El deseo manifiesto de los autores se cumple en este libro: producir un debate entre la psicopatología psiquiátrica y la psicopatología psicoanalítica que permite fundamentar un saber más riguroso y preciso del pathos subjetivo. Sin duda, va a ser un libro necesario en la biblioteca de psicoanalistas, psicólogos clínicos, psiquiatras y de todo aquel que quiera acercarse hoy a los saberes sobre el sufrimiento psíquico.
La prisa de la lectura debido a la urgencia de la reseña me permitió ver que el texto, a pesar de su extensión (760 páginas), es fácil de leer: en un libro claro y honesto, escrito en un hermoso castellano, en donde sin duda se ve la mano de José María Álvarez, y que está bien conceptualizado; cuando los autores sienten que el rigor no está a la altura que ellos mismos imponen, un «grosso modo» advierte al lector que ellos tampoco están conformes. La omisión de referencias bibliográficas y notas a pie de página no es en este caso un pecado, sino un acierto que facilita la lectura. Es un libro que nos promete una continuación, sabemos que Estructuras clínicas y clínica diferencial en psicopatología psicoanalítica es ya una obra que está en camino y que les permitirá sin duda continuar
este valiente esfuerzo; gran esfuerzo de lectura y gran esfuerzo de escritura, que sin embargo no hace de este libro un libro erudito ni un canon psicopatológico, sino un libro escrito con pasión, una interpretación: «una herramienta epistemológica, es decir, un instrumento interpretativo que nos permite captar la coherencia entre el discurso y la práctica».
Antes y después de Freud
Los autores encuentran una definición novedosa de psicopatología: aquello que conjuga escucha y observación, pero al mismo tiempo lo que ponen de manifiesto es algo que parecería sorprendente el que tenga que ser repetido: que para conjugar escucha y observación es necesario Freud. Las precisas lecturas de la psicopatología clásica nos muestran, así, que Freud, al «fundamentar una psicología nueva, permite leer lo normal y lo patológico… e ilumina lo que era hasta entonces un ‘borroso paisaje prefreudiano’»… «para conseguir sus propósitos, Freud se valió de la terminología al uso en su tiempo: neurosis, psicosis, neuropsicosis, paranoia, histeria, fobia, etc. Pero estas categorías –y otras de su invención, como la Zwangsneurose o neurosis obsesiva– quedaron absolutamente trastocadas por su genio. Es preciso resaltar una y otra vez que el conjunto de la nosografía mental debe a Freud su conjunción y coherencia. Quien quiera percatarse de estos hechos no tiene más que desempolvar los tratados, las monografías y los artículos de nuestros clásicos para comprobar el desaguisado, taxonómico que precede a las elaboraciones freudianas».
La psicopatología así entendida, como lo que conjuga la escucha y la observación, indica claramente que estamos en el registro de la interpretación, es decir, en el registro pasional. Aunque el texto está explicado más desde el saber psicoanalítico que desde la práctica psicoanalítica, la dimensión de la interpretación es manifiesta en la búsqueda de la causa, y prolonga así el esfuerzo freudiano en tanto que método epistemoerótico.
No dejan de denunciar los autores la falsa ventana que abre el supuesto rigor científico de las DSM’s y otras modernas clasificaciones que intentan transformar la historia clínica en un protocolo donde el ordenador vendría a sustituir el saber y el deseo del clínico, evitando así una ética de las consecuencias. La historia del sujeto incluye su sexo, su biografía, sus experiencias vitales, sus recuerdos, pero también sus olvidos: lo no realizado y lo que sin saber se repite en cada síntoma: el inconsciente.
En el momento en el que la psiquiatría se medicaliza, este libro reintegra su especificidad al campo del sufrimiento psíquico y nos da los fundamentos que nos permiten poder leerlo: continúan el esfuerzo de Freud para constituir un saber que sigue siendo escandaloso: los síntomas, como los sueños, tienen sentido. Si Freud, en este movimiento, arrancó el síntoma al saber médico e hizo del sueño, del lapsus, del acto fallido y del chiste el modelo para entender la lógica del síntoma, es necesario volver a decirlo, porque si no el psicoanálisis corre el riesgo de ser un síntoma olvidado.
Las estructuras clínicas de Lacan
Bajo este epígrafe los autores nos muestran cómo Lacan da un salto al mismo tiempo que un retorno a Freud, y paralelamente podríamos decir que saca al psicoanálisis de su borroso posfreudiano. Lacan, a lo largo de su enseñanza, nos da la lógica del síntoma, de su función: el síntoma es lo que confiere al sujeto su identidad.
Lacan, al ser conducido a reexaminar la acción del inconsciente como estructurado como un lenguaje, nos dice tres cosas: uno, que el inconsciente se estructura, que no es un saco lleno de cosas heteróclitas e independientes, sino que está estructurado por elementos que componen un sistema. Dos, que el inconsciente es lenguaje, es decir, que esos elementos son elementos del lenguaje, tres, que condicionan un fenómeno: el sentido: que el inconsciente
es descifrable como una estrategia de sentido.
Un paso más de Lacan, también señalado en este libro, trastoca el lenguaje en la lengua (una sola palabra), la lengua materna. El sentido aparece ahora como algo que fluye, que no se puede atrapar, que siempre se escapa. Las leyes del significante ya no son las metáforas ni metonimias, sino el equívoco: la fuga del sentido. El querer decir se transforma en querer gozar y es el equívoco como interpretación lo único que tenemos contra el síntoma, que es al mismo tiempo defensa, pero también nuestro enganche con la realidad: y Lacan también nos escandaliza al considerar que la realidad no es abordada por los aparatos de la percepción, ni por los aparatos de la representación, ni por los aparatos de la conciencia, sino por el síntoma como aparato de goce. Para Lacan interpretar sirve para liberarnos de la angustia del síntoma, no para ser más conscientes, sino para despertar del sueño del inconsciente.
Sin duda hay que agradecer y felicitar a los autores de este libro por su esfuerzo de claridad. Esperamos con impaciencia la continuación anunciada.
Por José R. Eiras
Fuente: SISO/SAUDE, Nº 40- Verano 2004