La (re)aparición de este libro ha de considerarse como un acontecimiento particularmente importante dentro del maltrecho panorama de la reflexión psicopatológica en nuestro país. Avalado por el sello de calidad de una editorial como Gredos, José María Álvarez ha tenido el gran acierto de elaborar y publicar una versión notablemente ampliada y revisada de su ya inencontrable original de 1999 que, por la apabullante erudición histórica y psicopatológica desplegada en sus páginas y la admirable solvencia y brillantez de su factura, está llamada a convertirse en una obra de referencia para todo aquel que desee transitar por los intrincados dominios de la historia y la clínica de la psicosis.

Nuevamente «ennoblecido» con un enjundioso y certero prólogo de Fernando Colina —que bien merecería un comentario aparte por la extraordinaria lucidez con que pone al descubierto las coordenadas culturales que lastran y empobrecen el quehacer psiquiátrico actual—, el libro mantiene la estructura delimitada por los seis ensayos de la primera edición, si bien éstos han sido parcialmente reescritos y aderezados con un extenso y detallado aparato crítico. Así, tras presentar una perspectiva general sobre el proceso de medicalización de la locura consumado con el establecimiento de la «ideología» de las enfermedades mentales, José María Álvarez ofrece una exhaustiva revisión de las propuestas de los grandes nombres de la clínica clásica franco-alemana en torno a la paranoia, la demencia precoz y la esquizofrenia, para concluir con un nuevo y detenido examen del caso Schreber y un ensayo final que condensa y sistematiza sus «Reflexiones sobre la psicosis a la luz de la clínica y la historia». Fiel a su estilo apasionado, riguroso y (en el mejor de los sentidos) radical, el autor tiende a imprimir a sus trabajos un sesgo fuertemente personal, de manera que puede decirse que en cada uno de los seis ensayos late de forma invariable el mismo conjunto de puntos de vista que animan y conforman su mirada. Por ese motivo, y teniendo en cuenta la descomunal riqueza informativa del libro, me limitaré aquí, más que a una glosa pormenorizada de su contenido, a destacar y comentar brevemente algunos de estos supuestos y planteamientos de fondo.

En primer lugar, cabe situar la aportación de José María Álvarez en el marco de un acercamiento que se sitúa decididamente en las antípodas de los discursos y prácticas de la ortodoxia psiquiátrica, asumiendo una visión de la locura que, lejos de reducirla al déficit, la renuncia o la claudicación completa del psiquismo, respeta su condición de opción responsable del sujeto. Así, a pesar de la innegable alienación que experimenta con respecto a sí mismo, a los demás y al mundo, a pesar de ese abismo a menudo insondable al que le conduce su locura, el loco siempre mantiene un cierto margen de maniobra en relación con ella, y, en consecuencia, hemos de considerarle arquitecto y soberano de ese idion kosmon o mundo privado en que habita. Seguramente, es arriesgado y cuestionable afirmar que el silenciamiento (epistémico) y la tutela (moral) del loco son consustanciales al concepto mismo de enfermedad mental, o que hay que atribuir a Jean Pierre Falret (1794-1870) la responsabilidad casi exclusiva de haber urdido este programa naturalizador y de haber desterrado con su refutación de las «monomanías» toda posibilidad de reconocer en el alienado esos «restos de razón» que tan caros eran al propio Pinel. Pero de lo que no cabe duda es de que, al privilegiar el diagnóstico de clases frente a la reconstrucción de casos, las anomalías de la conducta frente a la organización de la experiencia y, en definitiva, la mirada frente a la escucha, la medicina mental ha tendido y tiende a olvidar que en el interior de la locura palpita un sujeto que no se consume en sus determinaciones somáticas, constitucionales o históricas, y que, en última instancia, muchas de sus manifestaciones clínicas más aparentes no son sino creaciones íntimas de ese mismo sujeto.

En todo caso, ninguna estrategia deja más en evidencia las insuficiencias de la psiquiatría positivista que aquella que aúna en cada paciente el bagaje conjunto de la clínica y la historia, o, más concretamente, la de una clínica en diálogo constante y crítico con la tradición psicopatológica. Análogamente, ninguna condición ilustra mejor las limitaciones de la nosología de las enfermedades mentales que la «locura razonante» que es la paranoia, en tanto en cuanto la construcción delirante se despliega en ella en estrecha vinculación con la personalidad y sin un trastorno de conciencia, xenopático o deficitario que empañe o atenúe su protagonismo. En opinión de José María Álvarez, la paranoia representa así, por un lado, una «transición inconclusa entre la locura tradicional y las enfermedades mentales», y, por el otro, la «via regia para el conocimiento de la estructura psicótica». Por ese motivo, el estudio pormenorizado de sus sucesivas descripciones y reformulaciones teóricas (desde Griesinger a Freud y Lacan, pasando por Kraepelin, Gaupp y Kretschmer o Lasègue, Sérieux/Capgras y Clérambault), la reconstrucción de algunos de sus casos más célebres (Wagner, Schreber, Aimée) y su análisis psicopatológico constituyen uno de los temas recurrentes de su obra, y son nuevamente uno de los puntos fuertes de La invención de las enfermedades mentales.

Desde el punto de vista clínico, cabe destacar también la insistencia del autor en el papel central de la certeza en la conformación del universo psicótico, una certeza que sitúa al delirante más allá de esa oscilación entre el polo de la certidumbre y el polo de la duda, entre el saber y la conjetura, que acompaña habitualmente la experiencia y la aprehensión de lo que nos rodea y concierne. Pero tanto esa certeza como el apego del psicótico a su delirio se vuelven inteligibles al considerar su naturaleza esencialmente reparadora, esto es, su condición de axioma o postulado que viene a restablecer un determinado orden de sentido que le permite sobreponerse al vacío, la angustia y la perplejidad. No en vano, y como subraya una y otra vez José María Álvarez, la escritura desempeña una importantísima función en el arduo proceso de estabilización de la experiencia psicótica, por lo que el examen atento de los escritos de los locos cobra un interés que desborda su valor autobiográfico o su supuesto atractivo estético para convertirse en una fuente inagotable de enseñanzas clínicas. El caso del magistrado y legendario «profesor de psicosis» Schreber, tan profusa como espléndidamente reconstruido en el libro, no puede ser más ilustrativo al respecto: la combinación de su talento y lucidez con la sensibilidad de algunos de sus más insignes comentaristas desprende más verdad que las fórmulas y observaciones consignadas en decenas de tratados.

Por lo demás, y de acuerdo con la conocida filiación psicoanálitica del autor, su propuesta psicopatológica se decanta por una comprensión estructural y unitaria de la psicosis que, frente a la (fallida) pretensión de aislar procesos naturales o entidades discretas en el campo de la patología mental, ofrece una serie de indudables ventajas. En primer lugar, respeta y se hace cargo de los denodados esfuerzos del loco por retener el «timón» de su locura; en segundo lugar, posibilita una inserción coherente de la ruptura psicótica en el marco del acontecer biográfico y de un determinado desarrollo de la personalidad; y, finalmente, es consecuente con la superabundancia de formas mixtas que nos presenta la clínica. Sin embargo, cabe preguntarse si el énfasis en una visión tan amplia y sintética y, muy especialmente, la postulación de un único mecanismo de entrada en la locura (en este caso, la Verwerfung o forclusión lacaniana), fomentan una caracterización adecuada de los grandes síndromes psicóticos, es decir, si la reducción de lo paranoico, lo esquizofrénico y lo melancólico a la mera condición de «polos clínicos» de una misma estructura es compatible con su innegable diversidad y especificidad fenomenológica. En este sentido, he de admitir una cierta desazón por el modo en que José María Álvarez tiende a confundir, obviar o rechazar las aportaciones de la fenomenología —que, en propiedad, no pueden identificarse, y menos de forma exclusiva, con la obra de Jaspers—; que constituyen un bagaje inestimable de descripciones y conceptos con que pensar el «mundo privado» de la locura y sus «variedades»; y que para nada consisten en el ejercicio irreflexivo de una comprensión falsamente empática.

En cualquier caso, estas consideraciones no restan un ápice de interés o potencia discursiva al conjunto de un libro cuyas virtudes no se agotan en el desbordante caudal de conocimientos que contiene. Pues lo que La invención de las enfermedades mentales destila es, ante todo, una propuesta de trato con el psicótico que destaca por sus profundas implicaciones éticas. Habituados a una visión reductora y a un intervencionismo asistencial que asimila la locura a un cataclismo incapacitante, ninguna de sus enseñanzas puede compararse, en suma, con la exigencia que supone devolver la palabra al loco y tomarlo como agente de su experiencia; de una experiencia que, ya se sabe, no es aberrante ni originaria, sino rigurosamente original.

Por Enric Novella

Fuente: Frenia, Vol. IX, Nº 1 – 2009