Gilles de la Tourette, Briquet, Charcot, Lasègue, Falret, Colin, Kraepelin, Bernheim, Grasset
La Histeria antes de Freud
Madrid, ErgonLa Biblioteca de los Alienistas del Pisuerga
2011
265 pp.
ISBN: 978-84-8473-911-1

Los Alienistas de Pisuerga, es decir, José María Álvarez, Fernando Colina y Ramón Esteban, prosiguen su entusiasta y magnífica labor de rescatar textos fundamentales del pensamiento psicopatológico, que nunca habían sido traducidos al castellano y que tienen una indiscutible importancia no sólo como fuente histórica sino como documentos de primer orden para «pensar» la clínica en la actualidad. La Biblioteca de los Alienistas del Pisuerga se ha visto enriquecida recientemente con un cuarto título: La histeria antes de Freud, en el que se ofrece una cuidada selección de textos —algunos no muy conocidos— que abordan el problema de la histeria desde una perspectiva y en un contexto histórico pre-freudiano. La elección de la histeria no puede ser más oportuna y viene a completar y complementar otros títulos de esta peculiar Biblioteca. Títulos que nunca son inocentes, sino absolutamente intencionados, e incluso militantes, pues pretenden abordar problemas nucleares de la psicopatología, en cierto modo olvidados por la psiquiatría más hegemónica. Si con la edición de Las locuras razonantes de Paul Sérieux y Joseph Capgras, se invitaba a la reflexión sobre los delirios de interpretación y sobre la paranoia, o, con Delirios melancólicos se pretendía, utilizando textos de Jules Cotard y Jules Séglas, ubicar la melancolía en la clínica y recuperar su «dignidad psicopatológica», en esta ocasión, y con similar voluntad, Álvarez, Colina y Esteban acometen su labor de «rescate» de la histeria.

Es bien sabido que la histeria ya estaba «nombrada» desde la Antigüedad; pero existen elementos profesionales y políticos que permiten explicar la eclosión diagnóstica y cultural de la histeria en Francia a finales del siglo XIX. Es cierto que sus primeras formulaciones no dejaron de ser una fantástica construcción cultural propia de aquel fin de siècle, pero no lo es menos el que, tras las correcciones oportunas, dio lugar a desarrollos de gran interés psicopatológico convirtiéndose en referencia ineludible para una nueva psicopatología de las neurosis. Hoy día ya no se ven los floridos ataques histérico-epilépticos descritos por Charcot, pero no puede olvidarse que la histeria posibilitó la invención del psicoanálisis y que desde los enfoques más dinámicos se reivindica su vigencia y su utilidad tanto en la clínica como en la teoría psicopatológica. Aún así, la histeria ha desaparecido paulatinamente de la nomenclatura psiquiátrica al uso, tanto la CIE-10 como el DSM-IV no la recogen en sus glosarios, por más que en este último pueda a duras penas subsistir en los llamados trastornos disociativos y en los trastornos somatomorfos. Obviamente, ningún nominalismo es inocente y, en este caso, refleja un fuerte componente ideológico y doctrinal. La selección de textos contenidos en La histeria antes de Freud no puede ser más acertada, pues propone una panorámica bastante completa de las elaboraciones teóricas de los clínicos sobre una «enfermedad» tremendamente difícil de manejar en la práctica. La histeria, la «gran simuladora» de las más variadas enfermedades, resultaba incómoda a los médicos, que adoptaban ante la paciente histérica actitudes de rechazo o de paternalismo, a la vez que necesitaban una definición de la misma desde presupuestos suficientemente aprehensibles. Esta colección de textos se abre con las «Consideraciones históricas acerca de la histeria», de Georges Gilles de la Tourette, un buen ejemplo de cómo la historia puede llegar a cumplir un papel legitimador de la ciencia del momento. Se trata de un relato erudito, sin duda, que permite valorar hasta qué punto la histeria está presente en la medicina y la sociedad de la Antigüedad, la Edad Media o el Renacimiento, hasta llegar al siglo XIX; pero lo más interesante de este texto es, a mi juicio, el hecho de que toda la narrativa histórica desemboca, y me atrevería a decir que tiene su razón de ser, en el reconocimiento incondicional que su autor rinde a su maestro y a la escuela de la Salpêtrière. Es sabido que Gilles de la Tourette fue uno de los más fieles discípulos de Charcot y probablemente el que con más ahínco y entusiasmo intentó propagar sus ideas en torno a la histeria.

Así, estas «Consideraciones…» pretendían mostrar los avatares sufridos por la histeria en el pasado, pero sobre todo indicar que con Charcot se llegaba, de algún modo, al «fin de la historia», pues a partir de sus aportaciones, tan compleja enfermedad quedaba (re)definida por la ciencia de manera definitiva. Los siguientes textos de la selección realizada por los Alienistas del Pisuerga resulta enormemente esclarecedora. Briquet, Charcot, Laségue, y Falret aparecen como «médicos ante la histeria». Observadores distantes que intentan describir «objetivamente» una enfermedad y sentar las bases para su estudio médico y, por extensión, somático. Para Briquet, la histeria era una «neurosis del encéfalo» con capacidad para modificar el organismo en su totalidad, lo que no deja de sugerir la pluralidad de síntomas del paciente histérico y la incomodidad y desconcierto de los clínicos. Algo en lo que insistirá, entre otros Laségue en su descripción de la anorexia histérica, a la vez que apunta, en un alarde de finura psicopatológica, la existencia de una «perversión intelectual» característica de las anoréxicas que estaría en íntima relación con la «mentira patológica» que, para Lasègue, constituye la esencia última e íntima de la histeria. También resulta oportuno el texto seleccionado de Charcot, «un caso de histeria en el varón», no solo porque rompe con la asimilación histeria-mujer, al indicar que «la histeria en el varón no es tan infrecuente como se suele pensar», sino porque denota una extensión «cultural» de la misma, desplazándose no solo de la feminidad a la masculinidad, sino de los ámbitos burgueses a los barrios de ensanche de las ciudades industrializadas. Merece la pena destacar que el neurólogo Charcot y los internistas Briquet y Lasègue abordan el estudio de la histeria desde la «medicina del cuerpo», desde la aludida «distancia» del clínico. Algo diferente es la opción de Jules Falret —hijo del gran Jean-Pierre Falret—, más próximo al alienismo propiamente dicho, quien no parece mantener esa fría distancia sino que se siente desafiado, «recoge el guante del desafío histérico», como indican los editores, y ofrece en su análisis de «El carácter histérico» un enfoque que viene a complementar los anteriores. Estos escritos sobre la histeria antes de Freud se completan con tres aportaciones nucleares en la reflexión de la «locura histérica». Henri Colin, Emil Kraepelin e Hyppolite Bernheim, para terminar con un extenso e importante trabajo de Joseph Grasset publicado en el famoso Diccionario Enciclopédico de Ciencias Médicas dirigido por Amelé Deschambre y Léon Lereboullet, y que ofrece una visión general y, en mi opinión, muy útil de lo que suponía la histeria en la medicina de fin de siglo. Una manera de entender la histeria que, si bien no pasó de ser esa fantástica construcción cultural a la que antes he aludido, que llegó a impregnar la sociedad europea finisecular, poniendo de manifiesto de qué manera los discursos médicos sobre la histeria estuvieron sometidos a las mentalidades, los códigos y los valores fin de siècle, pero propiciando también el inicio de un nuevo paradigma psicopatológico, el que encarna el psicoanálisis, dando lugar a otra historia, a la historia de la histeria después de Freud. Muy recomendable, pues, esta nueva entrega de la Biblioteca de los Alienistas de Pisuerga, que nos obsequian, una vez más con una edición muy cuidada, con esmeradas traducciones y oportunas notas y, naturalmente, una Presentación, firmada por Álvarez, Colina y Esteban, que no solo no defrauda, sino que invita a leer y, ¿cómo no?, a pensar. Una reflexión sobre el significado de la histeria en el siglo XXI que resulta tan esclarecedora como provocativa para cierta ortodoxia hegemónica bienpensante y «científica».

Por Rafael Huertas

Fuente: Frenia, Vol. 11, Nº 1 (2011)