mucho más complicado de valorar. Un trabajador estresado, es un trabajador que ha enfermado, y que con su tratamiento podrá volver al trabajo. Aquí los psicólogos hemos ayudado bastante, con nuestro gusto por las palabrejas técnicas que nos dan lustre y esplendor. El valor del estrés como enfermedad o trastorno, que justifica un tratamiento, caería en picado si manipulando cualquiera de las variable implicadas en el problema, y sin tocar para nada la bioquímica, consiguiéramos que esa persona que trabaja, dejara de estar casi de forma inmediata, estresada. Cambiamos al jefe gritón, o le subimos el sueldo al trabajador de forma que se sienta bien pagado, o dotamos de sentido y de valor a lo que hace, o le procuramos una conciliación familiar-laboral realmente conciliadora, o ponemos personal de apoyo cuando hace falta y no permitimos que esa persona cargue sola con el peso de la empresa… Si hacemos esto y la persona «se cura», ¿dónde está el estrés? ¿Dónde está la enfermedad? Obviamente, soy consciente de que el medicar al trabajador es mucho más barato y beneficioso para el sistema (con buenas intenciones, con ética y con valores no se compra nadie una televisión de plasma, ni un BMW). Así pues, y resumiendo nuevamente: el trabajador estresado vuelve a trabajar medicado, posiblemente y también ad infinitum. Puede ocurrir que ese mismo trabajador medicado acabe suicidándose (véase el caso France Telecom), pero aquí realmente pierdo el hilo y no se si el sistema gana o pierde, aunque es evidente que las funerarias forman parte del sistema y los abogados también.

El punto más delicado de lo que pretendo decirles, es el referido a la propia persona en crisis, a la persona diagnosticada y en definitiva, a la persona que sufre. Habitualmente, una parte de su rehabilitación, o al menos, parte de los esfuerzos dedicados a ella, consiste en que asuma o que tenga lo que se ha dado en llamar «conciencia de enfermedad». Esto se hace tanto en los casos en que la enfermedad consiste en robar cosas innecesarias (cleptomanía), en esnifar cocaína, o en jugar a la ruleta (ludopatía). También en la esquizofrenia, el trastorno bipolar o la hiperactividad.

Con la conciencia de enfermedad viene la obligatoriedad de realizar un determinado tratamiento, ya sea conductual o farmacológico, ya que si no se cumple con esta prescripción, además de poder ser diagnosticado con una nueva enfermedad, con seguridad se volverá a recaer, con la terrible consecuencia o amenaza de un deterioro, también, ad infinitum. A mí, esta actitud de determinados profesionales y/o equipos de profesionales y/o planteamientos etiológicos/terapeúticos, hacen que automáticamente piense en Dante y en Perelman. No voy a negarles que para mi disgusto, también pasa por mi cabeza la más popular figura de Joseph Aloisius Ratzinger.

La enorme ventaja del planeamiento psiquiátrico más biologicista para los problemas de salud mental (vamos a llamarlos así, y vaya usted a saber qué es eso de «salud mental», que no es lo mismo que «salud cerebral»), es que la persona sólo tiene que hacer lo que dicen los profesionales, seguir el camino que se les ha marcado, dejarse cuidar, y tratar de asumir que su margen de responsabilidad sólo llega hasta ahí. Nada tienen que ver las decisiones que se toman o se han tomado hasta ese momento, y no hay nada personal en el problema, todo es bioquímica, cerebro y enfermedad. Esto, por supuesto, evita incómodos cuestionamientos, incómodos esfuerzos, e incómodas incertidumbres, por supuesto, ad infinitum.

Como conclusión, me gustaría llamarles la atención sobre un hecho que se deduce fácilmente de la lectura de estas líneas: todos los actores implicados en el problema de salud mental (que vaya usted a saber qué es eso) de una persona X en un momento determinado de su vida T, obtienen importantísimos beneficios, más o menos evidentes, del planteamiento, de la forma más extendida de entender los problemas de salud mental (q.u.s.q.e.e) por parte de la psiquiatría y de la psicología (sic!).

En otra ocasión, les expondré si me lo permiten, los serios inconvenientes que para algunos de los actores implicados, fundamentalmente para el actor protagonista, tiene esta opción.

Madre Teresa de Calcuta a un enfermo terminal de cáncer —Hijo mío todos esos dolores y padecimientos en realidad son besos del Señor…
Enfermo —Pues dígale al señor que deje de besarme, por favor.

Por Jesús Castro Rodríguez
Psicólogo Especialista en Psicología Clínica