A propósito de su libro La invención de las enfermedades mentales.

José María Álvarez es miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis. Desarrolla su trabajo clínico en Valladolid donde goza de una reputación in crescendo al ritmo del empuje de sus publicaciones y de su fama de clínico riguroso, de intelectual brillante y de maestro de jóvenes psicólogos y psiquiatras que se acercan desde distintos puntos de la geografía para efectuar el PIR y el MIR o elegirle como tutor de tesis doctorales y encontrarse con un maestro de la psicopatología a la vez que con un psicoanalista con un deseo contagiante. Su trabajo como psicólogo clínico en el Centro de Salud Mental de “La Victoria II”, así como su práctica clínica como psicoanalista en la vallisoletana Calle de la Mantilla son referencias ya clásicas del buen hacer, un rumor que se extiende velozmente. De su constante interés por el estudio recibimos ya los ecos en el despliegue que intentamos del psicoanálisis lacaniano en nuestra tierra castellana. Con él hemos conversado para el Blog de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis.


Desde que apareció en 1999 la primera edición en la editorial DOR, La invención de las enfermedades mentales se convirtió en una referencia habitual en los estudios sobre la psicopatología de la psicosis y la historia de la locura. Casi diez años después, cómo valoras la repercusión que ha tenido.

—Cuando escribes, siempre a solas, anhelas que algún lector se contagie de tu pasión. Al parecer, con este libro algo de esa pasión ha llegado a contagiarse, a juzgar por las reseñas que se le dedicaron cuando apareció, por las numerosas presentaciones a las que me invitaron y por los ecos que aún siguen oyéndose. Hace aproximadamente un año, un prestigioso psiquiatra madrileño, ya jubilado, me decía que ese libro había dado en el clavo porque ponía patas arriba la orientación hegemónica en la psiquiatría positivista actual. Lo decía un tanto alarmado, pues le parecía que libros como éste dejaban a la psiquiatría de las enfermedades mentales sin argumentos, la convertían en una caricatura de sí misma, tan grandilocuente y al tiempo tan huera. Creo, sin embargo, que su incomodidad radicaba en el hecho de comprobar cómo el psicoanálisis había colonizado y se había hecho fuerte en ese territorio de la locura al que tradicionalmente se ha considerado patrimonio de la psiquiatría. “Al paso que va usted, nuestro único cometido será extender recetas”, me dijo.

De éste y otros comentarios que he escuchado durante estos años, deduzco que el libro ha sido bien leído. En el fondo, me confirman una de las hipótesis que traté de argumentar en el texto, esto es, que la psiquiatría positivista se ha construido y desarrollado para no hablar con los locos y para justificar ese silencio.

—Con algunos colegas he discutido en ocasiones sobre si el libro es de historia o de psicopatología.

—Es un libro de psicopatología y clínica de la psicosis que se nutre de argumentos históricos. Toda la trama argumental desarrolla el proceso de transformación de la locura clásica en las enfermedades mentales actuales. En el ámbito de la psicopatología no puede dejarse a un lado la historia de la clínica; al fin y al cabo nos movemos dentro del marco de las llamadas ciencias humanas. Que la historia y la clínica están en nuestra disciplina unidas consustancialmente es un hecho indudable. En primer lugar, porque las expresiones del pathos están sujetas a la historia y la cultura, tal como se pone de relieve de forma ejemplar con la esquizofrenia, esa forma de fragmentación radical que aparece a consecuencia de la nueva relación con el lenguaje propiciada por la aparición de la ciencia y la muerte de Dios. En segundo lugar, porque en el terreno de la semiología clínica las mayores contribuciones se desarrollaron en la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX; quien las desconozca dará muchos tumbos en su trabajo diario con los locos. A mi manera de ver, las descripciones de Séglas y Clérambault, por citar sólo dos autores, son incomparablemente mejores que las que podemos leer en cualquier manual actual. De hecho, me resulta muy difícil de entender las contribuciones de Lacan sin tener presentes las descripciones de los clásicos, en especial las que dan testimonio del sujeto hablado por el lenguaje. Por otra parte, también la historia ilustra sobre los errores pasados, sobre las trampas y forzamientos epistemológicos, sobre el empeño ideológico en sostener, contra toda evidencia, la perspectiva naturalista de las enfermedades mentales. Desde ese punto de vista, el loco no es otra cosa que un títere en manos de

su enfermedad, esa desgracia a la que debe resignarse puesto que no es nadie para hacer algo con ella.

—Ya se ve por el tamaño que el libro ha aumentado. ¿Qué novedades presenta respecto a la primera edición?

—Cuando Vicente Palomera me propuso reeditarlo, volví a leer el texto. No quedé muy satisfecho, pese a que algún amigo me advirtió que no tocara ni una coma. El libro es otro porque yo también soy otro. Lo he reescrito, ampliado y actualizado; aunque he suprimido algunos pasajes, los añadidos han superado unas doscientas páginas a la edición original. Ya digo en las primeras páginas, citando a Montaigne, que he tratado de rebajar la prosa hasta la sencillez. También he incluido algunos apuntes biográficos de los autores estudiados, en especial algunas anécdotas o instantáneas que muestran con claridad su relación con la obra.

La estructura, sin embargo, es la misma. El primer capítulo se ocupa de los primeros intentos de transformación de la locura en enfermedades mentales, situando en Jean-Pierre Falret la figura del ideólogo del proyecto. El segundo trata de la paranoia y muestra cómo los modelos psicopatológicos que imitan la patología médica se han visto completamente impotentes para decir algo de la locura parcial, de los locos razonantes, tan impotentes y molestos que optaron por reducir la paranoia a una entelequia, como Kraepelin; a situarla incluso como una excepción al modelo de las enfermedades mentales, tal como se vio obligado a reconocer Schneider. El tercero tiene como protagonista a Emil Kraepelin y me sirvió para poner de relieve las servidumbres de la psiquiatría al ideal de la ciencia, cosa que tuvo por resultado una ideología que pretende hacerse pasar por ciencia natural; este es uno de los capítulos que más he recompuesto, puesto que Kraepelin sigue encarnando para muchos el referente principal de la psiquiatría clínica. Siguiendo el hilo de la demencia precoz kraepeliniana, el capítulo cuarto detalla cinco visiones del desgarramiento esquizofrénico, las de Bleuler, Chaslin, Ballet, Clérambault y Freud; estas páginas las inicio con unas palabras muy reveladoras de la prestigiosa investigadora de la esquizofrenia N. C. Andreasen. “Sea lo que sea [la esquizofrenia], no sabemos qué es”; en contraposición con este no saber, resultan muy atinadas las apreciaciones de Freud sobre las relaciones del esquizofrénico con el lenguaje y el cuerpo. Por fin, en el capítulo quinto, un loco toma la palabra, un loco que es el genio del delirio y el profesor de psicosis: el testimonio de Paul Schreber, acompañado de las opiniones de sus numerosos comentaristas, muestra que todo lo anterior, todo el armazón nosológico y nosográfico de la psicopatología psiquiátrica expuesto en los capítulos anteriores sólo puede calificarse de “invención”. Muchas veces he tenido la impresión de que todas esas contribuciones, de apariencia tan consistente, se escurren como el agua entre los dedos.

Al leer el libro se advierte una inflexión en el capítulo V, titulado “«La locura desde dentro»”. Mientras los cuatro primeros describen con gran precisión y detalle el proceso de construcción y las características clínicas de la locura maníaco-depresiva, la paranoia, la demencia precoz y la esquizofrenia, las cien páginas que dedicas a Schreber suponen un análisis totalmente distinto de los mismos hechos.

—Estoy de acuerdo. La inflexión que señalas se observa también en la historia de la clínica y de ella me hago eco. Si uno compara la construcción sistemática de la patología de lo psíquico desarrollada por Kraepelin con la psicología patológica compuesta por Freud, enseguida advierte una inversión epistemológica. Al contrario que la sistemática de las enfermedades mentales de la psiquiatría positivista, donde el tipo clínico se obtiene como denominador común de un sumatorio de casos, Freud propuso elevar un caso minuciosamente analizado al rango de paradigma de una estructura clínica. De acuerdo con esta última orientación examino el caso Schreber. Lo más impactante del testimonio del Dr. Paul Schreber es que hay un sujeto que maniobra en la psicosis tratando de reequilibrarse, en este caso mediante el trabajo de inventar un delirio. Este testimonio de primera mano contiene prácticamente la totalidad de la psicopatología psicótica; también con un rigor inigualable, detalla las coyunturas en que se precipitan las crisis y los pormenores del trágico desmoronamiento subjetivo. Qué razón tenía Freud cuando, en una carta a Jung, le vaticinaba la conmoción que sobrevendría en los medios psiquiátricos cuando se conociera su teoría del deliro como función estabilizadora.
Haciendo acopio de todas estas enseñanzas, las de Schreber, las descripciones de la clínica clásica y las explicaciones psicoanalíticas, en el capítulo final desarrollo un modelo unitario de psicosis a partir de las grandes nociones que he investigado estos últimos años: las experiencias de certeza y el axioma, la discontinuidad, los fenómenos elementales, los polos de la psicosis y la función del delirio.

Fuente: Blog de la ELP