Treinta y cinco grados de temperatura y trece mil kilómetros separan mi Tucumán natal, en el norte de Argentina, de la Ciudad de Valladolid, España. Hace poco más de un año que emprendí mi viaje, con una maleta de 23kg donde cabían todas mis pertenencias, con la intención de realizar el Máster de Psicopatología y Clínica Psicoanalítica dirigido por el Dr. José María Álvarez en la Facultad de Medicina de la Universidad de Valladolid. Si existen decisiones que cambian la vida, esta fue una de ellas.

La necesidad de saber y aprender de los que saben, para ayudar a los sufrientes del alma, me condujo por los laberinticos caminos del Psicoanálisis. Gracias a los conceptos brindados en el Máster, pude comprender, y de esta manera poner luz en lo que hasta ese momento me parecía una inmensa confusión y oscuridad. Es que, así como el análisis, la docencia está sostenida por el deseo, un deseo que circula y se pone a correr en términos de significantes.

En el último encuentro del año 2017 los temas que se abordaron fueron: Psicosomáticas, Histeria Disociativa e Hipocondría.

La primera ponencia estuvo a cargo del Dr. Fernando Colina, que con la exquisita elección que realiza de las palabras convierte cada clase en un banquete de metáforas, que motivan a la lectura de los clásicos de la psicopatología, así como también a los filósofos de la antigüedad.

Histeria Disociativa fue el tema desarrollado por el Dr. Kepa Matilla que combina la fuerza de la juventud con un brillante intelecto, capaz de citar a la letra los Escritos de Lacan.

El Dr. José María Álvarez expuso la Hipocondría, con el estilo que lo caracteriza y su capacidad para transformar conceptos complejos en palabras simples, acompañando siempre las enseñanzas teóricas con casos clínicos que enriquecen el aprendizaje. Esto sin lugar a duda tiene que ver con el amor por la profesión, el respeto a los padecientes, y la generosidad para brindar sus conocimientos.

Entre los casos analizados, se destaca el de Adriana, una costurera de 26 años, ingresada en el servicio donde se desempeñaba el Dr Charles Blondel, en el año 1908. Contaba entre sus antecedentes familiares, con unos padres con un «temperamento marcadamente emotivo», que se vio exacerbado luego de la muerte del único hijo varón a los trece años de edad por una meningitis, cuando la paciente tenía ocho años, repercutiendo en ella dolorosamente la desesperación familiar.  Esta jovencita, inteligente y relativamente instruida estaba diagnosticada como una Psicosis de Angustia con alteraciones cenestésicas y preocupaciones hipocondriacas. Dicho cuadro incluía una multiplicidad de padecimientos que no tenían una causa física demostrable, y que incluían dolores en las articulaciones y en los riñones, neuralgias diversas, calambres en las pantorrillas, frío en las piernas, calor en las manos, falta de fuerza y cansancio general. Por otro lado, las noches eran un suplicio porque no lograba conciliar el sueño, y cuando lo conseguía, era perseguida por pesadillas que no tenían fin. También era atormentada por voces que le decían que era una “Fulana” y que su lugar era la cárcel. Las enfermeras la describían como “caprichosa”, con un pudor excesivo y temores injustificados. La paciente atribuía todo lo descripto a un hecho capital sucedido casi una década antes de comenzar con las manifestaciones, y que consistió según su relato, en haber sido abordada por un muchacho desconocido, que con sospechosas intenciones, la tomó del brazo bruscamente, el susto fue tal, que ella gritó, se mareó y cayó al piso, acudiendo rápidamente un grupo de personas a ayudarla, ahuyentando al merodeador. Blondel dice que el recuerdo de una melodía es independiente del de los músicos que la tocaban y de las circunstancias en que se la oyó. Así mismo Adriana, en este Delirio Emotivo revive el miedo pretérito casi desgajado del acontecimiento que lo hizo nacer.

En todos los temas presentados en clase, la perturbación simbólica se traslada al cuerpo, de esta manera destacamos dos conceptos fundamentales: el hombre habla con su cuerpo, y el hombre goza sólo de su cuerpo.

Entonces surgen las preguntas, ¿cómo ayudar a estos sujetos que encontraron un goce supremo en el síntoma? ¿Cómo acercarlos al deseo, al motor de la vida? Y la respuesta es siempre la misma: a través del amor, porque como lo dijo Lacan en el Seminario X “sólo el amor permite al goce condescender al deseo”.

Por Gabriela Parano – Médico Psiquiatra
Valladolid, 17 de diciembre de 2017

Galería de fotos