Sérieux, Paul y Capgras, Joseph
Las locuras razonantes. El delirio de interpretación,
Madrid, Ergón, Biblioteca de los Alienistas de Pisuerga,
2007
283 pp.
ISBN: 978-84-8473-624-0

Al igual que la «obra maestra» en arte o que el clásico de la literatura de ficción, el clásico de la ciencia es aquel que contiene en sí elementos diversos que, escapando a su tiempo, le permiten ser objeto de muy diversas lecturas a lo largo de la historia. El texto que nos ocupa inaugura lo que promete ser una excelente biblioteca de clásicos de la psiquiatría. Una iniciativa de José María Álvarez, Fernando Colina y Ramón Esteban que, autodenominados «Alienistas del Pisuerga», constituyen, sin duda, un grupo singular de profesionales psi, por su gran capacidad de elaboración teórica en el ámbito de la psicopatología. El título con que se inicia esta Biblioteca de los Alienistas del Pisuerga: Las locuras razonantes de Sérieux y Capgras, constituye una magnífica elección por lo que tiene de hondo significado historiográfico, pero también por lo que su propio contenido puede aportar a la reflexión psicopatológica actual. Creo que es, precisamente, esta relación entre historia y clínica; o, dicho de otro modo, la consideración de la historia como herramienta epistemológica de primer orden para la práctica clínica y psicopatológica lo que subyace como objetivo último de esta colección. Así, desde el punto de vista histórico, no cabe duda que con Les folies raisonnantes. Le délire d’interprétation (1909) culmina, en buena medida, el largo proceso de elaboración del concepto de delirio crónico. Evidentemente no voy a extenderme en ello, me bastará remitir, por ejemplo, a la obra de Lantéri-Laura sobre cronicidad en psiquiatría; pero si merece la pena recordar aquí que el propio Sérieux había firmado con su maestro Valentin Magnan, en 1892, Le délire chronique à évolution systematique que puede considerarse el punto de partida del posterior interés por «las locuras razonantes». Cabría decir que el punto de partida de Magnan estaría, a su vez, en los «delirios de persecución» de Lasègue; pero, en cualquier caso, la relación entre Magnan y Sérieux es muy interesante porque es una relación entre maestro y discípulo, en la que el discípulo acabará «matando» al padre. Digo esto porque en Las locuras razonantes se introducen novedades que comienzan a alejarse de las coordenadas metodológicas y epistemológicas del maestro Magnan, siendo la fundamental el concepto «psicosis crónica a base de interpretaciones delirantes» o, más escuetamente, el «delirio de interpretación».

Con el delirio de interpretación, Serieux y Capgras llevan a cabo la reformulación de una de las categorías más controvertidas e interesantes en la historia de la psiquiatría y de la psicopatología: la de aquellos sujetos caracterizados por conservar sus facultades intelectuales a pesar de sus ideas delirantes, ideas referidas además a aspectos concretos y puntuales. Las locuras razonantes, el delirio parcial, los «locos que no lo parecen» —según expresión del alienista español José María Esquerdo—, fueron reconocidas ya por Pinel en su manía sin delirio (y en su manía sin delirio con delirio específico) o por Esquirol en sus monomanías. Fueron argumentadas y discutidas más tarde por múltiples alienistas en el ámbito de la clínica o de los tribunales de justicia, y son conceptos reconducidos y redefinidos por Sérieux y Capgras en el llamado «delirio de interpretación». Un cuadro caracterizado por una sintomatología contradictoria en la que los trastornos delirantes manifiestos (síntomas positivos), coexistían con una sorprendente conservación de la actividad mental en ausencia de trastornos sensoriales (síntomas negativos). Resulta muy sugestivo constatar de qué manera la monomanía esquiroliana fue motivo de arduos y enconados debates entre médicos y entre médicos y juristas. Disputas sobre la existencia o no de la monomanía; si se la podía considerar como una entidad clínica o si era un invento de los alienistas que se presentaban ante sus colegas médicos, ante la judicatura y ante la sociedad como los «expertos» ungidos de un saber que merecía el reconocimiento científico y social. Debates que, trascendiendo las academias, estuvieron presentes en casos judiciales muy conocidos como el famoso Pierre Rivière, estudiado por Foucault, o como Garayo «el Sacamantecas», en España, y tantos otros; debates en los que aspectos cruciales que no han perdido actualidad, como la responsabilidad o irresponsabilidad del loco o su potencial peligrosidad, hicieron afirmar a algunos —como el jurista Elías Regnault— que estaba dispuesto a aceptar que la monomanía existía siempre y cuando su tratamiento fuera la guillotina.

Pues bien, si esto ocurría en los años centrales del siglo XIX, a comienzos del siglo XX, en el momento de la publicación de Las locuras razonantes, las distancias entre médicos y juristas se habían acortando y las opiniones de los facultativos empezaban a ser tenidas más en cuenta por los magistrados. Este acercamiento se debe a múltiples factores: por un lado, se establecen alianzas de «defensa social», ya que los peritos pueden identificar a los que «simulan» trastornos mentales. Por otro, los jueces están más familiarizados con el lenguaje de los psiquiatras y estos son capaces de explicar mejor los cuadros psicopatológicos y de convencer con sus argumentos. El delirio de interpretación surgió en este momento concreto y dio pie a profundas reflexiones no solo en el ámbito del derecho penal, sino en el del derecho civil, a la vez que aparece como una obra absolutamente fundamental en la historiografía de la paranoia. En cualquier caso, se va produciendo una evolución conceptual del delirio crónico de evolución sistemática: por un lado hacía estas locuras crónicas, lúcidas, sin alucinaciones, sin demencia terminal y con una evolución por extensión progresiva del círculo delirante (las locuras razonantes). Por otro lado, claro está, hacia la llamada «psicosis alucinatoria crónica» descrita por Gilbert Ballet en 1913, y que acabó convirtiéndose en el estandarte de la psiquiatría francesa frente a la arrolladora irrupción de la nosología kraepeliniana. A José María Álvarez y a mí, nos gusta explicar que si el delirio crónico de evolución sistemática de Magnan y Sérieux fue la respuesta que el alienismo francés dio a la demencia precoz de Kraepelin; la «psicosis alucinatoria crónica» de Ballet lo fue, en cierto modo, a la esquizofrenia de Bleuler. Llama la atención, sin embargo, que fuera precisamente Paul Sérieux uno de sus introductores de la nosología kraepeliniana en Francia.

Otras claves históricas importantes que pueden encontrarse en esta obra son, por ejemplo, el alejamiento de los postulados degeneracionistas. Mientras que el viejo Valentin Magnan se mueve todavía en el paradigma de la degeneración, tanto desde el punto de vista teórico como clínico (los delirios de los degenerados) —y también Sérieux en sus primeros trabajos y en los que firma con Magnan—; en Sérieux y Capgras se puede apreciar una evolución del pensamiento psicopatológico en el que existe una tensión entre la tradición del alienismo francés (al considerar el delirio de interpretación como una psicosis constitucional) y la incorporación de novedades procedentes de su propio país: la influencia de J. Séglas me parece indiscutible cuando pretenden explicar la hipertrofia del yo que se da en estos sujetos o cuando defienden una causalidad psicogenética (el papel de las emociones, de la imaginación, etc.) en la etiología del delirio de interpretación; o las novedades que llegan de Centroeuropa —de Alemania o Suiza fundamentalmente—; así, los primeros teóricos alemanes de la paranoia (Neisser, Spech, Berze, Linke) son citados y discutidos por Sérieux y Capgras y, cómo no, el mismísimo Bleuler, del que incorporan elementos ideo-afectivos y emocionales a su propio discurso.

Sin embargo, además de la indudable importancia que el texto tiene desde el punto de vista de la historia de la psiquiatría, no es menor su valor epistemológico para la clínica actual. Los propios Alienistas del Pisuerga nos lo indican en las páginas iniciales de esta edición:

«Nuestra insistencia en la locura parcial trasciende la mera evocación histórica, pues ahí radica una de las principales fisuras del edificio construido por la ideología de las enfermedades mentales».

Se trata, claro está, de viejas discusiones, como el debate sobre la existencia o no de la monomanía al que ya he aludido; o como el desprecio con el que determinadas nosografías han considerado a la paranoia y que nos obliga a preguntarnos con José María Álvarez ¿qué fue de la paranoia? Pero también actualizados debates, como los que tienen que ver con la responsabilidad ética y penal de las acciones antisociales de un loco. Si la locura es global y arrasa todas las capacidades del individuo o si, por el contrario, se trata de una perturbación que no implica, necesariamente, su total aniquilación. Obviamente, el propio concepto que tengamos de la psicosis es, en buena medida, lo que determinará nuestra actitud como peritos ante los tribunales de justicia. Problemática ésta que, aunque con antecedentes históricos muy notables, reviste una innegable actualidad. Aspecto, también, que ha sido abordado por los Alienistas del Pisuerga con anterioridad, en las Jornadas sobre Crimen y locura celebradas en Valladolid en el año 2002 (Álvarez, J.M. y Esteban, R. (coords.), Crimen y locura, Madrid, AEN, 2004) o en la importante recuperación del caso Wagner en la colección de clásicos de la Asociación Española de Neuropsiquiatría.

Finalmente, no puedo dejar de señalar la importancia que Sérieux y Capgras otorgan a la locura escrita, analizando el delirio de Rousseau (una «variedad resignada» de paranoia; véase la sección de Textos y Contextos (Frenia, Vol. IX-2009, pp. 141-164), o el delirio de interpretación descrito en la obra literaria de Strindberg, una obra que como bien indican los responsables de la edición es, en buena medida, autobiográfica, aunque Serieux y Capgras no lo supieran. Y esto, naturalmente, nos introduce en otro escenario fascinante y de una gran actualidad tanto historiográfica como clínica. Son abundantes los trabajos que recientemente están utilizando los escritos de los pacientes mentales como fuente de la investigación histórica y son muy importantes las aportaciones que en los últimos tiempos se están haciendo sobre el tema desde el campo de la psicopatología (Véase el dossier monográfico dedicado a «La locura escrita» publicado en Frenia, volumen 7, 2007). Existe, sin duda, una larga tradición al respecto: las Memorias de locos ilustres e ilustrados —como John Perceval o Clifford Beers— que fueron capaces de escribir y publicar sus vivencias, tanto en relación con su propia locura como con el dispositivo asistencial al que estuvieron sometidos—, con mención especial para el «caso Schreber»; pero también cartas, diarios, escritos de locos anónimos que aparecen en los archivos clínicos de los manicomios. Todo ello sin contar, naturalmente, con determinadas obras literarias muy importantes que son susceptibles de este tipo de análisis. Aunque la nómina de este tipo de trabajos es amplia, permítaseme citar aquí los trabajos de Rebeca García Nieto sobre Virginia Wolf o sobre Joyce (Frenia, 7, 2007). Y en fin, la complicidad del delirio con la escritura, la escritura como elemento intermediario en las relaciones que el psicótico mantiene con su cuerpo, la utilidad de la escritura para que esos exiliados de la palabra que son los psicóticos puedan recuperar el lenguaje. Para terminar, me gustaría destacar una cosa más: la importante tradición intelectual —y me atrevería a decir, «de escuela»— en la que esta iniciativa editorial debe situarse. No cabe duda que estos Alienistas del Pisuerga constituyen hoy un referente indiscutible de un determinado pensamiento psicopatológico. La gran calidad de sus trabajos previos, entre los que, además de los ya citados, añadiré La invención de las enfermedades mentales (1999) de J.M. Álvarez; El delirio en la clínica francesa (1994) de Colina y Álvarez; o los Fundamentos de psicopatología psicoanalítica (2004) de Álvarez, Ramón Esteban y François Sauvagnat, encuentran una conexión y una continuación «natural» en esta colección de clásicos de la psiquiatría y de la psicopatología que estamos inaugurando. Si uno está familiarizado con el trabajo y las obras previas de Álvarez, Colina y Esteban, podrá reconocer, en la lectura de Las locuras razonantes, un cierto «sello de autor», un marchamo de calidad que está presente, desde luego, en la impecable, fina y cuidadosa traducción de Ramón Esteban; en la erudición de las notas a pie de página, que aportan una preciosa información complementaria que permite contextualizar y entender mejor el texto que estamos leyendo y, naturalmente, las páginas de presentación: escuetas pero concienzudas y aquilatadas. En suma, creo que nos encontramos ante la edición de un clásico de la historia de la psiquiatría que, como decía al principio y como buen «clásico», puede leerse desde las más actuales inquietudes clínicas. Y puede y debe leerse desde una determinada visión de la psiquiatría y de la psicopatología, que es la que los Alienistas del Pisuerga llevan defendiendo desde hace años, con su práctica clínica cotidiana y con sus elaboraciones teóricas, que es —en el fondo— tanto como decir con su compromiso con el paciente.

Por Rafael Huertas

Fuente: Frenia, Vol 8, Nº 1 (2008)