La Otra Psiquiatría. Entrevista a Chus Gómez

Iñaki Markez: Queríamos conocer algo más de ese movimiento llamado La Otra psiquiatría y tras contactar con varios de sus miembros, algunos de ellos han delegado en Chus Gómez, psiquiatra muy interesada en y por el psicoanálisis y, actualmente, jefa de sección del hospital Dr. Cabaleiro Goás en Toén: un hospital ahora moderno allá en Ourense.
Por esta vez, quizá sea interesante que tú misma realices tu breve presentación.
¿Cómo te iniciaste en este mundo de la salud mental? ¿Qué te parece comenzar situándonos con algunas cuestiones de tu formación y también, cómo no, sobre tu actividad en la AGSM y en Siso Saude?

Chus Gómez: Me inicié en la psiquiatría en el Hospital Psiquiátrico del Rebullón en Vigo. Allí hice mi residencia en el año ‘92; la elección estaba fundamentada en dos aspectos para mi claves: porque existía una cierta cultura psicoanalítica y trabajaban psicoanalistas, y porque era un lugar en donde la docencia era de muy buena calidad; la riqueza clínico–docente que yo encontré en ese momento en ese lugar a día de hoy no la he vuelto a encontrar para un residente inquieto por aprender que busque una inmersión en los distintos saberes que tocan y lindan con la locura y el sufrimiento humano; la diversidad teórica, más allá de que yo ya estuviera muy posicionada teóricamente, era lo realmente enriquecedor; las presentaciones de enfermos realizadas por analistas de la sede de Vigo de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis en colaboración con el jefe de servicio, Tiburcio Angosto, eran muy buenas y novedosas en ese momento porque permitía ver en directo una entrevista a un paciente psicótico dirigida por un analista experimentado, cosa totalmente diferente a una entrevista dirigida de otra manera; al finalizar se intentaba buscar la lógica que guiaba el caso y las construcciones que el paciente iba articulando y construyendo para lograr hacer algo con su locura, todo ello animado por un debate fructífero. Esto unido a una gran variedad de seminarios teórico clínicos, con una participación bastante activa de los diferentes profesionales de los diferentes dispositivos hacía del Rebullón una escuela de formación particular, de calidad con “denominación de origen”. La orientación clínica era abierta, orientada por la psiquiatría del sector francés de la que yo aun pillé los últimos coletazos…; hoy creo que esto que comento es ya historia. En medio de toda esta parte formativa estaba la Asociación Galega de Saúde Mental con sus jornadas y encuentros; era una época muy viva y dinámica y su revista, Siso Saude, que era el trampolín de participación activa para los residentes, el lugar donde hacíamos nuestras primeras incursiones y tomábamos la palabra. Con el tiempo me hice cargo de su dirección, y ahí llevo con el resto de compañeros del consejo editorial desde el año 1997 recién aterrizada de mi paso por Cataluña, lugar en el que me estrené como novel psiquiatra. Actualmente soy analista miembro de la AMP-ELP y secretaria de la Sede de Vigo de la ELP de la cuál formo parte.

—Tras una breve estancia por Cataluña regresaste a Galicia y hoy día estás en el hospital psiquiátrico de Toén.

—Desde el Rebullón me voy a Cataluña, al Institut Pere Mata de Reus, en donde coincidimos un grupo de unos quince psiquiatras de diferentes autonomías a la búsqueda de nuestro primer trabajo. Fueron dos años intensos desde todos los puntos de vista, personal y laboral, en los que fraguaron amistades que todavía hoy conservo. Combinaba mis guardias en el Pere Mata con la atención en los CSM de Vilanova i la Geltrú y en Vilafranca. En 1997 regreso a Galicia, estuve siete años en el CSM de Monforte de Lemos hasta que en mayo de 2005 consolido mi plaza en el SERGAS en Ourense y aterrizo en Toén, el hospital inaugurado por Cabaleiro en el año ‘59. Esta es ya una etapa diferente en la que la posibilidad de la realización de un cambio de filosofía asistencial, muchos años demorado por motivos complejos y que requerirían un amplio y complejo análisis, se abre con mi nombramiento como responsable clínica en noviembre de ese mismo año. Desde esa fecha y con un cada vez más amplio grupo de profesionales iniciamos un entusiasta proyecto de cambio y de mejora en el que estamos inmersos y encantados, pese a que la tarea es ingente. La introducción de la docencia muchos años abandonada, que ha fraguado en un seminario quincenal de clínica lacaniana en colaboración con analistas de la sede de Vigo de la ELP, con ya tres años de recorrido, al que acuden la práctica totalidad de residentes del área y algunos de otras áreas asistenciales, junto con algún adjunto, ha sido uno de los mayores logros conseguidos, si tenemos en cuenta que Toén no era un lugar deseado ni desde el punto de vista clínico ni desde el punto de vista docente. Eso unido a la dignificación de la asistencia, ha empezado a fraguar el inicio de un trabajo entre varios coordinado por mi orientación psicoanalítica que empieza a dar sus primeros frutos.

Y ¿qué es eso de la Otra Psiquiatría? Amigos, estudiosos de la psicopatología, del psicoanálisis y la relación con el loco, vocación docente… Seguro que es mucho más.

—Fue en el 2004 cuando convergen el gusto por el estudio de la psicopatología y por el psicoanálisis, y Pepe Eiras de Vigo y yo de Ourense nos sumamos a lo que ya era una tradición en la formación del Villacián a través de sus seminarios de la mano de Ramón Esteban, Fernando Colina y José María Álvarez con los que además nos une la amistad. Entre todos organizamos las que serian las primeras Conversaciones Siso-Villacián, con el provocador titulo de “La curación de la psicosis”. Posteriormente pasaron a renombrarse como Conversaciones la Otra psiquiatría, consolidándose de esta manera una red que, partiendo del Pisuerga hacía caudal hacia el Miño y desde ahí hacia Madrid, Teruel, León, Valencia, Baleares…, hasta consolidarse como un lugar de encuentro anual para muchos psy y residentes que buscan un saber que no les aporta ni el discurso biologicista ni la terapia cognitivo conductual. Hasta la fecha se han celebrado cinco conversaciones con un éxito en participación y asistencia crecientes.

—Actualmente parece que el positivismo científico tiene su peso específico muy elevado en la psiquiatría con la industria farmacéutica determinando los modelos de intervención ¿Cómo ves el estado de salud de la psiquiatría y del discurso psiquiátrico general?

—En mi opinión la psiquiatría tiene una mala salud de hierro… Me explico: mala desde mi punto de vista de que está quejosa; los clínicos estamos abrumados por la demanda, demanda por otra parte que por definición es imparable e imposible de satisfacer, escorada totalmente hacia el discurso biológico comandado por el amo de las multinacionales que dicta a su antojo las nuevas enfermedades y acuña nuevos términos con guante de seda y mano de hierro abocándonos al desencanto derivado de la frustración que produce ver, que los psicofármacos que se vislumbraban como la panacea de la sociedad del bienestar, no remedian aquello que tratamos. Además la sociedad del bienestar promete la felicidad como proyecto posible, deseable…, y parece que se nos quiera convertir en los nuevos gurús que harán realidad esa posibilidad. En este panorama el encanto no asoma por ningún lado, y además nos coloca en paradojas de imposible resolución para las que los manuales, protocolos y guías al uso no dan respuesta. Es decir, asistimos al desencanto de los psiquiatras cada vez más técnicos pero con menos finura clínica…. La psiquiatría se ha vuelto —como dice el Dr. Colina— profundamente inculta al desvincularse de otros saberes como la filosofía, la lingüística, la literatura, la antropología, el psicoanálisis…, que le aportan algo a esos vacíos que ni el psicofármaco ni nada irremediablemente arregla…. En un afán de hacerse médica, al bajar a la arena de la medicina se ha olvidado de escuchar a la locura. Desconozco si es posible que el discurso psiquiátrico gire de nuevo hacia una formación más humanística, pero de producirse esa posibilidad no sé si el logro seria debido a razones de otro tipo en vez de ser el resultado de la reflexión sobre el fracaso que nos ha llevado a la banalización de lo psiquiátrico, a la psiquiatrización del vivir…, con no muy buenos resultados.

—Y ¿cuál el estado de salud de la psiquiatría comunitaria?

—La psiquiatría comunitaria también ha vivido mejores tiempos que los actuales, como los que me tocaron a mí en los años de residencia en los que aún coleaba la psiquiatría del sector, modelo que todavía no ha sido mejorado; es más, es una pena que no se retome porque es el único que garantizaba una continuidad terapéutica y una implicación de los profesionales de otro orden. Por otro lado, era un momento de un compromiso político inexistente hoy en día que tenía su razón de ser y que hoy parece que no la tiene. La psiquiatría comunitaria tiene un desarrollo muy desigual según las comunidades de las que hablemos y va paralelo al desarrollo de la reforma psiquiátrica. Su salud no es la deseable porque lo que implica de atención continuada, de toma a cargo, no es homogénea ni totalmente desarrollada, y depende en definitiva de los profesionales del área en cuestión. Su mayor o menor presencia deriva de la predominancia del discurso biologicista que sostiene básicamente que la locura es un desorden cerebral y por tanto deja de lado al sujeto, a su entorno, primando lo farmacológico por encima de cualquier otro aspecto. Por otro lado parece que ahora ya no hay cosas que reivindicar desde la salud mental, englobados en el discurso médico que parece que cada vez se desentiende más de la locura, que se ha dado en llamar Trastorno Mental Severo, destinando gran parte de los recursos y del tiempo de los profesionales en la atención de la patología del vivir que se ha psiquiatrizado. Todo esto porque que al fin y al cabo la deriva de los discursos se consolida sobre los síntomas de una época, y la que nos toca vivir está marcada por el renacer del individualismo a ultranza, de la reivindicación de los goces y territorios que cada especie defiende con uñas y dientes; así de esta manera lo que ocurre en el mundo psy no es diferente al resto de la deriva discursiva y es el fiel reflejo de lo que ocurre en el mundo en general. Parece más bien que se trabaja en grupo, y que el sentido de lo que implica el concepto “equipo” está devaluado, circula pero cortocircuitado y sin estar orientado por una misma manera entre sus participantes de entender qué significa la locura por ejemplo. Sin un discurso compartido en ese aspecto, entiendo que se puede trabajar en grupo pero no en equipo, porque el destino final que se busca no coincide. Hoy estamos inmersos en el auge de la egolatría, de la rapidez y de la cuantificación de resultados que pide el amo moderno obsesionado por contar…, para enmascarar lo que de incontable, inmodificable y de residuo hay en lo que nosotros atendemos, pues tratamos con el resto, con lo que queda en el margen entre la ciencia y la vida.

—¿Cómo valoras el estado actual del psicoanálisis? ¿Cuál es el lugar del psicoanálisis en la clínica actual y en la formación? Aquí, en España y a nivel internacional, parece que entre los sectores más jóvenes de quienes intervienen en el campo de la salud mental hay menos vocaciones que se acogen a la psicoterapia y el psicoanálisis, y sin embargo el grado de productividad de las corrientes psicoanalistas es grande.

—El psicoanálisis nunca ha sido ni será un discurso dominante en la clínica, pero goza de mejor salud de la que suponen aquellos que no tienen relación con él y que trabajan desde otros enfoques. Su discurso contracorriente, reivindicando la particularidad de cada uno y fomentando la responsabilidad subjetiva aboga por un acercamiento diferente, más respetuoso con los inventos que cada uno va elaborando para tratar su malestar o su locura. En la ELP, en nuestro país, la actividad clínica y formativa es inmensa. En cada sede, en cada comunidad se trabaja de una manera decidida para mantener el discurso psicoanalítico vivo como lo demuestran, por ejemplo, la apertura de las Clínicas Psicoanalíticas de Consulta y Tratamiento abiertas primero en Francia y después aquí en España: Bilbao, Málaga, Barcelona y Madrid además de la Clínica de la Coruña pionera en España pero con un funcionamiento diferente. En estos centros llamados CPCT se oferta tratamiento psicoanalítico a todos aquellos que deseen hacerlo; su gratuidad temporal y la posibilidad de continuar un análisis si así lo desean ha beneficiado a muchas personas en nuestro país y tiene el reconocimiento de haber sido declaradas de interés público por el Ministerio de Asuntos Sociales, al darse cuenta de los beneficios que la escucha psicoanalítica tiene en la población. A nivel internacional el trabajo de los diferentes grupos y escuelas psicoanalíticas es importante como siempre lo ha sido, otra cosa es que a nivel oficial eso aparezca o no reflejado. Como ocurre en muchas cosas en la vida, el que haya más o menos decisión por el estudio del psicoanálisis, además de una decisión personal, depende del tipo de encuentros que uno realice en su vida. En Ourense los residentes no tenían mucho interés en él, pensaban como mucha gente y muchos profesionales, que era algo que formaba parte de la historia, que estaba trasnochado, o que su utilidad clínica estaba por debajo de las posibilidades de los psicofármacos o de otro tipo de terapias. La introducción de seminarios quincenales en el hospital de Toén dedicados al estudio de los textos y a la presentación de casos clínicos orientados por el discurso lacaniano les ha permitido comprobar su efectividad en la dirección de la cura de los casos, así como también cuestionarse a ellos mismos, a sus intervenciones y concluir que están implicados en el tratamiento y que no es lo mismo actuar de una u otra manera, que su posicionamiento tiene consecuencias. Eso ha abierto interés en su estudio y en su deseo de formación aunque a veces a costa de una pequeña “crisis” inicial personal derivada de la descentralización de la posición de amo, del discurso del “yo sé lo que le pasa y sé lo que usted tiene que hacer”. Si estamos en este punto se entiende que no es una posición fácil y no baladí al elegir situarse delante del otro que sufre sin el parapeto del discurso de las neurociencias o de lo más puramente biológico. Sin embargo, en los seminarios en muchas ocasiones se han quejado de su impotencia, de su desencanto del tipo de acercamiento en el que habían sido mayoritariamente formados…, y de su sorpresa sobre cómo el psicoanálisis, si bien les parece complejo, les relanzaba el deseo por saber para paliar ese desencanto mecanicista en el que estaban inmersos. Desconozco si esto es algo que se pueda extrapolar a otros lugares, hablo de mi experiencia del lugar en el que estoy y de otros que conozco por compañeros y amigos.

—Mientras, las posiciones y divergencias entre psicoanalistas crecen por doquier resulta que tú, más pragmática, te dedicaste y sigues invirtiendo tus energías en reflexionar ¿quizá esperando tiempo mejores?

—Las divergencias de los psicoanalistas son consustanciales a serlo porque ser analista implica a lo más íntimo que hay en cada uno de nosotros, y por tanto las divergencias son las que cabe esperar, y no necesariamente algo negativo. La discrepancia responsable invita al trabajo, a intentar dar cuenta que lo que se defiende tiene una lógica, una causa y unos efectos. Creo que desde fuera del psicoanálisis, nuestras rupturas, crisis o desavenencias son uno de los tópicos fáciles, utilizados para intentar desprestigiarlo sin conocerlo, es una resistencia como otra cualquiera. En cuanto a si espero tiempos mejores, siempre los espero en este y en cualquier orden de la vida, siempre todo es mejorable como también susceptible de empeorar, pero soy muy optimista en general, porque me encanta lo que hago y me encanta que el psicoanálisis haya sido el encuentro de mi vida.

—Comentábamos antes que perteneces a La Otra psiquiatría, donde confluís una serie de psiquiatras y psicólogos de diferentes ámbitos pero sobre todo gentes de los hospitales Villacián y Toén; gentes periféricas que trabajáis en servicios públicos de salud mental con elevado nivel intelectual, pero ¿Crees que es conocida esa Otra psiquiatría? No es una asociación pero hay un sentimiento grupal que unifica y os aproxima. No es una corriente de opinión pero sí aspiráis a generar opiniones diferentes entre los profesionales de la atención a la salud mental. Entonces ¿Qué sois?

—Si algo define a la Otra psiquiatría es el interés por el estudio de la psicopatología psicoanalítica y el trato con el loco. No es ninguna asociación; no tiene miembros ni socios. Las personas a ella vinculadas somos psicoanalistas, psiquiatras y psicólogos clínicos que trabajamos en servicios públicos de salud mental. Orientados por el psicoanálisis, en especial por la enseñanza de Lacan, hemos apostado por la revitalización y extensión del psicoanálisis partiendo de su práctica en las instituciones públicas sanitarias, sin olvidar que los a ella vinculados tenemos una importante vocación docente puesto que en nuestros Servicios hospitalarios se forman futuros especialistas en Psiquiatría y Psicología clínica. Desde hace cinco años celebramos de manera alterna en Ourense y en Valladolid unas conversaciones clínicas, que si bien comenzaron llamándose Siso-Villacián, el nombre precipitó en el actual La Otra psiquiatría. El éxito de asistencia ha ido a más cada año, y en las dos últimas ediciones hemos decidido acotar el número de inscripciones a cien para garantizar una calidad y participación adecuada. Este año el tema ha estado dedicado a la Histeria y han acudido profesionales desde Castilla–León, Baleares, Canarias, Teruel, Cataluña, Aragón, País Vasco, Madrid, País Valenciá… además de Galicia y de Valladolid, lo cuál da cuenta de que algo de este discurso va calando y resulta atractivo. Además el número de residentes cada vez es mayor y ese es el índice más relevante de que el psicoanálisis les interesa una vez que lo conocen y que allí donde hay clínicos que trabajamos de esta manera, como Ana Castaño y Juan de la Peña en Madrid, De Benito en León…, además de en Valladolid y en Toén, la transferencia por el psicoanálisis aparece y produce efectos en el deseo de saber. De esta manera se ha ido constituyendo la red que poco a poco va creando corriente de opinión.

—La medicalización de la práctica en la salud mental, o mejor la hegemonía de los psicofármacos está siendo determinante. El positivismo y empirismo que la APA plasma en la DSM, tomado como catecismo de los profesionales, está favoreciendo también un mayor biologicismo entre los psiquiatras, mientras que, curiosamente, en atención primaria cada vez hay más profesionales que están psicologizando su práctica. ¿Qué opinas al respecto?

—Bueno es un poco todo lo que he estado comentado hasta ahora, lo que desconozco es la información respecto al interés de los médicos de atención primaria en los aspectos psicológicos porque trabajo en el psiquiátrico y mi contacto con ellos ahora es menor. Para los médicos de atención primaria los aspectos psicológicos siempre han sido muy tenidos en cuenta, aunque a veces no podían manejarlos como quisieran por falta de formación psicoterapéutica. Además durante unos años la presión y lo que se les vendió fue que los psicofármacos eran la panacea y posiblemente ahora, años después, su práctica diaria les devuelve que eso es un mero parche, y que con eso sólo las cosas no van…, o lo que es peor, que a veces pueden empeorar y optan por formarse en psicoterapia.

—Hay autores que insisten en el error de considerar al enfermo mental como persona irresponsable ¿Qué opinas de la responsabilidad pública de los pacientes mentales respecto de sus actos? ¿Deben responder, por ejemplo, penalmente si llega el caso? ¿Cuáles serían los límites de esta responsabilidad?

—No solamente todos somos responsables de nuestros actos y en este sentido los pacientes psicóticos no son diferentes a los supuestos cuerdos; es más, la responsabilidad subjetiva es un elemento clave a la hora de tratar con un paciente psicótico, cosa por otro lado que muchas veces ellos demandan explícitamente o a través de un paso al acto, instándonos a tratarles en su condición de sujetos responsables y no de sujetos abocados a no poder hacer nada con su locura al estar determinados por lo genético o lo biológico. Posición ésta desalentadora porque le deja en la posición de “te ha tocado esto y cualquier cosa es posible sin que tú puedas evitarlo porque va en los genes”, situación que me parece terrible porque es como si fuese un títere en manos de algo oscuro que le determina… En la actualidad se dan paradojas tan insensatas como incapacitar legalmente a un sujeto y después pedirle responsabilidades sobre la toma de su tratamiento o de los actos que ha cometido, situación ésta que de ser algo es enloquecedora… Por otro lado no hay que olvidar que acto no es conducta y que cada caso ha de ser valorado en su particularidad, no hay una respuesta fija y general para esto como no la hay para nada. Recordemos por ejemplo casos como el de Althusser o el de Aimée estudiado por Lacan. En el primero, Althusser reivindica el castigo por el asesinato de su esposa, puesto que responder de su acto por muy criminal que éste sea, le convierte en sujeto con capacidad de responder y no le cosifica; en el caso estudiado por Lacan, Aimée después de cometer un intento de asesinato mejora al ser llevada a prisión y poder pagar por dicho acto; en ambos casos es lo mismo. En nuestra clínica situaciones como ésta ocurren pero sin que sus actores hayan pasado a la literatura inmortalizados.

—Tras los procesos de reforma asistencial en los años 80, ya entonces podía imaginarse ilusiones de un panorama asistencial esperanzador como resultado de las iniciativas y críticas de la época. Veinticinco años después, ¿qué valoración haces de lo logrado? ¿Qué ha merecido la pena y en que no se ha alcanzado aquello idealizado?

—Soy muy crítica en este punto. Lo que se ha logrado es dignificar el trato a la locura en cuanto a humanización se refiere, mejora de las condiciones hosteleras de los psiquiátricos, disminución de los efectos secundarios de los psicofármacos en algún caso, instaurar derechos de los pacientes, que aunque estaban ahí desde siempre en algunos casos eran ninguneados, implicar a instituciones, familiares y la sociedad en general en promover el buen trato, luchar contra el estigma de la locura, etc…, pero los psiquiatras sobre todo hemos ido renunciando a determinadas patologías que hemos ido pasándole a los neurólogos aduciendo que eran orgánicas y como dice Colina empeñados a la vez en reivindicar la etiología orgánica para aquellas patologías en las que esto es indemostrable… Hemos transmitido a la opinión pública un falso mensaje de que todo sufrimiento tiene un tratamiento, hemos descuidado la palabra y la hemos devaluado a la categoría de “charlas” los tratamientos psicoterapéuticos, promoviendo así un afán pedagógico que pretende transmitir que conociendo el embrollo del pensamiento en el que uno está puede evitarlo… Así los psiquiatras derivamos a los psicólogos aquellas consultas en las que se demanda hablar, abrumados por las listas de espera sobre todo en los CSM, en los que cada uno trabaja a destajo, a puerta cerrada y contra reloj para aliviar una consulta diaria enturbiada de bajas laborales, complicaciones legales y solicitudes de pensiones…, es decir, embarcados en una tarea muchas veces exclusivamente burocrática. A la vez que desencantados por el escoramiento hacia lo médico estricto, nos encontramos peleándonos con otros especialistas que ante un paciente que tenga prescrito un mínimo psicofármaco nos lo pasan con el eslogan “éste es psiquiátrico” produciéndonos estupor, rabia y enfado. Pero hemos sembrado un discurso tecnificado y eso ha creado una cultura que ahora nos sobrepasa. No percibimos que tan preocupados estábamos en reivindicar ser “como ellos” que hemos perdido la transmisión de lo más específico nuestro: la capacidad de atemperar, de remediar mediante la palabra, de dar otra versión de las cosas…, ahora eso se nos viene encima. En vez de reivindicar las psicociencias, por decir de alguna manera, nos empeñamos en ser neurocientíficos y ahí estamos, atrapados en la paradoja como en el caso de las incapacitaciones legales de que hablaba antes. No se puede aplicar la plantilla de la enfermedad biológica a la locura ni a las neurosis porque hace aguas por todas partes; es lo mismo que aplicar el concepto y los estándares de ingreso hospitalario a los ingresos derivados de la patología psíquica, sea ésta la que sea; ni los espacios, ni las necesidades, ni lo que en una unidad de agudos al uso actual ocurre se parece a lo que pasa en cualquier planta de medicina o cirugía… Por pedir igualdad a toda costa para los pacientes psiquiátricos perdimos la especificidad y se nos devolvió la plantilla de lo estándar. Se ha perdido en gran medida la finura psicopatológica y descriptiva para devenir en una clínica del bulto, pobre y sin articulación de ningún tipo, hemos perdido el interés por comprender qué es lo que se juega en cada caso, en cada consulta y para cada uno aun siendo distinto, le devolvemos lo mismo, en un círculo de resolución imposible.

—Habiéndose diluido ese tipo de objetivos y entusiasmo asociado, junto a la alta competitividad existente, ¿cómo crees que puede eso incidir sobre el sentimiento de pertenencia e identidad como grupo de los nuevos profesionales?

—Lo desconozco, no sé hacia donde derivará este asunto pero lo que sí creo es que es necesario un replanteamiento serio de todo esto y posiblemente plantearse el retomar proyectos y planes de otras épocas actualizados al momento, porque contamos con la experiencia de estos años que permite comparar. Aunque de lo que se trata quizás sea de concluir que somos seres biológicos pero sobre todo biográficos y eso precisa otra cosa en el trato y en el tratamiento…

—¿Qué opinas de la psiquiatría basada en la evidencia (o mejor dicho en pruebas)? ¿Crees que se puede hacer ciencia desde los condicionantes actuales de la práctica psiquiátrica o psicológica?

—Las evidencias en psiquiatría o en psicología están del lado de lo subjetivo y en ese territorio las evidencias no existen. No existe la verdad que la ciencia intenta objetivar sino que existe la veracidad subjetiva y eso no es verificable por dichos métodos. La realidad subjetiva no es demostrable pero tiene efectos biográficos comprobables para el sujeto que la sufre, y sólo de él a través de su palabra nos es devuelta su mejoría o su empeoramiento. Él es el que nombra lo que le hace sufrir y lo que le alivia no yo desde fuera con escalas y protocolos. Hacer ciencia entendida ésta como un paradigma del conocimiento en el que existe una relación causa efecto como en las leyes de la física no es posible…; nuestra disciplina es poco o nada científica así entendida aunque se pretenda hacer ciencia de cosas que no lo son…, o que se le apliquen dimensiones o tratamientos científicos a estudios que se realizan desde la psiquiatría o desde la psicología para darle ese aspecto, pero eso es el cientificismo y no la ciencia. Actualmente, es como lo que no fuese científico o no estuviese rubricado como tal no tuviese credibilidad, pero éste es uno de los mitos actuales. Estamos en la época en la que la ciencia es el amo moderno, y esto queda claro hasta en los anuncios publicitarios en donde ocurre casi lo mismo que en el discurso psiquiátrico.

—En relación con otro aspecto en boga actualmente ¿Cuáles es tu posición respecto a los desarrollos de la bioética aplicada a la psiquiatría? En los contextos actuales de trabajo en psiquiatría, ¿crees que es posible ser ético? ¿De qué tipo de ética estamos hablando?

—Siempre es posible ser ético, es más, hay que serlo, pero no sólo en psiquiatría aunque no siempre eso ocurra. No hablo sólo de ética como conjunto de normas sobre el bien hacer que deben de imperar en la relación y en el tratamiento del otro, -que sería lo que constituye la buena praxis como cuerpo de la deontología-, sino que me refiero a la posición ética que desde el psicoanálisis está por encima de las profesiones e implica una posición, un deseo y una decisión en la vida que habla de la dificultad y de la complejidad de las relaciones entre los seres hablantes.

—En la página web de OME-AEN se plantea la pregunta “¿tiene sentido en el siglo XXI defender el modelo asistencial comunitario en salud mental?”. ¿Cómo responderías a esta cuestión?

—En un mundo cada vez más complejo como en el que vivimos y teniendo en cuenta que el saber absoluto no existe, ni sobre los padecimientos humanos ni sobre nada, la interdisciplinariedad es una necesidad, y si cuando decimos modelo asistencial comunitario, nos referimos a esto, claro que es una posición a defender y una apuesta a realizar, teniendo como principio fundamental el respeto por el trabajo del otro que también tiene sus técnicas para remediar lo que le ocurre.

—Otros temas, también comunitarios, como la cuestión de las drogas, la violencia, la inmigración, las guerras, la marginalidad en general, han sido escasamente abordados. Pudiera parecer que lo que se relaciona más con aspectos de la llamada psiquiatría social, más allá de la enfermedad mental, no están en las agendas a pesar de que sí comienza a ser frecuente en la clínica cotidiana. ¿No habrá que comenzar a tomar medidas? Quizá prepararse capacitándose los equipos, protocolizar situaciones hoy desconocidas, organizar recursos, etc., sean algo urgente ¿no?

—La vida es muy compleja y la patología de la misma cambiante con las épocas, entendiendo por esto la presentación clínica del sufrimiento. En este sentido, dependiendo del concepto que se tenga de síntoma se va a organizar su tratamiento. Síntoma entendido de manera diferente a la medicina sino como aquello que se repite en la vida de alguien y sobre lo que uno se siente concernido, llámese a esto drogas, violencia, fracaso escolar, laboral o de pareja por ejemplo. Es la puesta en acto de que la normalidad y el equilibrio son imposibles por ser los humanos, sujetos atravesados por el lenguaje, y el síntoma la respuesta al vacío fundamental. Establecer protocolos de actuación en el caso de la atención necesaria, que los afectados por ejemplo por una guerra deben de recibir, no sólo es importante, es que es una prioridad, entendiendo por esto poner a salvaguarda la vida y su sostén en el inicio de la atención. Pero si hablamos de lo subjetivo, estamos en otro territorio, puesto que atreverse a atribuir lo que en cada uno desencadenará algo tan dramático como una guerra, es por definición imposible de protocolizar como lo es hacerlo sobre lo que para cada uno será traumático en la vida. Esto es algo imposible de reglamentar porque está en juego lo más propio que tiene y ahí nos encontramos en el terreno de la excepción y no de la norma. Por poner un ejemplo más fácil que con el tema de las guerras, en el caso de las drogas lo que significa la adicción para cada uno de los consumidores no es algo estandarizable sino particular y ha de ser desde esa dimensión, desde la que podrá hacer algo con ello si así lo desea. Algo que no sea solamente quedar soldado por un diagnóstico que le deja en la mayoría de las ocasiones del lado de la determinación y de estar a tratamiento con otras drogas aceptadas legalmente si la adicción se interpreta desde lo biológico. Como ves estoy girando siempre sobre el concepto de síntoma, que desde el psicoanálisis es distinto que desde la medicina o la psicología; síntoma que para el psicoanálisis conlleva parejo el concepto de goce, entendido como placer inconsciente, como algo de lo que uno se queja pero que le arrastra a repetir lo sintomático de su vida, es decir, que la repetición es lo sintomático en juego repetido en automatón con consecuencias indeseables para la vida del sujeto. Con este concepto evidentemente la clínica y el tratamiento se reorganizan de otra manera.

—Y para finalizar, ¿qué aconsejarías a las generaciones más jóvenes que se acercan al mundo de la salud mental?

—Sin pretender ser borde, aunque suene así, los consejos están hechos para no ser seguidos tal y como Lacan señaló.

Iñaki Markez

Publicado en NORTE DE SALUD MENTAL nº 32 • 2008

Fuente: Blog de la ELP