Una delirante excursión por el arte de la locura de los siglos XV al XX, guiados por Foucault y Terence Mckenna.

[Imagen: La Locura disfrazada de una mujer joven, Louis Surugue, 1745.]

Encontramos una excelente compilación de imágenes que trazan la representación artística de la locura de los siglos XV al XX en este blog. Reproducimos algunas de las imágenes y aprovechamos para tomar un détour desaforado por la discusión de la locura. La compilación de este blog incluye imágenes de pinturas clásicas, tratados médicos y otros bocetos. Recomendamos que visiten el post original. Nosotros ofrecemos nuestra propia re-versión.

 

 [Imagen: Meg, La Loca, Pieter Bruegel El Viejo, 1562.]

Michel Foucault explica en su Historia de la locura en la época clásica cómo a partir de la desaparición de la lepra, la locura llegó a ocupar su posición de exclusión. Antes, en el Renacimiento, los locos eran entendidos como aquellos que habían llegado demasiado cerca a la razón de Dios y eran aceptados en el medio de la sociedad. Pero ya en el siglo XVII, en lo que Foucault describe como el Gran Confinamiento, los miembros irracionales de la sociedad fueron sistemáticamente institucionalizados. Con la Ilustración la locura llegó a verse como la antípoda de la razón (que a su vez ascendió al trono único de las formas del conocimiento).
La locura también fue usada para crear un aparato de control cientificista, siendo importante en la gestación de la industria médica y el poder disciplinario de las instituciones.

[Imagen: Atribuido a Cornelis Matsys, finales del siglo XVI.]

En este sentido vale la pena retomar los apuntes de Terence Mckenna sobre la similitud entre la iluminación y la locura, particularmente la esquizofrenia. Mckenna señala que en el caso de los chamanes, posiblemente los primeros «sacerdotes» en la historia de la humanidad, estos, dentro de su rapto visionario, al acceder a la información de la biomatriz del planeta, también cruzan la línea de la sanidad, llegando a lo que se considera un estado de locura clínica. Sin embargo, protegidos por el círculo mítico de su comunidad, logran asimilar estas visiones en las que extralimitan la conciencia ordinaria, aventurándose a una dimensión en la que se funden el sueño y la vigilia, la divinidad y la locura, y regresan a la comunidad y traducen la información simbólica en una serie de prácticas y técnicas para habitar el mundo de forma armónica y «conectada» con el misterio.

[Imagen: El autor vuelto loco,  Paul Sandby, 1753.]

Es decir, lo importante está en el contexto y en el lenguaje que permiten navegar las profundidades de la mente. El caso contrario ocurre con la locura en el contexto de la sociedad moderna, definida por la Iglesia y luego por el Estado (bajo el dogma infalible de la ciencia) en oposición al «bien» y a la razón. Al enfrentarse a un mundo psíquico desconocido y percibir una realidad distinta, el psiconauta, chamán o loco, en vez de tener un ambiente (y una educación) que favorece su tránsito por terrenos inexplorados, se ve coartado, rechazado y agredido por la instituciones que rápidamente definen lo que percibe, invaden su psique con definiciones unívocas, terapia de shock o fármacos y lo separan de la sociedad (co-locándole en un ambiente donde, si no estaba loco, seguramente se volverá). Haciendo así casi imposible, después de ser atacado por poderosos químicos y ser exorcizado, saber si alguien está loco (en un sentido de insania) o simplemente percibía un mundo al que la mayoría de las personas no tienen acceso, pero que en sí mismo contiene información coherente que podría ser relevante para otros seres humanos. ¿Cómo distinguir entre la locura inspirada por el miedo y la locura inspirada por la divinidad?

[Imagen: La cura de la locura (extracción de la piedra de la demencia), El Bosco, 1475.]

¿La locura como algo que tiene cura o como algo que cura al mundo? ¿Que los curas lo decidan o que la cura sea que cada quien decida?

[Imagen: Cristo extrayendo demonios de dos gadarenos vueltos locos.]

La Iglesia siempre ha guardado celosamente las llaves a los otros mundos, definiendo todo otro acercamiento a la espiritualidad como herejía o locura. Tanto la magia como el sexo permiten al hombre tomar poder de su cuerpo y acceder, de este, a otras dimensiones psíquicas; tal vez por esto, en el afán de controlar a las masas, la Iglesia hizo anatema de la magia (llamándola satanismo) o del sexo (sancionando todo intercambio sexual que no fuera para procrear, llamándole pecado y su inspiración, o furor, una energía demoníaca), guardando de esta manera para sí sus frutos relumbrantes.

[Imagen: Baile en una casa de locos, George Bellows, 1917.]

Es del interés del Estado que el pueblo perciba la realidad uniformemente, que se ajuste en la mayor medida posible a su propia versión de la realidad. Y por supuesto aquellos que no lo hacen son peligrosos, puesto que pueden seducir a las masas a vidas alternativas fuera del paradigma de consumo sociocultural, algo que en la actualidad se puede observar en la prohibición de ciertas sustancias psicodélicas —«El LSD es una sustancia psicodélica que ocasionalmente causa comportamiento psicótico en personas que no la han tomado», Terence Mckenna.

[Imagen: Amor conducido por la Locura, Michel Honoré Bounieu, 1785.]

Hamlet es el ejemplo clásico de la locura que en un momento es más una iluminación, pero que al entrar en conflicto con el orden dominante de la realidad pierde la posibilidad de ser asimilada y se vuelve una demencia trágica. En un principio Hamlet es capaz no solo de percibir lo que los demás no logran hacer (el fantasma de su padre), sino de asimilar (como el chamán y a diferencia de Horatio) y descubrir a través de esta percepción extrasensorial una cuestión vital para su comunidad (el crimen por el que se ha elevado a su tío al trono de Dinamarca). Sin embargo, al denunciar este crimen, los dueños de la realidad lo exilian tanto física como simbólicamente (y de la misma realidad) desatando una energía psíquica que no podrá más que terminar en una tragedia.

[Imagen: Hamlet y Ofelia, Dante Gabriel Rosseti, 1858.]

Pese a esto Hamlet muestra en inmortales destellos de literatura su iluminación (¿es Shakespeare en realidad Francis Bacon iniciado en las ciencias ocultas?). Después de ver el fantasma de su padre, el mundo invisible, e incluso ser capaz de asimilar esta radiación psíquica secreta, aceptando la inconmensurabilidad del gran misterio:

«There are more things in heaven and earth, Horatio,
Than are dreamt of in your philosophy».

O al enunciar con maestría psicológica una sencilla frase que engloba la totalidad de una filosofía, con ecos de un koan de budismo zen. El pensamiento crea la realidad:

«There is nothing either good or bad, but thinking makes it so».

Y sobre todo, en un postulado que ahora podríamos leer como un enunciado de física cuántica holográfica:

«I could be bounded in a nutshell, and count myself a king of infinite space».

Una frase de la cual posiblemente nace la moderna reclusión de los locos «a la castañeda» (y que ha servido de portada de un libro de Stephen Hawking en donde la nuez es una especie de agujero de gusano para viajar en el espacio). Que revela además una intuición profunda en su delirio divino: que en lo infinitesimal está lo infinito, que el mundo entero ha sido grabado en cada átomo, que no hace falta dejar una habitación para atravesar la totalidad del espacio, ya que todo el universo existe en la mente, está hecho de-mente.

Por Alejandro Martinez Gallardo

Fuente: pijamasurf