A propósito de Otra historia para otra psiquiatría, de Rafael Huertas
¿Es el psicoanálisis un accidente epocal en el devenir de la Historia?, ¿Existieron siempre las psicosis? Es más: ¿la estructura de la psique es discontinuista sobre un fondo de continuidad —como sostiene nuestro colega J.M. Álvarez junto con Fernando Colina en su última obra— o, más bien, continua sobre un fondo discontinuo como piensa servidor? ¿Ambas se superponen, dado que un sujeto en su insondable decisión, puede enunciar un no categórico al Otro del lenguaje? ¿O, ni lo uno ni lo otro, como proclama una no tan actual y hegemónica corriente neurobiológica? ¿Es el síntoma la construcción de un fracaso, una restitución suplementaria o la condición inmanente al ser hablante? ¿Qué es lo que vale la pena «conservar»… como recuerda J. Alemán?
Conocí personalmente al Prof. Dr. Rafael Huertas hace tiempo en un tribunal de doctorado al que fuimos requeridos. Ya de entrada, transmite un carácter sumamente afable y erudito pero si algo llama la atención al escucharle, a pesar de su imponente currículum e ingente producción, es su muy accesible humildad: la de alguien que, entre otras muchas cosas, transitó por la práctica clínica. Experiencia y saber aquilatado, de ahí que esperara esta, su última obra, con cierta grata curiosidad.
Y a fuer que debieron de ser ciertas mis primeras impresiones ya que al dar cuenta del contenido de este texto, resultó que las preguntas subyacentes superaron con creces mis expectativas, pues ya sabemos que un texto no vale tanto por lo entendible como por las incógnitas, ese no—saber, que suscita entre sus letras. Aunque bien es cierto que en la era de la Escritura generalizada del goce lo que menos se propicia son las cuestiones, no sea que estas sean tomadas por dudas…
La decidida apuesta de sus editores, la valentía de los directores de la colección —Álvarez y Colina—, la muy abundante y detallada bibliografía, una estampación impecable y un verbo fluido y ameno, traen a colación un texto dividido en varios apartados que va diseccionando, que digo, deconstruyendo, muchos de los conceptos psicopatológicos que tomaron cuerpo en eso que, desde hace no tanto tiempo —conviene recordarlo—, vino a denominarse «la psiquiatría». Y lo consigue trazando una historiografía del concepto y de sus autores de referencia hasta depurar el rastro que dejó tras de sí la idea inicial; a partir de una manera de ver y escuchar al loco, donde el contexto social, cultural, e incluso ético que se manejaban en ese momento no pueden, dice el autor, ni deberían quedar excluidos.
Si no hay una historia exenta de ideología, escrita al dictado de la dominante (p.12), enuncian los prologuistas y directores de la colección, esa historia, que no desconoce el Otro contextual…»no es menos verdadera. Algunos dicen que es la más verdadera».
«Otra historia», entonces, con todo lo que esto supone de «la Otra»: femenino singular y minúscula; no esencialista e inconsistente, inexpugnable e irreductible, inconmensurable y fronteriza, aunque no sin deseo, por tanto, radicalmente ajena en su mismidad éxtima.
E «historia». Si ya sabemos bien, cada vez más, la dificultad de historizar a los pacientes («¿qué tiene que ver eso…con lo que me sucede?») no es menor, la de los profesionales. Al perder la perspectiva histórica, se corre el riesgo de pensar que el sujeto, perenne e inmóvil, es equivalente a subjetividad, «lo que ves, es lo que es» y, no justo al revés —tal como Alemán ha desarrollado en sus últimos textos— pues, es a partir del sujeto parlante, sexuado y mortal donde podemos encontrar las modalidades subjetivas cifradas de su condición paradojal, contingente e imposible. Y ni siquiera esto está garantizado.
Por sus hojas desfilan innumerables personalidades ilustres: Bichat, Pinel y Esquirol, Georget, Falret, Chiarugi, Baillarger y Guislain, Morel, Charcot y Kraepelin, Bichat, Séglas, Krafft—Ebing, Tardieu o Capgras, Laing, Cooper, Basglia…. Y por supuesto, Freud y Lacan. Desde la xenopatía de Clérambault hasta la perversión como enfermedad, desde la semiología, la taxonomía y la nosografía psiquiátricas a las lipemanías, los escrúpulos y el debate, entre impulsión y compulsión pasando por la degeneración y la peligrosidad, las monomanías razonantes de Ch. Marc, hasta los orígenes de primer alienismo francés. Temas todos ellos tratados con el fino bisturí del diseccionador avezado en las sendas de sus huellas.
De manera tal que esta indagación, ampliada y reducida a la vez, llega a convertirse en una auténtica «genealogía epistemológica» de la psicopatología, donde dichos conceptos se cruzan, se superponen, se diversifican, se generalizan y agotan hasta ser sustituidos, mal que nos pese, por otros que generalmente parecen más ajustados (ahí radica, entonces, uno de los grandes problemas) a los intereses de quienes comandan la llamada «salud» que a la propia subjetividad de sus protagonistas. Aunque…no en toda ocasión.
De ahí que el texto, aunque no lo pretende, pueda también leerse como un auténtico ensayo de epistemología con sus continuidades, contigüidades, contingencias, invenciones, cortes y rupturas —tal y como Bachelard o Canguilhem, pero también, Feyerabend, Kuhn o Lakatos pensaron— en la construcción de una (anti)filosofía antropológica, psiquiátrica. No en vano, p.ej. la irrupción y trascendencia en los estudios históricos de la mentalidad de una figura como la de Foucault, poniendo el acento en las relaciones e incidencias del eje saber—poder, superó con creces el ámbito al que cándidamente le hubiera gustado «ser confinada» a esta disciplina logrando remover el «alma bella» tras la que muchos se guarecían. Tenemos, por el contrario, la influencia conceptual que ejerció un Lacan, psiquiatra él, tanto en la manera de entender la locura como en las más diversas especies culturales.
Oscilación inherente, pues, entre una concepción esencialista, universal e irreductible, donde las afecciones a extirpar suceden por lo trastornado que no anda. Y otra, más epocal, voluble y heterodependiente donde lo sintomático sería el propio sujeto causado, en sí.
Ahora bien, la primera visión sin la otra, ¿adónde nos llevaría?: a excluir al sujeto mismo de su sufrimiento tras un reduccionismo neuroendocrino, desresponsabilizador, ligado a las competencias cognitivas. Habilidades que al ser modificadas restaurarían la supuesta homeostasis originaria, definida por la «normalidad» (normalidad, así entendida como naturalidad). En cambio, la segunda sin la primera…nos llevaría a la execrable fabricación de nuevas enfermedades (disease mongering) a poco que se manipulara el umbral estadístico de una media poblacional con las consecuencias ya por todos conocidas: que siempre estemos enfermos…de algo. La elipse patéticamente irónica en la que se cae desde la «evidencia» científica, cuando se entrecruzan ambas posiciones…es la de buscar marcadores neuro casi para cualquier cosa hasta hacer de los más variados trastornos los «estigmas» y las marcas del ser (tendríamos acá toda la épica de los ex—afectados…o de los pre—enfermos). Se perfila así, cada vez más nítidamente, el (contra)discurso del Capital disparando a la línea de flotación de los cuerpos hablantes.
Hasta los propios psicoanalistas, a pesar de nuestra posición decididamente ética, no somos ajenos a este dilema planteado: ¿nos decantaremos por el Lacan de las estructuras o el de los nudos, el clásico o lo último de lo último, materialismo o substancialismo, ontología u óntica del goce?, ¿es la pragmática la que comanda nuestra ética y política? Ya se sabe que hasta podemos leer un mismo caso desde cada uno de los cinco paradigmas freudianos (Bercherie) o de los seis lacanianos, magistralmente reseñados por J—A. Miller. ¿Una melange de todos ellos?. O, por el contrario ¿a cada sujeto su paradigma llegando a hacer de cada sujeto un paradigma propio? Pues ni siquiera lalengua es una sola.
Pero, entonces: ¿un sujeto sin psicopatología, incluso sin modelización ni clínica alguna, reduciendo la intervención al puro acto contingente o, lo que es peor, al fantasma del propio analista? Preguntas de muy vigente actualidad, cuando p.ej. se formulan categorías como las limítrofes fronterizas, no desencadenadas u ordinarias…
Resumiendo: ¿tiene actualmente «la clínica» algún sentido para los psicoanalistas o, por el contrario, es casi únicamente bajo el psicoanálisis donde hoy día se hace una clínica que, parafraseando a Lacan, «salva su honor»?
Queriendo sin querer, así como quien no quiere la Cosa, Rafael Huertas deja caer estas perlas para aquel que quiera tanto mirar como, sobre todo, escuchar, y todo ello sin terminar nunca de diagnosticar al Diagnóstico mismo; por mucho que sepa que no puede haber ciencia, objetiva y «evidente», de lo constituyente del sujeto.
¿Qué he echado a faltar? Huertas, honestamente, no oculta su simpatía por aquellos héroes que desoyendo el papel del establishment dieron voz y tinta a los locos: «una psiquiatría desde abajo»; y a pesar de que la teorización psicoanalítica discurre transversalmente por todo el texto, hubiera sido deseable otorgar cierto brío a las improntas clínicas e institucionales que dejaron algunos de sus más conspicuos interlocutores. P.ej. En mi caso particular, no puedo olvidar lo cercano que estuvo el psicoanálisis, sus términos y prácticas, en algunos contextos de desinstitucionalización psiquiátrica a pesar de que el paradigma dominante, «correcto», en ese tiempo fuera el rehabilitador psicosocial.
Este texto, muy recomendable a todo aquel que trabaje con sujetos tanto por el recordatorio psicopatológico como por la frescura de sus propuestas, finalmente, deja con ganas de más: ¿cuál es el porvenir del inconsciente? Es más, ¿hay por—venir bajo el progreso? ¿Dará la «postpsiquiatría» el valor que corresponde al testimonio de los sujetos? ¿O también: ¿sabremos salir los practicantes de nuestras confortables bases distinguiendo al Otro, amigo, de nuestros «mortales» enemigos? ¿Tiene futuro una Otra «clínica» a la hora de sortear el ejercicio de control social y moral al que a menudo se le pretende confinar? Cuando, tal y como creo recordar, dijo el insigne Berrios: «el futuro de la psiquiatría dependerá de las compañías farmacéuticas»…
Á savoir…
Por José Ángel Rodríguez Ribas
Fuente: Blog de la ELP