El día 29 de septiembre pasado tuvo lugar, en el Centro Lacan de Valladolid, la conferencia titulada «La neurosis para principiantes», a cargo de nuestro amigo y colega José María Álvarez y acompañado por Fernando Martín Aduriz. Con esta conferencia daba comienzo al curso 2017-2018 tanto del SCF (Seminario del Campo Freudiano) así como de las diversas actividades, que ya tiene previamente programadas, la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis del Campo Freudiano en Castilla y León (ELP-CyL).

 

 

La conferencia levantó una gran expectación en la ciudad y en otros diversos lugares, tanto por el tema elegido como por la calidad del ponente pues no debemos olvidar que José María Álvarez es un reconocido psicólogo clínico y psicoanalista que lleva estudiando más de treinta años sobre la clínica, lo que le ha llevado a escribir numerosos libros y un sinfín de artículos, además de ser demandado como conferenciante dentro y fuera de nuestras fronteras —territoriales.

El tema elegido pretendía ser el preámbulo de lo que se trabajará en el SCF en Castilla y León para el presente curso, pero con la particularidad de que, en este caso, el destinatario de la misma era el público en general y no sólo los profesionales del mundo «psi». Comenzó su ponencia advirtiendo de la gran dificultad que suponía hablar de la neurosis, por ser ésta una categoría muy amplia. Para ello estructuró el desarrollo de la misma en cuatro puntos: características y rasgos generales de la neurosis, definiciones, aspectos históricos y los dos grandes perfiles de la misma: histeria y obsesión.

Características y rasgos generales de la neurosis

En primer lugar, la neurosis es lo más parecido a la normalidad. Si seguimos a S. Freud, la condición humana está enfocada desde un punto de vista neurótico, a diferencia de J. Lacan que observó la subjetividad desde el punto de vista de la psicosis. Para Freud todos somos neuróticos menos los locos.

Pero, ¿quién es un neurótico? Lo es aquel sujeto que tiene un conflicto consigo mismo y con los demás. Es alguien contradictorio, discordante, con tendencias que van de un lado para el otro y que, además, sufre él mismo de esta paradoja. Se podría decir —en palabras de José María Álvarez— que es alguien que entra en contradicción entre los deseos y los deberes, entre la razón y el corazón; es un sujeto dividido, que quiere saber y a la vez no.

El neurótico repite lo que no va bien, pues hay una cierta compulsión a la repetición, muy presente en esta categoría clínica. Ese sujeto neurótico sabe muy bien que esta repetición compulsiva no se supera, simplemente, con la «buena voluntad». La voluntad, por sí sola, es impotente para la solución; de ahí procede que las terapias de inspiración cognitivo-conductual fracasen de modo estrepitoso.

A diferencia del sujeto psicótico, el neurótico tiene conciencia de su parte enfermiza, es decir, que se reconoce en su historia, en sus fracasos, porque está íntimamente implicado y sabe bien que hay una participación suya en todo aquello que le sucede.

Los neuróticos son sujetos insatisfechos por excelencia. Gozan y sufren de la insatisfacción, que se encuentra en el fondo de toda neurosis. Se limitan la vida con inhibiciones y angustias; se atormenta con exigencias que jamás podrán cumplir o con culpas que nadie podrá restañar. Y cuando no puede solucionarlo el neurótico se acobarda. Toda su estrategia de neurótico, al fin y cabo, es mantenerse en el deseo por medio de la insatisfacción.

José María Álvarez finalizó, de manera sucinta, el apartado de las características para ofrecer una definición que contuviera todas ellas. Entre las sonrisas y las francas carcajadas del público asistente señaló que, como buen neurótico que es, ninguna le satisfacía lo suficiente, con lo que iba a exponer cuatro definiciones para que el concepto quedara lo suficientemente claro.

Definiciones

1) Alteración psicológica cuyos síntomas constituyen la expresión simbólica de un conflicto psíquico que hunde sus raíces en la infancia, ya que es en la infancia donde se gesta. No es que tenga, por fuerza, que aparecer una neurosis completa en la infancia; pero ahí está ya el germen y es tras el encuentro con determinadas vicisitudes de la vida cuando se desarrolla por completo aquello que ya estaba.
Haciendo alusión a las características citadas anteriormente, vendría a ser un conflicto entre la pasión y la razón, entre el deseo y la defensa, entre lo que uno quiere y uno se permite querer, entre el yo y la pulsión que, por lo general, se ha gestado en la infancia.

2) La segunda definición se compone a su vez de varios apartados:
a) Estructura u organización psíquica que se gesta en la infancia, aunque pueda aparecer más tarde.
b) Afecta al conjunto de toda la vida del sujeto. No es parcial pues se trata de una forma de vivir o de estar en el mundo.
c) Se diferencia de la locura con bastante claridad ya que el neurótico reconoce que lo que le sucede tiene que ver con él y con la historia que han vivido. Tiene conciencia de enfermedad o, dicho de otro modo, hay un reconocimiento subjetivo de lo que le pasa.
d) Los sujetos neuróticos están bastante adaptados a una realidad común en función del contexto y del tiempo vivido. Los relatos del neurótico están bastante adaptados (nadie diría que ha nacido de una coliflor, por ejemplo) ya que, en este sentido, tienen una adaptación a la realidad, no están al margen o son una excepción de la sociedad tal y como lo son los psicóticos.
e) Se distingue de las enfermedades orgánicas porque estas últimas siguen las leyes de la anatomía y de la fisiología mientras que las neurosis siguen las leyes del lenguaje.

3) Freud vincula estrechamente la normalidad con la neurosis. Para él la persona es, por excelencia, neurótica; esto lo dice ya en 1900 en su famoso libro La interpretación de los sueños. Freud enlaza, pues, la neurosis con la normalidad.

4) Lacan tiene una perspectiva diferente a la de Freud, pues para él la normalidad y la neurosis están algo separadas. Él habla de la neurosis como una estructura, de manera que si es una organización psíquica es distinto de lo que podría ser un sujeto normal, al menos en el sentido abstracto.
Lo que es interesante en el enfoque que realiza Lacan sobre la neurosis —que rescata de Freud— es la relación que tiene el sujeto con el deseo. Da con una clave esencial: qué tipo de relación tiene el sujeto con su deseo. Y observa diferencias de lo que puede ser una posición más histérica de una posición más obsesiva, pero en ambas dos existe un fondo de insatisfacción. En la histeria hay una insatisfacción decidida, así que hará todo lo posible por mantenerse en esta posición, se nutre, por decirlo de algún modo, de ella. Es decir, ante la posibilidad de satisfacción en el sujeto histérico, cuando se encuentra con algo que puede colmar su falta, no sabe qué hacer. El obsesivo, sin embargo, hace del deseo algo no posible, anudando un deseo a una condición imposible.
Lacan trata de enfocar la neurosis a partir de lo que él denomina «la pregunta neurótica» reprimida y a veces, no tanto. En la histeria lo que está en juego es la sensualidad, la seducción, etc., por lo que las preguntas, inconscientes por supuesto, estarían más del lado de la posición y del deseo sexual: ¿Qué es ser una mujer? ¿Soy hombre o mujer? ¿Qué desea un hombre? ¿Qué desea una mujer? ¿Qué es una mujer para el deseo de un hombre? ¿Qué es un hombre para el deseo de una mujer? ¿Qué es una mujer para el deseo de otra mujer? En cambio, en la pregunta del sujeto obsesivo predomina la cuestión de la existencia y de la muerte. Un obsesivo es un muerto en vida, alguien que transita por ella, de continuo, con un perímetro de seguridad. Siempre con un ‘por si acaso’ por lo que la preguntas esenciales del obsesivo serian: ¿Estoy vivo o muerto? ¿Qué es estar vivo? ¿Cuándo moriré? ¿Dónde iré tras morir?

5) La última definición es una forma de entender la neurosis del propio José María y es percibirlo desde el punto de vista de una defensa exitosa contra la locura o, dicho de otra manera, la neurosis es una buena protección contra la locura. Se trataría de una estructura que le permite al sujeto seguir deseando sin enloquecer.

 

 

 

Aspectos históricos

William Cullen, médico y químico escocés, fue quien acuñó, por primera vez, el término de «neurosis» —en 1769— definiéndola como una enfermedad derivada de la irritabilidad los nervios. El concepto de neurosis es, pues, una categoría nosográfica y nosológica muy reciente, de mediados del siglo XVIII, que brotó dentro del discurso médico. Se creó para nombrar algo que surgía en la especialidad neurológica. Sin embargo, con el transcurso del tiempo, se fue gradualmente desplazando a un lugar que no tiene nada que ver con aquél, porque todas las respuestas que se trataron de ir dando a cerca de la fisiopatología, de la anatomía e, incluso, de las descripciones clínicas no había forma de acomodarlas al punto de vista médico; de ahí que la neurosis fue virando, de forma pausada, a denominarse primero «psiconeurosis» y después, simplemente, «neurosis». Es muy interesante conocer toda la historia de los movimientos conceptuales porque es muy importante saber cómo se han ido gestando y construyendo todas estas categorías a las que me refiero.

Philippe Pinel, el fundador de la psiquiatría como especialidad médica, antes de dedicarse a la alienación mental, cuando estudiaba el campo de la neurosis la definió diciendo: este campo constituye una mezcla muy extraña de tres elementos: la medicina, la historia del entendimiento humano y la filosofía moral. Ya se veía que los modelos médicos no acababan de explicarla bien y la desplazaban a eso que llaman psicología moral que es la psicología de los antiguos filósofos. La psicología de Cicerón, de Epicteto de Frigia y demás.

Después de Pinel, en el siglo XIX, debatirán los neuropsiquiatras entre ellos—en el firmamento de la clínica—, para establecer qué es la neurosis y qué es la locura. Por un lado estaban los partidarios de la corriente organicista (para quienes todo dependía del sistema nervioso central, por supuesto, y de su funcionamiento) y por el otro los representantes de lo mental (el cerebro sólo es una parte de lo psíquico) que opinaban que la neurosis no tenía nada que ver con las neuronas sino más bien con las pasiones. Coincidían, en cierto modo, con los filósofos de la Antigüedad clásica.

¿Por qué son los neurólogos los que desplazan la neurosis al mundo de la psicología? Tenemos que tener en cuenta que en el siglo XIX los neurólogos eran grandes clínicos, pero poseían muchas limitaciones, debido a la falta de medios a la hora de diagnosticar, sin los avances que tenemos nosotros hoy en día: resonancias magnéticas nucleares, tan en boga, de electroencefalogramas… Observaban que los síntomas que padecían sus enfermos parecían, a primera vista, neurológicos pero no se correspondían con una explicación neurológica. Esto que empieza siendo una rara enfermedad neurológica se acaba desplazando a una cuestión de la subjetividad.

Pero, ¿cómo explicar todo esto? Desde el punto de vista médico puede resultar más fácil, pero desde la psicología patológica ya resulta más complicado. Es a partir de este punto que comienza todo un campo de construcción, de un saber en el que interviene decisivamente Sigmund Freud. Es Freud quien asienta todos estos términos y es el encargado de dotar de un marco conceptual y de registrar los conceptos de la neurosis. De descubrir los mecanismos que están por debajo de toda la neurosis.

¿Cómo cimenta Freud la conceptualización de la neurosis? Construirá la neurosis en contraposición a la locura. Tenemos que tener en cuenta que  para construir un saber, necesitamos dos términos contrapuestos, porque en el hombre el sistema de percepción es el lenguaje, y éste es binario por eso nuestras teorías son binarias.

En cuanto a la obsesión es a Freud a quien le debemos dicho nombre, pues antes de él se denominaba de muchas maneras: locura de la duda, locura del tacto, monomanía instintiva… Era todo un guirigay pues no había manera de articular unas descripciones con otras. Freud se dio cuenta de que existía un denominador común en todos estos sujetos: la coacción. Cuando Freud quiso dar nombrar este tipo de patologías se da cuenta que los sujetos tienen una coacción interior a tocar cosas, coacción de sentir lo que no quieren sentir, etc. Y cuando las nombra establece la coacción como el eje central de todas las manifestaciones de los obsesivos.

Con la histeria le sucede lo mismo. Freud no se deja llevar por los síntomas de las histéricas ya que se hubiera perdido, tanto como los demás, sino que establece otra lógica. Cuando aparece un síntoma es porque el sujeto se está defendiendo.

Pero que sería lo común y lo dice en La interpretación de los sueños —como paradigma “El sueño de la bella carnicera”— es decir, en un sueño esta la síntesis de lo que es la histeria. Freud descubre que hay una pasión por mantener el deseo no cumplido, insatisfecho, que es lo que conjunta a todos los sujetos histéricos.

Estas aportaciones de Sigmund Freud son de un gran valor como clínico ya que  hacer categorías pequeñas es muy fácil; mucho más complicado es crear una categoría grande, muy profunda, que, además, toque lo esencial.

Para Freud cuando aparece un síntoma es porque el sujeto se está defendiendo. Cuando hablamos de «defensa» lo empleamos como sinónimo de rechazo: hay algo que el sujeto rechaza, repele. Y es la defensa el común denominador que se haya en todos los sujetos neuróticos. En sus primeras versiones, Freud dirá que este rechazo tiene que ver con las representaciones (reprimidas), pues el sujeto no quiere saber, no quiere pensar. A medida que avanza en su teoría dará muchas vueltas sobre qué rechazan los sujetos, señalando que se protegen de cosas insoportables, de goces que constituyen otro tipo de densidades; en definitiva, que un sujeto se defiende porque la situación es mucho peor que la que puede conseguir con una estrategia.

Para concluir la conferencia, José María nos habló brevemente de los perfiles clínicos de la neurosis: la histeria y la obsesión. Apunto que para conocer cualquiera de los perfiles, el buen clínico debe realizar descripciones casi literarias de los pacientes, que le ayuden a encontrar los puntos fundamentales o puntos nodales y poderlos diferenciar de los accesorios. Nos remitió a su última obra Estudios de psicología patológica (2017) para todos aquellos que quisieran saber o profundizar más sobre la histeria y la obsesión, pues dado el tiempo y el marco en el que estaba, sólo alcanzaba a dar unas pequeñas pinceladas que, a continuación, recogemos.

Histeria

Como sujetos de deseo todos somos en alguna medida histéricos (Freud mismo opinó que la ‘lengua fundamental’ de la neurosis es la histeria). Ahora bien, el sujeto propiamente histérico hace extrema la política de la insatisfacción, haciendo de la misma su modo de vivir. El sujeto histérico oscila entre la queja, la decepción grandilocuente y la respuesta rabiosa si bien, cuando está enfermo, le queda una demasía de insatisfacción. El sujeto histérico está en constante movimiento, de ahí que le podamos curar de las trampas que se busca pero no de su primordial insatisfacción.

Cuando son mujeres las histéricas —también hay hombres, como le enseñó a Freud su maestro J.M. Charcot— siempre nos encontramos ciertas preguntas relacionadas con la relación con los hombres, qué es una mujer para un hombre, cómo se puede gozar y demás —como anteriormente reseñé— y siempre nos encontramos la presencia de la «Otra mujer» puesto que las mujeres instituyen sobre ella el saber sobre el goce, sobre el deseo, sobre cómo tratar a los hombres, etc. Y lo hacen porque para poder contestar a todas estas preguntas es una tarea muy complicada. A través de esta delegación en la «Otra mujer» la sujeto histérica encuentra a la mujer que, supuestamente, sabe sobre dichas cuestiones, tan enmarañadas. Otra cosa es a quién elige, a qué mujer escogen como modelo de ese saber.

Lo que le hace sufrir al sujeto histérico es el desamor. Es una respuesta muy freudiana, pero al histérico no le interesa tanto el sexo como el amor. Le interesan las historias de amor. Un sujeto que se pone demasiado pesado con los signos del amor. Los sujetos obsesivos van a otras cosas porque tienen escindido el objeto de amor del sexual («Sobre una degradación general de la vida erótica», escribió Freud). El problema del sujeto histérico es que se pone muy testarudo con los signos de amor. No es que no haya signos de amor sino que no encuentra nada que le garantice el amor del otro, un amor que debiera ser incondicional. Y es normal porque quién puede decir que uno ama incondicionalmente a nadie. Hay toda una especie de sufrimiento de amor que se acompaña de la terquedad y de la reivindicación.

Otra característica, a diferencia de las obsesiones, es la presencia de manifestaciones corporales. El cuerpo, se puede decir así, es el pregonero de los desórdenes psíquicos, sobre todo lo era en la época de Freud. Hoy en día los médicos de Atención Primaria tratan cantidad de casos de dolores raros, de síntomas que se denominan de «somatización» o de conversión, donde algo del problema psíquico se expresa a través de una disfunción de diversos órganos o aparatos del cuerpo.

Otra característica de la histeria es la identificación. Un sujeto histérico es capaz de identificarse, desconociendo que está identificado a otro, y por lo general, se trata de la identificación a su síntoma —la histeria es contagiosa, ya lo dijo Freud y puso un ejemplo clínico de lo sucedido en un internado de chicas—. Cuando se habla con un sujeto histérico, que se queja de unos determinados síntomas, uno debe preguntarse a quién se ha identificado. Normalmente está identificado al padre, aunque bien es verdad que no siempre. Pero el mecanismo, la patogenia, de la formación del síntoma aparece en la identificación.

Otra de sus características es el desafío. Allí donde hay un Amo hay un sujeto histérico que dirá: tú no sabes, tú no me vas a curar, tú eres un pelele.  Por esto que apunto el mal terapeuta es el que se lo toma en serio, o de forma personal, ya que el histérico no está hablando al terapeuta; muy al contrario está hablando a su Otro que es a alguien a quien desprecia. Lacan lo capta muy bien en una frase memorable: «Ella (la histérica) quiere un amo (…) Quiere que el otro sea un amo, que sepa muchas cosas, pero de todas formas que no sepa las suficientes como para no creerse que ella es el premio supremo por todo su saber. Dicho de otra manera, quiere un amo sobre el que pueda reinar. Ella reina y él no gobierna». Nos apuntó José María Álvarez, que quien comprenda esta frase entiende lo esencial de la posición histérica.

Por último tenemos la intriga histérica. El sujeto histérico es alguien que esparce humo allí por donde el pasa, por decirlo de alguna manera.  Todo está tranquilo hasta que aparece el sujeto histérico: el cazador acaba cazado, el médico acaba enfermo; todo se vuelve patas arriba. Necesita esparcir ese humo para mantenerse en el deseo, en la insatisfacción, y hacerse notar que está allí. Es lo que se llama, vulgarmente, el «histrionismo» histérico.

Obsesión

Un sujeto obsesivo es alguien que sufre de lo que piensa, que está atormentado. Piensa lo que no tiene que pensar y, además, lo más curioso es que lo hace con tanta fuerza que no puede salir de ese pensamiento. Este pensamiento está asociado a una angustia o a un afecto que no proviene de ahí. Se trata de un pensamiento inocuo, estúpido, que se asocia a una angustia tremenda. En realidad el obsesivo sabe que sufre de bobadas. Podemos decir, desde cierto punto de vista, que realizó un paso bien, que es el de asociar la angustia a una bobada, pero sin embargo, no lo hizo suficientemente bien pues no fue capaz de deshacerse con ello de la angustia.

El obsesivo, con respecto al deseo, es un especialista en congelarlo. Dicho en términos coloquiales: ni siento ni padezco. ¿De qué manera congela los deseos? Un modo típico es prevenirlo todo, calcularlo todo y controlarlo todo. Un sujeto obsesivo se lo ha jugado todo a la seguridad y al control. Para que no pase nada, no vaya a ser que goce o desee algo, de un imprevisto por ejemplo. Pero nadie lo controla todo y mucho menos los pensamientos, que van a su aire. Se trataría de tolerar los pensamientos, te gusten ellos más o menos. Se trataría de no intentar controlar todas las cosas porque haciéndolo uno se mete en el laberinto —del Minotauro.

Naturalmente que sostenerse en el mundo del deseo, el desear al otro, hacerse desear por el otro, sufrir la desconsideración, la falta de amor, ser ninguneado, todas estas cosas muy humanas son muy enmarañadas. Hay gente, cuyo paradigma sería el sujeto obsesivo, que se monta un edificio paralelo y en vez de tratar de obtener una resolución rápida está dando vueltas y vueltas y más vueltas en su pensamiento («rumiación mental»; lo que hacen los animales rumiantes con la yerba mientras comen) por esa relación tan particular que tienen con el deseo.

Hay otras características de los obsesivos como es el sentimiento de culpa. El obsesivo está metido hasta las cachas en el auto-reproche, en el martirio interior, con las auto-exigencias. Pero, en el fondo, todo esto tiene que ver con el deseo, con lo que los padres quieren de nosotros, con lo que se transmite a los otros, y por tanto, no podemos hacer de esto una enfermedad del cerebro una enfermedad hereditaria, genética. En todo caso se hereda en el sentido del gran antropólogo Claude Lévi-Strauss: en lo que te dicen o te cuentan, en la incoherencia misma de los padres…, y esto es lo que constituye este mundo tan normal como es el mundo de la neurosis y que es posible curarse de ella, sobre todo si uno se encuentra con un/a buen/a psicoanalista, si bien no conviene curarse del fondo histérico.

José Manuel de Manuel es socio de la Sede de Valladolid de la ELP-CyL. Encargado de la BOL (Biblioteca de Orientación Lacaniana) de Castilla y León.