Vigo. Día de un año. Centro de atención a cyberdependientes. Un taimado psiquiatra agoniza a golpe de viernes mientras maldice los sillones ergonómicos y el convenio laboral. Un imaginario fotograma lo dibuja apostado entre un libro de Lacan, un autodefinido y dos citas que no acudieron. Una llamada a su puerta le saca repentinamente de este estado “hipnagónico”.
—¡Hola! Soy X de laboratorios Fenicia, creo que ya nos vimos en el “Congreso de Soci-drogas-alcohol y otros problemas del montón” en Cuenca.
—Lo dudo— musita en forma de excremento polisilábico nuestro ahora contrariado psiquiatra.
—Cuéntame— añade. Su mirada, ahora más despierta, se torna vidriosa y apocada. Se imagina fugazmente que golpea el cráneo de la representante contra la consola del ordenador.
—Me han comentado que es usted nuevo en el centro y venía a informarle sobre el TDEPA en adulto.
—El TDEPA?….en adulto….?—
El “trastorno por déficit de estupidización y pensamiento autónomo” era algo con lo que nuestro psiquiatra se había venido peleando desde su paso por la rotación en infantil. Realmente esos niños que no se dejan estupidizar y que piensan de forma individual son muy latosos y, en ocasiones, hasta peligrosos para la convivencia, pero el tratamiento con soma había demostrado un efecto pacificador que todas las asociaciones de genitores e incluso el gobierno federal de La Iberia Sumergida habían aplaudido. Eso si nuestro audaz psiquiatra estaba convencido de que estos tratamientos a largo plazo convocaban efectos indeseables poco mensurables. El frenar el desarrollo individual, el cercenar la posibilidad del propio conflicto construía individuos felices pero homogéneos. Había algo en este tratamiento que hacía de estos niños criaturas frágiles. Quizás sonrientes y cuasiadaptados pero con la sensación de que estuviesen anestesiados.
En fin, pensó.
—¿Así que ahora con los adultos?— Vomitó sin esconder un suspiro.
—Si—, respondió ella.
—Se ha comprobado que hay pacientes que habitualmente se diagnostican de “trastorno de ansiedad no estupidizada” o “trastorno depresivo impertinente” cuando en realidad de lo que padecen es de un TDEPA no tratado—.
—Ya, y el tratamiento ¿cual es?, ¿el koma igual?
—No—respondió regocijante ella.
—Es un koma evolucionado, las moléculas de koma van recubiertas por un tipo de lombriz tratada genéticamente. Esta lombriz crea una película que asemeja las propiedades osmóticas de la albugínea del escroto de ñandú. A esto se le añade una fina malla de fibras capilares de zarigüella lo que permite una liberación sostenida del koma durante las 24 horas del día. Este hecho permite que el sujeto disfrute de su idiocia normalizada y no se vea asaltado por cuitas personales o arrebatos de pensamiento desiderativo propio.
—Impresionante— pensó. ¿Si utilizasen toda esta energía mental en hacer algo útil?, rumiaba mientras desconectaba de la melodía unitonal de la representante.
—Por cierto, le dejo unas escalas para que pueda hacer un despistaje del TDEPA en sus pacientes
De repente la modorra se despejó y una idea se cernió brillante en su mente.
—Por cierto me podría usted decir,—balbuceó fingidamente nuestro psiquiatra mientras sonreía de forma aviesa —¿como esta validada esta escala?
—Si, por supuesto, está validada mediante la escala de Pensamiento Creativo Nottingham Forest de la Culebra (2056) y la escala Estupidtry (2067).
—Hum… y, me podría decir, ¿como fueron validadas esas escalas? —Masculló elevando ahora el tono—
— Pues poo ,po, po, por otras escalas, como suele ser habitual supongo— dijo la representante, que en estos momentos ya no portaba un semblante tan vehemente y seguro.
—Y esas??? Mirando fieramente
—Bueno ya sabe usted, como son estas cosas…..
—Ah o sea que usted me está contando que dios o un ente supremo de saber cósmico bajó de donde cojones esté y le dio a los laboratorios farmacéuticos o a su puta madre la escala de la ley!!!! O sea una puta escala primigenia que permitirá validar las escalas de aquí al infinito!!!! o sea que el saber científico que su puto laboratorio de mierda vende, está sustentado por unas escalas que se sacaron del culo hace 100 años, y que además….
Cuando quiso terminar su speech, la representante acojonada se había escapado del despacho y no había dejado ni las muestras de regalo.
Cariacontecido, circunspecto y abatido, nuestro psiquiatra se deslomó de nuevo sobre su odiado sillón. Instantáneamente un inenarrable sentimiento de soledad le invadió. No podía dejar de recordar la cara de terror de la representante. El rostro de esta dibujaba la más absoluta de las incomprensiones. Ella no sabía ni de lejos de que estaba hablando. Era horrible. Entre sollozos, abrió el libro de Lacan que años atrás había rescatado de un cyberrastro y no sin vacilar un rato, lo tiró a la papelera. Acto seguido y tras un trago de whisky sin alcohol y una dosis de concentrado de vitaminas eutimizantes llamó a su viejo amigo de la facultad, también psiquiatra, y concertaron una cita.
Era hora de reconocer a su viejo amigo que había acertado. Años atrás, este, le había realizado un diagnóstico psiquiátrico. Por más exótico que resultase, y por más que se resistiese, él era uno de las pocas personas que, en el año 2090, seguía padeciendo lo que la psiquiatría clásica había llamado el Trastorno Lacaniano de la Personalidad (TLP).
Todo cuadraba, lenguaje farragoso e ininteligible, entusiasmo por el coleccionismo de obras antiguas, gusto por los puros y peinados, pasión denodada por ropas caras y de difícil combinación. A esto se le añadía su particular y vehemente creencia en ciertas ideas, especialmente algunas realmente contrarias a las de la mayoría de los ciudadanos de Iberia Sumergida. Además, y esto era una cosa que muchos colegas le criticaban tenazmente, tenía una especial fascinación por la escucha de los pacientes, llegando incluso a veces a estar hasta 25 minutos con un usuario. Ah! Y también se regocijaba habitualmente con los autodefinidos, por no decir que se deleitaba a escondidas con juegos de las palabras e incluso con la etimología. Los criterios diagnósticos se agolpaban a las puertas de su cerebro. Era obvio:
Criterio diagnostico 2.a.1.Creencia en entes no cuantificables no medibles.
Criterio diagnóstico 3.c.1.Pasión por los seminarios, conferencias y otras formas de enseñanza proscritas.
Y el criterio mayor y causa a veces de deterioro social:
1.a. Creencia en el inconsciente.
No podía evitarlo, era verdad. Sufría un Trastorno Lacaniano de la Personalidad. Cuando lo estudió decían que no había cura. Recuerda como el texto decía: “Habitualmente estos sujetos se han considerado como un trastorno heredado, algo propio de otra época. Se ha creído, sin haber podido demostrar, que durante años este trastorno pudo haber sido la expresión de alguna forma vírica que se expandió históricamente en dos epidemias nítidamente localizadas. Una radicada en Austria en 1900 y otra en 1963 en Francia. De notable avance en Sudamérica a finales del siglo veinte fue paulatinamente reduciendo su aparición hasta ser en nuestro días un trastorno anecdótico”.
Bien entonces ¿qué hacer?, ¿cómo vivir con esta pesada carga? Por un lado podía entregarse, cual cuerpo helado, a las hábiles manos de su querido amigo para que, en una suerte de alquimia, este encuentre una solución química que apacigüe su trastorno o bien, por otro lado, podía aferrarse a su creencia en el inconsciente y comenzar a divulgar las verdades que su “trastorno” le hacía entender. Difícil elección. Tengo que intentarlo antes de abandonarme a esta ciencia. Quizás lo más duro será contárselo a su mujer. Los niños… ufff!!…mejor con el tiempo ya irán entendiendo. Con un poco de suerte es hereditario y lo entienden sin necesidad. Mi padre creía en los sueños y eso es un criterio diagnóstico. En fin, lo primero que haré será hacer leer en casa esos libros antiguos sobre la ética. Los antiguos hablaban de este tipo de decisiones. Será lo mejor, libros de ética y hablar. Será la única manera de que puedan entender que esto no es tan malo, que tiene que ver con eso que se habla en las enciclopedias del hecho humano.
Renacido por esta cogitación, recuperó el libro de Lacan de la papelera y buscó Aristóteles en el diccionario. Después llamaría a su colega para convertir la cita médica en una cena donde explicarle que los diagnósticos en psiquiatría no nos solucionan mucho. Era el momento de salir del koma.
Javier Carreño Villada
Vigo 17 de abril de 2008
Quede aquí patente el especial agradecimiento a los Laboratorios Janssen por el denodado esfuerzo—barrila que han hecho por sacar a flote la inspiración para este proyecto de literaturre.
Fuente: Psicoanálisis y Medicina