[Trabajo leído en las III Jornadas de Salud Mental AEN del Norte. Xixón, 23 noviembre de 2012]

Hola, gracias a todos por su presencia y gracias al comité científico y organizador por su invitación especialmente a Paco Estévez, colega analista que me brindó la posibilidad de estar hoy aquí con ustedes.

Como me suele ocurrir, el titulo surgió al hilo de algo que estaba leyendo cuando Iñaki me llamó por teléfono, un tanto desesperado, para poder cerrar el programa. Como no se me ocurría nada y la cosa apremiaba, algo de lo que leía se me impuso. Llevada por la prisa, osada y sin dudarlo un ápice, se lo espeté, ante la perplejidad silenciosa de Iñaki. Su silencio me dio la medida de mi sorpresa, no menor que la suya, cuando al colgar el teléfono pensé: la has liado… menudo título. Con este inicio, lo dejé en remojo, y como pretexto se fue cocinando, en ese ir y venir, entre la vida y los proyectos.

La acústica es la rama de la física que estudia la producción, transmisión, almacenamiento, percepción o reproducción del sonido y Epidauro, la localidad donde están dos de las construcciones clásicas más importantes de la Antigüedad: el teatro de Epidauro, de acústica excepcional (los espectadores de la última grada pueden oír y distinguir las voces de los actores incluso hablando en voz baja en el escenario) y el santuario del dios médico Asclepio, en el que se establecieron las bases de la medicina, y en donde los diagnósticos se realizaban basándose en la metafísica, y en la observación de los síntomas y en el que la terapéutica incluía de modo destacado las representaciones teatrales, de ahí el origen de la proximidad de ambos lugares.

De una manera inconsciente este punto clave me llevó a la clínica, a la escucha psicoanalítica de la locura, a la cual me dedico en el hospital en el que trabajo, donde hay psicóticos graves la mayoría, que no dejan de enseñarme que es esa cosa llamada locura y lo que se puede hacer con ella, si se puede hacer algo.

Huelga decir que el hospital no es Epidauro, ni los que allí estamos ningunos Asclepios, pero si asistimos a los dramas ocasionales en los que se convierte la locura y su representación vital, y en este teatro privilegiado, del que somos abonado perpetuos, intentamos escuchar lo mas finamente que podemos las voces de la locura para que algo nos suene y nos resuene, y ese dúo de locos y loqueros, se oriente bien. Para que nuestras intervenciones causen los menores daños posibles, y para que el trabajo entre varios, tenga un guión compartido en el que la palabra del loco sea escuchada, a veces orientada y siempre atendida.

En la actualidad hay dos términos claves en la búsqueda de la estabilidad de la psicosis: la pegajosa y actual «adherencia al tratamiento», aliada de lo crónico, medicable de «por vida», y de la imposible y tan demandada necesidad de «conciencia de enfermedad» por parte del paciente para ser dado de alta. Ambos requisitos suelen adquirirse al cabo de unos 21 días sin que haya ocurrido nada más extravagante, que el fluir del tiempo. Ese número mágico, casi cabalístico actual, funciona como abracadabra: abre la puerta de la unidad de agudos al mundo, cumpliéndose así estándares y objetivos clínico asistenciales.

 

Adherencia, y conciencia de enfermedad, van de la mano de las TCC del discurso del amo universitario; son la triada clave de clínicos y de la industria farmacéutica, que una vez alcanzada daría al traste, en un plisplas, con todo este lío: de la locura, el delirio, alucinación y demás cuestiones relacionadas.

La dificultad estriba, en mi experiencia, en que más que conciencia de enfermedad, los locos lo son «a conciencia» de modo serio, y por ello resistentes y no domesticables a esos presupuestos nuestros, si bien juegan a ello como cualquiera en su sano juicio. Aplicar nuestras medidas neuróticas a alguien cuya lógica y uso del lenguaje es radicalmente diferente, hace que todo se convierta en una locura porque partiendo de premisas erróneas, llegamos a lugares imposibles. A la vez los diagnósticos de «salud mental» aumentan de modo exponencial a la ignorancia clínica que vamos acumulando en proporción directa a los intereses de la industria que ha visto en la «cronicidad» su nueva panacea, en psiquiatría y en la medicina en general (colesterol, de TA…).

Se trata de diagnosticar y medicar a «futuros-enfermos-casisanos»; para ello los diagnósticos son elásticos, «moldeables» y ambiguos para albergar a más ciudadanos. El objetivo parece claro: «todos diagnosticados-todos medicados». Para ejemplo: el diagnóstico «personas en riesgo de psicosis» (¿?) por poner uno posible del próximo DSM-V.

Si como decía Borges no existen textos acabados, sino que lo que existen son borradores, éste pequeño texto, es un pretexto, para hablar del rigor de la locura.

En nuestra disciplina, la clínica se ha vuelto raquítica, chata y sin matices… apilada en manojos de «espectros» como el autista y el bipolar tan de moda. La palabra «espectro», es muy acertada para nombrar esta clínica mortecina y cadavérica, un poco zombi casi, en la que nos movemos. Sus resonancias son, eso sí, fractales, metálicas, más próximas a la física nuclear o cuántica, que a lo humano. Más bien remite a lo sobrenatural o aterrador. Es una clínica muy en consonancia con el espectro político actual también muy bipolar y alternante ¿será casualidad o delirio mío?

¿Tan casual como lo fue el salto de la palabra depresión de la economía a la psiquiatría ocurrido en la crisis de 1929? La depresión, muerta y resucitada, ha sido sustituida por la «Bipo-laridad» más acorde con la realidad política actual. Pero esto repito, es un delirio mío, neurótico… de tres al cuarto, de andar por casa, nada riguroso, alejado de la certeza y sobre el que albergo ciertas dudas… razonables… como no podía ser de otra manera que para eso soy «psiquiatra».

En contraposición a mi poco riguroso razonamiento neurótico, la locura es tal y como nos señaló Lacan, un ejercicio de rigor. Fue en ese sentido, que él se nombró a sí mismo irónicamente como psicótico, al intentar ser riguroso con las tesis que defendió.

Como Freud, Lacan no cesó de buscar en sí mismo lo que resulta evidente en el síntoma psicótico. No temía sentirse concernido por lo que el loco le enseñaba, y no dudó en plasmar en sus textos las enseñanzas que aprendió de los locos cuando uno está dispuesto a dejarse enseñar.

Lacan propició un cambio de posición subjetiva en la escucha de la psicosis por parte del psicoanalista, como secretario del alienado, cambio éste, radical con efectos en la dirección de la cura y en la terapéutica de la psicosis.

Voy a jugar con un par de frases hechas: la locura del sentido común y el sentido común de la locura. Al decirlas surge un efecto: inicialmente me interrogan pero en breve consensúo dándolo por acertado al oírlo. De repente algo chirría; lo repito y de nuevo lo pienso como sin pensar… De este juego de lejanía y retorno sólo atisbo algo… que hay «gato encerrado» en este juego de palabras.

Es la demostración casera de que el lenguaje es equívoco, que su ambigüedad nos afecta, nos divide, por el hecho mismo de que, el oír y el hablar, son como el derecho y el revés de un guante. Escuchamos palabras y acordamos «su oír». Eso es ya una manera, más o menos obediente, de estar ahí afectados por eso que nos parasita que es el lenguaje, del y por el cual, los humanos padecemos. Estamos enfermos de lenguaje dijo también Lacan, lenguaje hecho no para comunicar si no para gozar.

Consensúo inicialmente porque son un par de frases que me atrapan por la sonoridad: chispean, estallan, crujen como el tartárico de las golosinas en la boca, burbujean como un tinto de verano…

Sigo y acabo varada en los juegos infantiles de la repetición de palabras, que las hace sonar enlazadas para pasar a significar algo muy diferente a la palabra inicial repetida: monjamonja… Sí, es esto lo que nos pasa en tanto humanos en nuestra relación con el lenguaje, es el goce de la lengua… es el parasitismo del lenguaje.

Sigo enredada en la cosa… voy un poco más allá… hago una segunda parada.

Puedo leer: «la locura del sentido común» como: que el sentido común es una locura, que no una psicosis, ó bien la locura del sentido como-un (UN en galego UNO) y es entonces así, oído de esa manera, se podría usar la frase para explicar un poco lo que quiero argumentar sobre ¿qué es esa cosa llamada locura? o ¿qué experiencia es aquella que comparten sujetos de los que decimos son psicóticos? Asunto que mi querido y admirado José María Álvarez zanja al decir: «psicóticos son aquellos que comparten la experiencia de la certeza». Por tanto cabe preguntarse ¿qué es la certeza?

La certeza sería algo así como el sentido, pero «como-un», cosa muy distinta al «sentido común», que es compartir lo que se supone son respuestas consensuadas hechas a modo pret á porter según la época y la sociedad que nos ha tocado vivir…y que pueden albergar tanto un roto como un descosido. Es por así decir el consenso del uso de la lengua que hacemos los neuróticos y que nos permite entendernos, aún cuando cada uno habla su «propia lengua». Es en otras ocasiones «el deber ser», «el seny» catalán o el «ten sentidiño» gallego… conceptos contrarios a lo que supone la psicosis.

La palabra Sentido puedo oírla del lado del uno más de los cinco sentidos: (gusto, vista, oído, tacto, olfato) encarnando el famoso dicho: «el sentido común es el menos común de los sentidos». El sentido común está sentado a la derecha del Juicio, próximo a la Razón… y muy alejado de la Sin Razón o Locura según el saber popular, que quita cualquier Razón a la locura… al no entender que la coherencia y el rigor lógico que alberga la psicosis, es la prueba inequívoca de su existencia y no de ninguna «verdad» en el sentido de la ciencia. Porque es el criterio de «verdad» lo que lo popular, o el sentido común, busca para valorar como razonable, lo que se emita en el decir o en el hacer. La «verdad común» es la medida patrón comparativa del sistema internacional «juicioso» del que carecerían los locos según este razonamiento.

Así pues el sentido común es directamente proporcional a la neurosis e inversamente proporcional al rigor psicótico, pudiendo condensarse en el aserto que sostiene que: «la razón es la locura de todos y la locura la razón de uno».

Es decir la oposición entre razón y locura, solidaria de la que existe entre locura y verdad, es uno de los malos entendidos más perjudiciales que han calado en la sociedad y que han cimentado los prejuicios que existen sobre la alienación a través de los tiempos, que parece retorna en libros de autoayuda, las TCC, en la superNani televisiva o en programas divulgativos del «sabio» Punset que encarna la religión cientificista, orientados en parte por el razonamiento tipo «sentido común» como lo «natural» preescrito.

La psicosis es el hipersentido: todo significa, todo dice, todo habla… resultado de la desaparición del azar y de la casualidad. Hipersentido que implica que lo que dice, «Le dice» a uno, específica y singularmente. Esto es: le dice a cada-un para darle un sentido a lo que le ocurre.

En este aspecto los clínicos tenemos que curarnos del «querer comprender» y de la «penetración psicológica habilidosa» en las entrevistas, porque como puede deducirse, dicha «comprensión jaspersiana» será el efecto de haber inyectado sentido derivado de nuestro propio imaginario… a lo escuchado. Es decir la hipercomprensión habla mucho de nosotros, de nuestro mundo imaginario, y nada del otro al que oímos, pero no escuchamos.

El psicoanálisis nos enseña que cuando uno cree comprender muy bien, justamente no comprende nada… y nos lo muestra enseñándonos que ni siquiera somos transparentes para nosotros mismos (lapsus, actos fallidos, sueños, chistes…). Fue con estos retales del lenguaje, a los que la ciencia había despreciado, por irrelevantes, en los que ni siquiera había reparado, los sillares de los que el psicoanálisis se valió para construir su teoría sobre el síntoma y por tanto una nueva clínica. Volvamos a la experiencia psicótica. La irrupción de la psicosis se presenta inicialmente como un enigma. Es el tiempo de la perplejidad, del vacío de significación. El sujeto se siente concernido… pero no sabe por qué… contrariamente al «normal» el loco tiene una certeza y esa certeza consistente en que «eso de lo que se trata y desconoce», le concierne.

La certeza del loco es radical, no es dialéctica ni relativa, sino absoluta, independiente de la realidad social, y lo fundamental: «que se sabe sobre ello» es un: es así porque sí… sin más. Pero vayamos a la paranoia máximo exponente de la locura razonante, de la locura con mayúsculas, a la que la psiquiatría entierra en el epígrafe de los trastornos delirantes crónicos, al perder la dimensión del síntoma como lo más verdadero en las singulares producciones de cada sujeto.

Señalar que la categoría de «sujeto» no pertenece al campo científico basado en lo empírico, en el método experimental, o lo que es lo mismo en el análisis de las «conductas de los individuos» susceptibles de ser tipificadas y «reconducibles» que es de lo que se trata hoy en día. Sujeto hace mención a la sujeción a la lengua de cada uno.

Los síntomas del sujeto no son domesticables, no son dóciles a la pedagogía, que es el objetivo que la ciencia pretende alcanzar. Reducir el síntoma y con él dejar al sujeto anestesiado, mudo… en una espacie de nirvana aséptico, próximo a la felicidad a la que parece «tenemos derecho» de modo natural.

Para el psicoanálisis la situación es la inversa respecto a la ciencia. Éste responde desde el lugar marginal al que ésta lo reduce, denunciando que es desde la articulación entre, el sufrimiento del cuerpo y demanda del paciente, donde instala su dimensión clínica, para dar respuesta a la dimensión de verdad que todo síntoma conlleva. Y el síntoma es inherente al sujeto hablante es lo mas propio, su producción más genuina.

La relación que la psiquiatría y el psicoanálisis mantiene con la paranoia es un buen ejemplo de la clínica actual. Mientras que para el psicoanálisis es fundamental para entender la psicosis, la psiquiatría intenta explicarla como la acentuación de algunos rasgos de carácter o constitucionales que al agudizarse sufren una reacción psicológica «comprensible».

La psiquiatría sabe de su resistencia, no domesticable a la conciencia de enfermedad y que vivirá pegada al sujeto mientras viva, con mayor o menor ruido social, indisoluble ante el psicofármaco pese a los avances, razones todas ellas que la convierten en un estorbo para sostener la supuesta causa biológica de la locura.

¿Por qué el psicoanálisis se empeña en mantener la categoría de paranoia a capa y espada?

Porque el delirio paranoico, es como dice Lacan, un ensayo de gran rigor lógico, que se escribe en el texto delirante. Tomar las producciones discursivas del psicótico desde esta perspectiva, la de una escritura que intenta establecer vínculos con el Otro, nos aleja de la concepción de la psicosis como defectual, como sostiene la psiquiatría con su famoso «deterioro»; nos permite un acercamiento diferente, como un intento de restitución y de curación con capacidad de maniobra para su autor sin condenarlo al determinismo fatal.

El trabajo delirante escrito, es una creación que funciona como un tapón, en el lugar donde se ha abierto el agujero simbólico debido a la forclusión del significante del NP, que es para el psicoanálisis la causa de la psicosis. A su vez la paranoia es el paradigma en la psicosis, del tratamiento de lo real por lo simbólico. Es decir el psicoanálisis no aborda la locura a partir del déficit sino a partir de un modo original de abordar el lenguaje.

Es fácil caer en la tentación de pensar que si un sujeto dice que toda la ciudad X está organizada para perseguirlo, podría deberse a que es una persona muy importante, pero Lacan nos advierte: «si él pensara así no estaría loco». Porque si yo pensara que «porque soy importante toda la ciudad me persigue», pensaría eso y no tendría ningún efecto sobre mí. Si tiene ese efecto, es justamente porque no pienso eso, sino porque percibo la percepción de todos. Es decir no puedo adjudicarle un razonamiento neurótico a alguien que no lo es. Vayamos a las memorias del presidente Schreber, el texto más importante escrito por un psicótico como ejemplo de un ejercicio de rigor extraordinario. Al finalizar su lectura Freud impactado recomienda a su autor para catedrático de psiquiatría.

Schreber era un loco extraordinario que razonaba perfectamente. Brillante jurista, llegó a lo más alto de la carrera judicial allá por 1893. Hombre culto, que sabía entre otras cosas de teología y de psiquiatría, enloqueció y estuvo ingresado en tres ocasiones todas voluntariamente. Aún estando loco, o mejor dicho por estarlo y ser riguroso, discute en un capitulo la teoría de la alucinación muy cabalmente. En su libro Schreber habla de los pájaros parlantes y dice: «contrariamente a lo que usted dice, que es psiquiatra, yo no confundo el piar de los pájaros con el habla; distingo perfectamente un pájaro que está piando de los pájaros parlantes que me hablan».

No hay duda de que razona muy bien. En su locura el destino del universo quedaba indefectiblemente ligado a la misión que él habría de cumplir: consentir en dejarse transformar en mujer y engendrar siendo la mujer de Dios una nueva raza. En el prólogo invita a las autoridades competentes a verificar los cambios necesarios de su propio cuerpo y comprobar las vicisitudes sufridas «¿Quién puede negar lo que experimenta en su cuerpo?», ¿Cómo refutar eso?, ¿Qué experiencias corporales tiene? Schreber para justificar sus memorias dice: «me he decidido a solicitar que en un futuro cercano me den de baja en el asilo para poder vivir de nuevo entre personas de cierta cultura y reanudar mi vida matrimonial con mi mujer; por ello debo dar a los que están cerca de mí una noción aproximada de mis ideas religiosas, para que por lo menos tengan una idea de la necesidad que imponen a mi conducta esas múltiples y aparentes rarezas, a falta de poderlas comprender plenamente».

»No puedo contar de antemano con una comprensión completa porque en parte se trata de cosas que no se dejan atrapar absolutamente en ningún lenguaje humano. Ni siquiera puedo afirmar que para mí todo sea de una certeza inquebrantable; muchas cosas siguen siendo conjeturas y suposiciones. No dejo de ser un hombre después de todo, y estoy condenado a los límites del conocimiento humano, sin embargo me he acercado mucho más a la verdad que aquellos cualesquiera que fuesen que no han tenido la suerte de recibir las revelaciones divinas».

Así Schreber se despierta una mañana y se le impone la idea de que él está destinado a ser la mujer de Dios. La cuestión no parece ni común ni sencilla y se hace más complicada a medida que avanza en sus memorias; si ya es raro que Dios busque una mujer, que lo haga en un hombre es un triple salto mortal… cuando podría haberla buscado entre las mujeres que parecía lo lógico. Y todo esto se lo plantea Schreber que era un hombre listo, cultivado, inteligente… pese a eso, no parece que le conmueva lo complejo del asunto, ni que le cuestione en exceso o le perturbe sobremanera… y a lo largo de texto él va a ir resolviendo de un modo lógico las cuestiones complejas que este salto mortal le va a plantear.

A medida que va asumiendo su misión: ser la mujer de Dios, cae en la cuenta de que eso implica la emasculación, que va a tener que castrarse para transformarse en mujer y a la vez tiene que explicar ese deseo de Dios tan indigno para él como inexcusable ¿por qué Dios no elige una mujer directamente y la busca en él? Schreber encuentra su respuesta: porque las mujeres alemanas están hechas a la ligera, por eso, elige convertirlo a él en una mujer de verdad, La Mujer de Dios. En las memorias Schreber se defiende a sí mismo, se dirige a los jueces y les dice «ustedes pueden negar que me pase eso, pero ustedes entonces hubieran internado a la Virgen María, hubieran internado a Cristo» y sigue con su lógico argumentario nombrando los milagros de la religión… y los jueces son religiosos… les da de pleno en sus creencias poniéndolos en el brete de la posible locura…

El texto de calidad narrativa extraordinaria describe la locura desde adentro. Schreber se describe a sí mismo con gran lucidez y con una bella prosa. Ese texto podríamos decir loco, pero pese a ser de un loco, no tiene nada de eso; lo único que tiene de loco, es que en vez de ser un lenguaje donde la cosa fue asesinada, es un lenguaje que recupera, de manera brillante, que la palabra es la cosa.

Podría decirse que la estructura de los delirios paranoicos es una estructura lógica bien armada en la que la premisa es falsa.

A primera vista dice Miller, psicosis y lógica están en oposición, aunque sea solamente por el hecho de que la psicosis desborda de sentido y la lógica quita sentido. En la psicosis todo tiene sentido, porque el lenguaje y la cosa son los mismo, mientras que la lógica está vacía, no tiene ningún contenido; una implicación no implica ninguna cosa, es una implicación, una regla. Podríamos decir que en la psicosis el significante es suprasemántico; decía Russel que «la matemática es hablar rigurosamente de no se sabe qué», mientras que la psicosis es hablar rigurosamente de algo sobre lo que se tiene certeza, esto es: que se sabe qué a uno le concierne… y nada más. La respuesta a esa certeza es la locura.

La creación lógica permite que cualquier otro lógico con conocimientos pueda pensar en lugar del primer lógico, y así poder concluir el trabajo iniciado por el primero, si éste lo dejara sin concluir, pero el trabajo delirante de un loco solo lo puede seguir él mismo, nadie puede continuarlo. Es decir, un loco no puede seguir el delirio de otro loco, su trabajo es único e irrepetible, porque él también lo es.

Gracias.

Chus Gómez, 21 de noviembre de 2012.


Bibliografía

1. Memorias de un neurópata, Daniel Paul Schreber, Ed. Petrel; Buenos Aires, 1978.

2. Sucesos memorables de un enfermo de los nervios, Daniel Paul Schreber, AEN, Madrid, 2003.

3. Estudios sobre la psicosis, José María Álvarez Martínez, Colección la Otra psiquiatría, AGSM, 2006.

4. Conferencia en la Universidad de Yale; Jacques Lacan; 24 Noviembre 1975;

5. «La locura en la era de la razón», Gabriel Meraz Arriola. Encuentro psicoanalítico.

6. «Trastornos del lenguaje. Algunos antecedentes en la psiquiatría clásica de la concepción del síntoma en Lacan», Gabriel Lombardi.

7. «La certeza como experiencia y como axioma; José María Álvarez. Virtualia nº 16; febrero-marzo 2007.

8. «La psicosis ordinaria», Eric Laurent; Virtualia nº 16;febrero-marzo 2007.

9. «La psicosis. Una aproximación a la clínica». Conferencia dictada por Germán García. Seminario clínico 2009; delegación Paraná del Instituto Oscar Masotta.

10. «La cuestión preliminar en la época del Otro que no existe», Massimo Recalcati. Virtualia nº 10; julio-agosto 2004.

11. «Ludwig Wittgenstein y los dos tiempos del sinthome», Ernesto Sinatra. Virtualia nº 4; noviembre-diciembre 2001.

Fuente: SISO/SAÚDE Nº 52-53 invierno 2012

©Foto: Pepe Valenciano