En el presente artículo se propone realizar una pintura de la época a partir de una categoría clásica como lo es la melancolía. Lejos del pensamiento barroco, la melancolía desnuda aspectos de nuestro tiempo verdaderamente significativos: las identificaciones conformistas y el rechazo del inconsciente. Dos de los obstáculos claves que confrontan al psicoanálisis con su propio discurso

Introducción de la melancolía

La tradición clásica encuadra a la melancolía como el prototipo de la locura. Su sonido nos transporta a un drama absolutamente intemporal en donde el dolor de existir parece adquirir variedad de formas y de vestimentas [1]. Si la tristeza y la culpa arrastraron al hombre premoderno, la modernidad lo arrojó a la invención de un delirio razonante; la posmodernidad, por su parte, lo sumergió en la fatiga y el aburrimiento.

La melancolía es un signo de nuestro tiempo. Hemos caído bajo el manto viscoso de la bilis negra, fluido errante de carácter epidémico que hoy se nomina depresión. Pero también nos encontramos con los modos de conformidad apática del individuo consigo mismo, el conformismo narcisista. La melancolía hoy, al igual que ayer, implica el sentimiento doloroso de existir, pero al mismo tiempo la anestesia. Curiosamente, todo tipo de recursos técnicos vienen curiosamente reafirmar este aspecto anestésico; por citar alguno: el uso indiscriminado de los modernos antidepresivos, propuestos como «drogas de la felicidad», que no son otra cosa que blindajes libidinales. Efectivos para tapar la tristeza pero también neutralizar la angustia; su operatoria es la elevación del umbral de sensibilidad, aunque el precio a pagar es el de encubrir las pasiones.

No vamos a detenernos aquí en demarcar las indicaciones precisas que existen para que alguien que padece una depresión clínica deba ser tratado con psicofármacos (2], sino a establecer una semblanza del tono melancólico del hombre de hoy. Con la introducción de la Fluoxetina (un inhibidor de la recaptación del neurotransmisor serotonina) se verificó que, a diferencia de los viejos antidepresivos, podía actuarse sobre receptores cada vez más específicos con menores efectos adversos (menor perturbación del cuerpo) haciendo lo que se llama una droga confortable. Peter Kramer en Listening to Prozac [3] afirma que tanto el paciente anhedónico medicado con Prozac como el cocainómano «tienden a compensar su falta de capacidades hedónicas», vemos entonces que este campo de lo «confortable» introduce claramente una indiferenciación entre tratarse y drogarse. ¿Será necesario aquí mencionar el impudor del hombre actual? [4]

Hay una imagen que siempre me ha subyugado y que se encuentra en el frontispicio de la Anatomía de la melancolía de R. Burton: «El innamorato melancólico», el autor quien es un monje anglicano y que decidió escribir este tratado (el cual viene a ser un compendio de todo lo que hasta 1621 se dijo sobre la melancolía) retrata esa imagen así:

En la columna inferior está el Inammorato, con los brazos cruzados, con la cabeza baja, conciso y educado, seguro que está componiendo alguna cantinela. A su alrededor están el laúd y los libros, como síntomas de su vanidad. Si todo esto no lo representa suficientemente, acércate la pintura más a los ojos. [5]

 

 

Este retrato nos introduce anacrónicamente en una imagen del futuro, no nos interesa exhumar el pasado para decir eucrónicamente lo que fue para Burton la melancolía, sino entender cómo de ese drama intemporal puede venirnos una explicación del futuro.

La imagen que nos pinta el autor nos introduce en la travesía narcisística de un sujeto volcado a sí mismo, donde un rasgo del objeto regresa hacia un rasgo del sujeto. Prestemos atención (como lo pide el autor) que la mirada del personaje retratado no puede ir más allá del cuerpo propio (el sombrero de ala ancha y la cabeza baja no le proveen perspectiva), los brazos están cruzados en un nudo que no puede ser otra cosa que la consistencia imaginaria. El laúd y los libros como síntomas de su vanidad, dan a entender que el arte y el saber son dos expresiones melancólicas pero también síntomas de su ostentación. El autor nos está queriendo decir algo cuando nos solicita que acerquemos la pintura más a los ojos en caso de que no veamos, o en caso de que no sea una representación lo suficientemente convincente.

Depresiones sin culpa

El hombre de hoy ha sido exonerado de su culpa, «¿quién te quitaría a ti de los hombros el peso de tu melancolía?» preguntó Zaratustra, a sabiendas de que era imposible de que el viejo Dios resucitase. El abandono de Dios y la ausencia de culpa han transformado al hombre actual en alguien sin deseo, aquél cuya depresión ha reemplazado el delirio de culpa por la fatiga de ser. Su condición de sujeto que lo hace culpable de su existencia ha sucumbido ante el borramiento de su división.

De ahí que es un error pensar que el sujeto del inconsciente sería un dato de la naturaleza o una esencia inmune a las transformaciones sociales. No hay nada que ontológicamente haga existir al sujeto del inconsciente si no es que el psicoanálisis instaura las condiciones de su operatividad. Esto se traduce de la siguiente manera: «el psicoanalista forma parte del concepto de inconsciente» [6].

Las formas actuales del funcionamiento del sujeto contemporáneo parecen demostrar de manera dramática la revocación progresiva del sujeto del inconsciente. La manifestación del deseo como expresión máxima del sujeto del inconsciente queda marginada por la anulación nihilista que puede relevar dos aspectos: el reforzamiento narcisístico del yo comandado por las identificaciones sólidas o bien la exigencia imperiosa de goce. Lo que Lacan llama en una conferencia en Milán, la «evaporación del padre» permite pensar una nueva clínica a la luz de lo que se ha dado en llamar las identificaciones sólidas o conformistas. Ciertamente, el hombre cerrado sobre sí mismo da la perspectiva de cómo el lazo al Otro ha quedado reducido una la reproducción monótona de sí. Es la apatía frívola que paraliza su vida emotiva, más cerca de la pulsión de muerte que del deseo. Lo que tradicionalmente en las neurosis se presenta como una clínica de las vicisitudes amorosas hoy transita lo que podríamos llamar una clínica del riesgo del amor: ¿podré sostener un enamoramiento no loco? ¿es posible amar a una sola persona por vez? ¿encontraré un amor que no me rechace? ¿Habrá un partenaire que no abuse de mí? ¿podré ser fiel? ¿puedo evitar que mi amor se transforme en mierda?, ¿me haré del tiempo suficiente para que nos encontremos?

Es cabalmente una clínica antagonista al discurso amoroso, una clínica que llamaríamos del «antiamor» [7]. Despojada de los emblemas del romanticismo, expresa más bien su reverso barroco mediante un goce maldito, nocivo para la vida, ruinoso, no encuadrado en el fantasma, no articulado al inconsciente.

Cabe recordar que, dentro de las pocas menciones hechas por Lacan a la melancolía en su obra, se recalcan dos aspectos: el pasaje al acto suicida y el dolor de existir. Claramente se trata de dos detalles que no son, en modo alguno, conspicuos de la melancolía. Por lo cual es verdaderamente sugerente que el doctor Lacan, formado en las grandes luces de la psiquiatría francesa no haya resaltado los signos clínicos de rigor en el cuadro: la tristeza, la hipocondría, el delirio de culpa, de ruina o de indignidad. A decir verdad, en lo que respecta a la tristeza, ocupó todo un pasaje de su texto «Televisión» [8]; pero en particular, el delirio melancólico —construcción que llega a sorprender por el alcance que ésta puede tener, incluso llegando a la inmortalidad como en el delirio de Cotard [9]— no fue consignado por él, hasta donde sabemos, en ninguna parte de su obra.

¿Cuál sería la razón por la cual margina la expresión delirante de la melancolía? Nuestra opinión, que toma el viso de una ligera conjetura, es que este delirio no lleva a ninguna construcción del Otro.

Una época ligada a las identificaciones conformistas

La época que fue designada como la del «Otro que no existe» (J.-A. Miller-E. Laurent) [10] es ilustrativa a mi modo de ver del ascenso de lo que llamaré las nuevas melancolías.

Esto que se manifiesta antagónico al trabajo del inconsciente, exhibe su paroxismo en una suerte de oscilación continua, una suerte de herradura cuyas puntas no logran tocarse, de un lado tenemos el conformismo narcisista y en el otro, la desregulación pulsional. Mientras en este extremo de la herradura tenemos todas las aperturas al consumo, la tendencia continua a la evacuación de la tensión interna, las diferentes compulsiones y todo aquello que proscribe el intercambio con el otro sexo, en el otro extremo, el conformismo narcisista, es donde localizaríamos las nuevas melancolías ¿Por qué nuevas? No se trata de las formas psicopatológicas comprometidas con la tradición psiquiátrica ni con la moda cultural del spleen, sino con la insistencia en la que se presentan dos cuestiones: el rechazo del inconsciente y el problema de las identificaciones.

Cabe reiterar entonces que no hacemos referencia a la máscara melancólica y su tipo clínico (dolor moral, delirio de culpa, ruina e indignidad, autorreproches, hipocondría, etc.) sino a los aspectos que confrontan al psicoanálisis (rechazo/consistencia imaginaria) y que se hallan con prevalencia en infinidad de casos raros o aquellos que expresan posiciones inconmovibles.

Mientras el paranoico, por su posición de «mártir del inconsciente» [11] tiene más afinidad con la elaboración, con cierta subjetivación, el melancólico antagónicamente rechaza el inconsciente. Sus dos expresiones más notables pueden situarse en los extremos de gravedad: el estupor melancólico o la inhibición; pero ¿por qué no recordar la fases intercríticas (asintomáticas) cuando los mismos no quieren pensar ni hablar de lo sucedido en términos subjetivos? Otro elemento es el funcionamiento de las identificaciones ideales, que Lacan localiza tempranamente (año 38′) sobre un fondo de «insuficiencia de la vitalidad humana» [12]. Mientras el hombre neurótico sufre de no encontrar una estabilidad para ser (falta-en­ser), el melancólico adquiere su estabilidad con el ser mediante una identificación ideal (la sobreadaptación o la sobreidentificación: ser el trabajador, ser el estudiante, ser el soldado, etc). En su escrito Acerca de la causalidad psíquica hablará de que la historia psíquica del sujeto «se desarrolla en una serie más o menos típica de identificaciones ideales». Vale decir, el yo está capturado por la imagen del otro, imágenes ideales del otro, efecto que ha dado en llamarse de alienación. De hecho, en el caso Aimée Lacan ya había demostrado en su tesis de psiquiatría esta captura identificatoria en un sujeto paranoico en el pasaje al acto donde se hiere al otro, el sujeto lesiona una imagen ideal que lo había fascinado a lo largo de su existencia. Este efecto de alienación da cuenta de que al golpear a ese otro el sujeto se golpea a sí mismo. Lo que está latente en Aimée es el estadio del espejo, de allí que concluimos que el narcisismo es la paranoia y en este sentido vale para todo sujeto. En el Informe de Roma, Lacan distinguirá el yo ideal del ideal del yo, funciones que de alguna manera se confundían en la imago. Descompondrá entonces esta imago y la repartirá entre el ideal del yo —función simbólica— y el yo ideal —función imaginaria—.

Finalmente, no deberíamos soslayar las menciones dadas en el seminario de Las psicosis (1955-56) a las personalidades como si, las cuales —como bien dirá su autora Helen Deustch— tratan de establecer por medio de la identificación «la validez de su existencia», un «anonadamiento significante» llamará Lacan a este tipo de comportamientos «normalizados» que se depositan sobre un vacío edípico [13].

División o identidad

Nuestro colega y librepensador Fernando Colina, ha diferenciado en las psicosis dos posiciones dentro de lo que él llama dos «heridas humanas incorregibles»: la esquizofrenia, que ubica del lado de la «división» y la melancolía que sitúa del lado de la «identidad». Ambos «… encarnan los dolores que por excelencia asaltan al ser humano: la nada, esto es, el vacío de la existencia… y la sima interna que rompe de un tajo nuestra identidad y es capaz de separarnos de nosotros mismos.». La melancolía exhibe para el autor una constancia «casi imperturbable» a lo largo de las épocas, mientras que la División está íntimamente vinculada a la modernidad en cuanto a los cambios que se generaron en el ámbito de las ideas, en el deseo y «en los pilares de la identidad» [14]. Esto nos permite entender, bajo esta constancia de la melancolía, el tono del hombre actual, las manifestaciones del rechazo del inconsciente que se urden en nuestro tiempo, el lugar que tienen los desechos en nuestro mundo y la identificación del sujeto con esos objetos de desecho (el llamado objeto a). Muchos de los casos descriptos en el campo de las «psicosis actuales» (psychoses ordinaires) describen el efecto que Jacques-Alain Miller llama de «externalidad subjetiva», produciéndose allí el tipo de identificación descripto, que no es simbólica, sino más bien real, puesto que sobrepasa a la metáfora. Por eso es que el sujeto puede transformarse en un desecho y descuidarse al punto más extremo. Es una suerte de «identificación real porque el sujeto va en la dirección de realizar ese desecho en su persona. Finalmente, puede defenderse de eso por un extremo manierismo» [15].

Amor se fue…

Volviendo al dato paradójico, sino perturbador, de las depresiones sin culpa, nos interesa concluir con el estatuto actual de la melancolía (como pintura de la época) desgajada, como ya dijimos, de su pintura clásica.

La división introducida en el sujeto da al sentimiento de culpa un carácter eminentemente ético: el sujeto de la culpa es un sujeto que está en grado de reconocerse éticamente como responsable del propio deseo. Pero es esta responsabilidad la que la cobardía moral del depresivo rechaza. En la dialéctica del deseo neurótico el sentimiento de culpa señala la tensión siempre presente tras el deseo y la ley, lo que lo hace ser un prerrequisito para su «analizabilidad». En este sentido, la clínica de la neurosis sería una clínica del sentimiento de culpa, una clínica de la subjetivación de la culpa, en contraposición con la paranoia donde se le imputa la responsabilidad al Otro; esta última es una clínica de la defensa y del sostén de una acusación inderogable frente a la culpa imperdonable del Otro.

¿Qué sucede entonces con la culpa de la melancolía? No hay ninguna subjetivación de la culpa, lo que se produce en su lugar es un rechazo del Otro. Solo el pasaje al acto puede realizar la separación de la culpa. Aunque esto se produce en tanto y en cuanto el sujeto se haya reducido a un objeto de puro desecho.

La hipermodernidad es una época de eclipse del deseo y a la vez de una difusión epidémica de la depresión. En esta nueva forma del afecto no se trata de la pérdida (del objeto) y de la dificultad de poder simbolizarlo, sino de la presencia incómoda del objeto con su entorpecimiento del deseo inconsciente. La felicidad del discurso capitalista encuentra en el marketing de la depresión su pathos, de ahí que Lacan tiende a sostener siempre que la ética del deseo no coincida con la ética de la felicidad. En este sentido, para que exista una ética del deseo debe haber, en efecto, una renuncia, una abdicación (entiéndase lo barroco del término) al cortocircuito de goce generado por el imperativo superyoico.

Si para el psicoanálisis la culpa surge como efecto ético del tratamiento del propio deseo, su resolución no puede venir más que de una nueva alianza del sujeto con su propio deseo, con su posibilidad de invención. En la depresión como cobardía moral el sujeto cede a su propio deseo y obedece al comando superyoico. De ahí que algunos llamen a esta cobardía moral una «forclusión ética del sentimiento de culpa» [16] y, yendo aún más lejos, en la melancolía propiamente habría incluso una abolición del deseo. Ahora bien, este tiempo, ¿no muestra una abolición del deseo, un modo de demanda (pulsión) desarticulada al deseo?

Kierkegaard en La repetición recuerda que a los melancólicos se les suele enfatizar que se consigan una novia para poder curarse, cuando en realidad su alma está ocupada por lo que es más importante que es la melancolía [17]. Difícil es decir si el melancólico ama o no, puesto que la regresión narcisista es un modo libidinal admitido como causal, pero lo cierto es que la nueva melancolía que amanece como un sol negro de nuestro cielo, es la estampa del rechazo del amor.

Notas

[1] Álvarez, 3. M.: «Retrato del melancólico», Cuadernos de psicoanálisis, Valladolid, 2014, N° 36, p. 89.[2] Con mi colega Pablo Fridman hemos dedicado un curso de posgrado para demarcar el horizonte clínico de las depresiones en relación al psicoanálisis. Clínica de la depresión. Seminario de Posgrado. Facultad de Psicología (UBA). Agosto-Setiembre de 2014.[3] Kramer Peter: Listening to Prozac, Estados Unidos, Penguin, 1997.[4] «… tiene que resultarnos llamativo que el melancólico no se comporte en un todo como alguien que hace contricción de arrepentimiento y de autorreproche. Le falta (o al menos no es notable en él) la vergüenza en presencia de los otros, que sería la principal característica de este último estado.» Freud, Sigmund. Duelo y melancolía, Buenos Aires, Amorrortu, 1997, 244-245[5] Burton, Robert: Anatomía de la melancolía, Madrid, AEN, 1999.[6] Lacan, Jacques: El seminario, libro 11 Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1999, p. 130. Ver también nuestro desarrollo en: Vaschetto Emilio. Los descarriados. Clínica del extravío mental entre la errancia y el yerro, Buenos Aires, Grama, 2010.[7] Coincidimos en este punto con nuestro colega Massimo Recalcatti en: L’uomo senza Figure della nuova clínica psicoanalítica, Milán, 2010.[8] «La tristeza, por ejemplo, la califican de depresión, y le dan el alma como soporte, o la tensión psicológica del filósofo Pierre Janet. Pero no es un estado de ánimo es simplemente una falta moral, como seexpresaba Dante, o también Spinoza: un pecado, lo que quiere decir una cobardía moral, que solo se sitúa en última instancia a partir del pensamiento, es decir, a partir del deber de bien decir o de orientarse en el inconsciente, en la estructura./ Y lo que sigue, por poco que esta cobardía, por ser rechazo del inconsciente vaya a la psicosis, es el retorno en lo real de lo que es rechazado, del lenguaje; es la excitación maníaca por la cual ese retorno se hace mortal» Lacan Jacques. Televisión, en: Otros Escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, pp. 551-552.[9] Agreguemos de paso que hay dos menciones explícitas acerca del famoso »delirio de negaciones de Cotard» en los seminarios 8 (p. 122) y 2 (p. 351), sin contar algunas alusiones que figuran en los Escritos.[10] Miller, Jacques-Alain: El Otro que no existe y sus comités de ética,Buenos Aires, Paidós, 2005.[11] Lacan, Jacques: El seminario 3, Las psicosis (1955-56), Buenos Aires, Paidós, 1995, p. 190.[12] Lacan, Jacques: La Familia, Buenos Aires, Argonauta, 1979, p. 51.[13] Lacan, Jacques: El seminario, libro 3 Las psicosis (1955-56), Buenos Aires, Paidós, 1995, pp. 275 y 292.[14] Colina, Fernando: Escritos psicóticos, Madrid, Dor, 1996, p. 44.[15] Miller, Jacques-Alain: «Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria» Freudiana 58, Barcelona, abril de 2010. (El subrayado es nuestro).[16] Recalcatti, Massimo: L’uomo senza inconscio. Figure della nuovaclínica psicoanalítica, Milan, 2010.(17) Kierkegaard, Soren: La repetición, Madrid, Guadarrama, 1976. (Capítulo 1).


Por Emilio Vaschetto
Psicoanalista Miembro de la Eol Amp y Centro Descartes
Presidente honorario del capítulo de Epistemologia e Historia de la psiquiatría de Apsa
Profesor universitario

Fuente: Estrategias -Psicoanálisis y salud mental-, Año II Número 3, Mayo 2015