Será porque desde que tenemos orejas sentimos avidez por los relatos, será porque siempre esperamos que nos cuenten otra historia lo que hace que lector y escritor tengan algo que les une irremediablemente y les convierta en una pareja singular: uno intenta amarrar con el lazo ese libro que como las palabras siempre flota encima de su cabeza y atraparlo en el papel, y el otro siempre espera que le cuenten algo a la manera del Tócala otra vez Sam.

Este nuevo libro de Colina me ha gustado tanto como el resto de los suyos que he leído y desde este comentario hago una invitación a su lectura.

Intentaré articular algo que haciendo honor al título, genere el deseo de leerlo. Como todos sus trabajos hará las delicias de los buenos lectores que precisarán de tiempo para dedicarle, dado que el libro tiene algo de envolvente derivado de la musicalidad de las palabras que usa, de cómo él las trata, de cómo las mima… que hechiza. El hechizo extravía al lector de lo que se dice sobre lo dicho, como cuando nos hablan al oído, de manera que será preciso volver atrás de vez en cuando para amarrarse a la letra. Colina es un buen cuentista, dicho en el mejor de los sentidos y siéndolo, ha hecho un estupendo ensayo que debiera interesar además de al mundo Psy, en el que nosotros nos movemos, a los interesados en la cultura sean del ámbito que sean.

Conjuga una preciosa prosa castellana, cimentada en las lecturas previas que lo impregnan, con una vertiente clínica, a pie de obra, que en mi criterio concentra el saber del maestro del toreo en su hacer con el capote, a la hora de componérselas con el que tiene enfrente. Para ello el autor se apoya en otras disciplinas vecinas que amplían el foco y enriquecen el hacer diario, apartándose de esa clínica empobrecida por manufacturada, en la que se puede caer presa de la rutina asistencial y del desfallecimiento del deseo, que como no, también interviene en esta empresa. Colina con esa otra mirada, hace de un oficio
la maestría.

A Colina le gusta tanto la clínica como articular, que es lo nuclear que late, más allá de cómo esto se vista, después de muchos años de práctica y de torear en muchos ruedos, de ahí que no sea extraño que se haya dedicado al estudio de algo complejo como el deseo que ha sido objeto de múltiples ensayos por parte de la filosofía y objeto de toda una elaboración y una clínica por parte del psicoanálisis lacaniano para el que el sujeto es un sujeto de deseo primordialmente. Pero el deseo no entretiene a los estudiosos de la psiquiatría, pues de entrada parece pertenecer a otros territorios diferentes al ámbito de lo que se supone un psi, debiera de manejar o conocer, aunque finalizada la lectura del libro quizás uno cambie de opinión. Para mí en este aspecto radica fundamentalmente lo importante de su libro.

Colina despliega ante el lector en un primer escenario en el que enmarca al deseo, el centinela principal de la salud (pág 1), que es como él designa al objeto de estudio con sus límites y proximidades. Lo define, señala como se articula, nos da sus características relevantes, establece sus límites y vecindades o nos pasea por sus extravíos y desplantes; nos presenta sus artimañas, oscilaciones, ires y venires resultando de todo su despliegue argumental un libro compacto y bien tramado, cosa que no parece fácil de lograr de entrada por lo complicado del tema y que además mantiene buen ritmo narrativo.

En la primera página nos expone ya su teoría inicial de importancia clínica y fundamental a la hora de orientar a un clínico: la posibilidad de establecer el concepto de neurosis o psicosis por la naturaleza del deseo que le anima. No se podía entrar con una estocada más certera, pese a que el deseo responde a unos límites difíciles de definir tal y como él bien señala.

La presencia necesaria del otro en su constitución, que permite abandonar el terreno de la pulsión y constituirse en deseo como tal, sus flujos, su apoyo en el cuerpo y en el otro y su aparición como consecuencia del amor que éste nos participa con sus gestos y palabras, serán parte de las escenas que adornen esta toma de contacto.

Después nos irá señalando que en definitiva el deseo es el síntoma de la vida abriendo de manera clave lo que el concepto de síntoma supone y señalando que tanto éste como el deseo son inevitablemente producto de la época que lo formula. En esta parte en la que se abordan los síntomas contemporáneos el uso del prisma del deseo como decodificador permite entender el cómo y el porqué de la proliferación de algunos de estos males contemporáneos. El aserto lacaniano, el deseo es deseo de otro, se abre como un abanico bajo el que se estructurarán las diferentes respuestas subjetivas ante el mismo y su implicación en la relación con el otro y la formalización de los síntomas.

Gradualmente pasamos desde la naturaleza del deseo que constituye el primer capítulo al segundo, en donde conceptos como pulsión, placer y plenitud se diferencian con frases que a manera de ikebanas concentran lo fundamental de dichos términos.

En respuestas subjetivas, que es el tercer capítulo, Colina contrapone el escenario de lo que han sido las respuestas clásicas y las que derivan de ellas en un intento de controlar el deseo y sus desventurados o felices excesos con la fortaleza de un deseo que se muestra irreductible a nuestros propósitos y que en cualquier caso se gobierna por unas leyes desconocidas que la moral apenas puede modificar, quedándole como único recurso aprobarlas o reprobarlas pero poco más, tal es la naturaleza del deseo.

Aquí es donde el autor, valiéndose del psicoanálisis como ciencia que nos ha ofrecido una clínica diferencial de los males humanos interpretada desde las peripecias ocultas y secretas del deseo (pág 100) entra de lleno en el uso y posibilidades de lo que dicho término permite y orienta. Y de esta manera y como sin que el lector se de cuenta, está enlazando la clínica y el ensayo narrativo, para dar entrada de pleno a una de las hipótesis que el autor maneja como posible unas páginas antes: cuando la base cerebral del pensamiento sea mejor conocida, probablemente para entonces en modelo de la fisiología se parecerá más de lo que ahora suponemos a los enredos de la literatura (pág 45). En respuestas subjetivas, capítulo para mí el mejor de todo el libro, que junto con el cuarto, deseo de poder, más me han hecho disfrutar de la lectura, se tocan aspectos que van basculando gradualmente: de la sexualidad al amor, pasando por la identidad o el término de perversión se abordan de una manera fluida, aclaratoria y muy actual en su presentación clínica, sobre todo para aquellos profesionales que pese a manejar todos los días con sus pacientes estos términos, no se dan cuenta de que lo hacen, tal es la cuestión en los asuntos estos de palabras como el nuestro.

Es sin embargo en el último capítulo: deseo de poder, donde me parece que radica el mejor Colina, el verdadero ensayista, el avezado azor que sabe qué carta se juega en cada encuentro, en cada mirada, en cada palabra y ahí parece que él es también donde mejor y más disfruta al escribir; la prosa se vuelve aquí más rápida, más ágil y fluida. Es un terreno que domina, sabe bien dónde pisa. Me recordó un poco el estilo y la impresión que dejó el primer libro suyo que leí: Cinismo, discreción y desconfianza (1991) que por el azar de un encuentro, vino a caer a mis manos en una edición fotocopiada; no podría decirles el porqué; quizás porque como en los buenos cuentos uno se queda más con la música que con la letra, y porque posiblemente haya en ambos un efecto de arrastre rápido al centro de las cosas, derivado de un manejo singular de la inteligencia para vérselas con las palabras, que hace que unido al aserto: cada libro es para su autor una continuación del anterior, unido a que hablamos y escribimos siempre de lo mismo, de la misma manera que somos más o menos como siempre un poco más pulidos y porque conectan o no nuestros inconscientes se hace innecesaria cualquier otra explicación.

Si un libro como dice Paul Auster refiriéndose a lo que es una novela, es una colaboración a partes iguales entre el escritor y el lector y constituye el único lugar del mundo donde dos extraños pueden encontrarse en condiciones de absoluta intimidad, Colina lo ha conseguido.

Enhorabuena.

Toén 21 de octubre de 2006

Por Chus Gómez

Fuente: Siso nº 43. Otoño 2006