III Conversaciones Siso-Villacián
Mesa redonda II
Retazos de la memoria
Quisiera agradecer a los organizadores de está Conversación que me hayan invitado a participar precisamente en la mesa de formación por que eso me ha permitido evocar y rescatar de mi memoria, no sin ciertos aspectos encubridores como sucede siempre que se pretende no olvidar, como fueron mis comienzos en el período de formación.
En el año 1986, justo hace veinte años de ese inicio en el Hospital Psiquiátrico de Madrid, tuve la suerte de ser representante de los médicos internos residentes de psiquiatría en la Comisión nacional de especialidades en un momento de basculación entre la psiquiatría más reaccionaria y la más aperturista al amparo de la recientísima reforma de la ley general de sanidad. Aquellas reuniones, no exentas de conflicto, me sirvieron para conocer la política de las cosas y digo bien de las cosas porque las cuestiones a tratar se dirimían más en el orden del tener o no tener que en el del ser. Fueron años intensos para nuestro colectivo: se realizaba una docencia autogestionada, mediante seminarios inter-centros para todos los residentes, donde a lo largo del curso se convocaba a diferentes docentes; la diversidad de opciones era por entonces fundamental para nuestra formación. Después venía la elección de cada uno. Se daba por descontado que las referencias al psicoanálisis eran más bien escasas como siempre lo han sido en la vida intelectual española.
Revisando escritos de esa época encontré un breve artículo publicado en 1995 para un dossier sobre formación en psiquiatría y salud mental en la revista «Documentos de Psiquiatría» comunitaria que titule: ¿Hacia dónde?
Pregunta que a pesar del tiempo transcurrido sigue vigente y ahora puedo concluir que cuando no hay un deseo decidido puede haber un semblante de cambio para que todo siga igual en la formación del futuro psiquiatra.
No hay duda que se trata de una dialéctica fálica en tanto representa el poder, incluso se llega a decir «mis residentes» con todas las connotaciones que supone el pronombre posesivo.
La contraexperiencia
La formación analítica y el encuentro con el psicoanálisis es lo que voy a nombrar como la contra-experiencia ya que supone introducir la lógica del no todo desde un lugar éxtimo que descompleta al conjunto, en este caso al conjunto del saber científico.
He de deciros que a la par que empezaba mi andadura como residente en psiquiatría, inicié mi análisis personal y la formación analítica de orientación lacaniana por fuera de la red pública. Voy a permitirme, dado el año en el que estamos del 150 aniversario del nacimiento de Freud, mi modesto homenaje al padre del psicoanálisis rescatando algunos de sus textos donde precisamente habla de las dificultades para la enseñanza del psicoanálisis al que en ningún momento pretende científico. Precisamente en estos días se han sucedido artículos en diferentes periódicos que siguen fomentando la sospecha de «nuestra práctica». En El País del 26 de marzo hay un artículo bajo el epígrafe ¿Para cuándo la ciencia? En el que señalan que la principal crítica al psicoanálisis procede del mundo de la ciencia y no se dirige a Freud sino a sus seguidores. «No han sido capaces de convertirlo en una ciencia más rigurosa y con mayor base biológica», objeta el profesor Eric Kandel, premio Nobel por su contribución al conocimiento del aprendizaje y la memoria; El 6 de Mayo en el mismo periódico, Isidoro Reguera comenta que, con todo, ya que ni cura ni tiene validez científica, las propuestas del autor de «La interpretación de los sueños» no han pasado de moda sino que se han convertido en la única mitología contemporánea de Occidente ya que al menos abrió perspectivas sobre el ser humano desde un talante liberador, antimetafísico, antirreligioso y antiidealista siendo indudable su valor como forma de pensar.
Por tanto, ¿de qué se trata? ¿ cómo se trasmite el psicoanálisis?, ¿qué nos enseña?
El psicoanálisis es una manera de pensar al sujeto y su constitución: Se adviene a un mundo simbólico en el que el lenguaje tiene una impronta sobre la necesidad, modificando la demanda. No hay un objeto que se adecue como sucede en el reino animal en donde ante la señal de hambre, se come y el instinto se satisface. En el ser parlante entre demanda y necesidad se articula el deseo, motor de vida, que no se colma, no se satisface, ya que se inaugura en una falta estructural, falta en ser. No todo se puede nombrar con el significante, siempre hay un resto, un imposible de decir, un real, aquello que Lacan en su última enseñanza denominó como el «No hay relación sexual». La paradoja de Russell es una buena manera de dar cuenta desde la lógica de este aserto mediante el catálogo de todos los catálogos que no se incluyen a si mismos, donde siempre habrá un catálogo que falte, precisamente el que permite empezar a contar.
El sujeto emerge con una spaltung, una escisión o división, descompletado, por lo que va a desear más allá de la demanda. Al estar afectados por esta estructura de lenguaje, los bordes del cuerpo, las llamadas zonas erógenas, se invisten libidinalmente produciendo un modo particular de satisfacción, un recorrido pulsional propio de cada uno. Es en este nudo entre deseo en tanto significación (Bedeutung) y goce en tanto satisfacción (Befriedigung) que aparecerá el síntoma como un modo de expresión del sujeto junto con el resto de formaciones del inconsciente como el lapsus, el chiste, el olvido y los sueños.
Es precisamente porque apunta al sujeto que uno, en psicoanálisis, no se deshace rápidamente del síntoma como sucede con el resto de prácticas Psi, cuya promesa es ajustarse al ideal en el menor tiempo posible, lo que no es garantía para que el síntoma se elimine sino más bien que se desplace como constatamos en la práctica clínica.
No se trata ni del individuo, que hace alusión al Yo de la primera tópica freudiana, ni de la subjetividad sostenida en la imagen sino del sujeto que aparece en el intervalo, en el corte entre uno y otro significante siendo ahí representado. En el discurso, la localización subjetiva, está en la enunciación y no en el enunciado. Es esto lo que hace a la particularidad de cada caso siendo fundamental el trabajo del uno por uno. Lo que es válido para un caso lo es solamente para ese caso. No hay una hermenéutica de la interpretación y la hipótesis para la dirección de una cura no es falsable en el sentido popperiano del término de aplicar siempre lo mismo ante un mismo diagnóstico, como ocurre en la ciencia neopositivista, sino que cada sujeto tiene sus propios trazos, sus tropiezos. El inconsciente se presenta de forma sorpresiva, es un acontecimiento imprevisto.
La ciencia, que forcluye al sujeto del que venimos hablando, siempre tiene en cuenta la posibilidad, como nos demuestra la ingeniería genética o la reproducción asistida, con logros impensables hace un siglo, sin embargo el psicoanálisis apunta a la imposibilidad por lo que no está orientado ni por buscar la adaptación ni la complementariedad. Se trata de ir hacia la causalidad psíquica frente a la organicidad. Este es uno de los escollos con el que nos enfrentamos en la formación de nuestros jóvenes psiquiatras provenientes del discurso universitario, que precisa subvertirse, ya que nada se da por sabido, nada se comprende sino por sus efectos, retroactivamente. Freud en sus «Lecciones introductorias al psicoanálisis» de 1916 nos habla de tres dificultades para la trasmisión del psicoanálisis: «La primera de tales dificultades surge en lo relativo a la enseñanza, al entrenamiento en psicoanálisis. En la enseñanza médica estáis acostumbrados a ver… Hasta en la misma Psiquiatría, la observación directa de la conducta del enfermo y de sus gestos, palabras y ademanes os proporciona un acervo de datos… El tratamiento psicoanalítico aparece como un intercambio de palabras entre el paciente y el analista. El paciente habla, relata los acontecimientos de su vida pasada y sus impresiones presentes, se queja y confiesa sus deseos y sus emociones… Así, pues, no podréis asistir como oyentes a un tratamiento psicoanalítico, y de este modo nunca os será posible conocer el psicoanálisis sino de oídas, en el sentido estricto de esta locución…». Freud, a propósito de esta dificultad, recomienda a aquellos que quieran avanzar en esta disciplina «dejarse analizar».
La segunda dificultad la sitúa del lado de «los hábitos mentales» que se han ido adquiriendo durante el estudio de la Medicina: «… Se os ha habituado a fundar en causas anatómicas las funciones orgánicas y sus perturbaciones y explicarlas desde los puntos de vista químico y físico…». Para aproximarse a la vida psíquica, como he venido señalando, son necesarios otros puntos de vista.
Por último, la tercera dificultad que señala Freud es en relación a su época, que no dista tanto de la nuestra en algunos aspectos: «Dos afirmaciones del psicoanálisis son principalmente las que causan mayor extrañeza y atraen sobre él la desaprobación general. Tropieza una de ellas con un perjuicio intelectual y la otra con un perjuicio estético y moral…». Se refiere a la noción misma de inconsciente y al descubrimiento de la sexualidad infantil que provocó un gran escándalo en la sociedad vienesa de entonces. Es obvio que la enseñanza del psicoanálisis supone su existencia. Lacan en un artículo de sus Escritos, «El psicoanálisis y su enseñanza» (1957), nos plantea dos preguntas fundamentales para la trasmisión del psicoanálisis: lo que este nos enseña y cómo enseñarlo.
Nos enseña que la verdad del inconsciente no es la única verdad en términos absolutos, es no toda y por tanto va a tener estructura de ficción y que la emergencia del inconsciente como tal no es sin el lugar del Otro, con mayúsculas.
En cuanto a cómo enseñarlo es imprescindible el retorno de lo reprimido, en el sentido que si los conceptos fundamentales de Freud permanecen inquebrantables es por haber quedado en gran parte incomprendidos y no por eso hay que prescindir de ellos como algunas escuelas post-freudianas que eluden el concepto de pulsión de muerte.
«Todo retorno a Freud que dé materia a una enseñanza digna de ese nombre se producirá únicamente por la vía por la que la verdad más escondida se manifiesta en las revoluciones de la cultura. Esta vía es la única formación que podemos pretender transmitir a aquellos que nos siguen. Se llama: un estilo», concluye Lacan.
Es cierto que el psicoanálisis es una disciplina que permite mantener preguntas abiertas sobre sus conceptos, a los que siempre se puede volver desde otro costado, teniendo cada uno el tiempo para comprender que nos da la práctica clínica. Tal vez por esta plasticidad puede ponerse en diálogo con otras disciplinas como la filosofía, el arte, la estética, la escritura, como una manera de anudar lo refractario, es decir la sexualidad y la finitud, de forma inédita.
No me gustaría terminar sin unos comentarios sobre la actualidad en el campo de la salud mental, donde llevo tiempo aplicando el psicoanálisis a la terapéutica, que no es sin el horizonte del psicoanálisis puro, e intentando trasmitir mi experiencia a aquellos que tienen curiosidad por otra forma de hacer con la clínica.
La manera es discreta, como una gota de aceite, en los espacios que el amo deja. En el servicio que dirijo mediante charlas, seminarios, sesiones clínicas, supervisión individual y talleres clínicos donde los conceptos se aprehenden de otra manera, lo que va generando efectos. Por supuesto sin olvidar la dimensión ética que hace a nuestros principios y que nos orienta.
Miller en «Introducción al método psicoanalítico» nos dice que: las cuestiones técnicas son siempre cuestiones éticas, y es por una razón muy precisa: porque nos dirigimos al sujeto. Esto resulta fundamental para la clínica ya que «no hay clínica sin ética».
En este camino cuento con las soledades compartidas de los colegas del trabajo, que los hay, y de la escuela. Pienso que el encuentro de hoy es un modo de enseñanza.
El mes pasado, en Madrid, se realizó un ciclo en el Círculo de Bellas Artes, coordinado por Jorge Alemán, titulado «Freud Arqueólogo», uno de los ponentes, filósofo, revindicaba leer a Freud, traslado esta reivindicación a nuestros futuros psiquiatras.
Por Ana Castaño
Fuente: SISO/SAÚDE, Nº 43 – Otoño 2006