Ficha técnica

Título   Delirios melancólicos: negación y enormidad
Subtítulo   Jules Cotard: El delirio de negación – El delirio de enormidad (Selección)
Jules Séglas El delirio de negación
Título original   Études sur les maladies cérébrales et mentales (1891)
Le délire des négations. Séméiologie et diagnostic (1897)
Autores   Jules Cotard y Jules Séglas
Traducción de   Héctor Astudillo del Valle
Edición   1ª edición – 2007
Formato   170x240mm
Páginas   194
ISBN   9788484737124
PVP   No disponible

Descripción

La melancolía representa por sí misma, como ningún otro concepto, la locura antigua, la locura prepsiquiátrica anterior al siglo XIX. Un concepto que, pese a tantos esfuerzos en contra, se ha mantenido en activo, aunque es cierto que a regañadientes y en círculos cada vez más estrechos. En sus orígenes, melancolía y locura fueron equivalentes. La melancolía antigua, de origen hipocrático, no se limitaba a acoger las pasiones tristes que integraban su núcleo, sino que abarcaba confusamente todas las formas de enajenación, desde la hidrofobia a la licantropía, por señalar solo las más curiosas. La melancolía fue la enfermedad del alma por excelencia durante muchos siglos y, pese a la batalla desatada por el positivismo, sigue aspirando a un importante papel en los conflictos humanos. A fin de cuentas, es la única enfermedad que no ha cambiado de nombre, y es la que mejor define el malestar vital donde todos nos reconocemos. Hay una clara sintonía con ella, dada su comprensibilidad y su continuidad natural con la tristeza. No por nada la melancolía ha estado siempre en el centro de gravedad de las enfermedades mentales, aunque hoy ocupe en el imaginario social un rango inferior al de la esquizofrenia, ya plenamente independiente y quizá más moderna en su aparición, y tienda a desaparecer, como decimos, de la nomenclatura técnica. La melancolía es el centro de gravedad del deseo y sus estrategias. La vida discurre como una secuencia de pérdidas y duelos inacabables. Somos melancólicos en cuanto que deseantes, por mortal necesidad. Un mundo sin melancolía, es decir, sin la inclinación constitutiva de pensar las cosas hasta el final, es un espacio abonado para la emergencia exponencial de las depresiones. La depresión se instala como síntoma de la posmodernidad y, según se ha señalado, como cáncer del siglo. Y tras la depresión, el discurso médico promociona a la serotonina como causa de la enfermedad, sin darse cuenta del destino irónico que convierte a la discrasia serotoninérgica en una réplica tardía de la teoría humoral, aunque degradada y desprovista de sus conexiones y su grandeza.

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